Hernán Ronsino: “El feminismo está cambiando radicalmente las palabras, el imaginario, los modos de pensar”

Hace algunas semanas que se publicó “Cameron” (Eterna Cadencia, 2018), la última novela de este autor nacido en 1975, donde asume el riesgo y sale de Chivilcoy como escenario narrativo. Escrita durante una ráfaga de tiempo en una residencia suiza, la historia se forma entre la nieve y los delirios de un protagonista que sobrevive gracias a los detalles

Lihue Althabe

Sí, el invierno puede ser una coraza de frío, pero también tiene grietas. Entonces, cada tanto, sale el sol, hace calor. Esas cosas pasan. Como ahora, en este mediodía de jueves, donde Hernán Ronsino lee el diario arremangado. Está sentado en un café de Villa Crespo —alumbrado por la luz del día que arrasa desde el ventanal de vidrio—, que es en una esquina, un lugar pequeño y triangular, apenas unas mesas, y se parece mucho a los cafés que sobreviven las crisis en las localidades del interior, como Chivilcoy, lugar donde nació y donde transcurren sus novelas. Tal vez por eso eligió este lugar para charlar de literatura.

iCameron /ies su último libro. Una nouvelle (o novela corta) que por primera vez se desvincula del mapa narrativo de su obra en el plano territorial: esta vez la historia no ocurre en Chivilcoy. Necesitaba otra búsqueda, otro imaginario. Entonces una idea irrumpió en su mente y lo invadió por completo. Estaba en Zurich, Suiza, en una residencia para escritores. Pensaba terminar una novela larga que venía escribiendo pero no pudo. Esta idea lo obligó a sentarse y escribir sin parar. Un mes y medio después tenía listo el libro. En algún punto, iCameron/i es el resultado de una obsesión que, procesada por la aceitada máquina narrativa que ha estado construyendo en la última década y media de su vida, apareció en el mundo casi sin que él mismo entendiera cómo. En ese sentido, la literatura es una fuerza que desborda cualquier expectativa.

Julio Cameron, el protagonista, también se siente desbordado. Al principio sabemos pocas cosas: no trabaja, tiene una pierna ortopédica y una mujer que limpia y ordena su casa durante el verano; cada tanto va a un bar a escuchar a una mujer tetona y tatuada cantar jazz; allí comparte mesa con un hombre ansioso. Afuera hay mucha nieve. No hay precisiones reales de lugares, épocas o personajes, todas son vagas y contradictorias: nombres de la provincia de Buenos Aires conviven con palabras en alemán. ¿Puede ser un pueblo de la Patagonia? La ciudad se divide entre un barrio rico y un barrio pobre. También está el río, el monte y más nieve. Julio Cameron, como su padre y su abuelo, es militar. Y ese pasado, que resurge desde el olvido más lejano, lo desborda.

—¿Cómo surgió iCameron/i?

—Salió rápido, de un tirón y sin pensarla ni procesarla mucho. Fue en un mes y medio, dos meses… salió de golpe. Interrumpió otra novela que vengo trabajando. Después de Lumbre empecé con otra novela que buscaba ocupar otro territorio y pensar la ciudad de Buenos Aires. De hecho esta es la zona. Yo vivía acá, a una cuadra —dice y mira por la ventana, extiende el brazo y señala una calle que cruza la esquina— y acá es donde escribí las tres novelas. Esta es la zona verdadera donde fueron escritas, no Chivilcoy. Y el proceso de trabajo de esta novela, que me costó al principio todo el territorio nuevo, con nuevos personajes y una búsqueda nueva. La tengo muy avanzada, ahora estoy volviendo para terminarla. Se llama Una música. Y ésta apareció en enero como una ráfaga.

—Y en un contexto bien diferente…

—Yo estuve desde enero hasta julio en una residencia para escritores en Suiza a la que me invitaron. Y el cambio fue virulento: nos fuimos con 40° y llegamos con nieve. El contexto fue un impulso de escritura, el cambio radical de todo: el clima, otro país, otras condiciones. Pero también parece que venía a darle un impulso a ese cambio que yo venía generando desde adentro con la otra novela. Mi idea era terminar Una música allá, pero empecé a anotar algunas ideas que surgieron de acá, de esta novela. Empecé a anotar, empecé a anotar y no pude parar de escribir. Fue una experiencia muy particular. Entonces, de alguna manera refleja esa necesidad de cambio que venía buscando. Porque ese territorio específico que es Chivilcoy y esos personajes particulares me venían ocupando el imaginario, y con Lumbre, que es la novela más larga, fue una experiencia que me agotó, como debe agotar al lector. Todo el trabajo de Lumbre fue decir: necesito otra búsqueda.

