Ángel Bonomini, el “maestro secreto” de la literatura argentina

En “Todos parecían soñar” se reúnen por primera vez los cuentos completos del autor argentino, admirado por Borges y Bioy Casares, quien aún sigue siendo desconocido para el gran público

Ángel Bonomini fue un destacado auto de cuentos y poesía

Uno de los cuentos más fascinantes de Ángel Bonomini (escritor que logra a menudo la proeza de fascinar a sus lectores) se llama El inquilino y forma parte de su libro Más allá del puente. En este relato de pocas páginas, un hombre entra en su casa y se topa con él mismo afeitándose, pero la historia se narra simultáneamente desde la perspectiva opuesta: un hombre está afeitándose en su casa cuando de pronto se abre la puerta y entra él mismo.

El inquilino invita a reflexionar sobre la invención artística. El cuento es tan singular que a uno no le asombraría saber, como suele ser el caso de los más singulares textos literarios, que las ideas principales (las dos invenciones que encierra) surgieron al unísono: la idea argumental del "doble yo", así como la idea formal de escribir un cuento que alterna o mezcla dos primeras personas que son una y acaban fundiéndose en una inquietante primera persona del plural.

Tienta leer El inquilino como una metáfora del propio Bonomini, quien habitó la casa de la escritura siendo poeta y narrador, es decir, ejerciendo dos actividades que pueden verse, a imagen de los personajes del cuento (o del único personaje del cuento, según lo quiera el lector), como diferentes o como una sola. Si en la obra de un autor como J. R.Wilcock (un contemporáneo de Bonomini que también se destacó en el cuento, la microficción y los versos) la poesía y la narrativa aparecen doblemente separadas por esa frontera que significó su mudanza a Italia en los años cincuenta (de modo que, antes de ese viaje decisivo, predominó en Wilcock el poeta en lengua castellana y, tras el viaje, el narrador en italiano), en el caso de Bonomini las dos facetas se alternaron y entremezclaron casi siempre.

Nacido en Buenos Aires el 13 de octubre de 1929, Bonomini tenía cuarenta y tres años cuando en 1972 publicó Los novicios de Lerna, el primero de los cuatro libros de cuentos que dio a conocer en vida; los otros son El libro de los casos, de 1975, Los lentos elefantes de Milán, de 1978, e Historias secretas, de 1985, dado que el quinto (Más allá del puente) se publicó en forma póstuma, en 1996.

“Todos parecían soñar” (Editorial Pre-Textos), de Ángel Bonomini

Antes de dedicarse a la narrativa, había sido un asiduo colaborador de la revista Life (donde llegó a traducir a Hemingway) o de las páginas literarias del diario La Nación de Buenos Aires y ya había llamado la atención como poeta. Su primer poemario suele considerarse El mar (1972), al que siguieron Torres para el silencio (1982), De lo oculto y lo manifiesto (1991) y Poética (1994), pero en verdad él publicaba poesía desde la década de los cincuenta en la célebre revista Sur, fundada por Victoria Ocampo, y previamente a El mar, que valoraba como su ópera prima oficial, había lanzado otros libros de versos como Argumento del enamorado/Baladas con Ángel, escrito en colaboración con María Elena Walsh, su pareja en aquellos tiempos.

La obra cuentística de Bonomoni empieza en Los novicios de Lerna con una frase elocuente: "Tiré el fósforo y salí sin mirar atrás". El gesto podría ser anodino, pero hay algo clave en ese detalle de decir "el fósforo" y no "un fósforo", algo que hace pensar en un plan, en una premeditación. La consecuencia es un "ruido de huracán", una explosión, un fuego. El narrador se instala en un árbol y ve cómo la plaza empieza a llenarse de gente. Se trata, pues, de dos espectáculos en uno: todas esas personas "crecidas de golpe del asfalto, de la vereda, del césped" contemplan la obra del pirómano; el narrador observa, de paso, a la gente.

