La historia del arte es una categoría. Mejor dicho: la historia del arte es un discurso sobre el arte que, para analizarlo, utiliza categorías. Pero el arte, en sí, es inatrapable. Se escurre a lo largo del tiempo y del espacio entre continuidades y rupturas con la más arrebatada libertad. Desde luego, responde a épocas, a procesos estéticos e intelectuales, pero siempre corre delante de nuestras manos.
En este sentido, Horacio Butler (1897-1983) es un velocista. Desde la ilustración y el grabado hasta el óleo y el tapiz. Desde pintar tapas de libros y diseñar escenografías hasta escribir novelas. Un velocista que, en materia de artes plásticas, salta las vallas de las etiquetas y los encasillamientos. "¡Por suerte!", dice Malena Babino, curadora de la muestra que se distribuye entre el Museo Sívori y el MAT (Museo de Arte de Tigre). Se titula Horacio Butler. Viaje, modernidad, paisaje y cuenta con obras que provienen del acervo del MAT, de la Academia Nacional de Bellas Artes y de colecciones particulares.
El pintor del Tigre
Ahora estamos en el salón principal del MAT —un edificio antiquísimo y exageradamente elegante ubicado frente al río Luján— recorriendo las obras de Butler. La temática es Tigre, todas aquí se desarrollan en torno a su paisaje. Hay litografías, bocetos y arte textil. "Es un remanso visual poder hacer este recorrido. Butler tiene tantas ventanas que se pueden ir abriendo. Lo que hay hoy acá, en el MAT, y en el Sívori es una pequeña porción de su obra, que es inmensa y muy rica", comenta Graciela Arbolave, directora general y artística del MAT.
"En la historia del arte argentino Butler ha sido reconocido como el pintor del Tigre", explica Babino.
Sus abuelos tenían una casa en el Delta entonces pasaba ahí todos los veranos. "El Tigre es el paisaje —cuenta la curadora— que le permite a Butler tener contacto con la naturaleza. Cuando va a Europa, esta dimensión de índole emocional se fortalece, y cuando vuelve en los años treinta a la Argentina asume la necesidad de tener un pie en el Tigre. Entonces compra una casa a orillas del río Carapachay y ahí va a pintar desde el 34 en adelante de manera sistemática el paisaje del Tigre. No es el único elemento iconográfico de su pintura, pero sí es dominante y permanente como una exploración del lenguaje artístico, es decir, de un artista que se expresa pictóricamente para entender la naturaleza".
En su libro La pintura y mi tiempo de 1966, Butler escribe: "La idea de una isla empezó a sonar en mis oídos como un símbolo". Tal vez una obsesión. Tal vez un relajante. Pero la idea ya estaba instalada en su cabeza.
En esta mañana de sol, el MAT tiene algunos visitantes. Dan vueltas por las salas y luego se asoman al río para contemplar en paisaje. "En este museo, a diferencia de las obras de Butler del Sívori, están lo que llamamos artes aplicadas. Grabados, textil, gráficas. La diferencia entre las bellas artes y artes menores. Butler no pensaba en artes mayores y artes menores. Butler pensaba en arte. Sólo eran distintos lenguajes", explica Babino.
De increíble ductilidad
Como buena historiadora del arte obsesiva, Malena Babino viajó y vio lo que Butler había hecho, no sólo en París, sino en el primer lugar donde se instala: Worpswede, una colonia paisajista de Alemania. "Revisando la obra que él había hecho ahí, que era obra que no conocíamos en Argentina los historiadores, restauradores y profesionales vinculados al arte, ni tampoco sabíamos que había ahí un archivo con cartas del propio Butler escritas en los años veinte cuando se va de Alemania y se instala en París, me llevó a revisar a Horacio Butler y el Museo Sívori se entusiasmó con esta nueva posibilidad de hacer una muestra", cuenta sobre la génesis de esta exposición.
Ahora estamos en Palermo. Frente al lago, El Rosedal y varios puñados de personas que caminan, andan en roller y pasean sus perros, está en Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori. Su estilo colonial sobresale entre los árboles del parque. Allí está la mayor parte de la muestra de Butler y comprueba lo que sospechamos: su increíble ductilidad.
