"Estar con vos fue eso, una manera de ser que me gustaba, me resultaba liviana y también un poco dramática y también un poco original, un poco lógica". Así recuerda el narrador de La ilusión de los mamíferos (Literatura Random House, 2018), el reciente libro del escritor argentino Julián López, los vestigios de una historia de amor entre dos varones porteños y contemporáneos, que nace, se desarrolla y muere, indefectiblemente, todos los domingos. En tiempo pasado, la voz principal es la de alguien que rememora.
Así es el tono, también, de la novela, que en su muy trabajado lirismo atraviesa los climas que vive cualquier enamorado: la sensación de que todo lo que le ocurre es trágico, único; banal en algunos momentos, completamente racional en otros.
Para López, que deslumbró al mundo literario en 2013 con su novela anterior, la proclamada Una muchacha muy bella, no fue una tarea sencilla encarar este nuevo proyecto. Llegó a bromear con la idea de no volver a escribir.
"Estaba muy trabado con la escritura. Después de la novela anterior tenía incluso la fantasía de no volver a escribir, porque no aparecía nada. Había una suerte de demanda, de cuándo aparece la próxima. Y lo único que yo podía hacer era tontear en Facebook", le cuenta el escritor a Infobae Cultura.
"En un momento me empecé a angustiar. Pensaba 'no puedo escribir y estoy todo el día subiendo tonterías' a las redes. Entonces me propuse improvisar cinco minutos todos los domingos a la mañana en Facebook. En un momento me di cuenta de que tenía un puñado de textos cortos y que esos textos conformaban una familia de textos que hablaban de un universo que se estaba vislumbrando", agrega.
Increíblemente, como asegura el escritor, fue una red social lo que le ayudó a motorizar y, al final, completar su novela.
"Para los odiadores de las redes sociales, yo tengo que decir que increíblemente gracias a Facebook tengo mi novela. Es la plataforma que me permitió hacerlo. No amo las redes sociales, las miro con bastante espanto y a la vez no puedo no estar ahí muy activamente, a pesar de mí. Después me arrepiento todo el tiempo de las cosas que subo. Pero bueno, encontré que en este caso me facilitó la escritura", afirma.
-Desde las primeras páginas, se nota que se va a contar la historia de algo que ya se terminó. ¿Te resultó complicado encarar una novela de clausura, de despedida?
-Claramente es una novela de duelo. Como estaba muy trabado en la escritura, me había propuesto escribir algo sencillo, que no me demandara mucho. Entonces quería que, en la primera página, el lector ya tuviera toda la información y que no hubiera nada para develar conforme avanzara la lectura. Pero eso que yo hice para simplificarme el trabajo me lo complicó horriblemente. Porque a las diez páginas pensé: "¿cómo sostengo esto?". No había ningún misterio. Entonces fue un trabajo arduo. Y sí, en la primera página, quien entra a la lectura ya sabe que esa pareja no existe más. Ya sabe que se terminó y que de alguna manera es la visita a un imperio caído, a una ciudad deshabitada, el recuento de los días de esplendor.
-Te metiste con un tema que quizá es esquivo para la literatura actual: el amor. ¿Por qué contar una historia de amor hoy?
-Un poco por eso. Para mí el tema del amor y de los vínculos es el tema casi excluyente de mi experiencia. Y cuesta un poco encontrarlo en la literatura contemporánea. Es raro que se hable directamente del amor. Entonces quería eso, escribir una novela de amor. La fui encontrando. Creo que en algún lugar, y es algo que quería, es también una novela de amor a Buenos Aires. También, claro, una novela sobre vínculos entre varones. Hay una gama muy amplia en eso: la relación padre e hijo, hombre a hombre, amigos.
“Desde hace unos años, la figura del escritor empezó a ser muy rendidora”
-¿Creés que se tiene miedo a lo cursi?