El tigre de Bengala, segundo cuento y uno de los más breves y extraordinarios del conjunto, puede leerse como un juego de espejos, como un relato que simula agotar buena parte de las posibilidades que ofrece la acción inicial o, mejor dicho, el abanico de acciones iniciales. Podría pensarse en un relato que el lector debe construir a partir de opciones ofrecidas. Pero hay algo, al mismo tiempo, del orden de lo inconcluso y del cuaderno de apuntes cuando el narrador indica, casisiempre entre paréntesis,"pasar al presente","ojo" o"bestialidad", acotaciones que parecen destinadas a una versión final que nunca conoceremos. El cuento se construye párrafo a párrafo, allí está su difusa y clara línea narrativa, pero a la vez se reconstruye en el interior de cada párrafo con variantes argumentales que, a ratos, parecen obedecer a asociaciones sonoras más que lógicas.

Sigue La modelo, acaso el primer cuento realmente digno del calificativo"fantástico"que tan a menudo se esgrime para hablar de Bonomini. Hay algo próximo al mundo de Henry James en la segunda parte del relato: en las notas fantasmagóricas del personaje de Etelvina y en el goce estético, distante, casi fetichista del narrador. Cautiva la tensión entre el misterio incomprensible que se ofrece y la racionalidad de la estructura tripartita: "introducción", "los hechos", "nota". Sin embargo, cuando se lee la tercera sección (la llamada "nota"), reaparece la atmósfera provisoria y relativa de El tigre de Bengala, ya que el narrador ofrece otra versión y el lector comprende, entonces, que ha sido víctima de una suerte de engaño o espejismo.

La desbordante inventiva que se detecta en las primeras historias impregna todos los cuentos de Los novicios..., que sorprenden no sólo por calidad,sino por su variedad en términos de forma, extensión o registro. De un cuento consagrado a la muerte de un cantor, que podría ser Carlos Gardel, pero escrito con una puntuación digna de James Joyce, pasamos a un relato como La cacería, de frases cortas casi al borde del aliento, o a otro como Hierbas aromáticas, que se permite finalizar con una cascada de preguntas.

Y, sin embargo, pese a que los diecisiete textos son heterogéneos, reina entre ellos una pasmosa cohesión que no solamente es fruto de la singular mirada de sus narradores, siempre atentos a sutilezas(de una mujer, por ejemplo, se nos dice que al desvestirse "queda más desnuda que cualquier otro ser […] sin ropa"), sino también consecuencia de un rechazo a convencionalismos y certidumbres. Un rechazo o una desconfianza expresados por medio de juegos de espejos, repeticiones, desdoblamientos, inversiones, paralelos entre realidad y sueño…

"Bonomini ensancha los límites de la realidad física y psicológica en ficciones de indudable proyección ontológica y metafísica, que plantean reversiones, confusiones, conjunciones, premoniciones, invenciones reveladoras de situaciones surreales en que el sueño y la vigilia conviven, como conviven la inocencia y la corrupción, el amor y el odio, la demencia y la iluminación, el absurdo y la razón, la despersonalización aterradora y la individualización lúcida", resumió Juan Liscano en uno de los primeros ensayos que estudiaron en forma detenida los cuentos de Bonomini.

Los novicios… obtuvo el primer premio municipal y parece inevitable que estas narraciones cautivaran en su momento a Adolfo Bioy Casares, quien el 18 de septiembre de 1972 le escribió una carta a Bonomini para expresarle su fervor. "Tan entusiasmado estoy con el libro que una noche, que vino Borges, le propuse la lectura del único cuento que todavía yo no conocía: Los novicios de Lerna. Nos deslumbró. La historia está admirablemente contada, con muchas sabidurías y todo en ella es un acierto, desde el agradable tono
tranquilo hasta la descripción y el ambiente del lugar."

Tres años después, en 1975, llegó El libro de los casos que, si bien se incluye acertadamente dentro de su producción narrativa, constituye la obra "anfibia" por excelencia de Bonomini, ya que la mayoría de sus textos breves desgranan una trama diluida o sintética que se combina con elementos tanto poéticos como, en menor medida, deudores del ensayo.

El libro de los casos reclama su justo lugar dentro de una tradición que, en sí misma, encarna un "caso": la de los relatos de suma brevedad donde la noción de intriga queda reducida a su mínima expresión. Alguna vez Paul Valéry sostuvo que la narrativa equivale a caminar porque se dirige a un punto preciso, mientras que la poesía equivale a bailar. Los "casos" de Bonomini (y lo mismo vale para la denominada"ficción hiperbreve") le plantean un problema a esta férrea división porque a menudo presentan una prosa másintensiva que extensiva, como si avanzaran apenas, casi "bailando", sugiriendo o comentando un periplo, más que cumpliéndolo.

