"Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir", escribió hace tiempo y con pesimismo Borges. El romanticismo perdido y el amor como lugar solo de tormento quedaban plasmado en uno de los mejores poemas, El amenazado. Si hay un tema universal y que recorre la historia es el amor. Para bien o para mal. Para la completa amargura o para la felicidad infinita. El amor ha servido como tema en innumerables historias. Dramas de lo más complejos y comedias románticas divertidas y ya clásicas. Es que, ¿qué no cabe en el amor?
Aquí, cinco obras que, aunque toman en su dramaturgia al amor como tema central, portan además unos buenos componentes, conflictos, emociones, que las convierten en imperdibles.
Próximo
El año pasado y por primera vez en su carrera, Claudio Tolcachir fue convocado por el teatro oficial para escribir y subir a escena una nueva propuesta. Así nació Próximo pero como su potencia era inmensa, luego de las funciones en el Teatro Sarmiento siguió su recorrido en Timbre 4, lugar en el que su autor anida sus obras desde siempre.
Tolcachir ha dicho alguna vez que cada paso dado en su camino tuvo que ver con sortear alguna dificultad. Primero, al no tener espacio en donde desarrollar sus obras, armó Timbre 4 en el living de su casa. Luego, con la voluntad y las ganas de que La omisión de la familia Coleman se convierta en obra y al no tener texto, se dispuso a construirlo y llegó su faceta de dramaturgo. Y, así, un enorme recorrido hecho con la pasión de quien no quiere dejar de hacer teatro. Próximo tiene también algo de esto: dos hombres que deben salvar la enorme dificultad que conlleva estar cerca a la distancia. Situación que el propio Tolcachir ha confesado haber vivido unas cuantas veces, cuando su arte lo llevaba por el mundo y, pese a la distancia, debía encontrar la forma de mantenerse cerca de sus seres queridos.
Dos hombres: un argentino extranjero en Australia, solo, que se plantea para qué está ahí, en la completa soledad y subsumido casi en la indigencia; un joven actor español que goza de un muy buen momento personal en un comienzo que luego se transforma raudamente. A la distancia, y mediante dispositivos virtuales, se irán poniendo a prueba y compenetrándose más y más con la vida del otro.
Una de las fortalezas de la obra, más allá de las actuaciones profundas de Lautaro Perotti y Santi Marín, y de un texto muy eficaz, es la puesta. Tolcachir no elige el camino sencillo y obvio que sería dividir el escenario en dos para reproducir la vida de cada uno de los dos personajes. Toma un camino original y creativo que dialoga con esta imposibilidad de estar piel con piel. Una vez más Tolcachir se enfrenta a un desafío para salir airoso.
Enamorarse es hablar corto y enredado
Dentro de la cantidad de obras que están perdidas en ese vasto e inabarcable mundo del teatro independiente hay algunas que no pueden pasarse por alto. Una de esas es, sin dudas, Enamorarse es hablar corto y enredado. Obra tan sencilla como potente, cuenta la historia de un hombre y una mujer que de manera imprevista encuentran el amor sentados en un banco de plaza.
Cuando aquellos dos personajes años después reconstruyan ese primer encuentro, se encontrarán con diálogos torpes, palabras sueltas y una sorpresa absoluta respecto a la llegada del amor. De ese desinterés inicial que todos podemos tener al sentarnos en un banco en una plaza y comenzar una conversación con un extraño, al involucramiento posterior, cuando ambos se descubren.
En ese sentido, el texto de Leandro Airaldo es tan eficaz que bien puede tomarse como pieza literaria –cosechó en este tiempo una buena cantidad de premios y seguramente irá por más-; pero además la puesta que propone él mismo es de una belleza notable y las actuaciones de Soledad Piacenza y Emiliano Díaz son tan precisas que le dan la carnadura perfecta a un texto impecable.
Ver y no ver
La falta de visión es tomada extendidamente como una carencia. De eso no hay dudas. Pero aquí, Any (Graciela Dufau), quien ha perdido la visión a sus solo diez meses, vive su vida con total plenitud. Ella, a diferencia de su entorno, no lo vive como un impedimento sino con la normalidad de haber vivido así prácticamente toda su vida y con el goce, por qué no, de haber desarrollado sus restantes sentidos mucho más que los demás mortales que viven bajo la tiranía de la visión. Así, y ayudada por su padre, un hombre que no tuvo una compasión limitante, aprendió a reconocer todas las flores del jardín por su textura y aroma.
