Eric Schierloh opera desde la pureza con Cuaderno de Ornitología, editado este mes por el sello Caleta Olivia. Platense, de City Bell, 1982, autor de novelas como Formas de Humo o Donde Termina el Desierto, poemarios como El Mamut, profesor en la UNA y traductor de Melville o Thoreau, creador de Barba de Abejas, una de las editoriales artesanales más bellas y mejor pensadas de la Argentina, Schierloh escribe sin caos durante 16 años, textos que datan desde 2002 hasta hoy, sobre la variedad de pájaros que se le montan en el fondo de su casa, que le pisan el pasto, o alguno que encuentra muerto. Son cosas totalmente triviales u ordinarias o divorciadas de lo más tempestuoso de lo humano, pájaros, pero Schierloh los convierte en algo importante. El libro también incluye sus traducciones de textos de sus autores fetiche sobre aves: otra vez Thoreau, que es como algo que lo marca y lo atraviesa, modernos como Theodore Enslin.
No hay una cita de otro autor en la contratapa, el típico mecanismo editorial de que alguien con supuestamente más peso o renombre que quien escribe el libro venga y avale con un elogio. "Me daba cosa pedir", dice Eric. Hay, en ese lugar, uno de sus poemas, algo más modesto, más audaz, una de sus meditaciones sin pánico.
-¿De dónde sale "Cuaderno de Ornitología"? Es claramente una situación de un hombre sentado y mirando.
-Es real, es el fondo de mi casa donde hay una acacia en el terreno del vecino y un fresno, así que tengo esos árboles, el terreno está delimitado, hay una medianera, pero el árbol se viene para mi lado y ahí paran un montón de pájaros.
-Se habla de una gallineta en un momento. Es un ave más de monte, de espesura.
-La gallineta es de río, de arroyo. Es una antología de todo lo que escribí sobre pájaros, desde 2002 en adelante. Cuando Gabo -Moreno, editor de Caleta Olivia- me dice "quiero publicarte", yo no tenía ningún libro, pero tenía este libro en la cabeza. También tenía las traducciones. Calzó el pedido con el satori, ese lo tengo en la cabeza.
-Ahora, ¿por qué el ave, el pájaro? ¿Qué tiene?
-Yo miro todo, como hay un "Cuaderno de Ornitología" hay uno de caminos, de observación del agua. Me gusta la tranquilidad, estar ahí, ver qué pasa cuando uno mira. Estamos muy acostumbrados a que no pase nada.
-El pájaro no devuelve nada, precisamente.
-Está ahí, está lejos, no lo tocás, no se deja tocar. Por ahí bajan, le comen la comida al perro, es un visitante ocasional.
-Hay mucha riqueza de especies en el texto, todas propias de la pampa bonaerense.
-Es el fondo de mi casa o los lugares a los que voy, en bici, cuando voy a correr y aparecen. Y aparecen. Cuando no están en el árbol de casa, están en el árbol de la mente.
-No hay una relación de violencia con el sujeto, no hay un arrebato en el libro, un apasionamiento.
-Es que para mí la escritura tiene que ver con la reflexión en ese momento. Disfruto muchísimo de darme cuenta de que estoy escribiendo sin escribir, saber que ahí va a pasar la escritura. Se generan patrones.
-Esa actitud es un privilegio. La vida argentina es mucho más convulsa.
-El Tigre está acá, a minutos. Hay mucha paja. La gente se queja y sigue dando vueltas en el lodazal. Si vos te hacés los tiempos para escribir, hay un montón de lugares para ir y generar cosas.
-No sos el primer poeta que mira explícitamente hacia la naturaleza en la Argentina reciente. Hay una poesía que está fijando su perspectiva en esa dirección.
-Pienso que estuvo siempre. Empezaron a reflotar lecturas que acompañan esas escrituras. Thoreau se empezó a traducir mucho más, Emerson, películas como Into The Wild, ese tipo de producciones encuentran eco en otras producciones. Mirá los poetas entrerrianos como Juan L. Ortiz, Arnaldo Calveyra, Mastronardi, cosas que no lograron otras provincias, es una poesía de contemplación, del paisaje, es casi gregoriano. Cuando Calveyra va a París está mirando un maizal que le hace recordar a Mansilla.
-Hay un coqueteo con el campesinado. No es una poesía pequeñoburguesa.
-Son proletarios. Calveyra trabajó en los barcos en Berisso, Juan L. era un ermitaño.
-Esa contemplación, volviendo a tus lecturas, es muy Thoreau, muy Walden, básicamente.
