Tucumán: literatura y debates en un festival que adelantó la primavera

Autores consagrados se mezclaron con escritores locales en diferentes mesas de conversación. La industria y la crisis del sector fueron objeto de discusión, como también lo fue el feminismo

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Por Exequiel Svetliza

Como si un aire nuevo, fresco, colmara una atmósfera cultural donde el futuro parece haber llegado hace bastante rato; la provincia más chica del país vive su primavera extemporánea y brota la literatura. De un tiempo a esta parte, el afamado Jardín de la República se ha consolidado como un polo cada vez más pujante de producción y discusión literaria. La cuarta edición del Festival Internacional de Literatura Tucumán (FILT) así lo ha confirmado la semana pasada. En el evento se mezclaron escritores nacionales consagrados como Claudia Piñeiro, Diana Bellessi y Carlos Busqued; junto a muchos referentes de la escena local. Los principales debates giraron en torno al oficio de escritor, el mercado editorial, la literatura joven y el fenómeno de las editoriales independientes. El tema omnipresente que se coló en la mayoría de las discusiones fue el impacto de la crisis económica. Lo dijo Albert Einstein: sin crisis, todo viento es caricia.

Fueron cuatro días de sol en los cuales la provincia se convirtió en el epicentro del debate sobre el devenir de la literatura argentina. En el Museo de la Universidad Nacional de Tucumán (MUNT) hubo lecturas de poesía y narrativa, presentaciones de libros, una variada feria editorial, charlas y conferencias. Todos los autores coincidieron en que hoy es prácticamente imposible vivir sólo de la escritura de libros, incluso Claudia Piñeiro, acaso la escritora más consagrada entre todos los presentes, insistió al respecto. Según el editor Damián Ríos, un escritor necesita vender entre 50.000 y 60.000 ejemplares al año para poder vivir en Argentina exclusivamente de su producción literaria. Esa cifra se vuelve una utopía en un país donde el mercado editorial ha venido decreciendo en los últimos años.

"El trabajo de escritor es una obsesión", definió el autor, editor y periodista Diego Erlan. El novelista nacido en Tucumán, pero instalado desde muy joven en Buenos Aires explicó que concibe la profesionalización del oficio no en términos de mercado, sino como la posibilidad de desarrollar un estilo y asumir determinados riesgos estéticos: "Ser profesional es aprender a hacer las cosas bien para después hacerlas mal apropósito". Confesó que su secreto para producir está en poder robarle tiempo al sistema. A su primera novela publicada en 2012, El amor nos destrozará, la escribió a lo largo de siete años en los momentos libres que encontraba en la redacción del diario donde trabajaba. La reescritura del texto demandó cuatro años más de trabajo.

"Hay una cosa que te da leer un libro que no la encontrás en ningún otro soporte. Como escritor tenés la posibilidad de escribir y conmover a alguien", destacó por su parte Carlos Busqued. El autor chaqueño publicó este año Magnetizado, casi una década después de su primera novela Bajo este sol tremendo. Para el escritor, el mercado editorial en la actualidad no está en condiciones de imponer ninguna estética a seguir. Su mirada respecto a las nuevas generaciones es optimista: "Mucha gente está publicando. Creo que hay que insistir en el desconsuelo: alguien te va a leer".

Con un cigarrillo siempre en los labios y la cadencia pausada de su voz que parecía levitar por toda la sala, la escritora Diana Bellessi buscó los orígenes de su poesía en su infancia en el pequeño pueblo de Zavalla, al sur de la provincia de Santa Fe: "Yo me hice poeta escuchando las coplitas que cantaban los obreros rurales que llegaban a mi pueblo. Contrario a lo que muchos creen, la cultura oral de simple no tiene nada". Recordó que proviene de una familia de analfabetos: abuelos y tíos que no podían ni escribir su propio nombre. Su padre apenas había alcanzado a terminar el tercer grado. En esa casa sin libros donde creció, no tuvo más opción que aprender a escuchar. Ante la pregunta de cómo fue la búsqueda de su propia voz poética, respondió simplemente: "Uno busca poemas. La voz propia la escuchan otros, uno no la escucha". El secreto de su obra parece estar ahí: en ese auscultar de voces ajenas, pero también en una mirada extrañada. "La atención en los detalles inservibles son los que hacen la poesía", sentenció.

