De cara al río, por estos días en la Colección Fortabat es posible experimentar la extraña sensación de estar junto a grandes artistas en un ámbito íntimo. Carlos Alonso (Tunuyán, Mendoza, 1929), maestro del arte argentino, sabe meterse en la piel de los otros. Estamos en Vida de pintor, que reúne un centenar de pinturas y dibujos suyos realizados desde los años setenta hasta hoy, la mitad de los cuales nunca antes fueron exhibidos. Van Gogh, vendado tras quitarse la oreja, permanece absorto ante una mujer salida de una pintura de Edvard Munch. En otro capítulo de su vida, en el hospital, convaleciente y rendido ante pensamientos que golpean, mira al espectador. Cuesta sostener esa mirada. En El sillón azul, un Vincent ya contemporáneo, cibernético y pop, cae alienado. No hay retorno.
Egon Schiele muerto parece dormir plácidamente. Postrado y casi ciego, Monet sostiene un bloc de hojas y una pluma. Lino Enea Spinlimbergo, su admirado maestro, tiene las manos cubiertas de eczemas y vendadas. Renoir, ya viejo, se ata los pinceles a los dedos deformados para poder pintar.
Como el sexo de los amantes en las camillas de Mal de amores, esa necesidad imperiosa de seguir pintando es un último gesto desesperado y vital. Alonso, su pintura, es apasionada y, al tiempo, milimétricamente precisa. Con citas y guiños, dialoga con la historia del arte, con la literatura y la política. La suya es una obra de fuerte denuncia: cuando tuvo que aludir a la situación política en nuestro país, degradó al hombre a su forma más elemental de pura carne: cuerpos eviscerados y expuestos en frigoríficos y carnicerías.
Capaz de desentrañar pasiones y angustias, Alonso, uno de nuestros grandes artistas, indaga con potencia inusitada. Sin embargo, un dato es revelador: pocos museos de nuestro país compraron obra suya. Su impresionante serie Manos Anónimas, que alude a los crímenes perpetrados por los militares en la última dictadura en nuestro país, se exhibe en el Museo Superior de Bellas Artes Evita – Palacio Ferreyra (Córdoba). Otra obra suya, comprada por Mario "Pacho" Ó'Donnell cuando fue secretario de Cultura de la Nación, está en el Museo Nacional de Bellas Artes Neuquén. "La mitad de los cuadros de esta muestra los tenía yo, no porque me interesara guardarlos: en general tuve un alto grado de marginación. No lo he sufrido como una persecución, sino como una situación legítima de quien enfrenta ciertas problemáticas que son incómodas", señala Alonso.
Artistas hermanados
No hay en las pinturas expuestas homenaje protocolar y distante, sino un potente sentimiento de hermandad. Envuelto en rojo furioso, con un revólver incrustado en el pecho, Vincent mira abatido. Alonso es asiduo lector de las biografías de los artistas que admira: "Las cartas de Van Gogh son una especie de cuaderno de bitácora que él deja para sus herederos. Toda la falta de suerte que tuvo en su vida la salda la viuda de Theo, que lee cientos de cartas y lo rescata para la historia. Hasta publica un libro donde figuran todos los falsos Van Gogh, para depurar el mercado del artista, que se hizo muy popular a los pocos años de su muerte".
En Casa tomada, Alonso le obsequia a Van Gogh el deseo de una de sus cartas: incluye en la habitación una mujer en la cama y un bebé en una cuna. En otra pintura, Van Gogh mira a Munch. Alonso, también suele mirarlo: "El me influyó muchísimo. Cuando hice mi primer viaje a Europa, y estuve frente a los retratos de Velázquez, tuve la sensación de que aunque viviera mil años nunca podría pintar así. Luego, cuando fui a París y estuve frente a las obras de Van Gogh, sentí todo lo contrario. Pensé: esto lo puedo hacer. Me abrió la puerta por la frescura, la franqueza, por lo sencillo y natural que parecía".
