Cortos, películas y series de animación: cinco recomendaciones para este fin de semana

Una guía de propuestas alternativas y plurales, que van de Kiarostami a Matt Groening, pasando por cortos del dúo coreano PARKing CHANce, un documental sobre Piazzolla y un clásico del cine mudo protagonizado por la gran Asta Nielsen

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Abbas Kiarostami, "24 cuadros" (2017)

Tomemos una muestra algo azarosa de lo que podría verse este fin de semana en Buenos Aires: tal vez pueda ilustrarse así el surtido de experiencias que el espectador actual tiene a la mano. Son imágenes de un caleidoscopio difuso, fragmentos del popurrí audiovisual en el que vivimos inmersos, sin que sepamos muchas veces adónde conviene fijar la mirada. Las propuestas festejan una diversidad de espacios de exhibición y de variables expresivas: desde el testamento fílmico del iraní Kiarostami hasta los cortometrajes del dúo surcoreano PARKing CHANce, pasando por alguna joya del cine mudo proyectada en un templo de la cinefilia porteña, un imperdible documental reciente sobre Astor Piazzolla –tal vez, lo mejor de este conjunto– y la última serie de animación por streaming del infatigable Matt Groening. Vayamos por partes.

1- 24 cuadros, de Kiarostami

En julio de 2016 murió Abbas Kiarostami y, con él, un intento de renovar  las anquilosadas rutinas del cine y de sus audiencias. Hace más de veinte años, sorprendió a los espectadores y a la crítica con El sabor de la cereza (1997): una película cuyo principal mérito, descontando el minimalismo de su puesta en escena, había que buscarlo en su incapacidad para responder de manera sustantiva a la pregunta que ella misma planteaba (¿Para qué vivir? O más bien: ¿Por qué no matarse?). Cerrando un ciclo vital y también artístico, todavía puede verse, en alguna sala de Buenos Aires, la última película que el director filmó pero no llegó a estrenar: se titula 24 cuadros (2017) y fue finalizada por su hijo Ahmad. Se trata de un triple homenaje a la fotografía, a la pintura y al propio cine. Si el plano inicial contiene un tributo a la pintura de Peter Brueghel –y, a través de él, un guiño al cine de Andréi Tarkovsky–, en la escena final, alguien se adormece frente a una pantalla que proyecta el beso conclusivo de Los mejores años de nuestras vidas (1946), el clásico hollywoodense de William Wyler.

24 cuadros se compone, literalmente, de dos docenas de planos de 4 minutos y medio. Tal vez se equivoquen quienes piensan que esa propuesta formal sólo puede garantizar el sopor. En casi todas las situaciones, Kiarostami encuentra la ocasión de construir fábulas de la tenacidad, extraídas sobre todo del mundo animal, y se las ingenia para mantenernos alerta. Además del esplendor de su fotografía, la música es la compañera esencial del camino elegido: puede tratarse de un antiguo tango de Francisco Canaro, la cursilería de una canción de Lucio Dalla, Janet Baker entonando el Ave María de Schubert o, al final, el romanticismo expansivo de un musical de Andrew Lloyd Webber. Aunque no se cuenta entre sus películas sobresalientes, 24 cuadros es digna de verse.

¿Quién habría dicho que Kiarostami acabaría rendido ante las posibilidades que le ofrecía la manipulación digital de las imágenes? El espectador aborda el film con escepticismo y puede que, poco después, se rinda ante la impostura del arte, que a veces también es su encanto. En cualquier caso, el cineasta iraní ya no nos deslumbrará más con sus epifanías ni nos fastidiará con la extrema austeridad que lo hizo famoso.

Abbas Kiarostami, “Shirin” (2008)
Abbas Kiarostami, “Shirin” (2008)

2-PARKing CHANce:

Más que la tradicional sala de cine, películas tan experimentales como 24 cuadros parecen demandar otro contexto de exhibición y otro tipo de espectador, más cercano al arte contemporáneo: lo mismo vale para otras obras del director como Ten (2002), Five (2003) o la notable Shirin (2008). El amante del arte está entrenado en el desconcierto y es por ende más permeable a las formas alternativas de la experiencia estética. Es dentro de una muestra en el CCK, de hecho, que podemos encontrar el contexto idóneo para acercarnos a la obra del dúo surcoreano PARKing CHANce: una dupla formada por el célebre director de cine Park Chan-wook –el creador de la truculenta Oldboy (2003)– y su hermano artista Park Chan-kyong.

