Hace años que no se la ve mucho a Laura Ramos, ella que durante tanto tiempo circulaba como mariposa secreta por la Ciudad, contando la noche, sus brillos y sus opacidades, en sus columnas "Buenos Aires me mata" y "Ciudad Paraíso", que llegaron a tener formato de libro. Eran los 80 y los 90 y su modo de introducirse en historias contemporáneas del under colmadas de rimmel, alcohol y estimulantes, en el marco del decadente oropel de boliches porteños resultaba original y fascinante. Su libro Corazones en llamas –escrito en colaboración con Cynthia Lejbowicz-, con sus anécdotas del rock nacional fue un éxito de ventas inusual y sigue recordándose como ejemplo de su género. Diario íntimo de una niña anticuada y La niña guerrera son otros de sus libros. Pero en los últimos 8 años, Laura vivió tomada, abducida por la historia de cuatro hermanos ingleses, Branwell, Charlotte, Emily y Anne Brontë, artistas y escritores extraordinarios, personajes emblemáticos de la literatura del siglo XIX. Por estos días, su biografía colectiva Infernales (Taurus) puede verse en librerías.
En su nuevo libro, la periodista y escritora volcó una investigación apasionada que también resulta apasionante para los cultores de las Brontë, esas hermanas feministas de vanguardia, cuya obra sigue despertando interés, curiosidad y placer, además de entusiasmo por la literatura en todas sus variantes. Laura Ramos pasó por los estudios de Infobae y habló sobre las historias que pueblan su ensayo, sobre la deuda "marxista" con su padre, el famoso político de la izquierda nacional Jorge Abelardo Ramos y sobre su debilidad por la cultura cipaya. Lo que sigue es la transcripción de esa charla. Al final, el lector podrá ver el video de la entrevista completa.
— Tu libro viene a ser una especie de Biblia de la vida y obra de las hermanas Brontë.. — Bueno, yo creo que es un poco una enciclopedia. Y a la vez es como una especie de novela porque la vida de las hermanas Brontë en verdad compite con sus obras, porque es una vida tan distinta a la que se cree, ¿no? Hay como un mito sobre las hermanas Brontë por el cual la gente piensa que eran tres escritoras perdidas en el páramo, vírgenes, que nunca habían salido de su pueblo. No fue así. Esto fue un mito que confeccionó al misma Charlotte con ayuda de su primera biógrafa, que era su amiga, para acallar los gritos horrorizados de los lectores y los críticos londinenses cuando aparecieron Cumbres borrascosas de Emily, La inquilina de Wildfell Hall de Anne y Jane Eyre también causó una conmoción, si bien fue tan popular que, bueno, era el libro más vendido y más popular de Inglaterra.
— Cuando aparecen estos libros al principio tampoco se sabía que eran mujeres quienes estaban detrás de esto, ¿no? — Exacto, ellas firmaron con unos nombres masculinos, que podrían ser un poco andróginos porque eran Ellis, Acton y Currer Bell. Y bueno, todo Londres se preguntaba quiénes eran los Bell, quiénes eran estos escritores que parecían salidos del infierno. Y Charlotte en un momento decide, como en una especie de decisión política, limpiar el nombre de la familia. Entonces establece como una especie de programa de limpieza por el cual omite la vida tempestuosa y romántica de su hermano Branwell Brontë, que fue un gran poeta y escritor también con el cual escribieron codo a codo todas las hermanas, y omite también uno de los libros de Anne, La inquilina de Wildfell Hall, desaconseja al editor editarlo y trata de que desaparezca, por suerte no fue así. Y pinta la vida de Emily y la de Anne como la de dos muchachitas ignorantes que vivían en el páramo sin conocer nada del mundo. Y no fue así, Emily y Charlotte viajaron a Bruselas, a Europa, estuvieron en Londres. Charlotte se enamoró salvajemente de un hombre casado… El adulterio, bueno, todavía Madame Bovary no había sido publicado cuando ya ella y Branwell tenían amores adúlteros.
— Branwell casi sería más un Julian Sorel, el protagonista de Rojo y Negro, de Stendhal, ¿no? — Bien, sí, sí, claro, como un héroe provinciano que intenta triunfar, con una gran ambición y un gran talento. Pero las circunstancias no fueron del todo favorables para ninguno de ellos… Ellas se sintieron tal vez presionadas para olvidarlo o a dejarlo de lado, pero bueno, Branwell tiene una obra vastísima que recién a fines del siglo 20 se transcribió, o sea ni siquiera estaba transcripta. Ellos escribían en unos cuadernitos diminutos, de éste tamaño, del tamaño de un soldadito de madera -porque escribían unos escritos tan pecaminosos, llenos de opio y alcohol y vidas… disipadísimas-, que estaban escondidos en su casa parroquial ante su padre, el párroco, y la tía que los cuidaba, que era una metodista fanática. Entonces ellos mantuvieron este mundo infernal, como llamaban a este mundo que ellos escribían, tenían sus periódicos, escribían sus batallas, con sus héroes, sus antihéroes…
— Su propia enciclopedia. — Su propia enciclopedia, claro, porque ellos sí tomaban, anotaban los personajes que tenían, cada uno de sus mundos. Bueno, todo este mundo se llamaba el mundo infernal, por eso el libro se llama Infernales, porque hasta ahora había como una idea de que el único infernal era Branwell.
— El hermano "borrado" de la pintura. — El borrado de la pintura, claro. Porque había una pintura que él hizo en la cual estaban las tres hermanas y él en el medio. Él se hizo más alto, él era muy petiso, sin embargo se hizo el más alto. Y posteriormente a pintarse se tapó con una columna. Esa pintura la compró la National Portrait Gallery y la exhibe, perdón mi inglés, mi acento. Pero luego, con el correr de los años, los técnicos se fueron dando cuenta de que atrás de la columna fue surgiendo por la naturaleza no muy buena de los pigmentos la figura de Branwell. Por lo cual, así se pudo saber cuándo fue pintada, que fue pintada al mismo tiempo que las hermanas, y cuándo fue tapada, que fue tapada muy poco después. Porque estudiando sobre las capas de pintura se vio que Branwell no conocía bien la naturaleza de los pigmentos. No dominaba esa técnica y por eso no pudo seguir con la carrera de pintor.
— Vos contás en tu libro que Branwell era el destinado a triunfar. O más bien que su padre había depositado en él esa idea y le había pagado la mejor educación en algún punto. Era el único hijo varón. — Sí, sí, exacto. Y las hermanas de alguna manera sostuvieron económicamente trabajando como institutrices la carrera de Branwell. No era solamente un sentimiento machista el que movía al clérigo, al padre Brontë, me parece a mí, sino también una especie de solución económica, porque en ese momento, en la Inglaterra de 1820 o 1830, no había posibilidad de que las mujeres pudieran ganar el sustento. Los únicos oficios que las mujeres podían llevar adelante si eran cultas era ser institutrices o damas de compañía. O casarse. Pero evidentemente estas tres chicas, que fueron feministas avant la lettre, porque lo fueron, decidieron de alguna manera no casarse y el padre también tomó la decisión de que no se casaran porque las instruyó para ser institutrices. Las mandó a colegios donde fueron aprendiendo idiomas, Historia, no aprendían griego y latín sin embargo ellas lo aprendieron en su casa, porque Branwell también lo conocía, Branwell escribía con la mano izquierda en latín y con la derecha en griego, era como una especie de prodigio, de genialidad. De modo que ellas se formaron para ser institutrices y durante toda su vida intentaron ganar dinero para la familia. Ellas detestaban la enseñanza, eran pésimas institutrices, crueles con los niños, eran malísimas, mucho más malas o por lo menos tan malas como las gobernantas que las educaron a ellas.
— Pero hubo una que rechazaba muchísimo más esa vida, que era Emily, ¿verdad? — Exacto. Porque Emily era una naturaleza salvaje, era de una naturaleza distinta. El profesor belga que las tuvo como discípulas a Charlotte y a Emily dijo después que Emily era un genio de un gran calibre. Dijo que pensaba que podría haber sido un gran navegante de haber sido hombre, por el genio que tenía, en ese momento los navegantes eran los aventureros que descubrían nuevas tierras, manejaban la ciencia, las esferas para poder orientarse en el mar. Emily era tremendamente hermética, no hablaba con personas que no fueran de la familia. Una amiga de Charlotte que visitó a la familia y también la biógrafa de Charlotte la describieron como una persona muy huraña que solía amar más a los animales a las personas.
— Aunque también los podía maltratar. — Aunque también los podía maltratar, cosa que hacía. Era una personalidad extraordinaria, muy fuerte. Ejercía su poder sobre Anne me parece a mí -por todos los diarios que hay de las dos- de una manera bastante fuerte. Y su poesía es extraordinaria, tiene como la sabiduría de una persona muy mayor y que conoce muchísimo de la vida ¿no?
— Laura recién decías "perdón mi inglés". ¿Cuál es tu relación con el inglés? — Bueno, yo tengo una relación difícil porque en mi formación mi familia era muy anti inglesa.
— ¿Sos la cipaya de la familia? — Soy la cipaya de la familia, éste es mi libro cipayo. Bueno, sin embargo mis padres eran marxistas, así que ellos también importaron su ideología. Trasladaron la biblioteca de Marx de un continente a otro.
— Pero la convirtieron en nacional. — Si. Bueno, yo hice una biografía para hispanoparlantes para lo cual tuve que aprender inglés. No lo hablo bien de ninguna manera pero bueno, puedo leer textos del siglo XIX tranquilamente gracias a los Brontë porque estuve tantos años leyendo. Era todo en inglés o francés.
— ¿Cuántas veces estuviste la tierra de los Brontë? — Tres veces, entre el 2009 y el 2016 fue cuando fui a escribir el libro, pero había ido antes en 1994.
— Recién en 2009 tomas la decisión de escribir el libro. — Claro, claro. Ahí fue porque, bueno, yo le había prometido a mi padre que iba a ir a visitar el escritorio Marx en la Biblioteca Británica. Porque él me lo había pedido cuando le dije que iba a Inglaterra. Me dijo "bueno, anda a ver el escritorio de Marx en la Biblioteca Británica". Y yo no pude ir porque quería ver a las Brontë y me fui a la estación Victoria, me tomé un tren a Leeds y de ahí otro a Keighley y ahí me fui caminado y me metí en el mundo Brontë completamente… abducida. Y volví y mi padre se estaba muriendo en el Hospital Italiano y me preguntó: "¿Fuiste a ver el escritorio de Marx en la Biblioteca Británica?" Y yo, tomada muy por sorpresa porque estaba recién llegada de viaje, me había enterado y había ido corriendo al hospital, le dije: "No". Pero entonces se lo llevaban los médicos porque tenía problemas para respirar, y le dije así medio corriendo: "Pero fui a ver a las Brontë…", como diciendo bueno, algo hice.
— No es que no fui porque estuve "paveando". — Claro, fue mi Marx, encontré mi Marx, encontré mi sueño privado. Vos tenías el tuyo yo encontré el mío. Pero bueno, se lo llevaron, después él murió, esas fueron sus últimas poco gloriosas palabras. O un poco cipayas palabras. Y después yo me preguntaba llena de culpa "ay, pero por qué no le dije que sí fui, le hubiera dado una pequeña alegría" y bueno. Entonces tiempo después volvía a Inglaterra, fui al Museo Británico, busqué la sala de lectura donde iba Marx. Y la sala de lectura estaba cerrada, clausurada, se había pasado a otro edificio la Biblioteca. O sea no había ninguna posibilidad de que yo encontrara el escritorio donde escribía Marx. Además escribí al Museo Británico, tengo la carta en mi poder de respuesta, me contestaron, me explicaron que no había un escritorio en particular sino que él se sentaba en los escritorios que había pero había una chapa donde se mencionaba que Marx había escrito El capital ahí.
— Lo que pasa es que Jorge Abelardo Ramos tenía su propio mito también del escritorio de Marx (risas). — Exacto (risas). Bueno, entonces cuando volví y vi que no era posible cumplir su deseo dije "bueno, voy a cumplir el mío". Y pensé que tal vez podía cumplir el mío, o sea escribir la historia de las hermanas Brontë, con esta emoción avivada por la emoción de mi padre y de su muerte, de Marx y de la Biblioteca Británica. O sea, del imperio británico, de lo que nos dio además de darnos todas las desgracias que él se encargó de contarme durante toda su vida y que son ciertas por supuesto, pero bueno, también nos dio la literatura, la cultura occidental. Entonces decidí escribir la biografía.
— ¿Y qué pasa con el feminismo de tu madre y este libro? — Hay como una simetría entre el marxismo de mi padre y el marxismo feminismo de mi madre. Porque mi madre era una furiosa feminista, estaba con grupos con María Elena Walsh y otras mujeres del feminismo de esa época de ellos, de los 60. Y bueno, yo tenía una educación feminista desde muy chiquita, me daban libros de Alexandra Kollontai para leer, que a mí me aburrían tremendamente porque a mí me gustaba Mujercitas, que era un libro prohibido y detestado en mi casa. Así que tuve que dar la espalda no solo al deseo de mi padre sino a las lecturas feministas de mi madre, porque estaba encarando la biografía de tres mujeres que son estudiadas y con mucha seriedad por el feminismo, porque son mujeres proto feministas. Además no solo en sus vidas, que fueron absolutamente feministas por el hecho de ellas encargarse de sus propias vidas y no depositarlas en un otro, en un padre, en un hermano o en un esposo, sino porque sus obras también lo son, Jane Eyre es el grito de rebeldía de una mujer, La inquilina de Wildfell Hall, de Anne, es la historia de una mujer que decide dejar a su marido, abandonarlo, divorciarse a comienzos del siglo XIX, y tener una vida propia y además ser feliz, un gran desafío. Y bueno, Emily Brontë yo creo que no era ni hombre ni mujer, era un genio que escribió una obra extraordinaria que transcurre en el Infierno como dijo muy bien el pintor prerafaelita Rosetti, Dante Rafael Rosetti.
— ¿Hay alguna de las hermanas que en particular te interesaba más? — Yo creo que yo fui todas mientras lo escribí. O sea, leí muchísimas biografías inglesas antiguas sobre ellas, incluso la mejor que es una biografía inglesa gorda así donde está hasta los sermones que daba el padre. Esa biógrafa, que se llama Juliet Barker, odiaba a Charlotte, por ejemplo. Odiaba a su biografiada, es algo interesantísimo. Yo la iba leyendo, claro que hay que leerla con mucho, digamos, entrelíneas, pero llegó a odiarla. Y casi en todas las biografías que vi había alguna pasión entre el biógrafo y algunas de las biografiadas. Yo me identifiqué y lloré y amé y disfruté y me reí por cada uno de los cuatro. Incluido Branwell. No sé por qué, pero sentí que comprendía a cada uno de ellos. La más vulnerable es Anne, pero a la vez es la que menos talento tiene, pero es la más vulnerable y es la que menos educación recibió pero también se enamoró, tuvo una vida muy dramática y muy interesante. Branwell es odiable y querible porque bueno…
— Es el poeta romántico. — Claro, un poeta romántico que fue victimario en un comienzo y después fue víctima. Y Charlotte bueno, es sí, adorable, es adorable.
— La cabeza fría además ¿no? — La cabeza fría, claro, y a la vez era una bola de fuego. Era muy enamoradiza y se enamoraba enloquecidamente. Y es genial ver las cartas, yo tengo los volúmenes de cartas, porque ella se enamoraba, no quiero contar los secretos del libro pero, digamos, se enamoró muchas veces, rechazó cuatro propuestas de matrimonio, que era mucho. No era una mujer bella.
— Debía sufrir mucho ¿no? — Debía sufrir mucho, sí. Su editor dijo que pensaba que ella era la mujer que más sufría por no tener belleza. Que hubiera dado toda su fama y todo su genio a cambio de ser bella. Porque ella tenía una particularidad y era que tenía la cabeza exageradamente grande en relación a su cuerpo que era muy pequeñito, medía uno cuarenta y dos o uno cuarenta y tres. Y la cabeza era desproporcionadamente grande. Y además los rasgos no eran armoniosos. En cambio bueno, a Emily no le importaba. Emily disparaba el rifle de su padre y era, bueno, tenía un poder…
— Se ocupaba de cosas que tradicionalmente hacían los hombres. — Claro, amasaba el pan, que era una tarea muy brutal. Y tenía un perro mastín asesino al cual ella castigó una vez salvajemente hasta hacerle saltar lágrimas de sangre abajo de la escalera y en el museo actualmente está indicado el lugar en el que castigó al perro. Era salvaje, era feroz, con ella misma también.
-En la película Las hermanas Brontë de André Techiné aparece Roland Barthes caracterizado como Thackeray…
— Está buenísimo. La escena de Thackeray es muy linda en el libro, está contada una velada, que después contó la hija de Thackeray, en la cual las damas se burlaron del postizo de Charlotte. Porque Charlotte además de estas pocas virtudes que tenía en cuanto a belleza tenía poco pelo, como yo. Entonces usaba un postizo. Usaba un postizo que se lo había comprado su amiga en un pueblito cercano. Que para ella había sido una gran inversión, porque ella no estaba acostumbrada. Si bien empezó a ganar dinero tampoco es que ganaba tanto y le llegaban por correo cien libras.
— Para vos Jane Eyre, ¿es una novela juvenil como durante tanto tiempo se daba a leer? La leíamos desde muy chicas durante muchas generaciones. — Yo creo que es una novela dramática con personajes muy salvajes. O sea, el personaje del señor Rochester, que en parte está inspirado creo yo en Branwell y en Lord Byron y en el romanticismo, los parlamentos entre Jane Eyre y Rochester son crueles. Hay ahí unas capas de sentido de una crudeza y de una crueldad que no las veo para nada infantiles. Los leíamos nosotras porque era lo único que teníamos para leer, porque todavía no existía la literatura juvenil como género.
— Cuando terminaste de escribir, después de tantos años y después de escribir sobre algo que en realidad te acompaña desde siempre. ¿Qué sentiste? — Felicidad, felicidad. Siempre fui muy feliz viviendo en este mundo. Incluso lo alargué, porque después dediqué un año más a corregir las notas, porque hay muchas notas bibliográficas. No lo podía largar. Pero ahora me propuse un trabajo nuevo sobre el siglo XIX en el Río de la Plata que empecé el año pasado así que ya estoy como en otro mundo.
— ¿Podés contar un poquito en qué estás? — Sí. Estoy en el siglo XIX porque a raíz de éste libro me empezó a interesar muchísimo el romanticismo en el Río de la Plata. Y empecé a descubrir a Lucio Mansilla, a Eduarda Mansilla, a Juana Manso. Empecé a descubrir que había escritoras rioplatenses interesantes, que había vidas que me parecían interesantísimas en el Río de la Plata. Que la vida cotidiana en el Río de la Plata me fascinaba. Bueno, en las columnas que hice en Clarín durante dos años hace un par de años empecé a escribir sobre ciudades, empecé a buscar ciudades del interior y ahí descubrí al joven Alberdi, las aventuras de Alberdi viniendo al Colegio Nacional de Buenos Aires, o sea viajando en carreta desde el Norte del país, viajó cuatro días en carreta. Me fascinó esa historia. Llegó al Colegio Nacional, fue al Colegio, se asustó, se escapó, después volvió y empezó a leer Eloísa con sus compañeros de colegio. Bueno, encontré que me gustaba el siglo XIX en el Río de la Plata.
— Te viniste finalmente para este continente. — Me vine para acá. Voy a expiar el cipayaje de los ocho años anteriores, los voy a expiar acá en el Río de la Plata.
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