En rigor, El libro delos casos forma parte de una familia de la literatura argentina y latinoamericana: la de las pequeñas fábulas de corte más o menos fantástico que provienen, entre otras fuentes, del "trío infernal" que componían Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, con sus insoslayables antologías y también con sus obras individuales. No es tan sólo la brevedad (alrededor de trescientas palabras) lo que identifica a esta familia,sino también el empleo de diversos elementos de la llamada literatura neo-fantástica, si se toma en cuenta la definición de Italo Calvino: "En el siglo XX se impone un uso intelectual(ya no emocional) de lo fantástico: como juego, como ironía, como guiño, pero también como meditación sobre los fantasmas o los deseos ocultos del hombre contemporáneo".

El libro de los casos maravilla por sus matices y su diversidad de estrategias. Los dos primeros textos establecen, de inmediato, dos caminos, dos perspectivas posibles: en Los cielos de Rosarito el caso reside en el sujeto observado (la mujer de párpados transparentes cuya monstruosa pesadilla evoca, entre otras, la del memorioso Funes que nada puede olvidar); en La realidad y el cordero lo particular no reside en el cordero, sino en elsujeto que lo observa: Bartolomé Iáspora con sus estrafalarias conclusiones seudo-filosóficas.

La riqueza no se agota en estos procedimientos.Aunque la noción de "casos" obra como eje, los textos destacan por su variedad. Los hay breves, en su mayoría, pero también algo más extensos como El matrimonio Amprubí. Los hay en tercera persona, en su mayoría, pero también unos pocos en primera como Descargo o El reo, próximos a la confesión
criminal. Los hay en pretérito, en su mayoría, pero también en un tiempo presente que, como ocurre en Las cárceles, provocan un inquietante efecto conjetural. Los hay centrados en un ser humano, en su mayoría, pero también otros que realizan un ejercicio de zoología fantástica como El vancra.

El repertorio incluye desde leyendas, como la bellísima Leocadia y el mar, hasta la curiosa historia de un inventor víctima de su propio invento (Serafín Alburque), hecho no tan excepcional en un libro que abunda en paradojas por el estilo: ancianos esposos "esclavos de su propio culto" o una familia presa de su propia singularidad.

Numerosos casos empiezan con el nombre y apellido de su protagonista. Los nombres son importantes porque estamos, en esencia, ante un catálogo de criaturas singulares en la tradición, por ejemplo, de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob o del magnífico La antorcha al oído de Elias Canetti. El inicio no es siempre cautamente informativo ("Alberto Barrio fue ladrón", "Leocadia Saldana era muy chica"), sino que a veces intenta un fiel resumen: "Serafín Alburi que inventó una máquina de cambiar de ser"o, más aún, "Bartolomé Iáspora descubrió que toda la realidad quedaba afuera de un cordero". Este tipo de frase de apertura, por lo potente y osada, recuerda a los comienzos de ciertos cuentos de Marcel Aymé. Arranques semejantes parecen fáciles de pergeñar (y acaso lo sean para los autores imaginativos), lo difícil es no frustrarlas expectativas del lector. Bonomini sale airoso tal vez porque apuesta, en la mayoría de estas circunstancias, por un desarrollo más poético que argumentativo, sugiriendo opciones menos que una explicación definitiva (otra estrategia que hace de él un"neofantástico"), como en el caso del jaulero de San Isidro que carga una jaula vacía al tiempo que silba "como un ángel": allí, los síntomas se describen en apenas un par de frases, mientras que el epílogo dedica cinco frases a diversas hipótesis ("alguien pensaba que advertía en la jaula una amenaza y silbaba a modo de conjuro", por ejemplo), sin que ninguna de ellas prime sobre las otras.

En el marco de una entrevista efectuada por Lucio D'Arcangelo y publicada en Il Popolo de Milán, en 1986, Bonomini reflexionaba sobre las particularidades de la llamada literatura fantástica: "A mi entender, el realismo jerarquiza la situación (histórica, social, política) y se atiene a un testimonio fundamentalmente determinado por el hic et nunc, mientras que los hechos narrados en un cuento fantástico, esenciales, podrían darse en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Si acaban siendo situados en determinadas circunstancias geográficas o temporales es sólo por exigencias de la verosimilitud (…). Tengo la impresión de que la literatura fantástica será duradera porque refleja los interrogantes que acompañan y presumiblemente acompañarán siempre al hombre: la identidad, el tiempo, lo que puede ocurrir tras la muerte… Creo que cuando intervienen temas semejantes se está hablando, inequívocamente, del hombre y de la condición humana, de su destino y su misterio".

Casi todos los cuentos de Bonomini permiten, si no exigen, ser leídos en este sentido. Al mismo tiempo, alejarse de lo sentimental tanto como de lo efectista parece una premisa central en su obra. La mesurada sensación de extrañamiento, la flagrante falta de asombro y de énfasis potencian los "casos" más inverosímiles (un tal Roque que "decidió convertirse en plátano"o un tal Octavio a quien"se le ocurrió ser el número ocho"), consignados como lo más natural del mundo. Una actitud, en resumidas cuentas, heredera de La metamorfosis de Kafka, cuyo narrador informa sin mayor emoción que Samsa se ha vuelto insecto.

A menudo onírica (Hay que ir a Laar, La cama del capitán Burns), la prosa de Bonomini podría tildarse de metafísica, o por qué no, de mística. El narrador de Diario de mis retratos afirma que "el arte sirve para entrever a Dios". Un cuento concluye diciendo que "todo, cualquier cosa, cualquier acontecimiento, no es más que una velada metáfora de Dios". Frente al "fantástico razonado" del que hablaba Borges en referencia a Bioy Casares, frente al "fantástico cotidiano" que supieron cultivar Cortázar o Silvina Ocampo (y del cual Proyecto de sueño es un ejemplo), Bonomini contrapone una suerte de camino paralelo: una mirada lírica, un "fantástico existencial", si cabe el término.

Se ha señalado algunas veces (lo ha escrito Stella Maris Colombo, por ejemplo) que el sentido que predomina en la ficción de Bonomini es el de la vista. Esto no debería sorprender ya que, en simultáneo a sus tareas literarias, Bonomini fue crítico de arte (recibió un premio de la Fundación Lorenzutti) y, más aún,su compañera durante casi veinte años, Vechy Logiolo, fue y sigue siendo una destacada artista plástica.

En muchos cuentos de Los lentos elefantes de Milán se recurre al verbo "ver" con intencionalidad incluso metafísica: el narrador de Páginas finales, un loco, es capaz de ver "la sacralidad de las cosas"; la idea de "mirar como por primera vez los objetos" reaparece obsesivamente; como todo escritor cuya obra esquiva el naturalismo o la pura mímesis, Bonomini trabaja en torno a "lo que los ojos no saben ver" y contrapone el enigma a la realidad.

Pendiente de la eufonía, de los detalles y de las exigencias de la anécdota, la prosa de Bonomini es otra forma singular de ver. Además de los adjetivos sorprendentes con los que Borges supo construir muchas de sus hipálages, Bonomini nos asombra muchas veces con sus verbos: una fragata "ostentaba" un mascarón de proa; desde el tren "sucedía" una pampa calcinada por elsol del verano; el saltarín Nicasio Freitas se "bombardeaba"de árbol en árbol y "omitía" a saltos los empedrados.

Angel Bonomini

Es posible que Después de Oncativo, con su trama perfecta, sea no solamente el mejor cuento de Los lentos elefantes…, sino de toda la obra de Bonomini. Es la historia de dos presos que deben compartir celda: uno de ellos, Vega, pasa los días escribiendo; el otro, Alcácer, lo envidia. El relato aparece también en El libro de los casos, aunque allí se titula Las cárceles y es mucho más breve: una versión sin desarrollar. En Las cárceles los personajes se llaman Roca y Baldasarre. Las frases básicas son casi idénticas: en ambas versiones, Bonomini presenta a Vega/Roca como "dueño del mundo" y a Alcácer/Baldasarre como"sumido" (primera versión) o"cercado" (segunda) "en los límites de su estrecha realidad".

