Esta historia comienza en uno de esos momentos que parecen uno más en la cotidianeidad, pero que, tras el rastro de los años, regresan luminosos, resignificados. Un viejo tocadiscos suena en el interior de una vivienda en Villa Posse, un humilde barrio de Mariano Acosta, en Merlo, hace unas tres décadas cuando todavía era "habitado por gente de campo, con quintas de verduras y hornos de ladrillos".
Esta historia, la de Nazareno Andorno, empieza con las melodías de la Sinfonía N° 40 de Waldo de lo Ríos, compitiendo de manera desleal con un acordeón desafinado, mientras él, Nazareno, embelesado, no sabía qué escuchar: si al gran compositor argentino o a su abuela Nélida, la Ñata, como siempre la llamó.
Y es que esa contienda es la esencia de quien hoy es uno de los músicos argentinos más reconocidos en el universo de la música clásica, de las filarmónicas, porque revela cómo su camino, ese que lo llevó a convertirse en el orquestador de Plácido Domingo por ejemplo, estuvo siempre surcado por dos corrientes, la de la técnica y la de los afectos. Dos vertientes que, por separadas que parezcan, siempre se unen.
Pero en el camino hasta Domingo, Nazareno trabajó con infinidad de músicos: Barbara Padilla, Víctor Heredia, León Gieco, Juan Carlos Baglietto, Julia Zenko, Celeste Carballo, Los Pericos, Juanse, Los Panchos, Richard Marley, Vaga Marley (hijo de Bob Marley), José José, Sabrina Barnett, Bebu Silvetti, Alejandro Lerner y la lista continúa.
"Hoy tengo la oportunidad de que orquestas como la de Los Ángeles, Fort Lauderdale u otras en Italia, Inglaterra y Nueva York toquen obras, arreglos y orquestaciones mías. Vivo un sueño despierto"
Radicado en Miami, EEUU, desde hace poco más de 20 años, Andorno dialoga por teléfono y a través de una serie de mails con Infobae Cultura y cuenta cómo su vida se hizo camino trabajando de manera ardua, a la espera de la oportunidad, y cómo se aferró a ella con más trabajo. Una charla sobre una infancia que lo emociona, la soledad y el desarraigo de dejar su barrio, su país, por un sueño y, cómo hoy, ya con el reconocimiento del medio, espera ansioso por el momento en que aquellos amigos y sus familiares lo vean tocar por primera vez en Buenos Aires.
La oportunidad, por lo menos en su versión como diosa greco-romana, posee una larga cabellera por delante que le cubre el rostro, pero es calva por detrás, y cuando se la deja pasar, ya no hay forma de agarrarla. Y él, sin conocer el mito, siempre lo supo: "Yo me preparé, siempre creí que en la vida las oportunidades aparecen cuando se está preparado para tomarlas. Estudié armonía, contrapunto, composición de cámara de música sinfónica. Y un día llegó".
Sobre jugar en el barro, sobre soñar con la música
Hay más de 7 mil kilómetros entre sus orígenes en Merlo y Miami. Mariano Acosta es una de esas ciudad que, como tantas hermanas del segundo cordón del Gran Buenos Aires, surgieron más como "dormitorio" de aquellos que, sacrificados, debían buscar un trabajo del otro lado de la General Paz. Y que, al igual que tantas pequeñas metrópolis, se dividía a la vez entre de "un lado de las vías" y el otro. Y su Villa Posse quedaba del otro.
"La primera casita en la que vivimos estaba rodeada de calles de tierra. Recuerdo que cuando llovía, para no embarrarnos, teníamos que ponernos bolsas de nylon en los zapatos. Hoy sigue sin asfaltar".
Los comienzos, como muchos, fueron con guitarra. "Me gustaba tanto jugar con el acordeón de la Ñata que mi mamá decidió ponerme una maestra de música que comenzó a enseñarme guitarra en mi casa. Luego, a los 8 años cambié al piano, ese fue el momento en el cual descubrí que tenía pasión por el piano". Por allí también fue el Instituto Lourdes, donde hizo primaria y secundaria y que al ser "el único músico" lo "hacían tocar en todas las fiestas". "A los 9 nos mudamos del otro lado, al asfalto, al barrio Heredia", recuerda.