En el cierre de la segunda jornada del festival, la que cautivó a la audiencia predominantemente femenina que copó el museo fue Claudia Piñeiro. Durante su conferencia explicó cómo entiende el oficio de escritor: "Hay una dimensión de la escritura que no tiene explicación, por eso digo que es algo ontológico. Algunos no tenemos más remedio que escribir, lo hagamos bien o mal. Existe la necesidad de escribir, no somos las mismas personas cuando escribimos que cuando no lo hacemos". En eso que la autora de Las viudas de los jueves denomina como "estado de escritura", hay mucho más de trabajo sistemático que de inspiración: "Me parece que el único momento donde hay algo de inspiración es en el arranque, en esa primera semilla de la escritura. El resto es sentarse y trabajar. A algunos se les ocurre una frase como a Martín Kohan, o un título, como a Juan Sasturain; que después tiene que escribir una novela para justificar ese título. En mi caso, esa primera idea está relacionada con una imagen que se me aparece y yo la dejo macerar un tiempo en la cabeza. Esa imagen tiene la categoría de los sueños y no vale la pena saber exactamente de dónde viene".

En los últimos tiempos, la figura de Claudia Piñeiro ha trascendido la escena literaria a raíz de que ha declarado públicamente su posicionamiento a favor de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que deberá votar el senado en los próximos días. Aunque la autora reniegue del termino intelectual por considerarlo un concepto incómodo, ya que ha sido asociado a posicionamientos de determinadas elites, considera necesario que los escritores tomen parte en los debates que se están desarrollando actualmente en el país: "Yo propongo que intervengamos desde nuestro lugar de trabajador de la palabra, que es algo que nos saca del pedestal de la elite; esa elite que entiende y que puede traducir lo que pasa. El trabajador de la palabra somos los escritores, los periodistas y el resto de los que están todo el tiempo batallando con las palabras. Analizar por qué se usan determinadas palabras y no otras, por qué nos están queriendo manipular usando determinadas palabras. Creo que nosotros podemos desarmar discursos falaces con mayor facilidad".

Los avances del movimiento feminista y el nuevo rol de la mujer fue otro de los temas centrales en varias de las mesas de debate a lo largo del festival. Piñeiro, que se asume como feminista, aunque reconoce nunca haber militado dentro del movimiento, considera que el feminismo trajo de nuevo la política al centro de la escena pública, ya que se trata de discusiones que atraviesan a toda la sociedad: "Hay un montón de derechos que las mujeres estamos reclamando: mujeres que ganan menos que un hombre en el mismo trabajo, cargos públicos que son todos ocupados por hombres o puestos en los sindicatos. Cuando sale una foto grupal relacionada al poder, en general, son todos hombres". Según advierte, la literatura no está exenta de esta problemática, ya que en las discusiones acerca de la novela o el cuento en Argentina, las mujeres suelen ser relegadas a la categoría de literatura femenina. Su obra también se revela a esos encasillamientos: "En mis libros hay una mirada sobre la mujer, principalmente, acerca de los estereotipos impuestos a la mujer. Se ve mucho en la literatura actualmente la presencia de toda una generación de escritoras que trabajan, por ejemplo, sobre el deseo de no ser madre".

El libro en tiempos de crisis

Como una presencia espectral, la palabra crisis acechó los principales debates que se dieron durante los cuatro días de festival, principalmente, a los que tuvieron como protagonistas a los editores. Damián Ríos, escritor y responsable de la editorial Blatt & Ríos, puso sobre la mesa cifras que hoy generan demasiada incertidumbre en el sector. De acuerdo con las estadísticas de Librería Hernández, una de las principales distribuidoras del país, el primer semestre de 2018 marcó una caída del 50% en ventas respecto al mismo período de 2014. Los números de la Cámara Argentina del Libro (CAL) marcan esa tendencia que ha venido in crescendo en los últimos años. La venta de libros en Argentina pasó de 129 millones en 2014 a 84 millones en 2015, 63 millones en 2016 y 51 millones en 2017. Como consecuencia de esta debacle en la demanda, hay muchos más títulos editados que los que las grandes librerías pueden absorber.

