"Catalina Pizzafrola, a sus pieses… Desde hoy, una amiga más". Con esta fórmula de presentación, Catita entró hace ocho décadas a los hogares argentinos. Y podría decirse que se quedó desde entonces, para pasar de la radio capilla a los frondosos archivos de YouTube "de tal suerte metamorfoseada cual crisálida que deja el capullo y se torna mariposa para revolotear de flor en flor…", como diría su alter ego ("con perdón de la palabra", como diría ella).
Catalina Pizzafrola Langanuzzo, Gladys Minerva Pedantoni, Cándida Loureiro Ramallada, Pola Slutzkin de Kohan, Jovita de las Nieves Leiva Peña y Obes y la aristocrática Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón son múltiples transfiguraciones de Marina Esther Traveso, Niní Marshall.
Personajes que nacieron en hojas de cuaderno Coloso y que poblaron de voces entrañables los estudios de radio. Niñas, señoras, señoritas y doñas, sus parodias fueron prodigios de observación y festines de gracia. Niní fue una estrella con libreto propio, ajena al patriarcado y a la corrección política, una usina de humor que en el apogeo de las broadcastings llegó a producir diez sketchs radiales por semana tecleando en su máquina Royal.
"Desde chica, perdí mi identidad", asegura en sus apasionantes Mis Memorias (que publicó en 1985, con la colaboración de Salvador D'Anna). En la casa materna, además de Niní, Marina fue Viducho, Perico, Maruja, según cuál de sus tres hermanos mayores la nombrara. Aunque ella, a la edad de las muñecas, y como las suyas no tenían padre, pretendiera hacerse llamar pomposamente la Viuda de Achaval. Y cuando llegó el momento de su confirmación, por si no bastara, a Marina Esther le agregó Dora Ilse.
"Mi niña", le decía Francisca Pérez, una leonesa que apenas bajó del barco encontró en el hogar de los Traveso casa, comida, sueldo y domingos libres. Años más tarde, Francisca sirvió de inspiración para la disparatada y tierna gallega Cándida ("¡Ay… si un rayo me hobiera partido el día que nací, hoy viviría feliz!"). Fue el primer personaje radial creado e interpretado por Niní, que debutó en 1937 en radio El Mundo.
El éxito de su audición propia, con el actor Juan Carlos Thorry como partenaire, dejó atrás para siempre el periodismo de espectáculos, que ejerció con el seudónimo de Mitzi, y el cancionero internacional, en el que había incursionado como Ivonne D'Arcy: ya era Niní Marshall.
Thorry, además de lograr con Niní una química perfecta -que recrearían, intacta, en un ciclo de reencuentros muchos años más tarde-, entonces era un galán muy popular, esperado en la puerta de la radio por una legión de admiradoras. La madre de una de ellas se le acercó un día a Niní para asegurarle: "Ay, viera usted la voz que tiene mi hija… Bueno, ahora no se la puede mostrar porque tiene las amígalas flemonadas". De la imitación de esas chicas de barrio que se apiñaban al grito de "¡Un utógrafo, Thorry! ¡Déale!", surgió Catita ("¡Mirá que me saco la zapatilla y te doy una cachetada, te juro!"). Este 6 de julio se cumplen precisamente ochenta años del debut cinematográfico de Catita (y de Niní), como la heroína de Mujeres que trabajan (Manuel Romero).
En la radio, la contracara del éxito fue la censura. A partir de 1943, poco después de un pase récord de El Mundo a Splendid, Catita fue blanco predilecto de las autoridades de Radiocomunicaciones designadas por el régimen militar de Ramírez para custodiar "el correcto uso del idioma". El lunfardo, el tango y Niní Marshall fueron víctimas de una misma política de "depuración lingüística" de ribetes grotescos, que impuso adaptaciones de cancioneros y libretos.
Los textos debían ser presentados antes de las audiciones para su aprobación o censura y las "infracciones" eran motivo de penalidades que podían llegar a suspensiones definitivas. Se pretendía combatir "los vicios idiomáticos, las charlas sin mesura en el tono y en la dicción, los remedos de idiomas extranjeros, las comedias de mal gusto, las representaciones de burdo dramatismo, el comicismo ramplón a base de gritos, equívocas exclamaciones, ayes, lamentos, carcajadas despampanantes…".