Choi Min-Sik en “Oldboy” (2003), de Park Chan-wook
Choi Min-Sik en “Oldboy” (2003), de Park Chan-wook

Dialogando con fotografías y backlights, la exhibición del CCK reúne cuatro de los siete cortometrajes que, al día de hoy, han firmado los hermanos Park. Viaje de día (2012) es una parábola en torno a un profesor y una alumna de esa modalidad tradicional de canto épico que, en Corea, se denomina pansori. Juntos suben una montaña: durante la travesía, él encuentra la muerte y ella, una imprevista revelación pedagógica. Menos lírico, el reciente mediometraje Créase o no (2018) propone una opresiva ficción política. En las migraciones cruzadas de los personajes de esta historia, se cifran las relaciones, a esta altura porosas pero aún inescrutables, entre Corea del Sur y Corea del Norte. Si el espectador se confunde, el efecto es del todo deliberado. Ya nadie sabe bien quién sirve a quién, quién escapa de dónde, y quién miente o dice la verdad. Tampoco quién es un gángster, un funcionario o un predicador, ni qué es verdad documental o puesta en escena propagandística. Muy cuidado en lo formal, el film alterna la severidad del blanco y negro con brillantes secuencias en color.

PARKing CHANce, “Créase o no” (2018)
PARKing CHANce, “Créase o no” (2018)

También logra inquietarnos Pesca nocturna (2011), el primer trabajo de PARKing CHANce. Íntegramente filmado con un iPhone 4, combina más de un género: es una rara mezcla de cuento de terror, psicodrama y registro de una expiación chamánica. Pero, sobre todo, conviene ver la hora completa que dura Amargo, dulce Seúl (2013), documental que responde a esa modalidad de creación participativa que se conoce como crowdsourcing. A través de una campaña, los hermanos recibieron miles de propuestas, filmadas en una variedad de calidades, estándares y formatos. A partir de una selección de esos clips, crearon un retrato audiovisual de la capital de Corea en todo el esplendor de su caos y su belleza. Esta nueva sinfonía coral de una gran ciudad proviene de Oriente pero evoca, casi un siglo más tarde, los afanes y la técnica de Dziga Vértov y Walter Ruttmann. A través de un montaje que logra coser cientos de tomas cortas, este aleph de Seúl evoca una magia ajena y a la vez muy próxima: sin duda, las grandes ciudades se parecen, aunque cada una sea feliz o infeliz a su manera.

PARKing CHANce, “Viaje de día” (2012). Foto: Federico Kaplun
PARKing CHANce, “Viaje de día” (2012). Foto: Federico Kaplun

3-Un nuevo Piazzolla

¿Creíamos saberlo todo sobre el compositor de "Adiós Nonino"? El documental de Daniel Rosenfeld Piazzolla, los años del tiburón está allí para desmentirlo. La crítica saludó a esta película con la calidez que merece: porque expande el espectro de los saberes, es hospitalaria con el público general y contiene más de un guiño para el entendido. Enriquece el anecdotario que asociábamos con Piazzolla al evocar el pasado gangsteril de sus padres en la Nueva York de los años 20, o los años del músico adolescente en las noches porteñas de cabaret. También al anoticiarnos de que el primer bandoneón del niño Astor fue adquirido en el Barrio Chino o al recordarnos que el avión que Piazzolla se abstuvo de tomar fue el mismo que llevó a la muerte a Carlos Gardel. La película nos brinda un atisbo de la relación del compositor con Alberto Ginastera y una anécdota valiosa sobre Nadia Boulanger, la mítica maestra que introdujo una inflexión fundamental en su carrera.  Y se detiene, entre otras cosas, en un hobby estrambótico que el músico compartía con su hijo Daniel: la pesca de tiburones.

