El cuerpo no calla es mi primer libro. Por esa razón su "cocina literaria" lleva implícita la decisión de dedicarme a escribir. Estudié arquitectura y me gustaba mi profesión. Pero la vida me cambió los planes con el diagnóstico de Parkinson a los 36 años.
Y este libro me salvó la vida.
Desde que era chica, yo escuchaba a mi abuela contar anécdotas de su peligrosa salida de Rusia en el año 1921 y me parecían fascinantes. Internamente sentía que su vida era para escribir un libro. Pero estaba muy lejos de pensar en hacerlo yo. Tampoco sospechaba que viviría una profunda crisis existencial ante un diagnóstico inesperado, una enfermedad neurológica progresiva, degenerativa y sin tratamiento para curarla sino solo para paliar los síntomas. Fue un cambio que me afectó la vida, y las de mis hijos y mi marido.
De golpe me sentí una extranjera en mi propio cuerpo y expulsada del mundo de los sanos, me exilié en el país del Parkinson. Me identifiqué en seguida con mi abuela, que sobrevivió apretando los dientes. Quise hacer lo mismo que ella pero no sirvió. Por más que me mostraba bien, por adentro me sentía morir.
Si cualquiera de nosotros se agarra una angina, una indigestión o lo que sea, lo único que quiere es curarse. Así hacía yo también: tomaba analgésicos, llevaba una dieta sana o iba al homeópata. Pero de golpe nada de eso me servía. No podía sacarme la enfermedad de encima.
Parte de mi proceso de escritura -aunque en ese entonces, también de evasión- consistió en encerrarme en Internet. Sin tener noción de lo que hacía, investigaba sobre Rusia. Cualquier información me parecía importante. Trataba de interpretar palabras de ese idioma que conocía un poco pero no por escrito. Buscaba a mis parientes del otro lado del mundo, encontré algunos en Serbia, y les pedí información de la familia. De a poco y durante unos dos años recopilé datos de la historia de Rusia desde el año 1917 en adelante. Y analicé los álbumes de fotos familiares.
También comencé a escribir en un blog y a participar de un foro de gente con Parkinson donde compartí muchas conversaciones con otras personas que padecían la enfermedad. Aunque me hacían sentir acompañada, en mi cerebro se morían neuronas irremediablemente, no podía dormir y mi ansiedad había crecido hasta una angustia insoportable. Estaba atrapada. El hecho de no hablar del tema aumentaba mi estado de desesperación.
Hasta que una noche no pude callar más. Empecé a anotar lo que oía adentro mío y por primera vez en mucho tiempo me tranquilicé, me fui a la cama y logré dormir en seguida. No sabía que éste sería el punto de partida de mi libro.
En un principio, la idea de El cuerpo no calla era contar la vida de mi abuela. Pero muy pronto agregué otro eje. Por un lado contaría su vida a través de una voz narradora que transmitiera las anécdotas de su abuela. Por el otro, las reacciones sucesivas de la protagonista ante su crisis frente a la enfermedad: lucha, evasiones, luego la toma de conciencia y su consecuente depresión. Todo en forma de recuerdos y emociones transitadas.
Los capítulos fueron saliendo en orden, o no tanto. Escribía de forma febril. Mis hijos tenían seis y diez años. Después de la comida se iban a dormir y yo guardaba los individuales, limpiaba la mesa que un rato antes nos había reunido alrededor de la comida, y traía mi escritorio nómade: la laptop, un cuaderno con anotaciones y la carpeta de la investigación. Abría el archivo y el silencio de la casa era todo mío. La única condición que necesitaba era estar descalza para sentir los pies en el suelo (a pesar de los seis pisos que tenía debajo) y tener ropa cómoda. Escribía la gran mayoría de noche. No me había puesto un límite pero a eso de las dos de la mañana levantaba la vista y volvía del mundo del libro. A veces no sabía bien dónde estaba, de tanto que me había abstraído. Después, en el día, pocas veces tenía oportunidad de armar mi escritorio. Pero con cuatro horas por noche avanzaba rápido. Así, en menos de seis meses había escrito todo.
Tenía en claro que quería llegar al punto de intersección de los dos ejes y hacer un paralelo entre el exilio de mi abuela y el mío. Lo que surgió por sí solo fue el relato que iba quedando entre líneas: las experiencias relatadas en ambos ejes de este libro llevan a la aceptación de la realidad, por mucho que ésta duela.
Fragmento de El cuerpo no calla
El horizonte está cerrado. Lo veo implacable, gris, recto y sin fisuras. El viento gélido de tierra se lleva todo hacia allá. Los sauces lloran de frío y la tosca está desnuda, impúdica. Más lejos, las gaviotas susurran al río arrugado sus secretos.
Cuando huyo al país de la fantasía, el río se ve celeste y quieto, y no es porque oculte así su esencia marrón. Es el reflejo del cielo: infinito, nítido y sin estructuras, donde no hay ni miedos ni muerte, solo amor.
Pero el río no es celeste, es marrón.
Gracias a escribir pude salir del exilio. El avance de la enfermedad no se detiene pero yo me siento parte del mundo, no estoy sola.
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