“Cameron” (Eterna Cadencia, 2018), de Hernán Ronsino

"Uno siempre es libre escribiendo, pero acá sentí una libertad distinta que se sincronizó con la escritura fluida que salió. A veces uno le pone nafta y hay que empujar y empujar, te ayudan otros remolcándola, pero esta salió de un tirón", cuenta y mira por la ventana. Afuera, el barrio está tranquilo. No pasan autos y el sol se filtra entre las hojas de los árboles como un techo agujereado. Quizás Villa Crespo sea una réplica diminuta y caprichosa de su Chivilcoy. Allí nació Ronsino, año 1975, rodeado de muy pocos libros, sin embargo la literatura apareció en su vida de una forma despersonalizada. O mejor: sin la necesidad de habitar los libros.

"La idea de literatura yo la separo en dos. Una es a través de la lectura. Y la otra tiene que ver con cómo la narración te puede llegar de otra manera, por ejemplo de modo oral. Mi relación con los libros siempre fue una relación de distancia, de ajenidad, digamos. O como siempre lo pienso: el libro era un modo de llegar al sueño. Si no te podías dormir, abrí un libro, cansate y te vas a dormir rápido", recuerda. Cuando terminó el secundario llegó la decisión: ¿qué hacer? Se vino a Buenos Aires y optó por Sociología, en la UBA. Entonces la lectura apareció de forma más clara y concreta.

"Siento que había un terreno preparado, previo a la llegada del libro, que tenía que ver con un montón de formas de narración oral y de contar historias que son de pueblo, que las tenía muy presentes y que las había escuchado mucho y que estoy muy atento en cómo se cuentan esas historias, incluso en un bar, ver cómo se despliegan. Eso me atrae mucho. Esa también es una forma de acercarte a la lectura, a través de la escucha. Creo que llegué a la lectura, a la lectura post escolar, teniendo ese terreno preparado y el oído atento para leer después de otra manera", asegura.

—¿Y la escritura? ¿Cómo y cuándo aparece?

—La escritura aparece como consecuencia de esas lecturas. Fue una necesidad de procesar todos esos efectos que me generaban la lectura de Sociología y la lectura literaria que iba formando de manera improvisada. Tenía un parcial de Sociología y estaba leyendo Crimen y castigo en vez de leer lo que tenía que leer. Era todo muy caótico y muy variado, pero la escritura surge con el impulso de la lectura.

—¿Sos consciente de la influencia de la Sociología en tus libros?

—No soy tan consciente, pero sí, a la vez, en el sentido de que me gusta pensar las marcas políticas en un texto y en el contexto histórico. Siempre están más o menos puestos en un contexto los textos. Sí hay una fuerte marca política en Cameron, eso me parece que sí está muy presente. Ahora, en el proceso de escritura y el de pensar el texto no pueden tener conexión con la Sociología porque sería un problema: la literatura tiene herramientas muy distintas.

(Lihue Althabe)

Leer la obra de Ronsino es dibujar un mapa conceptual de personajes y escenarios. Su "trilogía pampeana", como se la llamó, consta de iGlaxo/i,i La descomposición /iy iLumbre/i. En cambio, iCameron/i va por otro lado, otro territorio, aunque su estilo prevalece y, sin que el lector se lo espere, aparece Pajarito, un muchacho delirante que ya ha transitado las novelas anteriores. "Hay continuidades y rupturas", dice Ronsino sobre este libro donde este personaje ingresa en raptos breves cuando el protagonista sueña, se droga o tiene fiebre. "Pajarito tiene que ver con ese tono —continúa—: esa escritura extrañada y difícil de ubicar en alguna geografía. Como hay una ruptura territorial, Pajarito funciona como un personaje extraño. Incluso en mi libro de cuentos [Te vomitaré de mi boca, 2003], ahí Pajarito escribe una obra de teatro extrañísima, muy beckettiana. Acá pega el salto a la historia de manera fantasmagórica. No aparece, más bien aparece referido. Que supuestamente estuvo en un lugar, que supuestamente hizo tal cosa. Me gustaba usarlo así".

