Con un saco azul marino, anteojos de marco negro y un pequeño jopo, de aparente carácter sereno, Hannah Gadsby atraviesa el escenario hasta hacerse con el micrófono. El stand up llamado Nanette, en honor a una barista de pocas pulgas y palabras que conoció en una cafetería, es el nuevo especial de Netflix que se convirtió en las últimas semanas en el centro absoluto de todas las redes sociales. Desde Argentina hasta el Japón. Y no es para menos. Con una sala colmada de gente, la comediante lesbofeminista hipnotiza al público con chistes acerca de su apariencia masculina, la cual genera situaciones incómodas entre quienes a veces la confunden con un hombre, sobre crecer siendo lesbiana en una ciudad homofóbica como Tasmania y no encajar, ni siquiera hoy, en la comunidad LGBTIQ que desfila en la marcha del orgullo, o en el club de lesbianas que le exige mayor material lésbico en su show. Bastará un puñado de bromas para guardarse a la audiencia en el bolsillo, sin saber que han sido invitados a una trampa que no les permitirá salir del teatro siendo los mismos.
La relación entre Hannah Gadsby y la comedia fue accidental: muchos años antes de llenar la Ópera de Sidney con espectadores sedientos de risas, Hannah era una Licenciada en Historia del Arte que se dedicaba a plantar árboles en una granja sin mucho entusiasmo. Las bromas se daban solo en el ámbito privado, entre su familia y sus pares. Fue un amigo quien le sugirió que ya era hora de ampliar su audencia, y sin darle demasiado tiempo para pensar la anotó en 2006 en la competencia Raw Comedy para nuevos comediantes, donde Hannah ganó la atención de su país de origen al ganar la final.
Nacida en Australia, en un pequeño pueblo de Tasmania, sus inicios en el stand up buscaban un único objetivo: garantizarle un momento plácido al público. En uno de sus primeros espectáculos la comediante sale al escenario con una actitud tímida, apocada. Su rostro serio, sin posibilidad de alguna sonrisa a la vista, se opone al de los espectadores, quienes estallan en carcajadas cuando Hannah lanza chistes por lo bajo sobre las costumbres de Tasmania y las letras de Shakira. Doce años pasaron de ese comienzo. En ese lapso de tiempo Hannah invadió la televisión, dio singulares conferencias de arte en museos y se dedicó a presentarse como un chiste humano entre el circuito de festivales y las giras internacionales por Europa, cosechando decenas de premios y encontrando en el otro un cómplice para burlarse de sus caderas anchas y sus fracasos amorosos.
Se reía de ella misma para hacer reír a los demás. Doce años pasaron desde aquella fórmula sin riesgos de ser rechazada por un público exigente de salir satisfecho de la función. Pero en 2017 algo cambió por completo: ese pacto se rompió para siempre en medio del que, tal vez, sea su último espectáculo de comedia.
El camino de la heroína
Desde 2008 a 2018, exactamente una década, Hannah Gadsby fue de una u otra manera parte de la televisión. Irrumpió en talk shows, programas de juegos, fue parte del equipo fijo de Adam Hills in Gordon St Tonight durante tres años, interpretó un personaje chiquito en la serie The Librarians y otro en el programa Underbelly, pero su papel más importante fue en Please Like Me, la maravillosa serie australiana creada y portagonizada por su amigo Josh Thomas, donde Hannah hizo de ella misma. Como si no pudiera traicionar sus principios e ideología política. O, tal vez, porque su historia es demasiado grande y pesada para reemplazarla por una ficcional.
En las últimas tres temporadas, desde 2014 a 2016, la comediante dejó a un costado la exigencia de hacer reír y (re)construyó un personaje dramático que funcionaba como un espejo interno. Bajo su mismo nombre con poder de palíndromo, Hannah era una chica lesbiana depresiva que vivía en un psiquiátrico, hasta que al conocer a la madre del protagonista, Josh, se anima a mudarse con su nueva amiga Rose. Una aliada depresiva tan frágil que necesitaba que alguien la cuide. Al igual que Hannah, quien se flagela golpéandose los pies, y los llena de moretones, cada vez que abandona la medicación y siente la respiración del fracaso.
