Hay una mujer. Se desplaza en silla de ruedas y utiliza unos dispositivos especiales para escribir en su notebook. Ella vive en General Villegas, en la casa de infancia del escritor Manuel Puig, que nació el 28 de diciembre de 1932 en esa localidad en el extremo noroeste de Buenos Aires, cerca de donde la provincia le clava el vértice de su ángulo de 90 grados a la vecina Córdoba. Muy cerca de La Pampa, también. Murió en Cuernavaca, México, Puig, el 22 de julio de 1990, tras haber querido ser cineasta, haberse dado cuenta de que todas las palabras que tenía para decir no entraban en el ajustado corset de un guión, y después de publicar ocho novelas y otros textos, luchar a su modo por el reconocimiento de los derechos de los gays, y vivir un largo exilio. Solo fue niño en Villegas (donde su madre lo llevaba religiosamente a ver una película cada tarde de su infancia). Como en el pueblo no había colegio secundario, tuvo que dejar su pueblo para siempre.
La mujer se llama Patricia Bargero, nació en 1961 en el pueblo vecino de Emilio V. Bunge, que pertenece al partido de General Villegas. Allí se mudó años más tarde tras sufrir un accidente automovilístico que la dejó cuadripléjica. Lo primero que supo de Puig fue que era candidato al Nobel. Eso fue antes, cuando estudiaba bibliotecología en la Ciudad de Buenos Aires. Luego se convirtió en una lectora compulsiva de su obra, y la lectura devino misión: transmitirla a las nuevas generaciones. Patricia Bargero dicta talleres sobre el autor de Boquitas pintadas y se tomó muy seriamente preservar su legado simbólico. Ella vive para leer a Puig. No solo simbólico: habita en la casa de la infancia del escritor.
De eso se enteró el cineasta Carlos Castro, nacido en General Villegas y director de documentales como Abierto por quiebra (2004); Gelbard, la historia secreta del último burgués nacional (2006, en codirección con María Seoane); Alicia y John, el peronismo olvidado (2009), y Jauretche en pantalones cortos (2015). De la existencia de esa mujer. La contrató para que realizara la investigación y textos y la eligió entonces como narradora en on de Regreso a Coronel Vallejos (el nombre de fantasía con la que el pueblo natal de Puig aparece en sus novelas), que acaba de estrenarse.
Patricia Bargero es una narradora privilegiada. Mucho más que una experta en la obra del autor de Cae la noche tropical, Sangre de amor no correspondido y otros títulos impregnados de tango y bolero. Tanto, que en el pueblo se la conoce como "La viuda de Puig". Pero no es el contrato matrimonial lo que une al escritor muerto y a la mujer que lo lee y lo habita. ¿Qué es? La pregunta sobrevuela la película casi como un enigma, y una respuesta posible la da la misma narradora, a través de una sola palabra: "resentimiento". El resentimiento que Patricia, como cuadripléjica, puede albergar por los "bípedos", como los llama. El que Puig pudo sentir al sentirse discriminado por gay en un pueblo chico en tiempos de preguerra. Un resentimiento que habla de la no aceptación de las diferencias.
Pero Patricia no es la única voz en la película. Hay tres mujeres del pueblo (Noemí Formica, Blanca Pérez y Alicia Azparren) que funcionan casi como un coro griego, y también como marco del film, sentadas en la punta de una mesa rectangular, tomando el té y sabiéndose filmadas, preguntándose por qué los habitantes de Villegas se enojaron tanto con el escritor pródigo después de que hace exactamente 50 años, en 1968, publicó su primera novela, La traición de Rita Hayworth, y un año después, la segunda, Boquitas pintadas. Folletín. Novelas vanguardistas que trabajaron sobre géneros populares y lograron un éxito internacional. Como señala la crítica literaria Graciela Speranza en el prólogo a la edición de Boquitas…, de Biblioteca argentina. Serie clásicos (2000): "Como ningún otro escritor argentino de las últimas décadas, Puig consiguió reunir el interés de la crítica, el éxito del público y el reconocimiento internacional, resolviendo a su modo, único e inimitable, la tensión entre novela experimental y novela popular".
Novelas de corte autobiográfico (sobre todo la primera) que visibilizaron las entrañas sucias del pueblo. El rechazo que provocaron esos dos libros que retrataban la cara oculta de los habitantes de Villegas se evidenció en una doble página de un diario local que la película "lee", y que lleva como título "General Villegas no es como dice Manuel Puig". La producción periodística incluye la voz airada de los vecinos, en lo que parece un juicio popular, y termina con una amenaza de uno de ellos destacada en negritas: "Mejor que no vuelva por aquí". Puig nunca volvió.
Aparece también el testimonio del escritor Mempo Giardinelli que, junto con Osvaldo Soriano, habían viajado para escribir una crónica, y que dice: "Si Villegas existe en el mundo, es por Manuel Puig". El autor que pintó su aldea y la proyectó al mundo. Una aldea, dicho sea de paso, retratada en fotos fijas de atardeceres y frentes de casas que se conservan iguales con el tiempo a cargo de Ignacio Uzurieta, director de fotografía del documental. También es entrevistada la periodista Felisa Pinto, que filmó a Puig para un programa de televisión que nunca se vio, y allí lo cuenta. En blanco y negro, también, fragmentos de Boquitas pintadas, la película de Leopoldo Torre Nilsson que se estrenó en 1974, que tuvo a Puig como coguionista, con Alfredo Alcón como Juan Carlos, Luisina Brando como Mabel y Marta González como Nené. La primera A de los 70. Y un testimonio de Torre Nilsson, él también un "incomprendido" para el establishment de su tiempo.
Hay otros personajes que hablan a cámara. Entre ellos, uno solo no perdona. Es el descendiente de Danilo, "modelo" real de Juan Carlos, el Don Juan de Boquitas pintadas. Está la mujer que pudo haber inspirado a Puig para su Nené, y que pide disculpas por mezclar, en su relato, la vida "real" con la de los libros. Desfilan el odontólogo del pueblo, un parroquiano, una maestra, el cura, el propio hermano, Carlos Puig, pintor, un amigo de la infancia, y también los chicos que lo leen hoy y que entienden que los mayores se hubieran sentido tocados, pero que para ellos se trata de literatura. Como dice Bargero: "En Villegas, Puig no se leyó como ficción sino como crónica". Una especialista en Puig, Graciela Goldchuk, que llega de La Plata para visitar y dialogar con Patricia Bargero. Y hablan de Baldomero, el padre, y de Male, la madre, con familiaridad.
La película comienza con la voz en off de Bargero sobre fondo de imágenes blanco y negro del pueblo. Influenciada por los comentarios de los habitantes del pueblo, al llegar, dice: "Pensé que iba a leer basura sobre la gente del lugar, pero el tipo se metió conmigo". En su cuerpo. En su cabeza. Y se convirtió en una mezcla de grupie, de guardiana, de heredera. Alterados entre las entrevistas a esos habitantes, se muestran fragmentos de una entrevista a Puig que se van distribuyendo a lo largo de los 72 minutos que dura el film. Un Puig que reconoce que no sabe hablar y por eso pide, ante la cámara, él también, disculpas: las respuestas prefiere leerlas. Y mientras lee, escribe. Así, habla de La traición de Rita Hayworth. El título, como lo cuenta en el libro en uno de los monólogos el pequeño Toto, alter ego de Coco -así lo conocían en el pueblo a Puig niño-, se refiere al personaje de Doña Sol en la película Sangre y arena, de 1941.
