Una historia personal y colectiva sobre la experimentación farmacéutica en las personas

En “Poner el cuerpo”, Bibiana Ricciardi repasa su experiencia para superar un cáncer de mama y, a la vez, indaga, a través de testimonios de pacientes, líderes de laboratorios, funcionarios públicos, investigadores y médicos, todos los aspectos que llevan a los humanos a atravesar protocolos de investigación científica para que se desarrollen medicamentos

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Por Bibiana Ricciardi

Ponerl el cerupo (Tusquets), de Bibiana Ricciardi
Ponerl el cerupo (Tusquets), de Bibiana Ricciardi

Hace 80 años a una paciente con cáncer de mama la mutilaban. Así fuera un tumor del tamaño de una almendra, le sacaban la teta completa. En los años 20, como se morían igual aunque les quitaran la mama completa, a algunas les amputaban el brazo. Hay fotos que circulan en la web: mujeres con una sola teta, o con ninguna. Hay muestras de arte que se proponen narrar la vida con la ausencia. Incluso existe un movimiento de mujeres que se niegan a cirugías reparadoras y muestran su chatura con desparpajo. Escribí una novela cuya protagonista tenía cáncer de mama y le sacaban toda la teta. La izquierda. Usé una metáfora que aun me gusta: desnuda se veía como si guiñara un ojo. No es mi caso. A mí me sacaron solo la almendra. El 13 de enero de 2014. No se nota el paso del cuchillo. Mi doctora tuvo la delicadeza de cortar en torno del pezón, levantarlo y extraer la semilla. La cicatriz no se ve ni se palpa. Primero me hicieron un tajo de dos centímetros en la axila izquierda para ver si los ganglios estaban tomados.

Me extrajeron solo uno, el centinela, y le hicieron una biopsia. No había cáncer, y entonces no siguieron extrayendo otros. Tengo mi brazo. Los dos brazos, las dos tetas. Sin embargo, todavía hay mutiladas. El cáncer aun es incurable en muchos casos. Pero yo pertenezco al grupo de las beneficiadas por el progreso de la ciencia. Un par de meses de radioterapia, unos cuantos años de Tamoxifeno, controles periódicos, y a otra cosa. O, mejor dicho, a soportar los daños colaterales de la medicación hormonal. Pero estoy viva y tengo mis tetas.

¿Qué cambió entre esas mutiladas y yo? La investigación clínica. Como a pesar de la carnicería las mujeres seguían muriendo, los científicos hicieron un estudio. A la mitad de las enfermas las amputaron y a la otra mitad solo les extrajeron el tumor. Quimioterapia y radioterapia para todas. Notaron que la tasa de recidiva era la misma. Eureka, se dijeron: no necesitamos sacar todo. El estudio fue publicado por el científico norteamericano Bernard Fisher en 1976. Veinte años después, a menos del 10 por ciento de las mujeres con cáncer de pecho se les hacía una mastectomía. La medicina ha avanzado de este modo desde los inicios de su historia: prueba y error.

Uno de los pioneros fue James Lind en el siglo XVIII. Un cirujano escocés. Gran Bretaña participaba de la Guerra de Sucesión Austríaca contra España y Francia. Lind había ingresado a la marina como aprendiz de médico y en 1747 fue asignado como cirujano en un barco. El escorbuto era un miedo más fuerte que el temor al enemigo. Una enfermedad producida por la ausencia total y prolongada de vitamina C. Todavía no había refrigeración, transportar alimentos frescos que proveyeran vitamina era difícil. Algunos dicen que el mal mató a millones de marineros. El Salisbury, la nave a la que Lind fue asignado, llevaba ocho semanas en el mar cuando el escortubo empezó a diseminarse. Entonces decidió probar su idea de que la putrefacción del cuerpo provocada por la enfermedad podía prevenirse con ácidos.

Bibiana Ricciardi
Bibiana Ricciardi

El 20 de mayo de 1777 —hoy Día Internacional del Ensayo Clínico— tomó a 12 marineros enfermos y los agrupó de a dos. A cada uno de esos grupos de pares les dio un suplemento diferente: sidra, elixir, ácido sulfúrico diluido, vinagre, agua de mar, purgante, dos naranjas y un limón. Solo los dos marineros que comieron la fruta mejoraron. Lind no fue reconocido de inmediato y sus conclusiones no cambiaron la dieta marina hasta cuatro décadas después. Sin embargo, acertó al controlar las variables del estudio, de modo que todos los sujetos estuvieran en similares condiciones.

Comparar igual con igual es la base de la investigación científica. ¿Cuál de todas mis iguales prestó sus tetas para que yo me salvara de la amputación? ¿Quién tragó un exceso de inhibidores hormonales para que ahora yo pueda quejarme tranquila de los dolores de cabeza y los sangrados ocasionales pero copiosos que me provoca la medicación preventiva? ¿Yo prestaría mis tetas para un experimento? Alguien lo hizo. Alguien lo está haciendo ahora mismo. ¿Por qué se prestan? ¿Por altruismo? ¿Porque es el último manotazo de ahogado? Pensé este libro como quien enfrenta a un acreedor poderoso.

Saldaría mi deuda señalando, visibilizando el sacrificio ajeno. Comienzo su escritura muy lejos de ese primer impulso. Estoy en tratamiento hormonal para prevenir una posible recidiva de mi cáncer. Tolero las molestias, aprieto los dientes. ¿Pero y si no lo hiciera? ¿Y si no me resignara? ¿Es cruel la única forma que tiene la ciencia de encontrar soluciones: hacer que algunas personas pongan su cuerpo para probar la eficacia de drogas o procedimientos que beneficiarán a sus pares?

No existe ningún medicamento que llegue a las farmacias y que no haya sido probado antes de este modo. La investigación farmacológica se divide en fases progresivas de experimentación. La primera, pre clínica, cuando la molécula a probar está en una etapa muy experimental, en la que los sujetos de la investigación son animales. Se evalúa cómo funciona, la toxicidad, y cómo se comporta la droga dentro de un organismo vivo. La siguiente Fase, la Fase I, es la investigación en humanos sanos: gente que pone su cuerpo aun cuando está en perfectas condiciones de salud.

En Argentina no hay desarrollo de investigación en Fase I. Si lo hubiera, los participantes no podrían lucrar con ella, porque en el país está prohibido compensar económicamente a los sujetos de la experimentación. En otros, como Estados Unidos, está tan normalizada la participación en estudios de Fase I que es habitual ver carteles en la vía pública convocando a involucrarse en ellos a cambio de un sueldo. La segunda etapa, la Fase II, se hace con un número reducido de personas afectadas por la dolencia para cuyo tratamiento la droga se está desarrollando. La Fase III se realiza con los mismos parámetros pero con mayor cantidad de personas, potenciales beneficiarios de la nueva droga. Los laboratorios ensayan en simultáneo en diversas poblaciones, con distintos ambientes, etnias y genotipos. Aquí el móvil de los involucrados es más evidente: enfermos que no presentan una evolución satisfactoria con la medicación existente. Estas personas tienen la esperanza de curarse o mejorar su calidad de vida a cambio de un tratamiento gratuito y personalizado. Se ponen en riesgo, pero su salud ya está deteriorada, aun sin someterse al experimento.

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