¿Qué equipo vas a usar?, rompe el hielo Roberto Cartes, mecánico de la Línea E de subtes, dirigiéndose al fotógrafo de Infobae Cultura que no se espera la pregunta y tarda unos segundos en responderle. Camino al andén, la charla se abre paso entre obturación, apertura, diafragma y velocidad ISO; el dialecto de los que cuentan con la cámara.
Poco después de que una formación se detiene sin razón en algún punto de los más de 60 kilómetros de la red porteña, suena el teléfono en los talleres del servicio. Entonces Roberto deja de hacer lo que está haciendo, le da un último sorbo largo al mate, agarra sus herramientas y toma un taxi hasta la estación más cercana al problema. Después corre por los túneles, "por el laberinto", como les dice, hasta el Minotauro de seis coches y más de dos toneladas, con el que se enfrenta desde hace 36 años.
"Los túneles me fascinan porque forman una especie de laberinto, el hombre está conectado a la caverna y al laberinto, el Minotauro y el Minotopo están emparentados", se ríe por la asociación, yendo sin escalas de la leyenda griega de la isla de Creta a la publicidad que Agulla y Baccetti hicieron para Metrovías en 2007, en la que un ser mitológico vive bajo la Ciudad de Buenos Aires.
"Yo vivo en el subte, amo el subte, respiro subte por todos lados", admite Roberto, que en 2016 empezó a subir las fotos de su mundo subterráneo a la cuenta de Instagram @varondelis. El nombre lo tomó prestado del primer renglón de "Los motivos del lobo", un poema de Rubén Darío que se convirtió en su pseudónimo. Ahí, explica el mecánico, intenta contar en fotos cómo es "el mundo debajo del mundo".
Sus imágenes no son inocentes, ni ingenuas, ni frágiles. Muestran una vida que transitan millones, pero que de cerca conocen muy pocos. "¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes las piedras?", se pregunta Roberto a través de Bertolt Brecht al comienzo de su último libro, Fotoactivismo Subterráneo. La frase no es inocente, ni ingenua, ni frágil.
Sus fotos tienen la dosis justa de mirada, ideología e intención. Desde la técnica, las luces y las sombras son sus aliadas bajo tierra y sin embargo es otra cosa la que lo diferencia de otros: Roberto puede volverse invisible.
No fotografía un mundo ajeno, cuenta el propio. "Muchos de los flacos y las pibas a los que les saco son compañeros que me conocen desde hace mucho ya, alguno me dice 'La leyenda'", se vuelve a reír. "Es porque soy un tipo que hace rato viene laburando. Alguien de afuera no sería lo mismo porque viste que la cámara intimida".
"La fotografía mía es un poco paparazzi, yo estoy laburando también, pero cuando puedo meterme con la cámara en algún lado la ubico de tal manera de que ellos no se den cuenta de que les están tomando fotos. Cuando se dan cuenta ya es tarde", comparte con Infobae Cultura , en tono de quien confía una picardía.
Muchos otros fotógrafos buscaron retratar el mundo del trabajo antes que él. Lunch atop a Skyscraper (Almuerzo sobre un rascacielos), tomada durante la construcción del Edificio RCA en el Rockefeller Center de Nueva York en 1932, es una de las imágenes más conocidas sobre el tema y al mismo tiempo una puesta en escena a 260 metros de altura, una simulación.
El brasileño Sebastião Salgado publicó en 1993 el libro Trabajadores: arqueología de una era industrial y a pesar de la presencia de una técnica y un estilo propios, en sus imágenes en blanco y negro, que parecen casi cromadas en la textura, se delata también la rigidez de sus protagonistas. Muy pocos son capaces de registrar un mundo que no les pertenece, sin contaminarlo, sin condicionarlo.
Desde los 22 años Roberto trabaja en el subte. Hoy, con 58, cuando le toca responder la pregunta por cómo empezó su gusto por la fotografía, se acuerda de un día que en 1998 casi se muere. "En el año '98, justo acá en Bolívar, voy a abrir una caja que no tenía la información que correspondía y agarré un fusible de alta tensión. Casi pierdo la vida y eso me hizo replantearme muchas cosas".
Lo primero que hizo después de ese cara a cara con la muerte, fue escribir. Publicó en 2004 Secretos, un libro de poesía, con Editorial de los Cuatro Vientos. Después se puso a estudiar periodismo, cuando un compañero suyo, Néstor Segovia, entonces mecánico como él, lo alentó a que se metiera en prensa del subte. "Yo no soy sindicalista, nunca fui activista, nunca me metí en política, todavía no lo hago, pero le dije que sí", sigue el hilo de la historia que lo dejó a un paso de la cámara de fotos.
Al principio eran para ilustrar las gacetillas, los comunicados, hasta que un día, ya como trabajador de prensa, durante un acto en el Obelisco, compuso una escena en su cabeza. Después de tres años de entrenar el ojo, ese día vio a Segovia sostener una bandera, pelear contra las ráfagas de viento y no dudó: se tiró al piso y apuntó la cámara a su compañero. '¿Qué hacés ahí tirado? Levantate', se acuerda que le gritó el otro sin entender. Fue, cuenta, una de las primeras que sacó "con intención". Hoy la foto está entre las pocas que el líder gremial tiene en su oficina.
Su formación tiene que ver con una mujer, Maga Paula, que una y otra vez vuelve al relato de Roberto como su mentora. "Me enseñó de forma coloquial, en charlas, cómo se usaba la cámara. La conocí estudiando en el (Centro Cultural) Impa, mucho después de haber empezado a tomar fotos. Ella me contó que existía una tal Susan Sontag, un Barthes, todos pibes viste", larga una carcajada, y los ojos achinados le desaparecen de la cara.
"En mis fotos no busco que sea la típica foto del compañero sonriéndole a la cámara, el trabajador es el tipo que está en el día a día, que se ensucia las manos", describe sus imágenes y habla de que además de saber usar los equipos, elegir los lentes, manejar las luces, la apertura del diafragma, para ser fotógrafo hace falta algo más: una razón.
"Hay gente que tiene la razón pero no tiene la técnica y se queda ahí. A quien quiera sacar fotos hay que darle la técnica y enseñarle que las razones que tiene son de peso", sostiene él, que hoy tiene en la cabeza seguir perfeccionándose, estudiando, para un día montar una escuela de fotografía en Glew, donde vive, donde no hay ningún lugar para aprender. "Para enseñar como me enseñó Maga Paula a mí", sueña.
SEGUÍ LEYENDO
"Matriz": la obra de arte contra la violencia de género que llegó al subte porteño