"Ni un metro, piba, esmeralda nomás". Ese verde, rey de los fríos, está calentito y se agotó. La sequía textil de tafeta, fibrana, jersey o algodón se puede comprobar por las cuadras de las calles Azcuénaga o Lavalle en los días previos al 8A.
Porque el verde que falta en el Once está en las calles: es el salpicado sin fin que se mueve a bordo de las personas en todo el país: atado al cuello o las muñecas, colgando en carteras y mochilas de mujeres o varones, en manubrios de bicicletas, en espejos retrovisores, en cochecitos de bebé y al pescuezo de mascotas.
También está pintado en las paredes, cuelga en ventanas y balcones de edificios, en las rejas del Congreso y el miércoles pasado -en una increíble movida conjunta tejida entre la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el movimiento Ni Una Menos, las Metrodelegadas porteñas y 70 organizaciones de trabajadoras y activistas -fue en la trompa de un tren subterráneo como mascarón de proa de la Operación Araña: una movilización festiva que hizo temblar la tierra literalmente, desde abajo.
Verde que te quiero ver… legal
"Algo curioso es que al verde que se va a comprar, en las tiendas le llaman verde Benetton, así lo venden desde hace años en Once", revela la artista plástica y cromactivista Mariela Scafati, integrante del colectivo Ni Una Menos. Más allá del escalofrío que tensiona este dato a un año de la desparición de Santiago Maldonado, desde hace pocas semanas ese verde, en las zonas textiles, empezó a llamarse verde aborto. Otra conquista popular callejera.
Mariela señala lo interesante de "la fusión política de las mareas: la rosa Ni Una Menos y la verde AbortoLegal ya conforma como un nuevo verde, que de hecho ya estaba en la práctica: este verde que nació a través del reclamo específico del Aborto Legal Seguro y Gratuito, empezó a arrojar otros verdes según con qué colores de lucha se mezcle: si es con una tradición más piquetera o más vinculada con lo sindical, o con la villa, hace que se transforme. Es un logro de la transversalidad que generó el movimiento NiUnaMenos con las distintas herencias que trae cada una. Indudablemente, la genealogía común es blanca: el pañuelo de las abuelas", apunta Scafatti.
La diseñadora gráfica Gabriela Setton Guingold indica que el "verde aborto" se ubica entre el 347 C y el 3415 C de la escala cromática Pantone: "Protege y hermana, alía transversalmente. Siendo el triángulo una pieza igual en diseño y forma para todes, cada une lo apropia y singulariza a través del uso". Por su parte, la periodista Victoria Lescano marca esos usos como gestos de moda muy políticos, sin antecedentes en su expansión local.
Las puntas de tres lados
El gran soporte comunicacional de esta inmensa batalla histórica por el derecho de las mujeres sobre sus cuerpos es un triángulo de apenas 78 cm en su lado mayor y 53 en los menores. Un pañuelo, la prenda / accesorio que con mayor fuerza logró a través de los siglos revertir su carga simbólica de fragilidad ("relacionado con las lágrimas, despedidas o incluso el perfume que le dio un sentido romántico", señala la socióloga Laura Zambrini) para concentrar en su escasa superficie una fuertísima capacidad de representación.
Y esa transformación también aplica al devenir del sujeto colectivo que representa: las mujeres en lucha por sus derechos desde el siglo pasado. Pero lo curioso en el caso del pañuelo verde (que además, desde la práctica local de los pañuelazos de los martes se propagó con actos de apoyo por Latinoamérica y el mundo) es que logró conjugar todas las categorías "técnicas" de la representación: es ícono, señal, estandarte, emblema, insignia, símbolo, marca.
Para Sibila Camps, periodista feminista de la RedPar, con décadas de cobertura en las calles, además "es contraseña de conciencia, porque al reclamar la libertad de decidir sobre nuestra maternidad, también reivindicamos otros derechos elementales, entre ellos a una vida sin violencias, a no sufrir acosos, a recibir igual remuneración por iguales tareas, a no ser cosificadas".
Si en el vox populi el verde es esperanza, el color de la vida y de la salud, este momento histórico de la Argentina lo reafirma a la enésima: el miércoles próximo la votación del Senado revelará si el Poder Legislativo se hace eco o no del clamor popular masivo que pide saldar esta deuda de la democracia.