Pequeños dibujos acuarelados que van desde tapas de libros —como Simone de Beauvoir, Mujica Lainez y Norah Lange— hasta diseños de escenografías —para la ópera Prosperina y el extranjero— y decoración de vidrieras de la calle Florida. Luego, sobre una pared a la derecha, Las cuatro estaciones: cuatro cuadros que bien podrían catalogarse como lo mejor de la muestra. Y más obras que lo vuelven aún más inclasificable: Recuerdo de viaje, un collage con relieve de las casas de Venecia; La familia de Carlos III, que tiene cosas caricaturescas: y Desnudo, que si bien es un cuadro bien figurativo, el trato intenso del color sobresale.
Ir a buscar la Modernidad
Terminado el colegio, estudia el Profesorado de Pintura en la Academia Nacional de Bellas Artes —"una formación sólida y clásica", comenta Arbolave— y decide viajar a Europa. No va solo, es parte de una generación que necesita salir del contexto argentino para observar cómo el mundo se estaba transformando. Butler pertenece a lo que se denominó el Grupo de París, un colectivo de artistas que en los años veinte cruzan el Atlántico. Héctor Basaldúa, Aquiles Badi, Antonio Berni, Raquel Forner, Alfredo Bigatti, Víctor Pissarro y Juan Del Prete, entre otros.
Malena Babino
—¿Qué fue a buscar Butler y estos artistas a Europa?
—Lo que acá no encontraban: la modernidad. París era ese espacio que les iba a permitir el contacto con la vanguardia, con la modernidad. Ahí tienen contacto con el expresionismo, el fauvismo, el cubismo… la modernidad, que les permite renovar el lenguaje artístico que aprendieron de la Academia. Acá, en Argentina, lo que se hacía era una figuración naturalista donde la imagen procuraba ser lo más fiel posible al referente del entorno circundante. El arte era un mandato del siglo XIX, casi documental y fotográfico. Ellos lo rompen y tratan de experimentar con el lenguaje de la pintura, de la escultura, del grabado, de las artes plásticas.
—Si bien es una obra muy difícil de encasillar, ¿entre qué tradiciones lo ubicaría?
—La Historia del Arte organiza sus narrativas a partir de paradigmas y casilleros. En la historia del arte argentina, Butler ha sido encasillado en las vanguardias de los años veinte y treinta: la tendencia abstractizante y constructivista derivada de Cézanne, que es un gran maestro para las vanguardias del siglo XX. La manera de organizar el espacio y sintetizar las formas que tienden a la simplificación y la abstriacción deriva de Cézanne. La tendencia post cézanneana, cuando estudia en el taller de André Lhote. Pero por otro lado, él va al taller de Othon Friesz, quien recibe la herencia del fauvismo de Matisse. De la conjunción entre la organización sintética y racional del espacio y de las formas, pero convinada con un interés muy claro por el color como elemento expresivo. Butler podría quedar encasillado ahí, entre el fauvismo y el cubismo, pero eso es una simplificación, porque tenemos que saber leer otras aportaciones en el recorrido de su obra, y su propia manera de interpretar su realidad, que tiene que ver, desde lo que yo puedo leer, con un corrimiento de esos casilleros para poder hacer una suerte de simbiosis entre el rigor constructivo y la liberación expresiva que supone el color para organizar un universo visual que de cuenta de su comprensión del mundo a través de la imaginación. Por eso vemos que en las obras de Butler no vamos a encontrar una individualización de los personajes, no vamos a encontrar situaciones ancladas en una temporalidad muy concreta, sino imágenes que provienen básicamente de una memoria que van y vienen de una manera aleatoria.
Fuego y anacronía
Las obras se realizan al calor de un contexto. Pero en Butler, que en palabras de Babino "la cronología pasa a un segundo plano", es pura anacronía. Las fechas faltan y los períodos se confunden casi a propósito. "Esta es la única obra que hay en esta sala que tiene una fecha y que esa fecha importa", dice Babino —estamos en el MAT— y señala a su izquierda. Son los bocetos que pertenecen a un encargue que le hacen de un telar para que cubra el altar de la Basílica de San Francisco.
El 16 de junio de 1955, tras los bombardeos en Plaza de Mayo que dejaron 300 muertos y más de 800 heridos —el intento del Golpe de Estado contra Perón—, se realizó un masivo incendio de iglesias. Los aviones de la Marina que tiraron las bombas tenían pintados el signo de Cristo Vence. De allí la violenta respuesta del peronismo. Entre las iglesias quemadas estuvo la de San Francisco.
