El 18 de noviembre de 1837 apareció en Buenos Aires el primer número de la revista La Moda, la publicación pionera en analizar los estilos porteños, cuya portada proclamó: "Gacetín semanal de música de poesía, de literatura, de costumbres".
A modo de manifiesto admitió una columna denominada "La marcha de la Moda" donde se advirtió que La Moda proclamaba: "un recorrido por los movimientos de la moda contemporáneos a su tiempo en Europa y entre nosotros en trajes de hombres y señoras, en géneros, en colores, en peinados, en muebles, en calzados, en puntos de concurrencia pública", junto con ideas sucintas del "valor específico y social de toda producción inteligente que apareciere en nuestro país, ya sea indígena o importada".
A modo de epílogo emergieron las partituras de valses y de minués compuestos por Figarillo; tal fue el seudónimo de Juan Bautista Alberdi, el director de la publicación rara avis. También doctor en jurisprudencia, autor de El espíritu de la música y de las Bases para la organización política de la Confederación Argentina que ofició de toile para la Constitución Nacional Argentina de 1853.
Con sus arbitrariedades sobre levitas, los colores en boga y los peinados matizados con la vida de salón compusieron un extraño corpus de moda y literatura distribuidos en treinta y dos ejemplares, que se vendieron tanto en la imprenta de la Libertad como en la librería de los señores Sastre, Balcarce, Seadman y Mompiey. Inicialmente rescatados por la "Academia Nacional de Historia", en 2012, la Biblioteca Nacional publicó una edición facsimilar que reunió los ejemplares.
Moda y modos
La aparición de La Moda se extendió hasta el 21 de abril de 1838 y su abordaje se anticipó a la publicación La Dernière mode, del poeta Stéphane Mallarmé de la que sólo se editaron ocho números en 1974 y donde Mallarmé recurrió a diversos seudónimos, en su mayoría femeninos. Y en un salto al siglo veinte se lo puede emparentar con las arbitrariedades de Why don't you? ¿Por qué no?), las extravagantes columnas de moda que Diana Vreeland escribió en 1936 en la revista Harper´s Bazaar.
Vreeland quien predicó el uso de maquillaje kabuki para uso diario, propuso:¿Por qué no enjuaga el pelo de sus hijos con champaña para mantenerlo tan rubio como el de los franceses? ¿Por qué no saca a pasear el perro con un collar del brillantes amarillos? Su campo de acción no se limitó a las columnas, ahondó en una vasta galería de hallazgos estéticos- de las actrices Laureen Bacall y Marisa Berenson, a la rebelde de alta sociedad Penelope Tree y la cantante Cher, quienes posaron en la revista Vogue inglesa bajo su mandato editorial y fotografiadas por Marie Louise Dahl, Richard Avedon o David Bailey.
Pero retornando al cronista de modas y pionero del fashionismo representado por Alberdi, corresponde destacar que en 1832 el ingeniero devenido pintor de la clase alta en Buenos Aires, Carlos Henri Pellegrini lo retrató ataviado con una levita de buen corte, con solapas rígidas que dejaban ver el chaleco, la camisa con manga dolman y la corbata con doble nudo al estilo Beau Brummel: de la contemplación se desprende que su peinado se enorgullecía de un sutil desaliño. Pero otros registros de su gusto por la moda se desprenden de un catálogo del Museo Histórico Nacional, cuando asociado con el Museo del Traje y fechado en 1970.
El documento da fe de la existencia entre sus exhibidores de preciadas piezas del placar de Alberdi: de una galera- sombrero de copa alta del tipo clac y con iniciales en dorado (su aparición data de 1880 y era de uso indispensable en las veladas elegantes) así como también de un pantalón perteneciente a su uniforme de diplomático) realizado en lana blanca y con un galón dorado sumado a una valija "necessaire" de cuero negro, con divisiones para accesorios y cuyos fuelles rezaban la procedencia "33 St James´s st, London y "Jenner and Knewstub, Makers".