-La verdad es que no lo sé. Yo miedo a lo cursi no tengo. Porque considero que me entrego mucho a esas aguas. A mí me gusta mucho la música romántica y me gustó siempre el bolero. La temática siempre redundó en mí. A veces creo que la literatura parece una plataforma no demasiado dispuesta a eso. Así que fue seguir un impulso de escritura que primero apareció y después reconocí eso como una temática de la que yo quiero hablar.
-En este caso son dos varones que se encuentran los domingos en Buenos Aires. ¿Era importante que apareciera la ciudad, que de alguna es una de las protagonistas del libro?
-La relación con Buenos Aires es excluyente. Yo adoro Buenos Aires y la padezco, como cualquier porteño, como cualquier persona que trabaja acá. Es una ciudad extraordinaria. Y es una ciudad cada vez más arrasada. A mí me impacta mucho la realidad del negocio inmobiliario. Me impacta cómo Buenos Aires empieza a ser cada vez más una ciudad con esta idea de metrópolis del mundo, en los peores términos. Hay algo de la identidad de los barrios porteños que empiezan a ser iguales a los barrios de Berlín, iguales a los barrios de Nueva York. La relación con Buenos Aires también es una relación característica de lo porteño: amor y odio constante. Pero bueno, en los últimos años es cada vez más difícil encontrarse con lo propio de Buenos Aires. Todos los edificios tienen amenities, todos los barrios tienen cervecerías y barberías o restaurantes iguales a los de Irlanda. En esa fricción yo también encuentro mucho material. En algún lugar pienso que siempre estoy hablando de Buenos Aires.
-Esa fricción de la porteñidad es de alguna manera la misma fricción que invade a estos dos protagonistas.
-Es que son claramente dos porteños. En mi novela anterior también los protagonistas vivían en un departamento de dos ambientes en un barrio de Buenos Aires. En esta repito lo mismo, sin darme cuenta. ¡Me parece que yo escribo sobre departamentos alquilados de dos ambientes en barrios de Buenos Aires! (ríe). La relación con la ciudad es excluyente, a mí siempre me deslumbró Buenos Aires.
-Estos son dos hombres de clase media, aparecen libros y hay muchas referencias musicales. ¿La música es parte de ese vínculo? ¿Cómo surge allí?
-A veces pienso que lo que también hago es escribir sistemas de referencia de la clase media básicamente. Son dos personajes varones típicos de la clase media porteña, con consumos culturales típicos de la clase media porteña, que yo comparto. Eso por ahí se lo robo a mi biografía. Hay mucha música, hay una idea de cine, aparecen muchos nombres. Y, sobre todo, algo epocal: aparecen determinadas músicas como Elis Regina, Nina Simone, Sandra Mihanovich. O John Cassavetes, en referencia al cine. Se trata de identidades culturales bien de porteños de clase media. En ese sentido, aparece también la construcción de constelaciones comunes que es muy difícil que no se amen si se encuentran. Si se encuentran en la coincidencia de esos consumos, de esos gustos, si dos personas aman a Buenos Aires y aman algo de estas referencias culturales es difícil que no entablen un vínculo. El vínculo que sea. Estos dos se encontraron y a pesar de las complicaciones que plantea el vínculo, tuvieron su historia de amor.
-Como participante activo de las redes las usás para, entre otras cosas, plantear posiciones sobre distintos temas de la actualidad. Allí, el año pasado se reflejaron distintos debates entre escritores que se referían a la industria y a cómo cuesta muchas veces que se valore el trabajo de quienes escriben. ¿Por qué creés que cuesta tanto considerar a los escritores como trabajadores?
-Es el problema de los autores y es el problema del negocio, del medio. No logramos pensar nuestra actividad como un oficio regulado por los mismos lineamientos que cualquier oficio, que cualquier trabajo. Todavía persiste la idea de "ay, me van a publicar" como un agradecimiento que pone al trabajo del escritor en un plan muy extraño. Hace un año nos empezamos a reunir un grupo de escritores. Y después empezamos a conversar también con editores con bastante fricción al principio, tratando de pensar un poco la problemática de nuestra tarea.