Hace años que su marido (Arturo Bonín), que la ama locamente, se ha obsesionado en encontrar a algún oftalmólogo que la opere y casi por milagro le haga recuperar la visión. Su imposibilidad de vivir la vida sin tener un motor así habla más de su propia carencia que de la de la mujer que, en cambio, vive su vida con mucha más serenidad. A ellos dos se sumará entonces un tercer personaje: el doctor Wasserman (Nelson Rueda). Atormentado por su reciente divorcio y algo abatido porque no encuentra hacer pie y volver a ser un reconocido en su especialidad, ve en esta operación una posibilidad de salvación. Cada uno con sus propias miserias.
La obra parte de un hecho real que el propio Oliver Sacks, neurólogo y escritor británico, volcó en su libro Un antropólogo en Marte y fue escrita por el irlandés Brian Friel. En esta oportunidad, Hugo Urquijo la sube a escena con unas grandes actuaciones y una puesta (de Eugenio Zanetti) muy original.
El violinista en el tejado
El archi conocido musical de Broadway que se estrenó en 1964 subió a escena hace unos pocos meses por cuarta vez en Buenos Aires. En esta puesta, el personaje de Tevye, el padre de familia, es interpretado por Raúl Lavié, un personaje que le calza maravillosamente. Primero por su canto. Segundo por su tono actoral ideal para encarnar a este pater familias que debe afrontar la dura tarea –pero tan constructiva a la vez– de repensar el viejo dogma que implica elegir el marido para sus cuatro hijas. Ellas, en cambio, representan un nuevo paradigma, menos pegado a las tradiciones y más abierto a la libertad de elección. Tevye, a su modo, escuchará los reclamos y modificará su aparente y rígida postura al punto tal de llegar a preguntarse si el amor que siente por su mujer (Julia Calvo) es sincero.
Al drama doméstico se le suma el contexto. Tevye y su familia viven en una pequeña aldea rusa, Anatevka, corre el año 1905 y la opresión de la Rusia zarista se comienza a sentir de un modo brutal. La familia completa deberá enfrentar la desazón que implica abandonar su hogar y su tierra.
Poema ordinario
En poco tiempo, el teatro y escuela Moscú –en clara alusión al teatro ruso que vio crecer figuras como la de Chejov y Stanislavsky– que fundaron Francisco Lumerman y Lisandro Penelas hace unos pocos años, se convirtió en un espacio de garantía teatral. Allí ambos directores y docentes experimentan y crean sus obras. Poema ordinario es la nueva obra que Penelas sube a escena.
Una madre y su hija viven en una casa a la vera del río Paraná y pasan sus días con la latente amenaza de la naturaleza que acecha. Un joven que trabaja en el pueblo alquila el cuarto que tiempo atrás perteneció a Lorenzo, el otro hijo que abandonó la casa materna sin decir nada. La hija que se enamora del huésped, Lorenzo que vuelve y que trae consigo el pasado que pesa, la madre que enloquece. Reproches, dolores, recuerdos, todo se imbrica en esta trama sumamente realista pero que porta además zonas de indeterminación tan ricas para el teatro.
El teatro Moscú (que su pequeñez la usa a favor recreando atmósferas íntimas) se expande, aprovecha todos sus rincones. Aquí menos es más.
* Para agendar:
Próximo, domingos a las 17 y desde julio: domingos a las 19.15 y sábados a las 22.45 en Timbre 4 (México 3554), entradas $300.
Enamorarse es hablar corto y enredado, domingos a las 18.45 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), entradas: $300, con descuento $240.
Ver y no ver, miércoles a las 21 y sábados y domingos a las 18 en Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062), entradas: $450.
El violinista en el tejado, de miércoles a domingos en Teatro Astral (Corrientes 1639), entradas: $500.
Poema ordinario, sábados a las 22 y domingos a las 18 en Teatro Moscú (Camargo 506), entradas: $250 y $200 con descuento.
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