En la novela El nervio óptico, la crítica y escritora María Gainza traza una composición de cuadros, artistas e historia del arte para dar forma a una trama que puede ser leída como una crónica, una reseña de obras o una guía de museos, y que en cualquiera de los casos logra lo mismo: transmitir la potencia magnética de un objeto artístico.
"Me recordó que en la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte, y que las variables que modifican esta percepción pueden y suelen ser las nimias", escribe la narradora de esta novela hecha de a relatos y donde el arte funciona como un vehículo que enhebra ficción pero también teoría, conocimiento e historia.
Con un registro sencillo que logra despertar muchos sentidos -sobre una obra la narradora escribe: "me provoca una sensación molesta, como si quisiera respirar abajo del agua"-, la novela aborda la relación que la protagonista tiene con el arte y lo más notable es el modo en que logra transferir al lector (sin que este acuse recibo) datos, citas, referencias, años: historia.
Es que en este libro, que ahora reedita Anagrama (y hace cuatro años publicó Mansalva) y que también tuvo una adaptación performática en el Museo Nacional Bellas Artes, Gainza se vale de capítulos aleatorios de la vida de una crítica de arte para encadernarlos con cuadros y nombres del mundo del arte, como Cándido López, Alfred de Dreux, Henri Rousseau o El Greco.
Y para la protagonista -oveja negra de una familia patricia, que abandona los privilegios de su clase- el arte se revela como sanador: lejos de la pompa, más lejos del libreto, el arte adquiere una dimensión corporal, una sensibilidad que interpela o no. "¿Cómo decía Aby Warburg? Las imágenes curan", apunta la autora.
Antes de esta primera novela que salió en 2014, Gainza publicó Textos elegidos (2011) donde reúne notas y ensayos de arte argentino. Desde esos textos no volvió a publicar, pero no dejó de escribir. De hecho en octubre publicará una nueva ficción por Anagrama y, ahora, está a mitad de otro libro. "Avanzo despacio, cada tanto se abre la bruma y escribo un par de páginas, después la bruma se cierra y durante días no escribo nada", cuenta.
Si como dice la narradora de El nervio óptico, "mal administrada, la historia del arte puede ser letal como la estricnina", la autora desarma el estereotipo de que un libro en el que se reseñan, se citan o se referencian obras de arte la solemnidad es cuota obligada. Aquí no hubo más que una única pretensión, dice Gainza: "no aburrir".
– Es un libro de crónicas que puede ser leído como una guía de museos, de obras, de referencias, como una historia familiar, ¿cómo definirías a El nervio óptico?
– No soy una escritora profesional y lo que escribo no parece entrar con comodidad en ninguna de las categorías clásicas. Supongo que se lo puede definir por lo que no es: no es novela, no es cuento no es ensayo, ni crónica. Pero en el fondo para mí son relatos que conforman una "guía caprichosa de museos". Así lo imaginé y así lo sigo entendiendo.
– En este libro se enhebra la narración de una manera muy original: transferís información -datos duros, anécdotas, nombres, años, citas- sin generar en el lector incomodidad frente a tantas referencias. ¿Cómo trabajaste la escritura?
– Entiendo al arte dentro del flujo de la vida diaria y no siento que necesite "enhebrar" la narración porque para mi todo habita un mismo espacio. Es como un tejido donde los libros, las pinturas, los datos duros, las vidas, forman parte de la misma imagen. Los textos se fueron armando por capas, como una pintura renacentista. La primera regla fundamental de cómo pintar al óleo es pintar "graso sobre magro", es decir que las últimas capas contengan un porcentaje mayor de aceite que las primeras capas. Yo escribo de la misma manera. Primero pinto una capa base para dar un color de fondo general, sin definir detalles, solo para marcar los límites entre los objetos. Luego añado de a poco un nivel mayor de detalle. Es un proceso lento pero le da mayor flexibilidad a la pintura o a la prosa. Disto mucho de ser una erudita, quizás sea eso lo que le da esa sensación de ligereza al libro.
– De solo esbozar una breve lectura de tu biografía podría pensarse que la novela contiene a su autora. Sin pretender caer en el termómetro de lo autobiográfico ¿cómo trabajaste esa voz narrativa?
– No sé de quién es la voz. Yo soy la autora pero no soy la narradora. No puedo ampliar lo que dice la narradora, me parece redundante. Ella habla un poco con aforismos y explicar un aforismo es matarlo.
– Un eje que atraviesa la novela son los puntos de encuentro entre la clase patricia y el mundo de arte. Aquí la protagonista se escapa del primero pero entra el segundo, como una salvación. ¿Así de reparador puede ser el arte?
– La clase alta y el arte son mundos pretenciosos y endogámicos pero a veces también pueden ser superficiales de una manera agradable. El arte es reparador para alguna gente, no para todos. El arte me exime de la realidad y para mí eso es una medicina muy potente. Pero lo mismo que a mí me sucede con el arte a otra gente le puede suceder al mirar fútbol, hacer crochet o filatelia.
Fuente: Télam
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