Puig explica: "La primera novela fue sobre todo un intento de aclararme por qué de niño yo solamente respiraba dentro del cine. Y afuera, si no estaba con un escudo, no me sentía bien. Entonces escribí La traición de Rita Hayworth en base a las voces de mis vecinos, de mis maestras, mi propia voz de niño. Y a todos esos personajes, Rita Hayworth les resultaba importante, entonces yo no la podía dejar de nombrar. Pero al poner esos nombres reales sentí que entraba en un territorio peligroso, pero me aventuré." Sabía del peligro de exponerse y de exponer a los habitantes del pueblo, y "recibió su merecido".
En otro tramo del documental, Puig dice (lee, escribe): "Yo rechacé totalmente la realidad que me tocó vivir. El pueblo era como un western en el que yo había entrado; una película que yo había ido a ver por error, pero de la que no me podía salir." El posterior intento infructuoso de estudiar cine en Italia y la decisión definitiva de dedicarse a la literatura y de no volver a Villegas pueden leerse como formas de salir una y otra vez de esa película a la que entró "por error".
De algún modo, el documental realiza un procedimiento contrario al que Puig experimenta en su literatura hacia fines de los 60, en el marco del rock, el pop y la liberación sexual que ocurren en el Norte del mundo, y una dictadura militar en la Argentina de Juan Carlos Onganía. Una literatura marcada por la falta aparente y muy intencionada de narrador. Como en La traición…, diálogos puros, monólogos sin respiración, voces que se alternan o se superponen, que no se oyen, un diario íntimo. O Boquitas pintadas, con su narración guionada en bastardilla que corta los monólogos, como una cámara que mira.
"La traición de Rita Hayworth (1968) es el relato coral de la iniciación de un escritor en las matinés de cine de un pueblo de provincia, Boquitas pintadas (1969) es la vuelta triunfal del escritor al mismo pueblo, oculto detrás de la mirada sin cuerpo de una cámara. Heredero de la transparencia narrativa del relato clásico de Hollywood, su arte radica en esconder la propia voz hasta que la historia parezca contarse sola, deslizándose por la superficie de las cosas, registrando las texturas de las voces, montando fragmentos inconexos de letra impresa, cartas, páginas de revistas femeninas, fotos, conversaciones", ha escrito Speranza.
Regreso a Coronel Vallejos repone, en la figura pregnante de Bargero, a ese narrador (esa narradora en primera persona) que Puig evitó. La película se posiciona detrás de una mirada: los ojos de una mujer que atraviesa las calles de Villegas en una silla de ruedas. Y que la cámara, por momentos, sigue desde esa misma altura. Un punto de vista fuerte. Por otro lado, la gran carga sexual de los libros de Puig que, leído hoy, contiene una fuerte perspectiva de género, al borde de la denuncia (y lo que se denuncian son acosos, violaciones, engaños, una sociedad patriarcal y la exclusión del deseo del débil), se esquiva en los testimonios. El "de eso no se habla" está presente en las risas cómplices, los comentarios que evaden el asunto, los silencios. Salvo esas tres mujeres que deslizan: las personas se sintieron "tocadas". La pregunta es: ¿por qué? ¿O por quién?
La respuesta, contundente, la da el médico del pueblo (una institución denunciada por abuso en Boquitas pintadas, a través del doctor que acosa a su asistente en el consultorio), cuando dice -y, por lo sintética, la frase suena a haiku desprovisto de poesía-: "En Villegas Puig siempre fue un puto de mierda".
Pasaron años para que el resentimiento se borrara y Puig fuera reconocido. Hoy, finalmente, y gracias al trabajo casi militante de Bargero, los chicos lo leen como ficción, se hacen festivales en su homenaje y el documental muestra el gran cartel con una foto del escritor villeguense que preside la entrada al pueblo y da la bienvenida. Como si fuera un acto de justicia poética: al final Manuel Puig pudo regresar.
_______
SEGUÍ LEYENDO
Carmencita, la mujer que conoció la intimidad de Manuel Puig durante cinco décadas
La trágica historia de la actriz de "Boquitas pintadas" asesinada por un grupo parapolicial