En un ensayo de 1933, Antonin Artaud denunció que ya por entonces el cine padecía de una vejez prematura. Aludía al modo en que ciertas convenciones, reforzadas por la llegada del cine sonoro, habían arruinado las potencialidades del séptimo arte; y esto, tanto en el género documental como en las películas que hoy llamaríamos de ficción. Al reencontrarnos con los primeros films de Luis Buñuel, sin embargo, uno más bien se asombra de la perpetua juventud que mantienen esas obras pioneras. Hace ya varios años, el compositor argentino Martín Matalón concibió nueva música para honrar la frescura de esas películas tempranas, nacidas en el momento en que el sonido vino a poner en jaque el régimen ya a esa altura muy sofisticado del cine mudo. Profundizó así una veta que había abierto al aceptar, en 1993, el desafío de una comisión del IRCAM: crear una banda sonora para una versión restaurada de Metrópolis, el clásico de Fritz Lang.
Íntegramente dedicada a Buñuel, la propuesta del "cine-concierto" que se presenta este sábado en el Teatro Colón nos invita a revisitar, en plan contemporáneo, tres películas fundacionales de la vanguardia histórica. El programa lo encabeza Un perro andaluz (1929), ese cortometraje mudo que funciona como un verdadero manifiesto del surrealismo en el cine. A continuación, sigue Las Hurdes (1933), un documental de intención política sobre la vida en esa pobre región extremeña, donde ya están presentes rasgos fundamentales de Buñuel como el humor negro, la crítica anarquista y la mirada impiadosa. Finalmente, podrá verse La Edad de Oro, una película de 1930 que amplía el imaginario iconoclasta de Un perro andaluz con altas dosis de humor y lirismo, ánimo anticlerical y exuberancia de recursos. "Para mí esos tres films forman un tríptico" –nos confiesa Matalón–, La Edad de Oro es como un crecimiento natural de Un perro andaluz, que lleva a Buñuel mucho más lejos. Y en Las Hurdes, se va hacia otro lado. La película funciona un poco como la coda de ese tríptico: el surrealismo aparece ahora como denuncia social".
En esta trilogía de piezas escritas por Matalón, no se trata sólo de música incidental –es decir, música que acompaña en este caso la proyección de una película–, sino que la composición instrumental aspira a formar una unidad con la obra. "Por eso me interesa el cine-concierto" –se explaya Matalón–, "porque el concepto de la música es otro. No es la mera banda musical. Incluye la palabra del cine en cierta manera… A mí me interesan todos los géneros que son música y algo más". De hecho, Matalón manifiesta reparos respecto de la denominación "música incidental": "No sé si llamarlo así, porque para mí funciona como una unidad. Hay un igual a igual entre lo visual y la música. El cine-concierto es eso para mí, yo lo encaro de esa manera: en paridad. Y así surge una cosa otra, un tercer espectáculo. Eso además mantiene vigentes estas películas como espectáculo en vivo, en un contexto diverso. Renueva su visión, con una música que es más de hoy. Valoriza el patrimonio y a la vez es un espectáculo nuevo. O diferente".
No es raro que los compositores contemporáneos hayan procurado entablar un diálogo con Buñuel. Wolfgang Rihm y Mauricio Kagel también crearon música para acompañar Un perro andaluz y, hace dos años, Thomas Adès estrenó una ópera basada en el fabuloso guión de El ángel exterminador. Los motivos de este diálogo a la distancia los inspira no sólo el genio del cineasta, sino tal vez también la peculiar sensibilidad hacia la música que transmiten sus películas. El joven Buñuel terminó el bachillerato en 1917 y, tal como relata en su autobiografía Mi último suspiro, en ese momento su mayor deseo era irse de España. Como quería ser compositor, propuso a su padre que le permitiera estudiar en la Schola Cantorum de París. Previsiblemente, Leonardo Buñuel se negó: prefería ver a su hijo recibido de ingeniero agrónomo.
Esa interrumpida vocación musical puede percibirse en algunas sutiles elecciones que el director introdujo en sus películas, desde la versión instrumental de una mélodie de Debussy en La Edad de Oro hasta una sonata de Pietro Domenico Paradisi en El ángel exterminador, sin olvidar el uso irreverente del Aleluya de Haendel en la gran escena del banquete de Viridiana. Aunque el corto Un perro andaluz es mudo, Buñuel lo ideó para ser acompañado con música de Wagner y tangos argentinos. Volvería a utilizar la música de Tristán e Isolda para ilustrar el "amor loco" de la pareja de La Edad de Oro y el romance huracanado de Abismos de pasión, su versión mexicana de Cumbres Borrascosas.
En el caso de Las Hurdes, la música escogida fue la Cuarta Sinfonía de Brahms. "Me encanta la razón por la que Buñuel eligió esa sinfonía", nos dice Matalón, "era una música para él muy burguesa, muy opulenta, que iba a contrastar totalmente con toda la austeridad y la pobreza que hay en Las Hurdes. Eso para que la película fuera más surrealista: la idea de descontextualizar completamente".
