20Pasaron más de catorce años desde que se publicó la primera novela de Pablo Ramos: El origen de la tristeza. Una obra que le rinde tributo a la amistad, el barrio y el fútbol. Retrata la historia de Gabriel, un adolescente humilde de Sarandí, al sur del conurbano bonaerense, que descubre el fin de la inocencia. Además, es un fiel retrato de una Argentina de mediados de los setenta, donde asomaban algunos relámpagos de los que serían los años más oscuros del país.
Esta prosa ahora regresa pero en otro formato, llevándola a la pantalla grande de la mano del director de cine Oscar Frenkel. La cámara de Eduardo Pintos recorre el barrio El Viaducto, las vías del Roca, los monoblocks, el cementerio, el arroyo Sarandí y por supuesto, la cancha del Arse, que son los escenarios para que esta banda de amigos compuesta por Marisa, Gavilán, Alejandro, El Chino y El Tumbeta se vaya chocando con el rigor del mundo de los adultos sin perder la magia que envuelve la mirada de los niños.
–¿Por qué decidiste que la historia de El origen de la tristeza fuera tu ópera prima?
Oscar Frenkel: Empecé con el proyecto hace quince años. Yo conocí a Pablo antes de que saliera la novela. Él me presentó un borrador y me preguntó si quería armar mi película con esa historia. Apenas la leí, me enamoré de los personajes y de ese escenario típico de conurbano que me trasladaba a mi San Martín natal. Tardamos tanto porque, además de hacer la adaptación, la presentamos en varios concursos como el Raymundo Gleyzer, en Morelia, México. Hasta que presentamos el concurso de Ópera Prima al INCAA y ganamos en 2011.
– ¿Qué te llamó la atención de la historia?
O.F.: La novela es increíble, me emocionó mucho. Me sentí muy identificado. Veía mi infancia reflejada en ella. Me imaginaba a mí en esas mismas situaciones jugando con mis amigos. Todos los que participamos somos del conurbano, por esa razón fue imposible no apropiarse de este proyecto. Si bien se demoró bastante por temas burocráticos como los pagos del Instituto, también quisimos dedicar el tiempo necesario para hacer la mejor película.
-¿Por qué elegiste a Oscar para que le diera vida audiovisual a tu novela?
Pablo Ramos: Fue sin pensar mucho, le dije 'la vas a hacer' y cumplí con mi palabra. Creo que la primera impresión de una persona nunca falla. Con Osky tuve esa sensación. Sabía que nos iba a costar pero enseguida me di cuenta de lo importante que era para él este proyecto. De la misma manera que me propuse vivir de la literatura, aunque las situaciones sean adversas.
–¿Cómo fue la relación entre ambos?
O.F.: Yo me siento como un intérprete, creo que el autor sigue siendo Pablo. Nos basamos mucho en el libro, desde las locaciones, los castings y hasta en la personalidad que debían tener los actores. Él estuvo muy presente en todas esas instancias. Tener un equipo muy experimentado hizo que la película fuera más fácil ya que Eduardo Pintos (director de Fotografía y Encuadre) y Javier Leoz (productor) son dos personas que llevan decenas de películas en sus espaldas. Era mi primera película pero no la de los demás.
P. R.: Fueron muchos años de escribir, subrayar, hacer anotaciones, hicimos un trailer largo para presentar a los concursos. Fue un trabajo también de hacernos amigos, conocernos, entender un poco más mi novela. Escribir este guión me ayudó a ser mejor novelista. A partir de ahí, encaré de manera distinta todo lo que escribo. Las cosas de largo aliento permiten que se decanten detalles que en los momentos rápidos es imposible. Fue un proyecto hermoso. Es una obra hecha entre amigos, para amigos. Creo que fue un encuentro con alguien que siente las cosas como yo a pesar de venir de realidades muy distintas. Sin embargo, vibramos en la misma frecuencia.
– ¿Cómo fue la selección de los actores?
O. F.: Tuvimos un gran inconveniente. Nosotros hicimos la selección de actores en 2012, pero como el INCAA tardó en pagarnos tuvimos que esperar para filmar y esos chicos crecieron y tuvimos que volver a hacer el casting. Pablo era el que terminaba de elegirlos, eso me dio mucha tranquilidad. Ahora, viendo el producto final, me doy cuenta de cómo acertó en el elenco.
P.R.: Fue un caos porque en esa edad los chicos crecen muy rápido y chocaban con los tiempos más lentos que teníamos para filmar. Están con las hormonas a mil. Apenas recibimos la plata del INCAA nos pusimos a filmar como locos. Logramos que los chicos se hicieran amigos. Ellos no eran actores pero eran del mismo barrio y creo que funcionó.
–¿Tuvieron dificultad en conseguir las mismas locaciones que narraba la novela?
O.F.: Sentimos que era posible hacer la película cuando fuimos a ver las locaciones. Si bien está ambientada en los años setenta, la mayoría de los lugares se seguían conservando tan cual los describe la novela. Tuvimos mucho apoyo de la Municipalidad de Avellaneda. Eso fue muy importante.
