Artista, arquitecto, militante ecológico, Nicolás García Uriburu (1937-2016) marcó un antes y un después en la historia del arte argentino en la escena internacional cuando en un gesto de gran fuerza y multiplicado al infinito, tiñó de verde fluorescente las aguas del Gran Canal de Venecia el 19 de junio de 1968, durante la Bienal de arte de esa ciudad, la máxima vidriera de las artes a nivel mundial.
Para conmemorar el 50° aniversario de aquella obra que se convirtió además en un hito del Land Art, el Museo Nacional de Bellas Artes inaugura el próximo 29 de junio Venecia en clave verde. Nicolás García Uriburu y la coloración del Gran Canal, una muestra tan mínima como potente, un conjunto de nueve obras centradas en aquella legendaria intervención artística.
El verde era para este artista el color del señalamiento, del alerta, pero también de la esperanza. La imagen de aquella obra artística, polémica, efímera, dio entonces la vuelta al mundo. Es curioso que uno de los artistas argentinos más recordados por su paso por la Bienal de Venecia sea aquel de gesto irreverente, fuera de los cánones, contestatario, que no había sido invitado por ninguna institución. Ese mismo año, puertas adentro del encuentro, el pabellón argentino alojaba la exposición de un joven David Lamelas, tan joven que nunca antes ni tampoco después alguien de tan corta edad fue representante oficial de nuestro país.
No es para nada menor el contexto en el que García Uriburu, que por eso época residía en la ciudad de París, decide encarar esta acción. Sube a un tren para cruzar la frontera y dejar atrás los primeros ecos del mayo francés que ya resuenan en la capital parisina. Decide comprar esta sustancia que tiñe en una fábrica de Milán, para no cruzarla en la frontera de un país a otro. En Venecia, se encuentra con la plaza San Marcos colmada de protestas de jóvenes estudiantes. El planeta está convulsionado. Puertas adentro de la bienal, el argentino David Lamelas presentaba una obra que hacía referencia a la absurda guerra de Vietnam que por esos días también tenía en vilo al planeta. Para muchos, el 68 es el año en el que toman forma movimientos como el ecologismo, el feminismo y el pacifismo. Por su parte, los artistas se interrogan acerca de cómo relacionar arte y vida. Buscan sacar la pintura más allá del lienzo.
En este contexto, Nicolás García Uriburu se sube a una góndola que conducía el gondolero Memo y tiñe las aguas con una sustancia inocua, un pigmento fluorescente que toma su característico color verde al contacto con microorganismos en el agua. Tras algunos meses de investigación, optó por utilizar esta sustancia ya que reunía las condiciones visuales y medioambientales necesarias: inofensivo para la flora y fauna, colorante verde y uniforme. La elección del lugar, la madre de las bienales de arte, hizo que tuviera un impacto que no podría haber tenido en otro sitio. La imagen dio la vuelta al mundo. La coloración del Gran Canal se convirtió en un hito del Land Art -espacios naturales transformados por la acción del artista- y se enmarcó en las tempranas manifestaciones de la performance y del conceptualismo.
Además, por lo disruptivo de la acción, que se realizó en forma clandestina, sin amparo de las instituciones, ponía en cuestión el sistema de las artes, acorde al espíritu de la época.
"Hay obras que tienen la capacidad de condensar un momento histórico determinado, en las que confluyen todos los debates de la época, lo que les da una potencia que otras obras no tienen. Incluso siendo una pieza efímera. En la coloración confluyen muchos de los debates estéticos que se dieron entonces en relación a la autonomía del arte. Es una obra germinal de lo que serán luego las performances y el conceptualismo. En el Manifiesto que escribe, García Uriburu explica que esta obra no es un objeto sino una idea, que sale al espacio público y adquiere una escala monumental. Es efímera y se sale de los marcos tradicionales del arte, busca cómo repensar la relación del arte con la vida", explica a Infobae Cultura Mariana Marchesi, curadora de la exposición y directora artística del museo.
La coloración es además un punto de inflexión en la carrera del artista, el origen de las numerosas intervenciones en la naturaleza que desarrolló en distintas aguas del mundo –en Buenos Aires, París, Bruselas, Londres–, y que marcó la dirección de sus obras posteriores, siempre signadas por su preocupación por el medioambiente. En 2010, en otra imagen memorable, tiñó de verde las aguas del Riachuelo, en una iniciativa junto a Greenpeace, para denunciar la polución crónica. De algún modo, en 1968, Uriburu anticipó el movimiento ecológico internacional inaugurado con el primer Día de la Tierra que se celebró el el 22 de abril de 1970.
A principios de 2016, la galería porteña Henrique Faría presentó una exposición dedicada a la faceta de García Uriburu como militante ecologista. Fue unos meses antes de su muerte. Con motivo de la muestra, decía el artista: "Tengo la edad del Papa y hace muchísimo tiempo que vengo trabajando en estos temas. Ningún artista se había dedicado a las cuestiones ambientales antes pero llegó un momento en el que había que decir algo porque la explotación de los recursos naturales ya era evidente entonces y no se podía seguir defendiendo lo indefendible. Asumo mi arte como una forma de militancia desde fines de los años 60 cuando coloreé por primera vez las aguas de Venecia. Si bien los problemas ambientales no han dejado de agravarse desde entonces, nada de lo que hice fue en vano. Sobre estas cosas hay que pronunciarse una y mil veces porque siempre hay nuevas generaciones que tienen que escucharlo. La urgencia ambiental más grande que tenemos es cambiar el pensamiento de la gente y en eso estoy desde hace tanto tiempo".
Si bien la coloración es la obra cumbre de García Uriburu, el artista ya en los años 60 ocupaba un lugar protagónico a nivel mundial. Algunas fotos blanco y negro lo muestran junto a Andy Warhol en Nueva York, o junto a Salvador Dalí, en Europa. Es clave también en su carrera, cuando junto al alemán Joseph Beuys para la documenta Kassel, en 1982, realizaron una acción ecológica en conjunto que consistió en plantar siete mil robles junto a bloques de concreto. Juntos también colorearon las aguas del Rhin en Düsseldorf, Alemania. Pero hay mucho más en su carrera que su defensa contra el abuso de los recursos naturales: coloreó su sexo y esas fotografías las envió por correo, pintó ombúes de estilo pop, delineó el contorno del mapa de América latina invertida para cuestionar la noción de territorialidad y reflexionar sobre una identidad regional, diseñó objetos y muebles en la serie "Víctimas y victimarios", en alusión al terrorismo de Estado. Logró un estilo propio que ensayó en diferentes soportes y formatos, obtuvo numerosos premios y además, formó una gran colección de arte precolombino que donó a la Fundación que lleva su nombre.
La exhibición en el Bellas Artes se concentra en el período que va de 1968 a 1974, y reúne serigrafías, fotos intervenidas y piezas documentales referentes a la coloración de 1968 y a otras coloraciones históricas, así como un grupo de pinturas realizadas en esos años.
*Con el apoyo de la Fundación Nicolás García Uriburu y la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, la exposición "Venecia en clave verde. Nicolás García Uriburu y la coloración del Gran Canal" inaugurará el viernes 29 de junio a las 19 en el Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473, donde se podrá visitar hasta el 30 de septiembre, en las salas 39 y 40, de martes a viernes de 11 a 20, y sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita.
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