La poesía banal, encantadora y plástica de Fernanda Laguna

En “La princesa de mis sueños” la poeta persiste en las visiones “alephianas” que caracterizaron su obra anterior y presenta nuevos poemas radicalizados

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Por Martín Prieto

Fernanda Laguna
Fernanda Laguna

En 1926, en El tamaño de mi esperanza, Borges anotó: "El Fausto de Estanislao del Campo es, a mi entender, lo mejor que ha dicho nuestra América. Son aplaudideras en ella dos nobilísimas condiciones: belleza y felicidad".

Como el mismo Borges sacó de circulación el librito, no quiso reeditarlo y no lo incluyó en sus Obras completas cuando estas aún estaban bajo su dominio, durante demasiado tiempo la sugerente construcción nominal que cierra el juicio sobre el extraordinario poema de del Campo estuvo ingrávida en el cielo de la literatura argentina. Hasta que dos jóvenes escritoras, Fernanda Laguna y Cecilia Pavón, abrieron, en 1999, una singular "regalería" en el barrio de Almagro, en Buenos Aires, y le pusieron de nombre (como si Borges se los soplara al oído desde el lado oculto de la tradición) Belleza y Felicidad.

La regalería (a la que poco después el público le dio, no sin razón, el nombre de galería de arte) estaba signada por un gesto duchampiano. Las jóvenes compraban baratijas industriales importadas en las tiendas de Once y las vendían, cambiándoles el valor, en su galería de la calle Acuña de Figueroa. El valor, y no el precio. No es que hicieran "dinero" (aunque algo harían, para pagar el alquiler y vivir discretamente). Sino que instalaban (una vez más, siempre es necesario empezar de nuevo) el valor del fuera de contexto.

Una nadería importada de China, un gatito que mueve la mano, una huevera de silicona, una flor de acrílico, de las que hay millones, convertida en objeto único, "artistique", por haber sido seleccionado por las artistas, trasladado de Once a Almagro y expuesto en Belleza y Felicidad. Hay una intensa bibliografía sobre la materia.

El asunto es que además (y desde antes) Laguna y Pavón escribían. Y publicaban. Fernanda Laguna publicó a mediados de los años 90 unos poemas titulados Poesías en unas fotocopias. Imaginemos un cuadernito. Diez ejemplares. 1995. Una vez más, parece que Borges, harto de sus prolijos seguidores (los bilingües que usaban sus adjetivos y sus figuras retóricas, que administraban, como podían, su prosapia, y que, en las entrevistas hasta le imitaban la voz), le dicta consignas al tuntún. Y los poemas de Laguna parecen una versión loquísima (si fuera posible una más loca que el mismo original) de El Aleph.

Borges, ya lo sabemos, ve: "Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una pirámide, vi un laberinto roto (era en Londres)…". Como su desviado maestro, Laguna, ve: veo, veo, veo. Así empiezan muchos de sus poemas. El punto es que el procedimiento (cabe acá remitir a La enumeración, el espléndido ensayo de Nora Avaro sobre la materia) es desestabilizado por aquello que Laguna ve. En un poema: "Veo miles de palitos yendo hacia el mar./ Se dan vuelta/ y todos juntos me saludan/ moviendo sus delgados cuerpecillos./ Yo desde la playa los saludo". En otro: "Veo a un palito y lo saludo con mi mano./ ¿Cuántos años tenés palito?". En otro más: "Vi a una señora muy hermosa que me besó/ y me dijo que mi rostro era muy bello".