"Mis viejos no tuvieron formación académica, pero sí tenían un carisma increíble para captar gente. En mi casa había permanentemente reuniones de músicos que venían y tocaban, ellos amaban el arte, eso sí".
La vida tiene, entre tantos caprichos, momentos en los que, si se está atento, se puede oír un susurro de verdades, un designio o lo que los románticos pueden llamar destino. Pero ese instante puede ser fugaz, indetectable en el largo anecdotario de una existencia o puede pasar desapercibido porque, simplemente, las circunstancias enceguecieron el corazón.
A Nazareno le llegó el llamado cuando cursaba la escuela primaria, aunque también de una manera poco esperada. En lo que respecta a su entonces vocación inconsciente, explica: "La escuela fue una pérdida de tiempo, ya que casi todas las maestras me decían que tenía que estudiar matemática y geografía, pero tuve la suerte de que un maestro suplente un día me escuchó tocar el piano".
Su voz al otro lado del teléfono se escucha emocionada:, el recuerdo de aquel profesor de música, Enrique Correa, que como un relámpago cayó del cielo para darle un giro a su vida, es uno de esos susurros que él y su familia supieron oír.
"Me escuchó tocar el piano -retoma-, fue a hablar con mis padres y les dijo que estaba sorprendido, porque yo escuchaba todas las notas y que para él era un genio musical. Les pidió a mis padres que hicieran todo lo posible para que yo estudiara con María Esther de Suar, que fue rectora del Conservatorio Nacional de Buenos Aires".
Entonces, su padres, Alfredo y Angélica, le "dieron un apoyo absoluto": "Hicieron todo lo que el profesor Correa les aconsejó, me compraron un mejor piano y me costearon todos los estudios con la ayuda de mis abuelos. Recuerdo a mi mamá viajar todas las semanas en el tren Sarmiento desde Mariano Acosta hasta Once, dos horas de ida y dos horas de vuelta, para esperarme afuera de la clase de piano".
El profe Correa no fue solo su descubridor, el primero en creer en su potencial, fue también quien le hizo comprender que el mundo es mucho más vasto de lo que creía. Y, en parte, esa relación de admiración-agradecimiento se mantiene hasta hoy. Para la suerte de Nazareno, el profe Correa vivía en Marcos Paz, justo enfrente de la casa de su abuela, por lo que aquel contacto se mantuvo y mantiene.
"Lo sigo visitando a sus 70 años, hablamos por teléfono. El reconoció enseguida que tenía talento, nos hicimos inseparables, una persona que me cambió el destino, un mentor. Es una gran persona en mi vida, me supo guiar. El y su esposa eran profesores nacionales de música y abogados, entonces entrar en contacto con ellos me cambió todo. Por ejemplo, su mamá había sido compañera de Martha Argerich, su familia era amiga de Borges, me guiaron hacia la lectura, hacia un mundo más intelectual".
Ese fue el inicio de un largo e intenso período formativo. "Mi educación comenzó con una metodología clásica y luego me orienté en la dirección, composición e improvisación de jazz, junto a arreglos y composición de música sinfónica y de cámara", explica desde Florida, EEUU. Entre los principales maestros y escuelas que tuvo, tanto en esta parte del mundo como en el hemisferio norte, se encuentran Graciela Romero, "que era una excelente pianista acompañante de los bailarines del Colón"; Horacio Ruiz, en técnica pianística; Adrián Iaies, en jazz-piano; Juan Carlos Cirigliano, en orquestación; Saddleback College, para arreglos de Jazz, big band y composición; la Universidad de Miami, en improvisación de jazz en piano-Mick Orta; Eduardo Montiel, contrapunto y armonía alterada, y Berklee College, donde realizó un master en orquestación. Dice que de cada uno, de cada lugar, se llevó algo porque a todos en el fondo los unía una pasión que él podía reconocer.
El prestigioso pianista y compositor argentino Adrián Iaies en diálogo con Infobae Cultura, resaltó características que le resultaron llamativas de Nazareno: "Tengo dos recuerdos muy fuertes, que son características de su personalidad. Ya de chico era muy buen tipo, súper correcto y respetuoso, buena gente. Siempre muy agradecido".