El film está compuesto por materiales audiovisuales mayormente inéditos: entre ellos, una exquisita selección de fotos capaces de recuperar el aroma del pasado, así como los audios de largas conversaciones que Piazzolla sostuvo con su hija Diana, quien escribiría su biografía (Astor, 1986). Al mismo tiempo, Rosenfeld recapitula la evolución de los registros: vinilos y VHSs, pasando por filmaciones en Super 8 y cassettes TDK.

La película también revela aspectos del sentimentalismo argentino, así como formas antiguas, algunas caducas, de concebir la paternidad y la virilidad: modos de la sensibilidad que tal vez no convenga perpetuar, pero tampoco dejar de documentar. En cualquier caso, Rosenfeld permite que a través de una voz contrariada –la del hijo díscolo, no la de la hija biógrafa–, vaya surgiendo la historia de un linaje, un desasosegado retrato de familia. Si bien no aventura hipótesis alternativas y más bien ratifica las habituales, el director enriquece la semblanza histórica y biográfica, con lo cual nos habilita a realizar nuevas lecturas de la obra de Piazzolla. La calidad de este documental no debería asombrarnos si recordamos que, hace muchos años, Rosenfeld filmó otro melancólico retrato familiar, también en torno a un renovador del tango: Dino Saluzzi. Ensayo para bandoneón y tres hermanos (200o), una joya que debe ver todo melómano.

Astor Piazzola (1921-1992)
Astor Piazzola (1921-1992)

4-Homenaje a una diva danesa en la Sala Lugones

Mientras camadas de espectadores se reencuentran con la figura de Piazzolla, en la Sala Lugones se proyecta un pequeño ciclo que homenajea a la danesa Asta Nielsen, remota diva de la era del cine mudo. Hoy y mañana podrá verse La calle sin alegría (1925), del austríaco Georg Wilhelm Pabst. No se requieren intereses arqueológicos para dejarse arrastrar por la trama magnética de esta película en la que Nielsen comparte protagonismo con Greta Garbo. La historia transcurre en la Viena de la época de la inflación y el acento recae sobre todo en el empobrecimiento de la clase media: un cuento viejo y a la vez siempre actual. Hay varias historias paralelas, que se tocan o se repelen: dos tienen final trágico, e incluso tremebundo, mientras que una –no diremos cuál– es coronada con un artificioso happy end. El film se inscribe en el género del melodrama social, pero también incluye elementos del policial. De este film que, en su momento, cosechó todo tipo de censuras y cortes, se exhibirá una reconstrucción muy cercana a la versión original, realizada por el Filmoteca de Múnich.

Asta Nielsen en “La calle sin alegría” (1925), de Georg Wilhelm Pabst
Asta Nielsen en “La calle sin alegría” (1925), de Georg Wilhelm Pabst

La calle sin alegría, por lo demás, es un caso perfecto para conocer qué es un "Strassenfilm" o "película de la calle": ese subgénero urbano del cine mudo que proliferó en Alemania, en la época de la República de Weimar. Fue Siegried Krakauer quien acuñó ese término en un capítulo de De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán (1947). En estas películas, de tendencia realista, el paisaje urbano aparece como el lugar que acoge las virtudes que han desertado de la sociedad burguesa. (No es inhabitual que el resto de moralidad positiva lo encarnen las prostitutas.) Son películas desapacibles en las que la calle misma se vuelve el centro de la vida: una región poblada no tanto por proletarios como por seres proscritos.

La bella Greta Garbo en en “La calle sin alegría”
La bella Greta Garbo en en “La calle sin alegría”

5- Matt Groening, después de Los Simpson

Entretanto, en plan mucho más ligero, Matt Groening estrenó una nueva serie que parece haber defraudado a muchos de sus seguidores, pese a que logró entusiasmar a unos pocos. ¿Nos privaremos de verla? La crítica no ha sido muy complaciente con (Des)encanto, difundida por Netflix en agosto de este año. Pero hay que reconocer que Groening es diestro en la moderada parodia de los géneros: el de la ciencia ficción anticipatoria en Futurama, el del cuento de hadas en (Des)encanto. ¿Cómo no empatizar, ahora, con el trío que forman una princesa alcohólica y dientuda, un diablillo que nos tienta a obrar mal pero que a veces puede actuar con nobleza y, finalmente, un elfo hastiado de vivir feliz en un mundito de fantasía, y ansioso por paladear las miserias de la realidad prosaica?

