No es la lengua. Que aunque es la misma, y aunque digan que las audiencias prefieren ficciones en su idioma, la serie de Luis Miguel solo pude verla con subtítulos, y aunque arranqué Don Quijote obediente a la indicación de @maurette79 de leerlo en su versión original, enseguida cedí a la impecable adaptación al castellano actual de Trapiello, más amigable e inclusiva.
Lo que tienen en común #Cervantes2018 y #LuisMiguelLaSerie es eso que los estudios culturales descubrieron en los 80 y atribuyeron a los medios masivos, sobre todo a los contenidos de televisión: la capacidad de convocar a un montón de gente alrededor de algo al mismo tiempo. Algo que organizaba la experiencia colectiva, generaba conversación, identificaciones, cemento social.
Claro que eso era la televisión de los 80, antes del cable, antes de Netflix. Cuando los estrenos (uno, dos, tres como mucho por semana) se anunciaban y se esperaban con ansiedad, y se comentaban al día siguiente en la oficina o en el colegio, como los partidos de fútbol, como (¿quizás, aún?) las galas de Tinelli.
Eso pasó hace mucho, mucho tiempo, cuando todos veíamos más o menos los mismos programas y hablábamos más o menos de las mismas cosas, segmentados en todo caso por los grandes conglomerados de edad, género, clase social. Los estudiosos de la cultura de masas usaron la metáfora del fogón: la historia compartida alrededor del fuego ardiendo. Pero se concentraron en la historia, se olvidaron del fuego: todos juntos, en el mismo momento, el mismo día, a la misma hora, haciendo lo mismo.
Hoy historias, ficciones, sobran. Hay tantas y tan buenas (y tan malas) que es imposible seguirlas a todas, y más imposible aún es coincidir. La simultaneidad ya casi no existe. A menos que uno se lo proponga y deliberadamente invite gente a su casa, es improbable seguir una serie al mismo ritmo no ya de los amigos o compañeros de trabajo o estudio, sino de la pareja o los hijos, los que comparten la misma casa (no ya la tele, porque cada uno puede ver lo suyo cuando quiera en su laptop o en su tablet).
Esa es la magia, la chispa que encendieron para mí en los últimos meses la lectura colectiva de Don Quijote, compartida en las redes sociales por iniciativa del profesor de literatura Pablo Maurette (que ya lo había hecho antes con el Dante) y los estrenos semanales (los domingos a la medianoche) de la serie biográfica de Luis Miguel: todos juntos, al mismo tiempo, alrededor del fuego.
Todos (muchos) esperando lo mismo, todos sufriendo o riendo por lo mismo, en el mismo momento. O eludiendo las redes sociales para evitar el spoiler al día siguiente si no pudimos cumplir con la cita en tiempo y forma. Porque la simultaneidad tiene esa gloria: rompe con la ley del spoiler. Si está pautado el día y la hora del encuentro, vale spoilear. El que no lo vio, el que no lo leyó cuando debía, que se abstenga.
Las maratones de series, el consumo bulímico de ficción de la era Netflix, adelgazó la conversación social, nos dejó solos, en un banquete privado. Impuso insoportables restricciones protocolares sobre lo que se puede o no se puede decir en voz alta, y ya no podemos contar casi nada que hayamos visto sin riesgo de estar arruinándole a alguien su programa para esta noche o su final de temporada.
Es cierto que hace ya bastante que la auspiciosa fiesta de twitter nos resulta a muchos más que una fiesta, una amarga reunión de consorcio. Pero en los últimos meses, gracias a #Cervantes2018 y a #LuisMiguelLaSerie mi TL al menos se llenó de un montón de gente que no conozco conversando con igual entusiasmo tanto de las aventuras de don Quijote y su fiel escudero como de las desventuras del pobre Micky y su temible padre Luis Rey. De la Marcela Basteri, madre sufriente del niño prodigio mexicano, como de la Marcela pastora por la que murió de amor el pobre Grisóstomo en la obra de Cervantes.
Se podrá decir que no hay mucha novedad en ninguna de las dos conversaciones. Quien más quien menos, todos sabemos que el ingenioso hidalgo perdió la cordura por leer novelas de caballerías y que la madre de Luis Miguel nunca aparece. ¿Por qué leer o releer un clásico en twitter? Porque es leer o volver a leer con otros. Porque es solo un capítulo por día. Porque es democrático, porque no exige mucho y da más de lo que pide.
¿Qué le pueden agregar las redes sociales a un melodrama clásico como la serie de Luis Miguel, tan clásico como las viejas telenovelas de Verónica Castro? Las miles de interacciones de los fans que completamos el texto, reponemos información, aportamos datos biográficos, material periodístico, fotos, videos, notas, memes, teorías especulativas…
Conversación, conversación, más conversación. Intercambio, pegamento social. La ilusión de lo gregario: todos juntos escuchando el mismo cuento (una que sepamos todos) alrededor del fuego.
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