"Duele saber que necesito pastillas para poder vivir cada día de forma normal. Es muy doloroso", le decía a su compañera de vivienda, Rose. Tema que años después sería central en su stand up Nanette. Hannah merodeaba entre los espacios y los personajes observando lo que se movía a su alrededor e interveniendo solo cuando debía explotar para no implosionar. Desconectada del mundo, y a veces de ella misma. "¿Quieres ser triste y floja toda tu vida?", le preguntaba Rose a su única amiga. "Es lo que hago mejor", le respondía Hannah, sin saber que dos años después daría una clase de fortaleza revolucionaría arriba del escenario que recorrería el mundo haciendo temblar a quienes la hicieron temblar a ella en el pasado.
En 2014 realizó una serie documental llamada Hannah Gadsby's Oz con el fin de poner en crisis la supuesta identidad australiana que refleja el arte de su país. Hacer a un costado la estatuaria imagen del hombre con sombrero, fuerte, macho y conquistador, para darle lugar por primera vez a una versión femenina de Australia, y a tantos artistas ignorados que pintan historias que merecen ser vistas y escuchadas. Las nuevas generaciones que no piden permiso para cambiar las reglas de un sistema conservador que las mira de reojo por sacar a la luz los problemas de un país con un pasado homofóbico que ya no quieren tapar con pinturas bonitas y tranquilizadoras.
No satisfecha con armar un poco de revuelo, en 2018 volvió a incomodar a la elite del arte con su nueva miniserie documental Hannah Gadsby's Nakedy Nudes, un programa donde, con el título de Licenciada en Historia del Arte, la comediante demuestra a través de obras de arte occidentales que los ideales corporales de belleza y las normas de género que rigen en la actualidad provienen de los antiguos griegos y sus parientes renacentistas.
Otro ítem que es clave en su obra maestra Nanette. Exhibir a las mujeres desnudas como objetos sexualmente disponibles, al alcance de la mano o la vista. Hannah señala cómo gran parte de la historia del arte está compuesta de lienzos protagonizados por mujeres pasivas, siendo solo manchas de color piel que existen para ser observadas por un hombre. O muchos. Un cuerpo bidimensional despojado de voz y ropa. Hannah Gadsby vincula la esencia de aquellas pinturas, donde las chicas parecen ser siempre nudistas con las denuncias de la campaña #MeToo. Uniendo a la mirada masculina en la historia del arte con los ojos machistas de Hollywood.
"No hemos inventado ese problema en esta generación, no lo hemos inventado en este siglo. Esto es algo que hemos heredado y tardará mucho tiempo en deshacerse, pero no vale la pena defenderlo", explicó respecto a las denuncias de acoso y abuso que revelaron el costado más nefasto del famoso productor Harvey Weinstein, por citar un ejemplo entre tantos. Hannah Gadsby's Nakedy Nudes pone los museos patas para arriba al desarmar aquella historia del arte liderada por hombres blancos heterosexuales que comunican los guías, los coleccionistas, los galeristas y los críticos de renombre, proponiendo un nuevo foco queer y feminista. "No puedes reescribir la historia, pero puedes sacudirla". Y sí que Hannah la sacudió.
Rebelde con causa
"Llegué a la comedia por accidente. Yo soy un accidente", declaró Hannah hace unos meses en el programa de Seth Meyers. Así funciona Hannah en Nanette: un huracán que hace volar por los aires las butacas en la Ópera de Sidney, haciendo trizas las expectativas de los espectadores que compraron la entrada en busca de bromas livianas que laven sus culpas y las preocupaciones diarias. De hacer chistes acerca de su sexualidad y cómo olvidó avisarle a su abuela que lo suyo no era el príncipe azul salta sin paracaídas, ni para ella ni para el público, a cuestionar el monólogo que hizo hasta ese momento, incluso todos aquellos que realizó hasta esa noche.