Carlos Busqued (Lihue Althabe)
Carlos Busqued (Lihue Althabe)

A la hora de buscar explicaciones todos apuntan hacia la crisis económica en que se encuentra el país. "A las editoriales nos afecta muchísimo, por ejemplo, las bajas paritarias del sector docente. Los docentes son lectores profesionales que tienen al libro como herramienta de trabajo. Si se afecta el salario de maestros y profesores, eso incide directamente en la venta de libros", explicó Ríos. Según el editor, este contexto modifica los hábitos tanto de los lectores como de las editoriales. Por el lado de los lectores estos hacen compras cada vez más conservadoras y adquieren libros de autores ya consagrados o bien obras que hayan sido muy reseñadas en la prensa. Los editores, por su parte, se retraen y minimizan los riesgos editoriales: publican menos poesía y los autores jóvenes pierden espacio en los catálogos. Ríos asegura que, a pesar de la crisis, el panorama editorial en el país aún es bueno en relación a épocas como la década del 90 en la cual algunas de las mejores novelas surgieron de ediciones pagadas por los propios autores. "Este no es el piso, se puede seguir cayendo todavía más", advierte.

Claudia Piñeiro (Crédito: Santiago Saferstein)
Claudia Piñeiro (Crédito: Santiago Saferstein)

Leticia Martin es parte de la editorial Queja que se lanzó al mercado recién el año pasado. Hasta el momento, el emprendimiento no ha logrado recuperar la inversión inicial. Una de las salidas que encuentra la editora para este momento de crisis es apostar al formato digital como una manera de evitar los costos cada vez más elevados de la impresión. A diferencia de los libros en papel, los digitales son cada vez más consumidos en Argentina. Según un informe de la distribuidora de libros electrónicos Libranda, en el país las ventas se incrementaron un 24% el año pasado, aunque todavía se trata de un mercado demasiado incipiente. Martin explica que se vuelve muy difícil sostener emprendimientos independientes como el suyo sin ningún tipo de apoyo de parte del Estado: "Hay un error en creer que la cultura es una Pyme. Si acudís al Fondo Nacional de las Artes a lo sumo te dan un préstamo. Es decir que tenés que endeudarte para lanzar una obra que no sabés si va a funcionar en el mercado".

La propuesta de las pequeñas editoriales autogestivas transita a contramano de la mayoría de las empresas del sector. Es el caso de Barba de abejas, del editor, poeta y traductor de City Bell Eric Shierloch; y de Fadel & Fadel, del editor mendocino radicado en Buenos Aires Tomás Fadel. Se trata de emprendimientos que apuestan al trabajo artesanal y al libro objeto con ilustraciones y tapas duras. Ambas editoriales ofrecen catálogos de poesía y narrativa donde proliferan traducciones de autores anglosajones del siglo XX y XIX junto a algunas obras de jóvenes escritores argentinos. Tanto Shierloch como Fadel se desdoblan como editores, diseñadores, ilustradores, encuadernadores y vendedores de sus propios libros dentro de una lógica editorial que escapa a la de las grandes empresas. "El negocio de los libros está mal planteado porque queremos jugar con las cartas de las grandes editoriales como Random House y Planeta. Es tiempo de tener las máquinas, hacer los propios libros y venderlos. Hay librerías que son extorsivas o directamente mafiosas con el porcentaje que se llevan", insiste Shierloch, quien asegura que su microeditorial ha venido creciendo sostenidamente en los últimos años.

Un fenómeno que acompaña al surgimiento de las pequeñas editoriales es la proliferación de ferias y festivales como el FILT en todo el país. Actualmente, un 50% de las ventas de su editorial se produce en las ferias, asegura Fadel que ubica el surgimiento de este tipo de empresas en la década del 90 con la popularización de las impresoras hogareñas y que terminó de expandirse tras la crisis del 2001.