En 1998, otra autoedición en fotocopias: Triste. El prócer que dicta los poemas ahora (pero que, como Borges, los dicta de tal modo que no se entienden bien) es Rubén Darío. Y a la imperial didáctica versicular, estrófica, acentual, rítmica y rimematica de la célebre Sonatina, de Prosas profanas ("La princesa está triste…¿qué tendrá la princesa?/ Los suspiros se escapan de su boca de fresa"), Laguna la convierte en "La princesa de mis sueños/ está tan triste esta mañana…/ y yo no sé qué hacer". Punto. Como en el librito anterior, persisten las visiones alephianas ("Vi una chica/ en su moto alucinante./ Es que realmente estoy soñando?"), con algunas versiones que podrían verse (aún hoy) como radicalizadas en cuanto a todo modelo. Poemas que son sólo números ("20 10 42 237"). O palabras sueltas ("Limón"). O nombres de mujeres concatenados ("Silvana/ Mariana/ Karina/ Jane"). O marcas de motos ídem. O diálogos sueltos ("Quién es el que me atendió?" o "-Señora…baja?/ -Sí, bajo").

Muy rápidamente (tal vez tan rápidamente como fueron compuestos los poemas) la institución (llamemos así a la Universidad, a las grandes revistas, a los denostados y ambicionados profesores) visualizó y subrayó los poemas de Laguna, tal como eran. En el Boceto N° 2 para un…de la poesía argentina actual, que presentamos con D.G.Helder en octubre de 1997 en la Tercera Reunión de Arte Contemporáneo organizada por la Universidad Nacional del Litoral, y que fue publicado después en la revista Punto de Vista, describimos a los poemas de Laguna como "miniaturas banales, encantadoras y plásticas".

No teníamos datos de la autora y transcribimos uno de los poemas del cuaderno de 1995: "Xuxa es hermosa./ Su cabello es hermoso/ y su boca dice cosas hermosas./ Yo creo en su corazón". En la primavera de 1998, en el número 48 del Diario de Poesía, con más datos a la vista (ya se sabía por lo menos que había nacido en Hurlingham a principios de los años 70) se publicaron varios poemas de estos dos cuadernos, bajo el titulo Poesías para Mí. El cambio de circulación y de contexto afectó de manera simultánea a los poemas de Laguna (que, como las baratijas trasladadas de Once a Almagro, adquirieron otro valor) y por lo tanto a sus propias expectativas como autora. Aquel principio equívoco y emblemático "soy natural y fresca" de mediados de los años 90, que se presentaba como un antídoto contra el artificio y la pesadez del conjunto, y que liberaba pequeños e iluminados poemas epigramáticos como "-Bienvenida querida!/ Este es el futuro/ -Estoy feliz de llegar" se vuelve paulatinamente menos natural, menos fresco (aún en sus efectos de naturalidad y frescura).

Y en los poemas publicados ya por Belleza y Felicidad, como sello, entre 1998 y 2001, la contradeterminante e inesperada Xuxa es reemplazada como modelo de ambición por César Aira: "César Aira/ me encanta./ He leído poco/ pero siento/ que siento como él". Los poemas, reunidos en esta edición de Iván Rosado bajo el título Poecuentos son, convencionalmente, mejores que los anteriores. La señora Pinnot o Poesía proletaria ("Hoy he trabajado/ desde las 9.00 a las 17.15./ Llegué al taller/ levanté los mensajes,/ hice llamados:") tienen peso, ambición, trama, música, ideología. Son, en ese sentido, poemas importantes. Aun: irónicos. Despliegan dos sentidos a la vez y, virtuosamente, los dos valen lo mismo.

Pero, a veinte años de la publicación de aquellas iluminaciones dictadas de modo tartamudeante e ininteligible por Borges y por el divino Rubén, tenemos la sensación de que son esas, escritas a la intemperie de todo nombre y poética, las que persisten, no solo como noticia de época, sino como novedad que pulveriza por el encanto de su composición simplísima todo intento de réplica y de reutilización. Las y los seguidores de Laguna, que son legión en la poesía argentina de los últimos veinte años, naufragan en cada verso, en cada diálogo, en cada nimiedad, en cada banal miniatura. Y cada caída no hace sino engrandecer la figura de quien los inventó.

Fuente: Télam

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