En la mente de Cameron, el protagonista, el lector se va metiendo de a poco. La historia avanza y más cerca se está de conocerlo. No es empatía, tampoco afinidad, pero algún tipo de vínculo uno siente. Entonces la novela se transforma en, dirá Ronsino, "una especie de delirio o sueño terrible".

—No hay referencias concretas, sin embargo hay dos cuestiones que anclan la historia al presente: la dictadura y el feminismo.

—Las referencias históricas no son concretas. Obviamente que un lector argentino cuando lee ciertas expresiones… son latiguillos que arraigan. Una historia que no podés ubicarla pero que de pronto aparece una expresión que te remite a la dictadura o a cierta lucha por los derechos humanos o por la justicia. Esa ambigüedad también me interesaba trabajarla. No quería una novela que hablara directamente de la dictadura argentina, pero sí que la pueda saludar ahí, en algún punto.

—¿Y en cuanto al feminismo? Me refiero al personaje de Elda Cook, que dice que odia a las feministas pero que después se vuelve referente del feminismo.

—Ese personaje aparece en Lumbre en uno de los cuadernos de Pajarito. Es una cantante de jazz que se la refiere muy al pasar. Siempre la imaginé como un personaje muy empoderado, muy fuerte. Y Cameron en algún momento cuestiona o se burla de la idea de feminismo, con ella, y después ella se transforma en una referente del movimiento. Me interesaba porque es un contraste: cómo él se posiciona con relación a determinados temas, pero en concreto con las mujeres. Él habla de tener una mujer, nunca tuvo una. Hay una relación de posesión y de sometimiento. Me interesaba marcar el contraste con lo que está pasando ahora, que es un momento de una fuerza política muy transformadora. Es difícil encontrar un movimiento así, político, que sea tan potente, que esté articulando y que esté marcando un antes y un después. Se están cambiando radicalmente las palabras, el imaginario, los modos de pensar. Eso es muy radical y muy potente. Muchos por ahí no entienden esa transformación. Es un sujeto político muy novedoso.

(Lihue Althabe)

—Y que empieza a reflejarse en diferentes ámbitos, como en la literatura, donde muchas escritoras vienen pisando muy fuerte.

—Sí, muchas escritoras están apareciendo y están teniendo muchos lectores también.

—El protagonista, Cameron, es muy poco empático…

—Y poco acorde a este tiempo, del que estamos hablando, con estas transformaciones.

—Sí sí. ¿Lo pensaste así: que no sea fácil, para el lector, empatizar?

—Bueno, yo lo iba pensando con un personaje de Glaxo: Folcada, el policía represor. Cuando apareció y se fue armando la historia y la posibilidad de ir por ese lugar, me interesó mucho seguir a ese personaje. Me interesa mucho salirme de mis principios, sin juzgar, y construyendo algo que después en fondo sí sea una crítica. En el fondo sí hay una mirada crítica. pero en la construcción y en el armado no hay un juicio crítico, sino en todo el texto final, donde se abren las posibilidades para pensar esta idea de monstruo. Pero a mí me parece que ahí está la potencia de la escritura: en imaginar lo otro, siempre dentro de las posibilidades que tiene uno, que son limitadas. Tratar de pensar y de explorar con el lenguaje lo distinto.

(Lihue Althabe)

Barba entrecana, pelo revuelto, mirada profunda… Hernán Ronsino se detiene para buscar en el aire de este café porteño que lleva por nombre Lorena las palabras para definir el universo de la literatura. En su cosmovisión, lo literario "circula constantemente y bajo otros géneros", y es imposible atraparlo entre dos tapas duras. A veces, la literatura está ahí, enorme y fácil de señalar; pero en otras ocasiones —quizás generalmente— yace desparramada e inabarcable.

—¿Cuál creés que es el rol de la literatura en una sociedad como esta?

