-Voy al chino. ¿Alguien quiere algo?
Son las cinco de la tarde de un día oscuro en el garage frío del Luna Park, ahí donde la ciudad se va terminando. Un revuelo de flecos color plata acaricia una espalda en la que se adivina una cola perfecta. Montada sobre un par de botas cortas y brillantes, la mujercita maravilla que acaba de salir de su camarín muestra sus dientes tan blancos y se ríe de su propio chiste mientras pasa de largo rumbo al escenario, en donde el resto del equipo la espera para la etapa final de la prueba de sonido del nuevo show. Lali, se llama. El huracán se llama Lali.
Mariana Espósito, Lali para todos, nació en octubre de 1991 y al día de hoy debe haber pasado más horas arriba de un escenario o hablando delante de las cámaras que viviendo por fuera del espectáculo. "Me enciendo naturalmente, con comodidad. Sigo siendo yo, algo exacerbada. Pero soy yo", dice Lali, que vive el contacto con el público o la mirada todoterreno de las cámaras como algo familiar. El había una vez de su carrera comenzó con una participación en Caramelito y vos, el programa de Cecilia "Caramelito" Carrizo. O, en realidad, no: todo parece haber comenzado en el living de su casa del pasaje La Cooperación, en Parque Patricios, cuando siendo todavía muy chiquita descubrió el CD de los grandes éxitos de Queen, con Rapsodia Bohemia a la cabeza.
Fue entonces que, siendo una nenita, se enamoró de lo que llama "el estilo teatral" de Freddy Mercury, incluso antes de conocer su rostro. Para Lali, estar frente a las cámaras tiempo después solo iba a significar un ligero corrimiento de escenario: primero fue bailar y cantar con frenesí frente al espejo; después, frente a los técnicos y a los compañeros; más tarde, frente al gran público.
La revolución verde
En las redes sus fans solo tienen palabras de amor y agradecimiento y dicen a quien quiera leerlos que Lali les brinda felicidad a través de su sonrisa. Algunas de ellas lloran emocionadas cuando la ven, otras se paralizan, otras no paran de hablar y de hablarle. Para Lali, esas multitudes de chicas de mochila y pañuelo verde -hay también chicos, pero son menos- que la siguen ahí donde vaya, la buscan por identificación y porque quieren que le hable al mundo en nombre de ellas. Le piden, cree ella, que se convierta en su vocera, en la vocera de sus causas, ya que a ella sí la escuchan. A ella sí la ven y le prestan atención en todos lados.
"Cuando me miran, en esos ojos veo fuerza y energía y un voto de confianza. Es una identificación. Es como si me dijeran 'te elegimos, te seguimos, te queremos porque podés representarnos'". Habla con convicción y brillan sus ojos oscuros enormes y maquillados. La que esto dice no es la Lali huracán sino una mujer en susurros, una Mariana afiebrada luego de una jornada intensa en la que posó horas y horas para una producción de fotos. Habla de las chicas que le escriben en Instagram, las que cada vez que la ven le piden que hable por ellas pero que a la vez la eligieron para escucharla. Y no solo para escuchar sus discos sino también sus ideas y sus posturas en determinados debates.
En Argentina, y pese a la contradicción que puede entrañar este reconocimiento, el movimiento de mujeres sabe que hay mucho que agradecerle a Lali Espósito: su participación en la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito fue decisiva para llevar el tema a todas las edades y clases sociales y para que las adolescentes tomaran el verde como bandera de libertad en tiempos en los que los cuerpos cuentan. Su actuación durante la entrega del Martín Fierro de este año, en la que terminó agitando un pañuelo verde, fue uno de los hitos de la campaña por su alcance y su repercusión.
El mejor show posible
Son las siete de la tarde de una tarde calurosa, punto final ardiente de un agosto helado. No se siente bien y nos lo dice; está preocupada, en un par de días parte a Venecia, donde compite su nueva película y tiene miedo de no recuperarse del todo. Pese al malestar, no deja de posar ni responder en ningún momento y obedece las indicaciones de los camarógrafos en silencio; es capaz de repetir una toma una y mil veces, como es capaz de volver a practicar un número durante un ensayo una y otra vez hasta que algo interno le hace click y le dice que ya está, que es así, que eso es lo máximo que puede dar. Cuenta que eligió un vestido plateado para las pasarelas venecianas. Cuenta también que el vestido es muy ajustado, casi otra piel. "No voy a poder respirar ni tomar una Coca Cola", se ríe.
Entre las cosas que aprendió de Cris Morena, dice, hay una que es clave y es que nunca pierde de vista al público y que, aún siendo protagonista, hay algo (¿un don?) que le permite ver el espectáculo como desde afuera y saber cuando las cosas no están en el lugar que les corresponde: un tono, una bailarina, un tempo. O una luz, como cuando durante el ensayo en el Luna Park, enfundada en un body color crudo que le cubre y le ciñe todo el cuerpo mira desde el escenario hacia el frente y bien arriba y le pide al iluminador, entre risas: "No, azul no; mejor una luz naranja o rosada, sino voy a parecer un espermatozoide de dos millones de dólares".
Se sabe una privilegiada. Hay una sentencia de su padre, que él siempre le recuerda y es que la mayoría de la gente trabaja de lo que puede y no de lo que quiere, de modo que debe estar agradecida por eso. A esto suma el esfuerzo que hacen los fans para seguirla y por eso sabe que tiene que cumplir, que está obligada a hacerlo. "Si hay algo de lo que no podés olvidarte es que alguien paga una entrada para verte y que siempre tienen que llevarse el mejor show posible", dice como un mantra.
Es perfeccionista hasta el agobio y parece también que casi en solidaridad responde a las manías y obsesividades de los otros, como si entendiera cada TOC ajeno. Cuando confía, se brinda; pero si piensa que algo puede hacerse mejor, es capaz de dar indicaciones a quienes, por el rol que desempeñan, deberían dárselas a ella. "Tengo ojos en la nuca", vuelve a reírse de ella (algo muy propio de su familia, asegura, "gente muy jodona"), como cuando se burla de su altura o dice que tiene "dos pelos" propios. Con autoridad y desparpajo -un cóctel fenomenal de potencia y seducción-, desde su metro cincuenta y cuatro, manos en jarra o brazo extendido, se para firme y le dice a quien sea "esto es así y esto es así y esto es así". Y terminará siendo así, nomás, como ella dice que es.
Tiene dominio de escena y también controla todo lo que se mueve a su alrededor. Su último espectáculo, Brava (como el nombre de su disco) la tiene como protagonista, productora y diseñadora. Habitualmente ella tiene el espectáculo en la cabeza y busca quien lo lleve a la realidad, así es como trabaja. Se ocupa de la música, de los invitados (como los venezolanos Mau y Ricky, hijos de Ricardo Montaner, que cantan con ella el sensual "Sin querer queriendo" y la acompañaron en la presentación), de la escenografía, de los castings.
Está en todo, para bien y para mal. Solo pone el freno los viernes a la noche, cuando no hay show y lo único que la espera es una maratón de Netflix. Los años de formación y crecimiento con Cris Morena no son un recuerdo borroso sino un oficio que lleva incrustado como un chip profesional. Rincón de luz, Floricienta, Casi ángeles y los Teen Angels se llaman esos capítulos vitales que fortalecieron su vocación de celebrity.
Cuántas Lali hay
Lali son muchas, tantas como es posible crear y dar vida con multitud de trajes y postizos y también con un elenco de personalidades diferentes que lleva siempre encima. Es la reina del erotismo o la chica de barrio más encantadora. La diva exquisita o la compañerita de banco que no para de hacer chistes. Es pura boca roja y pulposa o cara lavada y casi transparente. Es medias de red y tacos aguja o pantalón cargo y buzo, con zapatillas de plataformas astronómicas. Es también, o podría serlo, un personaje de Walt Disney.
En el show, en cierto momento luce un vestido de gasa y un peinado recogido que la hace parecerse a Bella, de La bella y la bestia . "Y esta vela es para mi prima…", bromeaba en el ensayo, porque el vestido -efectivamente- también podría ser el de una quinceañera romántica.