"No sé bailar, no gusto del baile" había dicho circa 1826 el joven Alberdi, ante su protector, el gobernador tucumano Alberto Heredia. Corresponde aclarar que Juan B. Alberdi era huérfano de madre (Josefa Aráoz murió luego de su nacimiento y a causa del parto) y su padre murió durante su adolescencia. De ahí que los preceptos lúdicos de su protector, le indicaron "vaya a ver bailar entonces, respire el aire de una sala de baile", cimentaron en Alberdi su iniciación en la vida mundana. No en vano llegó a pronunciar: "Este método seguido fielmente sentó tan bien a mi salud que de régimen medicinal se convirtió casi en vicio mi afición a la vida de salones y fiestas". Tal iniciación en la frivolidad tuvo sus primeros ecos en sus piezas musicales que fueron consideradas obras de salón.
Peinados y Paqueterías
Una crónica fechada el 25 de noviembre de 1837 ahondó en "Modas de señoras y los dictámenes para cada ocasión". Para andar a caballo: vestido verde botella o azul oscuro, con manga ligeramente abuchada hasta medio brazo y el resto, perfectamente lisa. Gorrita varonil-dicha de cuartel- con un trozo de gacilla flotante desde arriba. Largos tirabuzones en torno de la cabeza de estilo romano, que venía de Francia y del último verano. Pero aquí hemos visto otra no menos linda, vestido mordoré oscuro, con cuerpo cuello y mangas de levita plus cuellito blanco liso asegurado por una corbata negra y baja que permitía mostrar la garganta á la Byron. Sombrero de hombre, sin gacilla, colocado como gorra, casi en la nuca. El cronista destacó como icono y referente de ese estilo a la señorita M.A.B "y tal como se presentó en el Retiro el último domingo".
"Son preferidos los géneros lisos sobre los floreadaos, listados y cruzados. El gris, el romero, el blanco, el azulado son los colores dominantes. El vestido siempre largo, de mucho vuelo, o con volados ó liso, escotado abajo del hombro. No se ve ya una manga del todo lisa; o son anchas o angostados con volados. Los peinados se simplifican progresivamente tienden a la griega y a la romana, consecuencia sin duda del progreso del republicanismo en Francia. Están en boga las ondas, lisas o trenzadas" se reflexionó en diciembre de 1937.
Mientras que el 27 de enero de 1838, Alberdi se refirió a un modismo denominado "La paquetería". "Hay grandes errores respecto de la paquetería, ese arte dificilísimo de hacerse agradable por la estricta observación de reglas fundadas en una estrecha armonía entre la persona y el trage-sic- y maneras. Se cree generalmente que es muy fácil ser paquete, que no hay sino que hacerse ropa a la última moda y transplantársela, como caiga, una cosa encima de otra, todo nuevo aunque la persona represente los colores del arco iris, olvidando, ó sin quererse convencer que la paquetería, como todo en el mundo, sea cual fuera su importancia, tiene sus leyes que no deben violarse, so pena de caer en ridículo en lugar de hermosearse y hacerse agradable. Estas leyes son muchísimas; pero todas pueden bien resumirse. Una misma moda no puede sentar bien a todos, lo que sienta bien a uno puede ser feísimo en otro, y el arte debe dirigirse a conciliar la moda con las personas, demostrando siempre, si es posible cierta independencia en el gusto".
Acerca de sombreros, levitas y paletas de colores
Los sombreros de los hombres porteños y los tonos no estuvieron ajenos a las reflexiones de Alberdi y sus colaboradores: "Los grises podrán tener suceso como moda excepcional; los sombreros negros son muy encorvados y parecen huir las orejas y las sienes". "El azul violeta y el pan quemado son siempre los colores favoritos de la paquetería para andar en la calle. Se distingue el gusto en los pantalones el uso del gris perla, el lomo de liebre, el manzana".
La Moda afirmó acerca de las telas urdidas circa 1937 y 1938 "que entre los géneros, los rasos esterados y lisos habían desplazado a los escoceses de otras temporadas". Y elogió "el uso de las botas medio puntiagudas y con taco menos alto". El listado arbitrario de preferencias indumentarias del staff de la publicación destacó el fraque usado por los porteños con faldones un poco anchos, la solapa ancha, el talle corto, el cuello alevitado y un botón grande liso negro de patente. Advirtieron "que el fraque de color se acompañaba con un botón amarillo labrado". Y acerca del modo de uso de la levita, que se prefirió: "siempre muy corta y con menos vuelo, su cuello de terciopelo se ornamentaba con botones chicos". Unos y otros modismos devinieron de los estilos ingleses traídos en 1930 a Buenos Aires por el representante de la casa de modas M. Coyle y también por las propuestas de las firmas francesas Monsieur Meslin y Hardoix.
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