Tucumán, un jardín cada vez más fértil

Hay un sol tibio que se filtra entre las ramas de los grandes árboles del patio del MUNT donde los escritores irán pasando en el transcurso de la tarde para leer sus poemas y cuentos. También para charlar y debatir sobre la actualidad de la literatura en la provincia. En ese mismo espacio poblado de un verde que resiste los últimos embates del frío invernal se han dispuesto las mesas donde afloran libros de distintos formatos, tamaños y colores con la literatura de los autores locales. La propuesta predominantemente joven y diversa lleva ya un tiempo en pleno crecimiento, como el FILT que arrancó hace cuatro años por la iniciativa de tres escritores y por entonces estudiantes de la carrera de Letras: Blas Rivadeneira, Ezequiel Nacusse y Sofía de la Vega. "Pensamos que faltaba ese espacio en Tucumán que ponga en debate lo que estaba pasando en la literatura", destaca Rivadeneira.
En los últimos años, la actividad literaria en Tucumán parece haber entrado en una etapa de plena ebullición. Al FILT se han sumado otros festivales más chicos, así como también diversos espacios de encuentro de escritores, ferias editoriales y talleres literarios. Sin duda, el fenómeno más trascendente de un tiempo a esta parte es la proliferación de proyectos editoriales independientes, entre los que se destacan Gato gordo, La Cimarrona, Monoambiente, Minibus, Perrito Moreno, entre otras editoriales integradas, en la mayoría de los casos, por esos jóvenes que hoy se conocen como milenials.

A diferencia de las editoriales de servicio donde los autores deben pagar la publicación de sus libros, estos proyectos apuestan a divulgar a escritores locales que no cuentan con los recursos para publicar su obra. "El mercado editorial es cruel y muy comercial. Las editoriales independientes buscan generar una consciencia de nuestra realidad cultural. La idea es que el libro no muera en la presentación, sino que se generen redes de sentido entre autores, editores y lectores", explica Priscilla Hill, que con 26 años es una de las editoras de La Cimarrona.

"La editorial surgió en oposición a la sacralización de la literatura y también del lenguaje, al porteñocentrismo y a la escritura heteronormada. La idea es cuestionar las formas y los medios de producción tradicional de un libro, resignificarlo, volverlo muy barato y apasionante. Esto no es nuevo, viene heredado de la literatura de cordel y se planta como una forma de resistencia", explica el escritor y editor de 29 años Fabricio Jiménez Osorio; creador de la editorial Gato Gordo que desde 2015 lleva publicados ya once títulos. Como editor, Fabricio trabaja con libros en formato plaqueta (abrochados, sin lomo y con pocas páginas) que abordan temáticas históricamente silenciadas en la escena local como el amor desterritorializado, el orgullo abortero y el postporno. Por su parte, Julián Miana (26 años, escritor y editor de Minibus), cuenta que la mayoría de los proyectos editoriales autogestivos que surgieron en Tucumán en los últimos años no persiguen fines comerciales, sino que buscan visibilizar una producción literaria cada vez más abundante en títulos y en autores: "Hay una necesidad de crear sellos editoriales para publicar libros. Entre las distintas editoriales, todos vamos aprendiendo de todos. La literatura para mí se construye colectivamente. Creo que si sigue esta movida van a aparecer cada vez más nuevos autores". En el caso de Minibus, la editorial lanzada en 2015 ya lleva publicados seis títulos en formato libro y cuatro en formato plaqueta.

Uno de los temas gravitantes en los debates que se dieron entre los escritores sub 30 durante el festival, es la relación entre la producción local y los centros donde se concentran las principales editoriales, como Buenos Aires y Rosario. Los escritores tucumanos, en muchos casos, parecen decididos ahora a no esperar demasiado de esos centros donde sus obras suelen pasar desapercibidas para abrirse un camino propio desde la provincia. "No tenemos mucho contacto con el centro, esa es una decisión consciente, nosotros queremos apostar por lo local", sentencia Miana.

La consolidación del FILT como uno de los festivales literarios más importantes que se organizan fuera de Capital Federal, ha servido en estos años no sólo como vidriera de la prolífica producción de los escritores tucumanos, sino también para tender puentes entre los escritores y editores locales y los que proceden de los centros. La literatura tucumana parece brotar por todos lados, pero aún necesita de un público más masivo que le haga justicia: "Hay un momento de efervescencia positiva. Están surgiendo talleres, eventos y proyectos editoriales. Ese proceso va cristalizándose en obras, pero todo eso todavía está en desarrollo. Seguramente van a empezar a surgir más libros, pero todavía falta un público que identifique a esos autores", explica Rivadeneira, uno de los organizadores. De hecho, en esta edición del festival se presentaron la novela El interior afuera (Queja) de María Lobo, el libro de cuentos Aquí se restauran niños y vírgenes (Minibus) de Verónica Barbero y dos de poesía: Deseo y decepción (:e(m)r;) de Florencia Méttola, y Blancas y plateadas (Neutrinos) de Sofía de la Vega. En el jardín de la república se respiran poderosos aires nuevos.

 

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