"Se perdió todo", cuenta Babino, "entonces hicieron un concurso, Butler se presentó y lo ganó. De hecho, la virgen que preside a la imagen de San Francisco él la toma de una pintura que había hecho su madre para una iglesia del Tigre. Fijate cómo rebota todo el tiempo el Tigre en Butler. Es la única obra de las que hay en sala que importa la fecha porque corresponde al encargue", agrega la curadora.
Un velocista más allá del tiempo y el espacio
Horacio Butler, en su ímpetu velocista, hizo de todo. No sólo expuso en el Primer Salón de Pintura Moderna, diseñó la escenografía de ballet en Nueva York, de ópera en Milán, también fue profesor y miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, obtuvo el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes en 1973, el Premio de la Fundación Alejandro Shaw en 1981 y el Konex de Brillante 1982 a las Artes Visuales.. Además escribió tres libros —La pintura y mi tiempo (memoria autobiográfica, 1966), Las personas y los años (relatos autobiográficos, 1973) y Francisco (novela, 1978)— y, por supuesto, produjo un sinfín de pinturas. Aunque quizás no es el término apropiado, porque lo que Butler hizo se una idea: el arte de escurrirse entre las manos de la etiqueta.
"La diferencia entre un objeto decorativo y una obra de arte es muy clara. El objeto decorativo es una linda pintura que funciona para complacer el gusto, y la obra de arte plantea una realidad que el artista piensa en términos de lenguaje visual", explica Babino sobre el poder trascendente de Butler.
Hoy, al alcance de cualquiera —en el MAT la entrada está cincuenta pesos, y en el Sívori, treinta—, Butler continúa corriendo, escapando de los encasillamientos. Y en ese maratónico andar, parece mirar hacia atrás, sonreír, y volver a renovarse.
—¿Qué nuevas lecturas desata la obra de Butler hoy?
—Me parece interesante esta época donde estamos viviendo la expansión de las redes e internet, porque nos coloca en un desafío súper interesante que tiene que ver con dos dimensiones que constituyen nuestra subjetividad: el tiempo y el espacio. No nos podemos pensar por fuera del tiempo y el espacio. Internet diluye estas dos dimensiones, porque podés estar simultáneamente en otros lugares y vincularte fuera del espacio con quien quieras. Esto hace que nos planteemos preguntas de índole filosófica. Y estudiando la obra de Butler entendí que en él las dimensiones del tiempo y el espacio se reconfiguran de una manera totalmente diferente. Primero, porque uno puede organizar su obra por períodos pero en realidad no sirve eso porque su pintura, por supuesto sin que él tuviera conciencia de lo que estaba haciendo, no respeta cronologías. Como la memoria, que es una dimensión del pensamiento que tampoco respeta cronologías ni especialidades, que va por fuera porque lo que nosotros recordamos se va sobreimprimiendo en temporalidades y espacialidades disímiles. Entonces me parece que una nueva lectura de la obra de Horacio Butler tiene que ver con lo que estudia el historiador contemporáneo Georges Didi-Huberman: la imagen ante el tiempo. La historia del arte plantea visualidades que, si bien son hijas de su tiempo y de su espacio porque son hechos culturales, al mismo tiempo pueden ser leídas fuera del espacio y del tiempo, porque tienen que ver con la mirada del artista y cómo configura el entorno. Y en este universo de las redes ésto se entiende mejor. La contemporaneidad no está ayudando a leer fuera del tiempo y del espacio obras que estuvieron muy ancladas en una secuencia lineal, en la del progreso: si eras más abstracto era más moderno. Ahora la distinción entre figuración y abstracción se cae. Es lo que pasa en Butler.
Horacio Butler. Viaje, modernidad, paisaje
* MAT
Hasta el 30 de septiembre
Paseo Victorica 972 – Tigre
Miércoles a viernes de 9 a 19 horas
Sábado a domingo de 12 a 19 horas
Entrada: $50
* Museo Sívori
Hasta el 26 de agosto
Av. Infanta Isabel 555 – CABA
Martes a viernes de 12 a 20 horas
Sábados, domingos y feriados de 10 a 20 horas
Entrada: $30 (miércoles gratis)
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