Y, si a esta lucha inmensa (que hace décadas llevan adelante las organizaciones feministas, con 15 años de Campaña Nacional y, desde hace tres años, millones de mujeres de todas las edades, con un vibrante e inédito grueso de jóvenes), la empuja la conquista de derechos, no deja de resultar emocionante que la señal que visibiliza y produce una sinápsis colectiva de conciencia y empoderamiento sea esa microprenda recargada: el pañuelo verde.
Devenir cultural
Unidad mínima textil desde que la revolución industrial lo puso en pista comercial, el pañuelo es un accesorio en vías de extinción que atravesó siglos guardado y listo para acompañar efluvios de las emociones (mocos, sudor y lágrimas) de dos categorías anticuadas: la dama y el caballero, con sus respectivas medidas de 20 x 20 y 40 x 40, factibles de doblar en triangulito para carteras, en rectángulo para bolsillos masculinos. En los guardapolvos escolares también acompañó a las generaciones pre descartables, familiarmente conocidos como carilinas.
Como prenda, tuvo usos diversos según las culturas y las épocas, casi siempre en la cabeza a modo de protección: con cuatro nudos en las puntas o uno por detrás lo llevaron piratas, jornaleros, obreros e hinchas de fútbol; doblado a la mitad en diagonal y atado bajo el mentón o en la nuca lo usaron trabajadoras campesinas o urbanas. Con variaciones en el modo pañuelo, las gitanas muestran casamiento o soltería. En la usanza rural, se lleva atado al frente con el triangulito en lo alto de la espalda. Ya mediando el siglo XX, divas occidentales como Grace Kelly y Jackie Kennedy impusieron el uso al modo islámico, con una vuelta al cuello.
Otros usos contemporáneos adosaron la dimensión jerárquica a través del color y vivos (scouts, milicias) o de códigos: las bandanas al bolsillo delantero o trasero según preferencia sexual. Los pañuelos asisten el pedido de paso en la emergencia, de tregua, o el revoleo entusiasta, tan presente en el folklore latinoamericano (en nuestra zamba, en el pericón uruguayo, la cueca chilena o boliviana, la jarana mexicana, la marinera del Perú y así).
Las pibas y el uso nonstop
"Lo perdí en la marcha de Santiago, y era uno oficial… lo extraño, es como un mensaje que vas dando a tu paso. Pero voy a conseguir otro", lamenta Simona Beresiarte, de 16, la falta del pañuelo que la acompañaba desde el 24 de marzo. Francisca Amigo, de 21, lo usa desde el Encuentro de Rosario 2016: "Nos fuimos conociendo de a poquito, lo usaba y lo dejaba, ahora no me desprendo nunca del pañuelo. Es muy genial que todas estemos buscando verde por todos lados: queremos generar lazos y unión, y lo hacemos a través de un color, es como un nuevo filtro para mirar la realidad. Emociona tener un legado que nos viene de las Madres como símbolo de perseverancia, lucha y amor".
Ambas pibas rechazan la mercantilización "no está bueno que se lo trague el sistema, tampoco el uso especulativo de algunos varones que siguen machitos", dicen. "Se volvió medio producto: tenés un vendedor ofreciéndote el pañuelo verde y el celeste y otros más. No se si hará que pierda fuerza, pero no está bueno que sólo se vuelva un uniforme que diferencia dos bandos y marca quién está de un lado y quién de otro. Eso no me copa. Lo importante es que decidimos dar pleno valor al verde", sostiene Amigo. Respecto del pañuelo celeste, lo ven reactivo y copión: "Apareció hace un par de meses y se lo ponen en las marchas nomás, sin mística", marca Coni. Después "de eso no se habla, no tienen discurso, atacan", marca Bruno.
Al verde, Cata Gómez, de 17, lo siente como "una marca que está conmigo y me representa en la lucha y en el feminismo. Me identifica con quienes lo llevan y me enorgullece por todxs", dice desde La Plata.
La customización y apropiación personalizada, es otra de las características que recobra, salvando las distancias, el legado de las Madres y Abuelas que enseñaron a plasmar el nombre propio en la lucha colectiva. "Nos reunimos hace unos meses con amigas a bordar nuestros pañuelos", revela Lucía Sosa, diseñadora de 30. Por eso duele tanto perderlo: es una companía, un estandarte colectivo pero a la vez muy personal, te acompaña. "Se conviritió en objeto biográfico, da como una seguridad", señala Clara Rex, de 32.