"Construí mi carrera en base a chistes de autodesprecio. En eso se basa mi carrera. Y no quiero seguir haciéndolo. ¿Entienden qué significa el autodesprecio para alguien que ya de por sí está marginada? No es humildad. Es humillación. Hablo mal de mí misma para poder hablar, en busca de permiso para hablar. Ya no volveré a hacerlo. No volveré a hacérmelo a mí ni a nadie que se identifique conmigo". La ovación de los espectadores se hace oír al mismo tiempo que puede percibirse la incomodidad de gran parte del público. "Si eso significa el fin de mi carrera, que así sea", lanza Hannah sin titubeos. Semejante confesión estalla a los 17 minutos de comenzado el stand up, pero no será la única. La risa va quedando en segundo plano para hacerle espacio a la emoción, sin dejar de lado al enojo.
Durante muchos años Hannah contaba en entrevistas que quien más la hacía reír era su madre. En Nanette también lo hace saber, compartiendo anécdotas graciosas que nos mantienen en un lugar seguro. Pero no por demasiado tiempo: la técnica de Hannah es guardarse el final de varias historias para dejar al desnudo las limitaciones de los monólogos cómicos. Su sálida del armario no cabe en un chiste. No puede reducirse al timing de un remate. "Cuando era pequeña no necesitaba crear la tensión. Yo era la tensión. Y estoy cansada de la tensión. La tensión me enferma. Es hora de dejar la comedia", vuelve a decirnos, y a decirse. Y como si fuera un álbum de figuritas que no puede tener espacios vacíos, Hannah comienza a completar sus historias. Su madre deja de ser graciosa para transformarse en una mujer reflexiva y autocrítica, quien le confiesa a su hija, entre pedidos de disculpas, que no se siente orgullosa de haberla criado como heterosexual por no conocer otra forma, y por tener miedo de que la vida de Hannah sea aún más difícil. Por desear y hacer todo lo posible para que sea su hija quien cambie porque el mundo no iba a cambiar. Paradójicamente esa anécdota tiene el poder de cambiar el mundo de varios oyentes, y aquella hija que fue criada como heterosexual hoy está cambiando un poco el mundo. "Cuando me di cuenta de que era gay ya era muy tarde. Ya era homofóbica. Y es imposible cambiar de opinión con un chasquido. Así que uno asimila la homofobia y aprende a odiarse a sí mismo", expresa Hannah, quien se ocultó en el armario durante toda su adolescencia por vivir en un sitio donde el 70% de la población creía que la homosexualidad debía considerarse un delito. "Debo contar mi historia como se debe porque uno aprende de la parte en la que se centra", agrega con voz pausada.
Y así, sin tapujos, Hannah se atreve a cambiar de lugar el foco en la historia que se cuenta de Van Gogh. Ese pintor sufrido al que le atribuyen su genialidad a la fuerza arrolladora de su locura. Al pobre que se hizo rico. A quien vendió un solo cuadro en toda su vida. Porque si hay una misión que se cargó encima Hannah Gadsby es tirar por la borda cada mito. Sacarles la máscara a las leyendas que sostienen que si los artistas son buenos es porque estaban locos, banalizando una enfermedad mental y reduciéndola al tamaño de una moneda. Como en sus documentales de TV, con el título de Licenciada bajo la manga, Hannah presenta al Van Gogh que no aparece en ninguna enciclopedia. Pegando las figuritas que le hacían falta a ese álbum. Retratando al pintor de girasoles como un hombre que, lejos de ser un artista incomprendido, fue una persona que estaba imposibilitado de vivir de su obra porque no podía hacer contactos. Mejor dicho, no podía hacer contacto. Salvo con su hermano, Theo, representado en el color amarillo de sus cuadros. "Ahora tenemos un calor magnífico e intenso y no corre nada de viento, es lo adecuado para mí. Un sol, una luz que, a falta de un calificativo mejor, sólo puedo definir con amarillo, un pálido amarillo azufre, un amarillo limón pálido. ¡Qué hermoso es el amarillo!", le había escrito Vincent a Theo en su carta número 522.
