Afuera hay montañas: adentro, en el cine, también. El sábado 1° de septiembre se lanzó la cuarta edición del Festival Internacional de Cine de las Alturas en Jujuy, con la proyección de Wiñaypacha, ópera prima de Oscar Catacora, realizador de origen aymara, nacido en 1987 en el sur de Perú.
La película cuenta la historia de Willka y Phaxsi, una pareja de octogenarios que viven recluidos en una cabaña en algún lugar de los Andes peruanos, sometidos a los designios de la naturaleza (lluvia, frío, nieves), con la única compañía de sus ovejas, un perro pastor y una llama. El drama de estos ancianos es haber sido abandonados por su único hijo. Toda la esperanza está puesta en el regreso de ese hijo que parece haberlos olvidado, y no encuentran razones. "Qué tiempos son estos que hacen que un hijo haya abandonado a sus padres", se pregunta Willka. Y Phaxsi: "¿Qué error cometimos como para que no vuelva?".
La supervivencia de estos ancianos depende casi exclusivamente del único elemento que los ata a la civilización (a un pueblo lejano), una caja de fósforos que permita mantener el fuego vivo. Con los recursos del documental y las pruebas de inclemencia a las que el equipo de filmación tuvo que enfrentarse remiten a Fitzcarraldo, de Werner Herzog, Wiñaypacha resulta una película dura y tierna. Diálogos breves y una ritualidad en permanente conexión con el cielo y con la tierra. Es, también, una historia de amor.
"Es la primera película hablada íntegramente en aymara -dijo uno de los directores artísticos del festival, Daniel Desaloms, en la ceremonia de apertura, previa a la proyección en la sala 1 del Shopping Annuar de San Salvador de Jujuy-. El hombre que interpreta a Willka, Vicente Catacora, es abuelo del director. Ninguno de ellos es actor, ni él ni Rosa Nina, que interpreta a su mujer, y jamás habían ido al cine."
Desaloms y Marcelo Pont, (codirector artístico) son los fundadores de este festival que se planteó como un puente entre una dispersa cinematografía de origen andino. La productora es Diana Frey. En un diálogo previo a la proyección con Infobae Cultura, Desaloms ha destacado que "la particularidad de este evento es que en él compiten películas de siete países de la región andina: Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela. Desde su inauguración en 2014 pasó de ser un evento municipal a provincial, fue creciendo y hoy es el tercer festival de cine de la Argentina, luego del Festival de Cine de Mar del Plata y del BAFICI".
El festival se extiende hasta el sábado 8. Los jurados de ficción y documental (presididos por el argentino Diego Lerman y la colombiana Alexandra Cardona Restrepo) deberán elegir entre las 24 películas que participan de la competencia oficial, de las cuales la mitad son argentinas y el resto se reparte entre los seis países restantes.
Hay también una competencia de Cortos NOA y, entre las secciones paralelas del festival, se cuentan una selección de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, funciones de Altura, proyección de películas de BAFICI itinerante, del Green Film Fest, Cortos y de Tesis ENERC, y Anima latina, con films de animación. Las películas se reparten en cinco salas.
La oferta incluye el Encuentro Nacional de Cines Móviles (en la ciudad y en localidades vecinas, como Palpalá o Tilcara), y el Foro Internacional para un Mercado de Cine Andino, que se debaten las condiciones de posibilidad de que en un futuro todas estas películas sean de acceso al público en general de los distintos países, que ese intercambio que se produce una vez por año en Jujuy se reproduzca con solución de continuidad. "El problema para una distribución más amplia son los derechos que hay que pagar en cada exhibición", explica Desaloms.
La "previa" del festival incluyó un recorrido por los alrededores de San Salvador de Jujuy, ciudad construida en un valle montañoso, a 1.259 metros de altura sobre el nivel del mar. Destino: Purmamarca, a 65 kilómetros de la capital provincial y al pie del Cerro de los siete colores. Un recorrido por rutas asfaltadas, entre paredes montañosas, con los característicos cardones clavados a distancias irregulares, lugares donde antes hubo pueblos originarios que fueron desplazados.
Atravesamos las huellas que dejó el alud de la localidad de Volcán en enero de 2017, hasta llegar a ese pueblo de arquitectura conservada y calles angostas, devenido turístico por su cercanía al Paso de Jama, que conecta con Chile, con puestos callejeros y negocios de puertas abiertas que ofrecen artesanías regionales. Llovía al salir de San Salvador y un viento frío y encolerizado ha despejado el cielo en Purmamarca.
