Una cosa es estar frente a una pantalla y otra, muy distinta, es mirar el show en vivo, desde la butaca. Estar ahí, en ese presente inmediato, mientras los actores bailan sobre el escenario con sus disfraces coloridos, mientras todo el público grita, canta, aplaude y está ahí, como vos, en el show. La pantalla y el vivo. Ni mejor ni peor. Son dos experiencias diferentes.
La Granja de Zenón es uno de esos casos que se desdoblan. Por estas vacaciones de invierno, de martes a domingos, hay dos funciones diarias en el Teatro Broadway —este espectáculo recibe el nombre de Las aventuras de Bartolito—, pero viene de las redes, donde es un fenómeno en sí mismo. La Granja de Zenón es una serie de videos infantiles dentro del canal de YouTube El reino infantil, uno de los canales más vistos. Bastará con leer estos números: tiene casi 15 millones de seguidores, alrededor de 16 millones de visualizaciones diarias y es el único canal de América Latina con más de 10 mil millones de reproducciones. Al ingresar, hay un video destacado. Se llama "Medio peso", pertenece a la cuarta temporada de La Granja de Zenón. En dos meses superó las 51 millones de vistas.
La virtud está en la masividad de un producto argentino que pone a bailar animales antropomorfos viejos clásicos de la música popular infantil —como La gallina turuleca y Incy Wincy araña—, pero con un componente extra: cumbia tropical. Así, Ricky Maravilla resurge como un tótem de la diversión preescolar. No hay nada que hacer: ¿cómo no mover los pies cuando canta, percusión bochinchera mediante, que "un gallo se enamoró perdidamente de una pata que nadaba en la laguna"?
Una cosa es la pantalla. Otra verlo en vivo. Experiencias diferentes.
Ahora son alrededor de las tres de la tarde de un domingo con diez grados y la Avenida Corrientes está repleta. El frío no es novedad, pero sí la gente en la calle. Hay mucha, como pocos domingos del año. Arriba se ve que los edificios tienen sus ventanas cerradas, las oficinas están de franco y se respira ese inconfundible aire dominical. En la calle, el alboroto de los autos se explica por la obra en construcción casi permanente—la avenida se convertirá en peatonal nocturna— que comenzó en enero y termina el año que viene.
En la puerta de los teatros, colas y colas de gente. Emponchados, los chicos le gritan a sus padres todas las ganas que tienen de entrar a ver lo que han venido a ver. Al lado, los vendedores de muñecos, espadas, cetros y bufandas aprovechan la feria.
El Teatro Broadway es una cueva oscura y calefaccionada que de repente explota cuando Zenón y su sobrino Tito aparecen en el escenario. Suena cumbia, los chicos gritan, los padres sacan fotos y el mundo se empapa de la emoción de las cosas en vivo. Zenón es el dueño de la granja, el que vive en el campo, el que convive con todos sus animales. Tiene un saber, una experiencia y la comparte. Su tono es exageradamente provinciano: muy gracioso. Su sobrino Tito es el invitado y quiere que le cuenten todo: cómo ordeñar una vaca, cómo andar a caballo, cómo manejar un tractor. Quiere saber todo.
"Es muy importante que tengas esa curiosidad", le dice Zenón y quizás en esa línea este el mensaje más importante de todo este suceso: sin esa curiosidad iniciática, todo está perdido. ¿Qué sería de la humanidad sin ese extrañamiento que permite quitar los prejuicios y mirar la vida sin tantos filtros conceptuales? Por eso, cuando todo este cardumen de niños abre bien grande los ojos el mundo se agiganta frente a ellos. Lo que su imaginación experimenta desborda todo.
El mentor de este universo se llama Roberto "Kuky" Pumar. Tiene 58 años y su historia de vida es la historia de un entrepreneur con los pies en la tierra. En los setenta, su padre era el dueño de una disquería dentro de la Estación Constitución. Le puso de nombre como le decía a su hijo y le agregó el producto que vendía en plural: Kuky Discos. Desde los diez años Kuky estuvo ahí, ayudando con lo que hacía falta y subiéndole el volumen a la cumbia tropical que sonaba sin parar. Cuando volvió la democracia, ya mayor de edad, decidió comprar una discográfica y meterse en el negocio de la música bailantera.
"Eran siempre los mismos, el Cuarteto imperial y Los Wawancó. Faltaba hacer la Madonna y el Michael Jackson de la cumbia local, y fui por eso", le dijo Kuky Pumar a Infobae en una reciente entrevista en la sección Finanzas y negocios. Lía Crucet fue su Madonna, y Ricky Maravilla su Michael Jackson. Leader Music, así se llama la discográfica, no se detuvo jamás. Se volvió una máquina, la catapulta del tropicalísimo: Malagata, Antonio Ríos, Leo Mattioli, Gilda, Ráfaga. Con los años y ya menguado el fenómeno, siguieron buscando nuevos rumbos —hoy trabajan con Babasónicos, Onda Vaga y Los Pameras, por seguir con la lista de músicos—, entonces apareció el público infantil. La música estaba, faltaba la animación.
En 2011, cuando llegó Google, Kuky Pumar apostó a ese extraño universo de lo digital. Las grandes compañías se aferraron a lo seguro y privilegiaron su programación en la televisión. Canales como Disney, Cartoon Network y Nickelodeon no subían sus videos a la red, se guardaban el contenido para un formato que hoy parece viejo. En ese preciso instante, El reino infantil entró en su pendiente imparable de masividad.
Bartolito, Juguemos en el bosque, El lorito Pepe, El auto bochinchero, La chancha se fue a pasear… Las canciones se suceden mientras los muñecos de trajes impecables y coloridos formulan una historia sencilla: los animales juegan a la escondida, bailan y se ayudan mutuamente. Hay una idea de comunidad como resistencia solidaria ante tanto fatalismo de competencia e individualidad. "Tenemos que cuidarnos entre todos", dice Zenón sobre el final de la obra. Tal vez se trate de la búsqueda pedagógica —que por suerte tiñe el show, porque predomina lo lúdico— de dejar una moraleja antes de irse: cuidarnos entre todos.
Entonces explotan las serpentinas plateadas y el espectáculo se evapora con el aplauso de los niños y el último flash de los celulares de los padres. Afuera hace frío, pero ya no importa.
Antes de ir a algún café o fast food de la Avenida Corrientes o de volver directamente a los hogares, las familias más pudientes comprarán el merchandising oficial a no menos de mil pesos y las menos pudientes se conformarán con esos muñecos que los vendedores ambulantes venden en la vereda a 200. No emitirán el sonido de las canciones de la granja cuando los chicos le apreten la panza pero al menos tienen esos colores chispeantes que evidencian el recuerdo de haber estado ahí, viendo La Granja de Zenón. Ya no en la pantalla, sino en la butaca, frente al escenario, en vivo. Ni mejor ni peor. Experiencias diferentes.
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