Retratos del alma
Alonso no trabaja con modelo; los autorretratos los hace sin espejo. No le interesa sólo la fisonomía y el aspecto físico, sino que busca capturar un estado de ánimo: "dibujar una situación de enfermedad, de ausencia, de tristeza o alegría".
Sobre un magenta furioso que hipnotiza, Alonso, su imagen, se abraza al cuerpo de una modelo. De pie, ella lleva un dedo a su boca; él, pensativo, apoya la cabeza en su cintura. Su brazo la rodea amorosamente: es intensa la unión entre ambos. "La mujer es uno de los temas más excitantes y más amorosos que he tenido en mi vida desde que empecé a pintar", dice.
Cuando Alonso vivía en Roma, Anonio Berni, que paraba en un hotel, iba a pintar a su taller –también, recuerda el artista, comían las milanesas que Teresa, su mujer, les preparaba–. Una tarde, retrataron juntos a Piazzolla. Otra tarde, en su taller porteño, en la calle Esmeralda, retrató a Vittorio Gassman: "Antonio Carrizo, un gran amigo, tocó la puerta de mi taller diciendo que traía un visitante que había pasado por la radio: entró con Vittorio y estuvimos toda la tarde haciendo retratos".
A Spinlimbergo, quien fue su maestro cuando fue a estudiar a Tucumán y luego devino su gran amigo, lo retrató con las manos cubiertas de eczemas y vendadas, como las tuvo los últimos años en que se recluyó con su perra y una araña –como comentaba el propio Spilimbergo–, en su casa de Córdoba. Con las vendas flotando como jirones fantasmales, aferrado con pasión a la pintura. Así lo vio Alonso y así lo llevó al lienzo, como un modo de reivindicar el oficio del artista. Más aún: la pintura. "No solo recibí críticas por los retratos, que algunos calificaron como bochornosos, sino que me costó mucho dolor e injusticias: ataques injustificados, incluso de mis camaradas de ruta", dice el artista.
Recuerda que el periódico cultural Propósitos, dirigido por Leónidas Barletta, publicó una caricatura suya pintando con los pies, en la que decía: El pinta monos de Carlos Alonso se mete con Spilimbergo. "Fue un golpe duro –dice Alonso– pero hubo otros camaradas, como Castagnino y Bruzzone, que me defendieron. Para Alonso, ese episodio evidenció un quiebre ideológico que ya existía en el seno del Partido Comunista local: "Los pintores del PC no estaban de acuerdo con los lineamientos que venían de la Unión Soviética acerca de qué era el realismo social y qué no. Para muchos de nosotros no tenía que ver con reflejar la salud y los músculos de los obreros, sino con un realismo crítico del poder y del tratamiento social que se le daba a la clase obrera".
Paloma
Uno de los momentos más trágicos de su vida fue la desaparición de Paloma (detenida desaparecida en 1977, a los 21 años). Alonso hizo retratos de Paloma de chica; hay también hermosísimas fotos que le tomaron Anatole Saderman y Annemarie Heinrich. "La pintura siempre fue el campo donde se debatía mi situación: ya sea de regocijo o de dolor, siempre se resolvió en el cuadro. Siempre lo llevaba a la pintura, por eso he podido trabajar tanto, tantos años. Por primera vez, hace poco, consulté a un psiquiatra: me lo aconsejaron, pero siempre pensé que tenía que resolver los problemas con mi trabajo. Es la única forma de no quedar paralizado", dice Alonso. Continúa: "Al principio pude, después me quedé paralizado, no pude pintar por seis años. En los primeros tiempos, la ilusión de que Paloma iba a aparecer no me abandonaba, pero cuando pasaron los años, cambió todo. Volví a Argentina y pude constatar que eso iba a ser para siempre: ese dolor iba a ser así para siempre. Lo único que podía mitigarlo era mantenerlo y, sobre todo, trabajar para que quedara memoria de eso".
*Vida de pintor
Obras de Carlos Alonso
Colección Fortabat, Olga Cossettini 141, 1er. piso.
Hasta el 7 de octubre.
Martes a domingos de 12 a 20.
Valor de la entrada $100; menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes $50. Miércoles: tarifa normal $50 y acceso gratuito para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación.
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