Es en su levedad que el pañuelo encierra todo su poder emblemático: no hay nada tan fácil de portar y que logre identificación inmediata en su uso colectivo. De nuevo, no hay ejemplo de carga simbólica más poderoso en la historia global reciente que el pañuelo de las Madres y Abuelas argentinas, blanco porque nació de la idea de un pañal, customizado por cada una con el nombre de sus hijos o nietos bordado y con el logo punto cruz los de las abuelas.
Es la primera vez que un color se propaga de modo tan masivo inclusive, desplazándose de su soporte emblemático hacia… todas partes.
El origen del original
Nina Brugo cuenta que los primeros pañuelos fueron del año 2003 y que aún no tenían logo ni inscripción alguna. Entre las fundadoras de la Camapaña Nacional por el derecho al Aborto, circula una versión azarosa sobre la elección del color: era el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario y pensaron en color violeta pero no había suficiente cantidad de friselina de ese color con que históricamente se identifica el feminismo global. Como sí había verde se eligió el color por todas las implicancias positivas que tiene pero también como color de la esperanza de una vida mejor para las mujeres, porque también se asocia con la salud . "Llevarlo era un símbolo de rebeldía, era decir: estoy por el derecho al aborto, que era la consigna que llevaron los primeros", recordó Susana Chiarotti, abogada rosarina que dirige el Instituto de Género, Desarrollo y Derecho.
Según los números oficiales, aproximadamente cada año la Campaña Nacional repartía (a precio simbólico, para encargar más pañuelos) alrededor de 8 mil pañuelos. "Y este año superó los 200 mil. Antes había una sola cooperativa y de ahí se repartía a todo el país, actualmente hay 9 cooperativas confeccionándolos", recuerda Nahuel Torcisi. Entre ellas, desde 2016 la salteña Diseño de mi pueblo.
El logo actual pierde su rastro en la creación colectiva de las militantes cordobesas de Hilando las Sierras, según cuenta Patricia Bustamante, también de la Campaña Nacional. Algo que destaca es un gesto nuevo, que nació a partir de los pañuelazos: ponerlo al frente, extendido, a modo de valla.
Y allí, una nueva acción que, de algún modo, también propulsaron las madres cuando el año pasado, frente a la amenaza del 2 X1, ofrecieron su símbolo como arma moral para defender la la memoria y la justicia. Nadie podrá olvidar las plazas con los pañuelos en alto, por primera vez en manos del pueblo.
La diseñadora de indumentaria Constanza Dellea apunta que la práctica común del vestirse es un acto de oposición mutua: identificación y diferenciación; y también de resistencia. Para dar cuenta de este fenómeno se refiere a la potencia del vestido irrumpiendo en el espacio público y del desplazamiento que produjo el verde del pañuelo hacia la vestimenta ("yo me visto directamente de verde para manifestar, no es sólo el pañuelo, las pibas usan brillantina, sacos, bufandas, es cargar las tintas al color"). Dellea, docente de diseño en la UNDAV, cree que es algo "que sentimos por primera vez con el el luto que vestimos en el Paro Nacional de Mujeres del 19 de octubre de 2016, donde la consigna era ir todas de negro, como resistencia urbana de nuestros cuerpos a los asesinatos de mujeres en manos del patriarcado".
Un fragmento de Tununa Mercado transcribe mensajes de esta nueva prenda de cabecera:
"El pañuelo verde es de tres puntas. No piensen en alas desplegadas, pobre imagen al alcance de la mano. Una de las puntas llega a la nuca, la base del entendimiento, otra se planta en la experiencia del cuerpo, la otra en la capacidad de acoplar pensamiento para reconvertir un designio claro. Es un pañuelo verde hasta que madure. No es un verde de campaña ambiental, no se descarta que sea el verde de la esperanza, palabra a la que hay que recuperar de la gazmoñería para que pueda significar que otra historia es posible. Su verde no es 'naturalista', sino desnaturalizador. Nada que haya sido impuesto sobre nuestras vidas tendrá sentido: diferencias de manual de biología, clasificaciones binarias, mandatos sexuales, estereotipos, terror religioso, cuadrículas para insertar probidad en el deseo, arroró impuesto y culposo, úteros desagregados del cuerpo femenino para infundir culpa, etcétera".
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