Y de los girasoles pintados al óleo Hannah viaja al cubismo de Picasso con el objetivo de mostrar que en ninguna de las perspectivas que bocetaba el creador de Las señoritas de Aviñón cabían los pensamientos de una mujer. Apuntando a la misoginia del icónico artista del siglo XX que dijo, orgulloso, "Cada vez que dejo a una mujer debería quemarla. Si destruyes a la mujer destruyes el pasado que representa". Y como si le declarara la guerra, sin quitarle méritos como pintor, Hannah le cuenta al público quién era Marie-Thérèse Walter, la francesa de 17 años que fue pareja de Picasso a sus 42 años. "Aprendí mucho del mundo gracias a historia del arte. Entiendo el mundo en el que vivo gracias a eso. Y también mi lugar en el mundo. No tengo ningún lugar", grita Hannah.
La risa no es el remedio
El patriarcado no es terreno exclusivo de los pintores del arte moderno, también es el hogar de los comediantes. Y si pensamos en chistes machistas que se hicieron carne y uña con el stand up, es imposible no pensar en cómo Monica Lewinsky fue centro de incontables burlas durante años. "Si los comediantes hubieran hecho bien su trabajo y se hubieran burlado del hombre que se abusó de su poder, quizás ahora tendríamos a una mujer de mediana edad con una cantidad adecuada de experiencia en la Casa Blanca en vez de tener a un hombre que admitió públicamente haber abusado sexualmente de chicas vulnerables porque podía", dice Hannah en su stand up. Un discurso que llegó a los oídos de Lewinsky, quien sintió la necesidad de escucharlo en persona.
"Uno de los momentos más hermosos fue cuando Monica Lewinsky vino al show e hizo un esfuerzo para venir y agradecerme después. Me sentí muy bien, sentí que había hecho algo constructivo", declaró Hannah cuándo una periodista le preguntó cuál había sido uno de los elogios más significativos de su show. El éxito de su espectáculo, que la mantuvo 18 meses de gira por varios continentes, fue demasiado para ella cuando al desembarcar el especial de Netflix el 19 de junio fue el centro de atención en los diarios, la televisión, las redes sociales y las conversaciones cotidianas. Nanette pasó a tener vida propia, más allá de Hannah Gadsby. Si ella es el huracán, su stand up es el ojo de la tormenta.
En los últimos minutos de Nanette, Hannah vuelve a completar una historia, la más demoledora de todo el show. Lo que en un principio fue una anécdota divertida sobre un hombre que casi la golpea por creer que era un varón que pretendía conquistar a su novia adquiere su violento final: luego de pedirle disculpas y aclararle que él no le pega a las mujeres, dio marcha atrás en su decisión cuando reparó en que estaba frente a una lesbiana.
Hannah Gadsby fue salvajemente golpeada a patadas y nadie detuvo aquella agresión lesbofóbica. "Eso no fue pura y simple homofobia. Fue una cuestión de género. Si yo hubiera sido femenina, eso no hubiera pasado. Soy una mujer incorrecta", grita y rompe el silencio de la sala. Pero eso no es todo: Hannah fue abusada cuando era una niña y violada por dos hombres cuando cumplió 20 años. "No odio a los hombres, pero les tengo miedo", dice con la voz quebrada. El esquema clásico del stand up le quedó demasiado chico para su historia, y así es como su espectáculo cómico se transforma en un discurso activista. La revolución que causó Hannah sacudió incluso a las humoristas Kathy Griffin, Sara Schaefer y Kristen Schaal, quienes aseguraron que Nanette cambiará las reglas del stand up.
"Estoy enojada y creo que estoy en todo mi derecho", dice Hannah, agotada, luego de narrar las adversidades que pasó en su vida entre la violencia lesbofóbica y la sexual. La comedia ya no es suficiente, pero las historias sí. Las historias son la cura. "Todos saben que no hay nadie más fuerte que una mujer destrozada que se levantó del suelo". Esa es la venganza de Hannah Gadsby a todo el mal que le hicieron: hacer de sus traumas su mayor poder, convirtiendo su dolorosa historia en la historia de todos. Un pacto irrompible que amenaza los cimientos de un sistema patriarcal que comienza poco a poco a desmoronarse. "Me hubiera encantado haber oído una historia como la mía. Para sentirme menos sola. Para sentirme conectada". Aunque Hannah abandone la comedia, o tal vez haga a un lado su profesión, el pacto con nosotros ya está hecho. La unión con ella ya es eterna.
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