El guía que nos conduce por esta geografía singular ofrece llevarnos por un camino alternativo sin asfaltar que se abre desde el pueblo, sigue las curvas de un río seco de lecho pedregoso y circula entre montañas coloridas en degradé o en contraste que inducen a imaginar figuras, como las que albergan "penitentes", puertas de entrada o techos a dos aguas.
Ya al regreso hacia el atardecer, desandando el camino entre nubes bajas y picos nevados, montículos de piedras cubren las cenizas de muertos enterrados a cielo abierto; otros, en cementerios en altura como miniaturas de ciudades, junto a pequeños parajes en los que sus habitantes, un día antes del comienzo del festival, el 31 de agosto, terminaron de dejar sus ofrendas a la Pachamama, comida, bebida y cigarros, en pozos cubiertos de tierra y piedras. Un pastor de cabras las está llevando de vuelta al redil. En cualquiera de esas montañas, en lo alto, en la cara oculta que no vemos, además de pumas y ciervos andinos, pecaríes que no se muestran, podrían vivir (y de hecho viven) personas como Phaxsi y Willka (como vivió Eulogia Tapia "fuera" de la zamba que la nombra).
Cuando esa noche, en el cine la proyección termine, una espectadora jujeña, descendiente de españoles -aclara-, dirá: "Esta película muestra la emoción de una madre y un padre que perdieron a su hijo. Eso pasa mucho aquí también, en nuestros cerros. Gente sola, que vive aislada, los hijos que rechazan esa vida y rechazan el idioma aymara y se van. Lloré mucho", confiesa.
Afuera es de noche. La ciudad está iluminada. Alrededor, las montañas ahora son negras. Protegen. Y amenazan.
El domingo, dos documentales abrieron la maratón: Venían a buscarme, una coproducción entre Chile y Venezuela, dirigido por Álvaro de la Barra, que cuenta la historia de un chico cuyos padres un día desaparecen en la dictadura de Pinochet y su drama comienza cuando nadie va a buscarlo a la escuela.
Y Los frágiles huesos de la muerte, del director boliviano Claudio Araya Silva, que reconstruye desde el presente el misterioso suicidio de 123 mujeres, campesinas jóvenes, en Cochabamba, en la década del 80, cuando el modelo agrícola en la región se transformó, y con él toda una cultura ancestral, a partir de un préstamo del gobierno, introdujo tecnología y agrotóxicos que terminaron secando la tierra y dejando deudas y un suelo estéril, y esas mujeres, muchas madres de familia, se mataron ingiriendo el mismo veneno que usaban para "fertilizar" sus cultivos de papa.
La tarde siguió con la proyección de una película de ficción en competencia, la boliviana Averno, de Marcos Loayza, un descenso al infierno en la superficie urbana contemporánea, de acción surrealista, que tiene como protagonista al Tupah, un adolescente con una misión: encontrar a un tío músico para que toque en el funeral de un militar.
El festival incluye actividades académicas en el Teatro Mitre, en la Plaza Vilca. Entre ellas, el miércoles dará una Clase magistral Catalina Dlugi: "Cine industrial y cine de autor ¿Matrimonio imposible o caminos paralelos?", con entrevistas grabadas a directores de cine. Un tema que atraviesa también los aires andinos y la propia programación del festival, que incluye películas independientes y otras argentinas que pasaron por los cines con éxito de taquilla, como El clan o Las grietas de Jara, basada en una novela de Claudia Piñeiro, y que contó en Jujuy con la presencia de su realizador, Nicolás Gil Lavedra.
Las ficciones argentinas en competencia son: Al desierto, de Ulises Rossell; El Motoarrebatador, de Agustín Toscano; El último traje, de Pablo Solarz, presentado por su protagonista, Miguel Ángel Solá; Tigre, de Silvina Schnicer y Ulises Porta Guardiola, Mi mejor amigo, de Martín Deus y Zama, de Lucrecia Martel.
El domingo a las 19, la directora salteña presentó su película "filmada en 2015 en distintos puntos del país", contó. Antes de la proyección, Martel pidió que se apagaran todas las luces para "compartir un momento místico con la coplera Mariana Carrizo", que cantó frente al público que colmaba la sala del Shopping Annuar. El mismo cine en el que aquella película con la mística de las alturas, la peruana Wiñaypacha, había inaugurado el festival. Afuera, otra vez, la ciudad iluminada contra un fondo de montañas negras.
*Festival Internacional de Cine de las Alturas
Del 1 al 8 de septiembre
Entrada gratuita
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