Al principio, Niní recurrió a la ironía, con tiros por elevación frente al micrófono, dirigidos a la Oficina Preventiva de la Dirección de Radiocomunicaciones. Pero cuando el círculo de la censura se cerró sobre Catita, exigiendo su destierro, rescindió su contrato con Splendid ("¡Desgracia humana!", diría la propia Catita).
Se refugió en el cine. Pero no sería por mucho tiempo, porque a fines de la década, durante el gobierno de Perón, le advirtieron que por "orden de la Señora" (en alusión a Eva Duarte) ella ya "no corría más" en la industria cinematográfica, y Argentina Sono Film dejó caer el contrato que tenían firmado. Cuenta Niní, en su Mis Memorias, que al buscar explicaciones quedó sumida en la humillación y el desconcierto cuando el secretario de Juan Duarte le gritó en la antesala del despacho oficial, llena de gente: "Señora, dice el señor Duarte que se acuerde, cuando en una fiesta de pitucos, vestida de prostituta imitó a su hermana". Las siguientes diez películas de Niní fueron filmadas en México y España.
Después nació Moni, inspirada en sus vecinas de Barrio Norte, en 1956. Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, que reunía todos los tics de dicción y entonación de los bianudos de Recoleta, inmortalizó entre otros latiguillos: "¡Fulano es la muerte lenta!", "¿No te parece genial?", "¿Me asumís?", "¡No seas cache!". Sus desvelos, siempre de orden social y mundano, como el que motiva este monólogo telefónico: "Aló, ¿Cuqui? ¡Moni! Ah, Cuqui, te llamo porque me dijo Titi que vos le dijiste lo que me dijo Lucy que yo te dije que no le dijeras. ¿Vos le dijiste que no me dijese que vos lo habías dicho? ¡Pues lo dijo! Buá, ¡pero no le digas que yo te dije que me lo dijo!"
Otras criaturas radiales: la solterona Jovita ("Ando atareadísima, usted sabe, que tengo una estafeta femenina etérea, que atiendo con el seudónimo de Nenúnfar Bleu"); la odiosa y chillona niña Gladys Minerva Pedantoni, alumna monitora ("honroso puesto que cumplo con placer: tomo el puntero y paseándome entre los pupitres distribuyo palos entre las niñas díscolas"); doña Pola y doña Caterina, que encarnaban junto a Cándida, en una trilogía de inmigrantes, el prodigio de un sainete completo en una sola comediante.
En las películas (filmó treinta y siete) se pueden disfrutar el vals Palomita blanca en la irresistible versión de Cándida y La muerte del cisne por una colosal Catita en zapatillas de punta, momentos antológicos de sagas que encabezaron taquillas. En su casa, se divertía recreando personajes para sus amigos y su familia, en especial su hija Angelita, como "una señora de su casa que quiso hacerse la graciosa". Alguna vez Cátulo Castillo escribió que ella había elegido quedarse en la infancia a seguir "jugando a las visitas".
Muy excepcionalmente, otras actrices abordaron la obra de Niní Marshall, que pareció naturalmente clausurada, como arte intransferible, con su largo y sereno retiro (falleció en 1996, a los noventa y tres años). En estos días, la talentosa Jorgelina Aruzzi la homenajea en el Teatro Liceo Comedy reeditando sus personajes en Niní en el aire, un espectáculo dirigido por Ciro Zorzoli, frente a una platea poblada y risueña, con algunas notas de nostalgia.
Tal vez quien mejor definió a Niní Marshall como autora fue María Elena Walsh, que la reivindicó como "nuestra Cervanta": "Así como en las posadas del Siglo de Oro los rústicos esperaban el arribo del licenciado o la dama que les leyera las peripecias de los mil personajes del Quijote, así nosotros nos congregamos hace medio siglo en torno de la radio para escuchar a una mujer que nos caricaturizaba en ámbitos tan desangelados como los páramos de Castilla" (el texto completo se incluye en el libro Niní Marshall artesana de la risa, de Laura Santos, Alejandro Petruccelli y Diego Russo). Walsh afirma que en el caso de Niní, "la payasa" disimuló a la gran escritora: "Nos hemos reído tanto con ella, que olvidamos tomarla en serio…"
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