-¿Cuesta ponerse de acuerdo?
-El tema es que el mundo y básicamente la industria en el país impone agendas todo el tiempo. La industria hoy está de verdad al borde de la extinción. La industria del libro realmente está atravesando, supongo, la mayor crisis de su historia. Entonces eso también cambia la agenda. Porque al principio empezamos a manifestar cierta incomodidad en referencia a la relación con los editores, con la firma de contratos, con la cuestión de los derechos. Esa preocupación sigue pero ahora fue un poco arrasada porque la realidad es que el negocio del libro está realmente mal. No hay políticas, no va a haber políticas. Y, al contrario, hay retracción del Estado, hay pérdida de empleos. El precio del papel y de todos los insumos aumenta. El libro no paga IVA, eso es cierto y es una gran cosa. Pero todas las cuestiones relacionadas con la producción del libro sí pagan IVA. Estamos en un momento muy preocupante y a muchos de los que escribimos nos interesa pensar esas cosas.
“Buenos Aires es una ciudad extraordinaria. Y es también una ciudad cada vez más arrasada”
-¿De qué viven los escritores hoy?
Es una pregunta que me formulo constantemente: ¿de qué vivo? En general los escritores vivimos modestamente y no de la escritura, no directamente de la escritura, aunque sí de las actividades aledañas. De dar talleres talleres de escritura, de dar clínicas de obra, de dar clases. De eso vivo yo y de eso vive la mayoría de los escritores y las escritoras que yo conozco. En la Argentina son muy pocos, contados con los dedos de una mano, quienes pueden vivir de los derechos de venta de sus libros y acá en el extranjero. Y eso se reduce cada vez más. Y es difícil que un escritor de ficción lo haga, hay algunos, pero son realmente pocos.
-En paralelo a esta situación crítica, se ve una especie de explosión de talleres literarios, como si todo el mundo quisiera ponerse a escribir. Vos tenés tu propio taller, ¿qué ves, qué se produce en esos espacios?
-Pasa algo, pasó algo con la figura del autor desde hace unos años, que empezó a ser muy rendidora. Entonces todos los que escribimos nos vemos frente a un costado súper seductor; nos hacen entrevistas y nos preguntan cosas . Y hasta sacamos un libro y somos más importantes nosotros que el libro. Es curioso lo que empezó a pasar hace varios años. Supongo que eso también alienta a que todo el mundo escribe, todo el mundo quiere escribir. Las redes también alientan un poco la idea de la escritura, la idea de un expresionismo inmediato y muy facilitado. Entonces eso hace que haya cierta ebullición. Yo, por suerte, tengo -la mayoría, no quiero ser tan demagógico (risas)- gente que escribe con intensidad, que publica. Acompañar un texto, para mí, es un trabajo conmovedor. En buena hora que mucha gente quiera escribir. Eso está muy bien y hay una oferta de talleres impresionante y es buenísimo.
“No amo las redes sociales, las miro con bastante espanto y a la vez no puedo no estar ahí muy activamente”
-¿Qué estás leyendo?
-Varias cosas, como siempre. Venía leyendo un poemario de Ana María Pérez Arce. Estoy leyendo a Franco Rivero, un poeta correntino extraordinario, que es de verdad un lujo. Me compré hace poquito la obra completa de Carlos Mastronardi, así que estoy bastante arrobado por eso. Me doy cuenta ahora de que todo es poesía.
-No parece casual, tus textos están siempre muy pegados a lo lírico, tienen ese tono tan poético.
A mí me interesa la poesía como un bien mayor, como un destino final y siempre estoy escribiendo poesía también y con proyectos de cerrar alguna vez el proyecto de libro que tengo pendiente.
-¿La poesía podría ser una de las ilusiones de los mamíferos de tu último libro?
Sí, sin dudas. Creo que en la perspectiva del protagonista de mi novela, en la manera que mira al otro y en que mira a Buenos Aires hay ahí un anhelo de lirismo muy desesperado.
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