-Eso tiene que ver con cómo leemos nosotros. La literatura argentina está ligada desde sus comienzos a los viajeros ingleses y yanquis que vinieron acá y contemplaban el paisaje como contemplaban el suyo. Y de ahí surge nuestra literatura, de cómo miraban el paisaje los extranjeros porque los escritores argentinos no conocían el paisaje, Sarmiento no conocía el territorio, los porteños, escasamente. Y la literatura yanqui la vio venir. Cuando Nathaniel Hawthorne está en el bosque tirado y siente la locomotora dice "puta, acá va a pasar algo importante"; cuando Thoreau se opone a que se creen los parques nacionales porque iban a proteger eso e iban a hacer mierda todo lo demás; acá esas preocupaciones no existían. Iban a otras preocupaciones, más pragmáticas, ligadas al poder de Buenos Aires. La matriz de la contemplación está ya desde el origen de la literatura.
El poema al que pertenece el fragmento de aquí arriba se llama "Pájaros Muertos", página 20 de Cuaderno de Ornitología, más puntualmente una paloma aplastada. El final de este texto, una maniobra entre las tripas, no es tan logrado: es un recurso común entre poetas argentinos contemporáneos escribir versos cortos sobre cosas comunes y terminar con algo que suene a iluminado.
Pero todo el resto está bueno, bien. Schierloh encontró en su compenetración con la pampa bonaerense una respuesta al campo chato de la poesía contemporánea argentina, lo que produce su generación y las más jóvenes, con la falsa pertenencia al conurbano, todos los textos tediosos sobre Facebook o Instagram, las autobiografías o los amoríos poco interesantes y la falta de ideas en general.
Es gracioso: en tiempos de turbulencia política no hay grandes poetas políticos. La cosa con la naturaleza es como la rebelión. Y hay otros que miran al mundo de esa forma, que se paran como humanos entre fauna y elementos: Gabriela Clara Pignataro –Tundra, de 2018, por Años Luz-, María José Testa o Minner, poeta de Campana, autor de Mecánica de Interiores Humanos y Ve a la Jungla y Entra en Mí (Nulú Bonsai), inmortal según él mismo, que escribe sobre y para los fenómenos invisibles en una casita chiquita cerca de la cancha de Dálmine, que tiene las agallas para vivir constantemente en estado de poesía.
-El poema de la paloma aplastada me llamó la atención particularmente: es la única ave muerta en todo el libro. ¿Cómo te llevás con la violencia?
-Tengo una colección de fotos de pájaros reventados. Me parecen cosas muy bellas. Ves esa torta, un objeto claramente aéreo…
-Gente con menos imaginación te trataría como un perturbado.
-Bueno, ¡me chupa un huevo! La belleza de un cadáver que viene del aire y que se va convirtiendo…
-La belleza de un cadáver es una suerte de tabú cultural.
-Entiendo el matiz, pero yo lo veo así. Incluso voy a filmar con un amigo los animales que aparecen al costado de la ruta. Los pasás y los pasás, pero te parás a verlos y son ecosistemas. Ocurren cosas ahí cuando te parás a ver eso que todo el mundo sigue de largo.
-¿Encontrás en cosas como ésta una respuesta a la falta de imaginación?
-Es que yo me considero un escritor sin imaginación. Mis novelas no son novelas de argumentos. No me interesa la imaginación en un sentido pragmático. El mundo está lleno de situaciones. ¿Ponerse así y decir "voy a escribir una historia original"? Ni en pedo. No me interesa para nada escribir algo que no está vinculado a lo que estoy haciendo.
-¿Qué querés lograr con Barba de Abejas?
-Seguir haciéndolo hasta que me muera. Es lo único que importa.
-¿Es una declaración de principios hacer una editorial como Barba de Abejas? ¿O es simplemente la belleza estética porque sí?
-Es hacer lo que yo considero que hay que hacer sin quemarle el coco a nadie, sin decirle al otro que es un boludo.
-Hay mucha pontificación en nuestra generación.
-Yo pienso que sí. Está lleno de escritores que quieren publicar en Mondadori y que les hagan notas. Me chupa un huevo la carrera literaria. Escribo mucho más de lo que puedo publicar. Si vos ponés algo en la realidad, la realidad reacciona. ¿Para qué la carrera literaria, para ganar más plata? Si gano toda la plata que necesito dando clases y vendiendo libros.
-Otros jóvenes escritores son más desesperados, tienen sus propias agendas.
-Obvio, es un juego diabólico. Te lleva a querer pegarte un corchazo cuando lograste todo lo que te propusiste…
-O te quedás sin ideas.
-Eso. Confiaste en que las ideas te iban a salvar. Y las ideas son un juego. Si lo que hacés todos los días tiene sentido, entonces ganaste.
-¿Te aterra la falta de ideas?
-Me aterra no poder controlar lo que siento.
SEGUÍ LEYENDO: