Tienen entre cincuenta y sesenta años, nacionalidades distintas y un pasado en común: la guerra de Malvinas. En 1982 el combate en el archipiélago los enfrentó y hace poco Lola Arias los reunió. Se llaman Lou Armour, Rubén Otero, David Jackson, Gabriel Sagastume, Sukrim Rai y Marcelo Vallejo y probablemente nunca pensaron que protagonizarían una obra de teatro, Campo minado, y una película, Teatro de guerra, que ya recorrieron una veintena de ciudades del mundo y que se presentan esta semana en el San Martín.
Escritora, curadora, cantante, directora de teatro y ahora de cine, Arias, que creció entonando la "Marcha de Malvinas", se preguntó qué había quedado en la cabeza de esos ex conscriptos, que hoy son imprenteros, abogados, psicólogos y agentes de seguridad. "Estas personas fueron a las islas cuando tenían 18 y ahora tienen casi 60, entonces uno puede ver lo que la guerra hizo con ellos", explica Arias a Infobae Cultura.
Guiados por la artista en una película que oscila entre la ficción y el documental, los veteranos recrean escenas de combate, un beso absurdo entre Leopoldo Galtieri y Margaret Thatcher, se ríen, bailan, comparten recuerdos y reconstruyen su memoria. El clima conciliatorio solo expira cuando hablan de soberanía. Hay un disenso que no se dirime: para unos hace 36 años invadieron las Falklands; para otros se recuperaron las Malvinas.
—Nació en 1976, ¿tiene algún recuerdo de la guerra de Malvinas?
—Yo tenía cinco años cuando fue la guerra, no tengo un recuerdo particular porque era muy chica. Pero sí crecí en los años 80 en la Argentina y fui a un colegio público y aprendí la "Marcha de las Malvinas", que la recuerdo hasta el día de hoy, y de alguna manera crecí con la idea de que habíamos perdido parte de nuestro territorio. Pero no sabía mucho sobre la guerra. Hasta que no empecé a trabajar en este proyecto no me di cuenta de cuántos malos entendidos o cuántas cosas desconocía de lo que realmente sucedió.
—¿Cuáles eran estos preconceptos que tenía y cómo cambió su perspectiva?
-Hay muchas cosas generales y otras particulares de la guerra sobre las que cambié de perspectiva. Cuando empecé a trabajar en el proyecto en 2013, primero hice un trabajo que fue una videoinstalación solo con veteranos argentinos que reconstruían sus recuerdos de la guerra en los lugares donde viven y trabajan hoy. Lo primero que me sorprendió fue que de alguna manera no era del todo consciente de que la gran mayoría de los que fueron a la guerra eran conscriptos. Lo sabía, pero la proporción estaba un poco velada para mí. Cuando empecé las entrevistas conocí muchísimos veteranos que son desde psiquiatras a cantantes de ópera, imprenteros, abogados penalistas… Eso me dejó pensando en cómo se vuelve de la guerra cuando uno tiene 18 años y es un conscripto y está como saliendo al mundo, y luego cómo empieza la vida de adulto después de esa experiencia tan radical. El primer encuentro me llevó a dimensionar lo que había sido para muchos ir a la guerra en esa edad y dentro del contexto de la dictadura militar.
—¿Y en el caso de los ingleses?
—Cuando empecé a entrevistarlos me di cuenta de que yo partía de la base de que los que habían sufrido más eran los argentinos, justamente porque eran conscriptos y porque muchos de los que fueron no estaban preparados, no tenían entrenamiento, equipamiento ni el deseo de ir a la guerra. Y pensaba que los ingleses, al ser profesionales, habían sufrido menos los efectos de la guerra. Y cuando los empecé a entrevistar me di cuenta de que nadie está preparado para la guerra, que es una experiencia radical y que marca a las personas de una manera irreversible. Y que aún siendo militar y habiendo sido preparado, nadie imagina la dimensión que tiene esa experiencia, que es donde se pone al límite la humanidad, es estar entre matar y morir.
—Habló también de cuestiones más particulares que aprendió.
—Sí, por ejemplo los gurkas. Uno de los protagonistas de la película y la obra es un gurka. Y toda la información que circulaba en la Argentina era que eran mercenarios y asesinos, que cortaban cabezas y se comían las orejas de los soldados. Cuando conocés un gurka y conocés la historia de lo que es el batallón de los gurkas, que es parte del Ejército británico desde hace más de 200 años, entendés que no son mercenarios, sino que son parte del ejército. Pelearon en la Primera y la Segunda Guerra Mundial y en Malvinas no llegaron a combatir. Entonces toda esa fantasía de los gurkas asesinos era una ficción inventada por la prensa para demonizarlos.
—¿A partir de qué inquietudes nace Campo minado?