Más allá de lo que diga el metro, arriba del escenario Lali Espósito no parece una jovencita menuda sino que luce como una mujer enorme y poderosa: se come el mundo en dos bocados. En sus fans, esos que la siguen a todos lados y que ven sus videos y sus posts millones de veces, hay deseo, idealismo, amor profundo y agradecimiento. Lali es muchas y quiere ser más, por eso sigue apostando y en lugar de quedarse allí donde está cómoda, va y desafía. Dice, y está segura, que ser artista es justamente eso: probar diferentes cosas todo el tiempo. Y en calidad de ejemplo cuenta que cuando Adrián Suar le propuso hacer la segunda parte de Esperanza mía, la tira en la que ella hacía de falsa novicia, rechazó la propuesta porque sintió que ya no tenía nada más para dar con ese personaje y a ella no le gusta engañar a nadie.
Llega "Acusada", una Lali desconocida
Por estos días la ciudad exhibe la foto de Lali en publicidades por la gira de su nuevo disco, por el estreno de Acusada y también porque integra el equipo del reality Talento Fox. Las revistas y las redes la muestran en eventos sociales pero también de vacaciones con su novio Santiago Mocorrea, un joven empresario (luego de tener romances con otros famosos como Benjamin Amadeo o Mariano Martínez), o simplemente posando con él para algún fotógrafo. Lali domina no solo el escenario sino también la dinámica del periodismo del espectáculo: basta con ver cómo entrega lo que se precisa para que hablen de ella cada vez que lo precisa o cómo responde a todo lo que le preguntan con la misma soltura con la que canta y baila pero también cómo, cuando no quiere hablar más de algún tema, saca la tarjeta roja con firmeza y sin reparos.
Esta semana se estrenará en Argentina su nueva película, Acusada, en la que por primera vez no canta ni baila ni busca divertir. No hay mohínes ni sonrisas, no vale la enciclopedia de siempre. En la película que dirigió Gonzalo Tobal y que acaba de pasar por la competencia del Festival de Venecia tampoco hay miradas provocadoras ni labios lujuriosos. Hay drama profundo, no el de la telenovela familiar.
Casi sin maquillaje, Lali debió ponerse en la piel de Dolores Dreier, una joven a quien acusan de haber matado a su mejor amiga, que fue salvajemente asesinada luego de una fiesta algo pasada de estímulos. Dos años después del crimen, el caso es objeto de gran exposición en los medios y el nombre y el rostro de Dolores forman parte de la conversación colectiva y, por supuesto, de todas las formas de opinión pública, que suele llegar al trato salvaje y descarnado a partir del prejuicio.
Junto al personaje de Dolores, hay un elenco de grandes que sí juegan un juego que conocen. Un padre (Leonardo Sbaraglia) y una madre (Inés Estévez) que se ocupan de hallar el modo de salvar a su hija de la cárcel y que, al mismo tiempo, se preguntan cómo recuperar la vida perdida. Un hermano mucho más chico que es el único que por momentos, y en virtud de su amor, puede quitar a Dolores de la trampa en la que cayó. Un abogado que conoce todos los trucos legales posibles (Daniel Fanego) y que pretende modelar el discurso y el aspecto de Dolores para que seduzca al tribunal que debe juzgarla (donde destaca Gerardo Romano, como un fiscal astuto y contenido, en medio de un caso proclive al desborde). Y un periodista escéptico y ambicioso (Gael García Bernal), que pretende que Dolores confiese el crimen en cámara aunque encuentra del otro lado a una persona que o bien es una manipuladora brutal o es alguien que consiguió convertirse en una piedra para evitar el sufrimiento.
Estos personajes interactúan en una historia con tono policial pero que al mismo tiempo deja en el espectador una serie de preguntas e interrogantes más filosóficos sobre la crianza, el presente ahogado por la tecnología y la inquietud que siempre despiertan esos hechos que, voluntarios o no, pueden cambiar la vida de una persona radicalmente de un momento a otro.
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Son días intensos para Lali Espósito y un momento de cambio para su público: para quienes la conocen pero también para las que podrían conocerla a partir de su sorprendente personaje en Acusada. Lejos de las comedias y del melodrama, lejos de la música pegadiza y los bailes enérgicos y sensuales, es hora de cruzar al otro lado y ver qué hay. El huracán Lali no parece asustarse por los desafíos; no es casual esa inscripción en uno de sus buzos, puro fulgor y casi un lema para los que adivinaron que la vida nunca alcanza.
"Disfrutemos el momento", dice, en letras enormes, plena potencia, negro sobre blanco.
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