Esta historia bobalicona, sin embargo, logra introducir astutas variaciones en los entresijos de la industria del entretenimiento. Es de remarcar el aporte de  la música bullanguera de Mark Mothersbaugh. Y hay que decir que el verosímil vagamente feudal está a la vez bien logrado y burlado. Con una ciencia médica (e incluso cosmética) inseparable de las sanguijuelas, magos que persiguen el elixir de la inmortalidad y un bestiario profuso: hay un grifo que cumple un rol fundamental en uno de los capítulos, pero también una reina anfibia, una giganta tuerta y un antílope racista. Y además, seres que mágicamente se petrifican y que acaso puedan recobrar, sortilegio mediante, su primitiva vida humana. "En un reino de gatos parlantes, cerdos encantados y hadas prostitutas, Elfo me centró en la realidad", reconoce paradójicamente la princesa Bean.

Elfo, la princesa Tiabeanie y el demonio Luci en “(Des)encanto, de Matt Groening
Elfo, la princesa Tiabeanie y el demonio Luci en “(Des)encanto, de Matt Groening

A Groening, sin embargo, se le criticó que su nueva obra no tuviera la necesaria dosis de magia. También se le achacó no haber entronizado a una heroína lo suficientemente feminista… ¿Será justo? (Des)encanto es una historia a la medida de su ironía y de su humor algo cándido. No faltan, tampoco, quienes denuncian repeticiones y similitudes, que acaso responden a una razón más profunda. Desde luego hay un aire de familia, en el doble sentido de la palabra, con Los Simpson. Y el trío protagónico recuerda a otro terceto (el que forman Philip Fry, Bender y Leela, en Futurama). Pero en el último episodio de la nueva serie hay motivos –no adelantaremos cuáles– para pensar que esta historia pseudomedieval está conectada íntimamente con sus otras creaciones. (La clave tal vez se encuentre en los viajes en el tiempo que introduce el memorable capítulo 95 de Futurama: "El difunto Philip J. Fry".) Recordemos que, bajo el título de "Simpsorama", ya Groening había introducido un crossover entre los personajes de Springfield y la Nueva New York de Futurama. No nos asombraría constatar que, en el elástico mundo posible del autor, las tres ficciones forman parte del mismo universo, alocadamente coherente.  El tiempo lo dirá: mientras tanto, si resignamos las expectativas demasiado altas, nada nos impedirá disfrutar de su inventiva.

“(Des)encanto”, a la espera de una segunda temporada
“(Des)encanto”, a la espera de una segunda temporada

* "24 cuadros", de Abbas Kiarostami, todavía puede verse en el cine Cosmos UBA (Av. Corrientes 2046).
* Los cuatro cortometrajes de PARKing CHANce pueden verse, hasta el 30 de septiembre, en la exposición del CCK (en La Gran Lámpara, 6to piso, Sarmiento 151), miércoles a domingos y feriados, de 13 a 20, con entrada libre y gratuita. La propuesta coincide con la quinta edición de Han Cine, el festival dedicado al cine coreano contemporáneo: hasta el 12 de septiembre en Cinemark Palermo (Beruti 3399).
* "Piazzola, los años del tiburón", de Daniel Rosenfeld se proyecta en varios cines porteños y del país.
* Este sábado 8 y domingo 9, a las 14 y 18, puede verse "La calle sin alegría", de G. W. Pabst, dentro del ciclo "Historia permanente del cine: Asta Nielsen, diva total" (hasta el 11 de septiembre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1529).
* En Netflix puede verse la primera temporada de "(Des)encanto", de Matt Groening (10 episodios de aproximadamente media hora cada uno).

 

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