– ¿Cómo fue reencontrarte con esos espacios de tu infancia?
P. R.: No iba mucho a las filmaciones. Me costó mucho porque era duro para mí volver a las calles dónde había sentido esas heridas. Las locaciones son las mismas. Las paredes tienen las cicatrices de antaño. En la película traté de cerrar los ojos en la escena del velatorio de Tumbeta porque conocí la muerte desde muy chico. Los grandes injusticias y los grandes dolores no se curan con el tiempo. Se ignoran y se aprenden a llevar con uno. Además, en relación a la lectura, la imagen tiene un impacto muy fuerte.
-¿Por qué retratar la infancia?
P. R.: Allí se encuentra lo más rico, los valores, es una manera de investigarse. Ir a la infancia es una autopsia espiritual en vida. Es entender que te pasa. Si no volvés a ese lugar para analizarlo, seguís metiéndote cocaína y alcohol como lo hacía yo, dándote el botellazo en la cabeza. Si te detenés a pensar, el personaje principal muestra el inicio de un alcohólico, donde arranca tomando por diversión y luego de la muerte de su amigo, la cosa se pone más áspera, más pesada. Eso pasa porque elegí contar un momento muy particular en la vida de Gabriel, ese paso de la niñez a la adolescencia, donde empieza a chocar con la realidad y a dejar de idealizar a los padres. Cómo dice Donleavy en la frase que abre mi libro: "Descubriste que crecías como tus padres. Que papá no era Dios, ni siquiera un buen vendedor, sino un hombre tembloroso y aterrado en medio de una pesadilla".
–¿Qué diferencias encontrás con la infancia que viviste vos, que es la de la película, con la actualidad?
P. R.: Yo viví una infancia perfecta en la que, si bien había pobreza, en la mesa siempre había para comer, la heladera estaba llena, no había la miseria que hay ahora. La calle ahora es muy pesada para los pibes. Antes, con una pelota y dos cascotes nos divertíamos. La calle era buena, hay que volver a ganarla.
–¿Por qué decidieron que fueras el encargado de poner las voces en off?
P.R.: Fue una decisión de Oscar. Al principio, mi hijo mayor iba a ser el encargado, pero luego pensamos que también podría ser un adulto el que la narre. Que esté yo, es una decisión moral, una manera de hacerme cargo de la historia. Que se plantee como el último recuerdo que recuerdo.
– ¿Qué sentiste al ver el proyecto terminado?
P. R.: Hasta llegar a este final creo que la editamos más de diez veces, hasta semanas antes del estreno. Fue como una catarsis. Empieza a ser algo ajeno, algo que estás trabajando desde afuera haciendo que el otro sienta. Por eso me dedico al arte, porque te permite hablar con oficio de cosas muy dolorosas. Creo que la película y la novela son dos voces distintas en un mismo coro. Las veo en armonía, las veo independientes pero conviven entre sí. No traiciona ninguna a la otra.
-¿Cómo pensaste el estreno?
O.F.: Hay que resaltar que la película se pudo hacer por las políticas del gobierno anterior, cuando conseguimos el principal subsidio para que fuera una realidad y no un sueño. Se estrenará oficialmente hoy, jueves 20 de septiembre, en el Gaumont y estamos viendo algunas salas de Avellaneda e Isla Maciel. Es una película que no está pensada para cinéfilos sino para el público de Pablo y para las personas que viven o crecieron en el Gran Buenos Aires. Queríamos llegar a los barrios. Es una película que le gusta a la gente que no es de cine. Los barrios y algunas ciudades del interior siguen siendo bastante parecidos. Después, queremos mostrarla por el resto del país e ir con el equipo girando como si fuéramos una banda de rock.
–¿Qué sienten al estrenar en un contexto tan adverso?
O.F.: Experimento una contradicción emocional. Por un lado, estoy muy feliz de estrenar. Sin embargo, no puedo abstraerme del contexto político que estamos viviendo donde no solo le está yendo mal a la cultura, hay mucha gente sin trabajo o con un salario muy devaluado que no la están pasando bien. La gente no tiene guita ni ganas de salir. Eso dificulta que vaya gente a las salas.
P.R.: Estrenar una película en este contexto es extraordinario. Por un lado tenés al INCAA desmantelado y por otro a la gente angustiada. Es una manera de demostrar que el pueblo resiste y estamos de pie. Nos quieren tumbar. Por más que nos corten la luz por no poder pagar un monto exorbitante, no nos van a poder apagar la voz ni el pensamiento. Las ganas te nacen cuando más adversidad hay. Yo soy peronista desde la cuna. Acá estamos acostumbrados a luchar. La voluntad se saca de la misma lucha, de tus hijos, sino estamos fritos.
Fotos: Gentileza Marcelo Fabián Mehri
*El origen de la tristeza
Cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635, CABA
Estreno: 20 de septiembre de 2018
Duración: 71 minutos
SEGUÍ LEYENDO