Por Fabián Sevilla
La nochecita de un domingo de febrero del año pasado salí a caminar para aplacar las ansiedades pre lunes. Recibí entonces un whatsapp de mi editor, Diego Barros, proponiéndome escribir una novela para Planetalector que se alejara de lo que venía haciendo (siempre escribo fantasía y humor). En su esquelita online, además me pedía que fuera para preadolescentes y que tuviera un tema "potente".
Mi ansiedómetro llegó a su nivel máximo, debo aceptarlo. Pero sin pensarlo asumí el desafío: sería mi primera novela realista y además, con un tema que hacía mucho venía preocupándome. Le ofrecí escribir sobre el grooming y le conté algunas ideas que venía pergeñando para cuando me sentara a escribir; cuando le presenté una sinopsis, la aceptó en el acto.
Y me puse a trabajar en lo que de entrada se llamaría "Alicia a través de la pantalla".
¡Ay de mí!
Ni sospechaba que comenzaría un período de descubrimientos en muchos aspectos.
Primero, algo exclusivamente referido a lo vinculado con el hacer del escritor. Lo difícil que resulta escribir una novela realista para lectores desde los 12 años en adelante (al menos para quien ha venido trabajando en géneros como el fantástico y el humorista). Y también, como extra, la complejidad de crear una ficción con una problemática como la del grooming para ese grupo de lectores sin simplificar, esconder, deformar y dotándola de verosimilitud.
Segundo, a medida que investigaba sobre grooming y entrevistaba a los padres de chicas y chicos que fueron víctimas de "depredadores", para poder evitar esas simplificaciones o deformaciones, fui percatándome de algo. Descubrí lo "invisibilizado" que está ese tema en Argentina y lo común que resulta el que los pibes caigan en las redes de ese y de otros riesgos que se esconden detrás de la pantalla.
Recuerdo que en una visita a un colegio secundario, en un primer año me preguntaron si estaba trabajando en un nuevo libro; les conté sobre Alicia a través de la pantalla. Cuando por curiosidad les pregunté a los chicos y chicas cuántos de ellos usaban las redes sociales, todos –unos cuarenta– levantaron las manos. Entonces, les consulté cuántos mantenían charlas (o chatlas, como las llamo yo) con contactos a los que les habían dado "amistad", pero de los que no conocían nada; algunas manos bajaron, pero muchas, muchas quedaron extendidas. Y vino mi tercera pregunta: cuántos de esos "amigos" les habían pedido datos personales, fotos íntimas o les dieron indicios de no ser quienes en principio dijeron ser… Muchas manos bajaron, pero quedaron varias extendidas.
Debo aceptar que a la sorpresa, siguió la desesperación.
Y me propuse que Alicia a través de la pantalla, que en principio iba a ser una novela con "un tema potente", fue –consciente o inconscientemente– cobrando otra forma. La de una manifestación literaria que pudiera ser leída por las potenciales víctimas y también por los adultos que, estando cerca de ellas no tienen en cuenta los nuevos riesgos que minan el entorno virtual.
No se trató de crear una novela con "mensaje", sino de un llamado de atención. Tanto para los chicos como para los adultos, esos que consideran que sus hijos están horas frente a la pantalla y "como no entiendo nada de eso ni me meto" o "el pibe está todo el día pegado a la máquina, ¡es un genio!". Excusas que, muestras de desinterés o comentarios laudatorios, terminan en lo mismo: muchos de nuestros chicos y chicas están solos, muy solos frente a lo que hay del otro lado de la pantalla.
Y me refiero a contenidos o mensajes o personas que pueden hacer mucho daño a sus mentes, a sus cuerpos, a sus integridades. Es que el riesgo, sin entrar en paranoias, no solo consiste en que caigan en las tramoyas de "depredadores" o groomers, sino también a mensaje de odio que terminen afectándolos o convenciéndolos; o sitios en los que se difunden los beneficios de estar flacos para ser cool o popu e incluso pasan recetas para adelgazar hasta ajustarse a los parámetros que exige el ser cool o popu (como guía, les pido que googleen "Mía" o "Ana", quienes se presentan como las mejores amigas de las chicas) y tantos, tantos peligros que solo los llamados migrantes digitales podremos detectar si logramos corrernos de nuestros paradigmas y entender los que cyberland impone a los nativos digitales.
Porque si algo aprendí del proceso de escritura de Alicia a través de la pantalla, y lo que siguió a después de terminarla, es que las problemáticas de la infancia y la adolescencia son cuestiones de los adultos. Y aunque no pretendo convertirme en un abanderado de la lucha contra los peligros del mal uso de las Tics, al menos hoy estoy más atento y, ante el primer indicio de que algún menor –o adulto– está frente a uno de los tantos riesgos que hay del otro lado de la pantalla, lo denuncio a quien corresponda o enciendo el alerta.
Alicia a través de la pantalla no solo me enseñó a escribir para un nuevo público, también a hacerlo con compromiso.
Hay una frase que viene planteando que "la Literatura no sirve para nada, pero sirve para muchas cosas". Después de todo lo vivido durante la creación de esta novela, me quedo con la mitad de esa frase: "la Literatura sirve para muchas cosas" y entre esas cosas está abrir los ojos, invitar a prestar atención, mirar más allá y en todas las direcciones… incluso, del otro lado de la pantalla.
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