-Para mí la pregunta principal fue qué queda en la cabeza de alguien que fue a la guerra. Cuál es el recuerdo, la memoria, la imagen que vuelve a lo largo de los años. Ellos fueron a la guerra hace 36 años, cuando eran realmente muy jóvenes y ahora tienen 50 y pico, lo ingleses casi 60. Entonces uno puede ver a lo largo del tiempo que fue lo que se fosilizó. Cuál fue la imagen, el momento. la experiencia que los marcó. Esa fue la pregunta inicial. No quería que me contaran toda la historia de la guerra sino lo que quedó fijo en su memoria. Y llegar a eso que parece una pregunta simple es bastante difícil. Porque a lo largo de los años todo el mundo construye una forma de narrar la vida. Todos los que vivimos experiencias radicales o los que contamos simplemente lo que vivimos. Entonces, desarmar esa narrativa, salir de la anécdota para llegar al centro de la experiencia, del recuerdo, y de la marca es un trabajo arduo de tratar de entender cómo vivió cada persona ese momento. Esa fue la pregunta disparadora.
—¿Cómo llega a los ex combatientes?
-Yo entrevisté a alrededor de 70 veteranos de cada lado. El proceso para llegar es distinto en cada caso. Hubo varias vías por las cuales llegué a estas personas. Trabajé con dos personas más que son Sofía Medici y Luz Algranti, que hicieron la investigación y la producción. Ellas hicieron muchos contactos con asociaciones de veteranos que existen; después, con personas que escribieron libros de investigación, algunos más ficcionales y otros sobre la guerra; a través de personas que trabajaron en películas sobre el tema y personas que tuvieron algún trabajo de investigación. A partir de ellos fuimos armando una red. En la Argentina era más fácil porque conocíamos más gente y porque la mayoría eran conscriptos. Después también tuvimos entrevistas con militares profesionales, pero no quedaron en la obra. En el caso de los ingleses, fue a través de asociaciones de cuidado de los veteranos y también a través de gente que escribió libros y gente que hizo películas sobre la guerra. Hay que tejer una red y después uno empieza a entrevistar. Y eso es algo muy ajeno, hablar con generales no es lo más natural del mundo, pero también es muy interesante. Para Inglaterra era extraño que yo como argentina quisiera hacer una obra con ingleses y siendo mujer, porque qué saben las mujeres de la guerra…
—¿Era muy evidente este prejuicio?
-Sí, sobre todo en el mundo militar, que es un mundo masculino aunque las mujeres vayan a la guerra. Te preguntan por qué vos, qué te importa a vos la guerra, qué sabés. La guerra es una narrativa muy masculina, ha sido narrada por los hombres. Hay un libro de Svetlana Alexievich, una escritora bielorrusa (N. de la R., Premio Nobel de Literatura 2015), que se llama La guerra no tiene rostro de mujer. Es un libro que rescata las historias de las mujeres que pelearon en la Segunda Guerra Mundial. Es una cosa muy excepcional. Hay algo ahí que era un poco desconcertante para muchas personas.
—¿Cómo fue y cómo es su relación con los veteranos, sobre todo con los ingleses? En una escena de la película muestran su falta de confianza en el proyecto.
—La película narra no solo el proceso de encuentro de los veteranos, empieza con las audiciones y luego cuenta cómo se desarrolla la relación, pero también habla del proceso mismo de la creación de una obra artística y de los conflictos que eso trae. Durante todo el proceso de ensayos y rodaje, los ingleses se preguntaban hasta qué punto podía yo comprender el sufrimiento de los ingleses, hasta qué punto no estaba yo determinada por mi nacionalidad, por haber sido criada en la Argentina y por haber tenido una educación determinada. Estaba el miedo de que ni la obra ni la película pudieran dar cuenta del dolor de los ingleses. Era interesante hacer aparecer eso que fue una tensión importante durante toda la creación.
—¿Cómo describiría la relación entre los veteranos? El mismo grupo viaja por todo el mundo para presentar ambos trabajos, es algo casi experimental…
—Haber hecho esta obra es haber creado una suerte de experimento social: qué pasa si juntás enemigos de la guerra para reconstruir juntos lo que vivieron. No sabíamos muy bien cómo iba a resultar. De hecho fue un salto al vacío no solo para ellos, sino también para nosotros. A lo largo del tiempo, la relación pasó por muchas situaciones y siguen pasando cosas. Porque es un grupo humano que comparte algo muy fuerte, lo que los hace muy unidos. La experiencia de la guerra es algo que los une porque es algo que tienen en común y los separa del resto de nosotros. Sienten que ellos se entienden entre sí de una manera que alguien que no lo vivió no puede. Por supuesto también hay disputas y conflictos como en cualquier grupo y sobre todo hay una diferencia radical, que los argentinos creen que las islas son argentinas y los ingleses creen que los isleños son ingleses. Esa diferencia es muy fuerte entre ellos, pero no impide que compartan un montón de cosas, viajen juntos y pasen los 2 de abril unidos en ese recuerdo de los que murieron. Porque al final también todos ellos cargan a sus muertos. Ninguno de los que no fuimos a la guerra sabemos lo que significa cargar muertos, saber que vos fuiste el que sobrevivió pero que al lado tuyo tu compañero voló en pedazos.
—Las obras ya se exhibieron en más de 20 ciudades, en lugares donde probablemente el público no sepa qué fue la guerra de Malvinas, ¿cómo fue la recepción en este sentido?
—La obra fue a 25 ciudades y la película a 27 festivales, fue un gran recorrido y es interesante ver cómo repercute en distintos contextos. Lo que pasa es que aunque alguien no sepa nada de lo que fue la guerra de Malvinas, y ni siquiera sepan ubicarlas en el mapa, la obra tiene algo que trasciende la guerra de Malvinas, habla de una manera más general sobre lo que hace la guerra con las personas. De qué significa haber vivido esa experiencia, de cómo se habla de la guerra, de qué manera se puede poner en escena el dolor. Y eso es algo muy universal. En Francia hablaban de que sus abuelos habían peleado en Argelia y nunca habían hablado de eso. En Moscú hablaban de la guerra en Ucrania y de lo difícil que es compartir las experiencias entre rusos y ucranianos y poder pensar una forma de colaborar y pensar lo que están viviendo. En cada contexto se lee en función de la historia de cada país, hay algo que es más grande que la historia particular de esta guerra.
—Si digo que Teatro de guerra es un documental, ¿está de acuerdo?
—Es extraño cuando uno trata de definir el género de esta película, porque si uno piensa en el documental como un documental de entrevistas, de material de archivo, evidentemente no lo es. Entonces uno diría que no. Pero tampoco es una ficción en el sentido de que están contando historias reales que ellos vivieron, reconstruyendo sus experiencias. Ya igual creo que pensar el documental solo como un documental de investigación basado en entrevistas es un poco absurdo, porque existen muchas películas que están en esa rara zona entre el documental y la ficción. Teatro de guerra está ahí. Pero creo que responde más a las expectativas que la gente tiene cuando escucha la palabra documental. Cuando uno ve la película queda claro que tampoco es un documental de observación en el que la cámara trata de registrar lo que sucede. Hay una puesta en escena, las escenas están ensayadas, uno se da cuenta enseguida de que hay muchas tomas para haber llegado a esa situación. Hay un trabajo muy grande de puesta en escena que hace que la película tenga esa forma que la asemeja a una ficción, porque está completamente decidido cada plano y cada situación. Hay mucha conciencia sobre lo que está pasando y no hay nada espontáneo en ese sentido.
—Es decir que conviven el artificio y la pretensión de realismo.
—Yo creo que lo más atractivo es esa tensión que hay entre lo complemente artificial y lo auténtico. Esa tensión es la que construye la película. Uno sabe que lo que están contando es real y a la vez se da cuenta de que el texto que dicen ha sido preparado y ensayado. Conviven esas dos cosas. Y creo que eso lo hace también más poderoso, porque uno tiene la sensación de que la persona tiene una distancia con lo que cuenta porque ha logrado transformarlo en algo, un relato, ha construido una distancia con respecto a la experiencia que narra. Eso se ve claro. Ellos están contando lo que vivieron de manera literaria. Hay palabra y expresiones que están elegidas, eso es un trabajo que se hizo y genera esa distancia que les permite estar ahí contándolo y les permite no quebrarse. Lo cuentan realmente como una historia, casi como una ficción.
—¿Piensa que alguien podría leer las obras como una propuesta de reconciliación entre ambos países?
—Creo que ese temor incluso lo tenían los protagonistas: ¿qué significa hacer esta obra? ¿Significa que nos reconciliamos con los ingleses, que dejamos nuestro reclamo por la soberanía de lado y aceptamos que las Malvinas son inglesas? No, la verdad que no, no es ese el sentido del proyecto. Uno puede tener esa idea si no vio la obra ni la película. Cuando las ves, es claro que no borran el conflicto ni hay una reconciliación en el sentido de olvidar y perdonar. La película y la obra ponen esa tensión que existe entre los dos países sobre la mesa.
—¿Se le ha señalado esto?
—No, pero antes de ir a ver la obra pasó que algunos ex combatientes les mandaron mensajes a algunos de los argentinos diciendo que no se iban a sentar en el teatro a aplaudir a los ingleses. Entonces venían a las funciones con una bandera que decía "las Malvinas son argentinas". Después lloraban abrazados a la bandera y a los ingleses. Cuando uno ve la obra entiende que es sobre el dolor, la pérdida y el trauma de la guerra. Y que uno puede entender y tener empatía con esa situación. Lo que uno ve es que se puede crear un objeto artístico aún sin estar de acuerdo en el problema de la soberanía. Hay algo que ellos entienden del dolor del otro.
*Teatro de guerra se exhibirá desde este jueves en la Sala Leopoldo Lugones; Campo Minado, desde el 9 de septiembre, de miércoles a domingos, en la Sala Casacuberta.
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