—En principio, no creo en el rol pedagógico. No me parece que tenga que ocupar ese rol, ni el escritor ni el texto. Sí pienso inevitablemente que, para mí, la literatura tiene una conexión con lo político muy fuerte, y la literatura da cuenta de ello desde su inicio, pero no en un sentido pedagógico ni partidario. Después, el rol público del escritor está en función de su propia ideología y la toma de postura, pero a mí me parece que en el texto tiene que ser pensado a partir del armazón estético. En ese sentido lo político está fundamentalmente arraigado en cómo uno va amasando el lenguaje, cómo le va dando sentido a esas palabra. Cómo narro Cameron y por qué elijo a Cameron: ahí hay toda una decisión. Después, qué efectos de lectura genera Cameron es parte del amasado político que uno le puedo dar. No me interesa que sea juzgado el personaje, pero sí, en el fondo, tiene que haber una mirada crítica de ese personaje y que el lector pueda hacer lo que quiera con eso. Para mí es complejo el rol de la literatura por el lugar que ocupa, que no es un lugar de trascendencia como en los años 60 o 70, la cantidad de libros que se publicaban o la circulación que tenían. Todo es muy pequeño, ¿no? Pero de todas maneras la literatura piensa el lenguaje y eso no es menor. Es un laboratorio de sentidos y de exploración de mundos que sigue siendo importantísimo aunque tenga poca repercusión en la opinión pública. Es una actividad que piensa la lengua, y eso para mí, más allá de los alcances, es una actividad apasionante.

—¿Y creés que con internet y las redes sociales se modifica la idea de literatura?

—No. Para mí un punto clave y central es qué hacer con la tecnología. Porque sería el mismo problema que algunos le cuestionaban a Puig, por ejemplo: "ah, utiliza elementos de la cultura popular y entonces ya deja de ser literatura". No, para mí la pregunta es qué hace el autor con la tecnología. Si la tecnología lo atrapa o el autor hace algo distinto con esa innovación, como Puig lo hizo en los sesenta. No me parece que eso cambie profundamente la escritura sino que se trata de quién gobierna la técnica. Hay algunos experimentos que hacen autores, que aparece en un ensayito que escribí en Notas de campo, que es el diálogo entre escritor y máquina. Escritores programadores que a partir de algoritmos hacen experimentos con los textos. O la escritura no creativa de Goldsmith, que es un escritor académico norteamericano que habla de usar la red, copiar, plagiar y usar algoritmos para renovar la escritura. Eso sería darle un lugar de centralidad a la máquina y poner al autor en un lugar de acompañamiento. No me asustan las innovaciones tecnológicas en la medida que el autor le imponga su deseo y su estética, porque en algún punto uno usa su máquina para escribir, ya sea la computadora o la birome. Que es técnica. Y si nos vamos al fondo, el lenguaje también lo es.

—¿Y en lo que respecta a la relación con el lector?

—A mí no me interesa tanto el acercamiento entre el escritor y el lector sino el texto. Las distintas formas de apropiación del texto son cada vez más caras en el papel y más fácil en digital. Habría que pensar formas más económicas para acceder. Hay libros que valen mil pesos. Por ejemplo, la Biblioteca Nacional de Chile tiene un sistema en el que vos te podés bajar un libro, te lo prestan por un mes, veinte días, y después desaparece de tu aplicación. Y tienen novedades, libros muy actuales como el último de Castellanos Moya o el de Carrère. El libro de Cărtărescu, el rumano, está mil doscientos pesos. ¿Y si te lo comprás y no te gusta? Te querés matar. Más que en las redes, habría que pensar en facilitar a través de las nuevas tecnologías el acceso a los libros. Se puede hacer y a veces no se hace por una cuestión económica, de negocio.

Lihue Althabe

—¿Y la industria del libro? ¿Cómo ves el campo de la literatura en este aspecto?

—Se dice que hay mucha facilidad para publicar… Bueno, es más fácil imprimir a través de demanda. Hay muchas editoriales pequeñas. Eso es novedoso y está buenísimo. Pero también ahora están encareciéndose muchísimo los costos de edición. Eso va a afectar muchísimo a las pequeñas editoriales. Pero ese fenómeno se ve cada año en la Feria de Editores. El año pasado fue impresionante. Pero después hay mucha variedad de estilo, muchos autores nuevos. Eso va acompañado de las posibilidades que dan las editoriales pequeñas. Y después las grandes editoriales buscan en las pequeñas a los autores que van a publicar. El esfuerzo lo hacen las pequeñas y después vienen las grandes con la billetera… Antes no era así. En los noventa había pocas editoriales, muchas eran grandes y las posibilidades de acceder eran menores.

—En este contexto, que se hace imposible vivir de la literatura, ¿qué es lo que abre una posibilidad? ¿Las traducciones?

—Pero no para vivir. A lo sumo te da un aguinaldo… No sé si alguien espera eso: vivir de la literatura.

—Tiene que haber otro interés para lanzarse a literatura, ¿no?

—Pero claro. Si acá, en este país, te ponés a escribir buscando plata te vas a chocar con una pared inmediatamente.

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