Las obras que vamos a escuchar en este tríptico hacen tabula rasa de esa música preexistente. Y además de servir como compañeras de los films de Buñuel, valen también como música autónoma. En cada caso, las composiciones de Matalón llevan un título nuevo: así Las siete vidas de un gato (1996), El escorpión (2002) y La cabra (2005, de la serie Traces) hacen justicia al bestiario tan presente en la filmografía de Buñuel. "Todas las piezas pueden tocarse en concierto", aclara el compositor: "En esa modalidad, a veces duran un poco menos. Están un poco condensadas. Hay escenas que se dejan de lado." Pero en todos los casos, se preserva la riqueza tímbrica, la superposición de texturas y la indagación entre ritmos más definidos o más difusos. Aunque Matalón conoce muy bien las obras de la escuela espectralista, que ha dirigido en más de una ocasión, se rehúsa a situarse en un linaje post-espectral. Con todo, reconoce la importancia insoslayable de las búsquedas de compositores como Tristan Murail y Gérard Grisey : "la cosa más importante para mi música es el sonido, no hay otra cosa… Y uno no puede dejar de pensar en el espectralismo cuando trabaja el sonido".
En el catálogo de Matalón hay dos grandes series. Por un lado, el ciclo Traces (Huellas), para instrumentos solistas y electrónica procesada en tiempo real. Y por otro, la serie titulada Trames (Tramas), donde también propone un diálogo entre un solista y un conjunto instrumental (o grupo "acústico"), pero sin participación de la electrónica. Matalón se explaya sobre sus Traces: "es un poco la idea del concierto, revisitada. En toda mi música de ensamble, siempre el individuo toma un rol protagonista. Pero no uno, sino todos. En Metrópolis, para dieciséis músicos, hay por lo menos doce solos de instrumentos con electrónica. Y eso es una constante de toda mi música: el individuo adentro del grupo". Además, la interacción entre solista y electrónica propicia una forma novedosa de la polifonía: "Uno tiene la posibilidad de superponer muchos planos sonoros. Para mí el contrapunto de hoy es eso: el trabajo de los planos. Porque antes tenías el sistema tonal, que a la vez tenía que ser vertical y horizontal. Hoy en día, no hay un sistema tonal. Hay que hacer que esos planos convivan, se complementen, etc. Esa idea de polifonía de planos es algo que me interesa rescatar especialmente en estas Traces".
En muchas obras de Matalón, la incorporación de la electrónica siempre es discreta, pero decisiva. Sobre los instrumentos procesados en tiempo real, nos advierte: "Todo lo que es electrónica en vivo es extremadamente frágil. Muchas veces se cae en el concierto. Hay que tomar el riesgo. Y no quería tomar ese riesgo en el Colón. En el caso de Las Hurdes, decidí pregrabarlo". Y sobre el diseño sonoro nos confía estas precisiones: "Hay una espacialización del sonido en dos de las tres piezas. En Un perro andaluz, no: es estéreo frontal. Pero en las otras dos hay una espacialización en seis puntos. El público está rodeado de parlantes: está inmerso en el sonido". Por otra parte, destaca la contribución de otro colaborador esencial: "Yo siempre trabajo con un diseñador informático digital. Ellos son un poco como el puente entre los científicos que hacen los programas y el compositor".
Recientemente, en la Ópera de Rennes, Matalón estrenó La sombra de Wenceslao, una ópera basada en la pieza teatral de Copi. El próximo año podremos ver en Buenos Aires esta obra estupenda, con libreto y puesta en escena de Jorge Lavelli. La ópera también incluye otro bestiario, donde se destaca un loro que canta tonaditas impertinentes y hasta tararea un pericón. Desde el preludio hasta el último compás, se suceden todo tipo de peripecias, momentos de seducción y de delirio, un asombroso interludio para cuatro bandoneones, un gran tango en una boîte nocturna y una salsa tropical digna de Carmen Miranda… (Matalón es muy diestro a la hora de recrear estas escenas de danza: escúchese, si no, el foxtrot que imaginó para acompañar La princesa de las ostras, de Ernst Lubitsch.)
Le preguntamos a Matalón, finalmente, si habría alguna vinculación entre la lógica delirante del teatro de Copi y el surrealismo desaforado de Buñuel: "Sí. Son mundos muy diferentes pero está esta especie de humor negro… También la sucesión de breves escenas, la concisión. Yo leo en los dos muchas salidas imaginativas que son complemente imprevistas. Buñuel siempre te lleva a lugares totalmente inesperados. Y Copi, lo mismo. También en la narración…. Buñuel es más iconoclasta con la narración: la bombardea desde todos los lados. Pero, por supuesto, tampoco en el caso de de Copi está en juego una narración convencional".
* "Tríptico Buñuel + Matalón" es un programa compuesto por tres films de Luis Buñuel ("Un perro andaluz", "La Edad de Oro", "Las Hurdes"), con música original en vivo de Martín Matalón. El propio compositor dirige el concierto, junto a dos solistas francesas (Odile Auboin en viola y Eve Payeur en percusión), Víctor Torres a cargo de la narración, el grupo de percusión Tambor Fantasma y un ensamble argentino de músicos solistas. El concierto es este sábado 21 de Julio a las 20, en la Sala Principal del Teatro Colón (Libertad 621).
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