Un relato incluido en Historias secretas, Facundo no se equivoca, ¿podría ser una suerte de secuela o addenda a Después de Oncativo? Lo sea o no, la presencia recurrente de esa historia no parece causal, ya que eso mismo, desafiar la "estrecha realidad", podría ser la divisa no sólo de estos textos, sino de toda la obra de Bonomini, resuelto a hacernos palpar que "las dulces y sutiles interrelaciones de las cosas son los cimientos de la fascinación del mundo".

Cuando Ada Korn publicó en 1985 el cuarto libro de cuentos de Bonomini, Historias secretas, su autor acababa de obtener algunos premios literarios importantes. El relato Iniciación al miedo había sido seleccionado por Borges entre dos mil cuatrocientos cuentos presentados a un concurso del género.

En las Historias secretas hay ecos internos y ecos de los libros previos. Dos relatos, por ejemplo, presentan un pacto entre amigos. Uno de ellos, Autorretratos, es tal vez lo mejor de un libro que abunda en páginas de mucha inspiración. El otro, Pacto secreto, indaga en uno de los asuntos que más fascinan a Bonomini: la infancia, y por qué no también, el fin de la infancia (el fin de cierta inocencia), lo cual en un relato de Más allá del puente es comparado con "el destierro".

Los guiños a otros libros son inevitables y hasta buscados, pero Bonomini también se interna por nuevos rumbos. Aparentemente a contramano de ese fantástico en sordina donde ya mostró ser un maestro, en Los temibles tordillos de Huacay parte de un dato histórico y cierto (la inexistencia de caballos en América hasta la llegada de los españoles y cómo, según escribió Bernabé Cobo, éstos facilitaron la victoria pues causaban"temor y espanto" en los indios) para construir una espléndida historia que roza lo fabuloso y hace un elogio de las virtudes guerreras del silencio. Toda una declaración de principios por debajo de la anécdota.

Las nociones de repetición y regeneración, muy presentes en los últimos cuentos de Bonomini, merecen un análisis aparte. Es como si el autor (siempre pendiente de lo inesperado, de lo singular), se enfrentase con los fantasmas de un improbable cul-de-sac o meditase sobre el peligro de las reiteraciones.

En libros anteriores aparecían ya ejemplos considerables: en Los novicios…, en Ficha, un escritor "renace" convertido en crítico literario para hacerla exégesis de su propia obra; en El libro de los casos, en Los regresos de Leparc, se refieren las reencarnaciones del protagonista. Pero el procedimiento se vuelve acaso más explícito en dos de las Historias secretas: Mutaciones ínfimas y Mujeres amadas, que concluye con una frase inquietante: "De lo que no tengo la menor idea es de quién seré yo a partir de esta noche".

Ángel Bonomini murió en Buenos Aires el 13 de mayo de 1994. Dos años más tarde, la editorial Sudamericana publicó los quince cuentos inéditos que conforman Más allá del puente, entre los cuales sobresalen relatos excelsos como La sesión, Marta y Camila o Una pieza de museo. En el segundo de ellos, un hombre vive dos veces cada día, por lo que la noción de "doble vida" es mostrada al pie de la letra, estratagema que varios teóricos, como Tzvetan Todorov, subrayaron al estudiar el discurso fantástico: la ilustración o representación literal de una figura de estilo o de una expresión corriente.

Aunque en Capri reaparece la pasión por Italia (más los temas de la amistad y del amor), lo cotidiano y el paisaje de Buenos Aires parecen surgir con mayor fuerza que en los libros previos, por lo que no resulta un simple azar que el primer cuento (Los galpones) se inicie con la pregunta "¿Usted es argentino?", con la réplica "¿Si no de dónde?" y con la reflexión: "Uno siempre es de acá". También las notas románticas asoman con mayor vigor, hasta alcanzar momentos donde la pasión amorosa se condensa con los misterios del mundo.

Tras la muerte de Bonomini, en 1994, Marcelo Moreno escribió para el diario Clarín un texto homenaje donde lo tildó con justicia de "maestro secreto". Dos décadas después, la sensación no ha cambiado. Pese a lo magistral de sus cuentos y sus poemas, pese a la edición y traducción de algunos de sus libros en España o Francia, Bonomini sigue siendo desconocido para el gran público. Este volumen consagrado a su obra narrativa es una excelente manera de otorgarle el reconocimiento y la repercusión que siempre debió tener.

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