"Además se le veía una fortaleza mental, una gran perseverancia. Él tenía muy claro desde que empezó conmigo qué es lo que quería hacer. Cuando me enteré de que estaba haciendo cosas en el cine no me extrañó. Tuve otros alumnos que llegaron a Hollywood, pero que tenían como otro perfil, pero todos poseían algo en común, esa cosa de fortaleza mental importantísima y clave que hace falta para alguien que quiere trabajar afuera y más en EEUU", recordó Iaies.
Un segundo punto de inflexión en la vida del músico se produjo cuando "después de haber trabajado con innumerables artistas como orquestador del Coro Kennedy junto a su director Raúl Fritcher" comenzó a pensar en irse a EEUU. "Raúl Fritcher y quien fue mi madrina artística, Estela Raval, fueron las dos personas que me alentaron para emigrar. También me había convocado a trabajar Bebu Silvetti, que era un gran orquestador argentino que estaba radicado en Miami".
Silvetti fue un destacado pianista, compositor, arreglista y productor discográfico mexicano de origen argentino, que a lo largo de su exitosa carrera compuso más de 600 temas, unos 200 comerciales para televisión y radio y música original para telenovelas y películas. "Decidí viajar con 19 años, llegué a Miami, donde me recibió Bebu Silvetti, con quien comencé a trabajar como orquestador, productor y pianista para grandes artistas internacionales". Al poco tiempo, Nazareno Andorno recibió una visa por "habilidades extraordinarias" y luego se convirtió en residente estadounidense.
Con Plácido Domingo
El primer contacto con el tenor español sucedió hace seis años, cuando en una visita a sus padres la pantalla del celular le indicaba un número desconocido. "La gente de Sony Music me comenta que estaban buscando un orquestador, con conocimiento clásico y popular. Ya Plácido tenía referencias mías y me preguntan si él me puede llamar".
Dice que "temblaba", que el mundo se redujo a ese teléfono que media hora después volvió a sonar. "Me llama y me pide que haga sus arreglos. Fue muy emocionante. No solo me convertí en su orquestador, sino también en su director de orquesta en los discos. Si bien yo tenía experiencia, no es lo mismo dirigir algo popular que trabajar para una persona que es director de orquesta, director honorable de todas las sinfónicas del mundo, además de ser un tenor consagrado y de haber cantado y grabado en todas las áreas líricas, también todo tipo de géneros, como el jazz y la música popular".
Y la admiración es recíproca, en una entrevista Domingo dijo con respecto a Andorno: "Es sin duda uno de los mayores exponentes de la música contemporánea a nivel internacional y ha logrado abrirse camino en la industria a través de su genialidad inventiva y creatividad".
La labor junto a Domingo se tradujo en tres discos -el doble The Best of Plácido Domingo, Songs y Volver– y un cuarto en producción. "Acabamos de terminar el tercero, del que participa Pablo Sainz Villegas, el mejor guitarrista de música clásica del mundo en este momento. Además, también fui pianista y me di el gusto de trabajar junto a la Florida Philharmonic, que es la orquesta que dirijo, junto a algunos músicos de la escuela del Teatro Colón"
Andorno considera a Domingo y al director de orquesta argentino Daniel Barenboim como los "Mozart de este siglo" y destaca la humildad del español al hablar: "Cuando las personas tienen conocimientos se hacen sabias y, a la vez, parece que cuando son más sabias se hacen más sencillas".
Dice que uno de sus recuerdos más felices se produjo este año, cuando vio a Plácido cantar Gracias a la vida junto a la chilena Mon Laferte. "Fue una gran satisfacción. Hizo un dueto con Laferte con orquestaciones en vivo y en esa canción utilizaron un arreglo mío frente a 50 mil personas. Fue increíble".
Sobre ser profeta en su tierra
Hay más de 7 mil kilómetros entre sus orígenes en Merlo y Miami. Pero, él dice, es como que nunca se fue, o por lo menos no quiere sentir que sí lo hizo. "Siempre estoy viajando a la Argentina, visitando a mis seres queridos. Mariano Acosta es un lugar donde hice muchas de mis composiciones que luego fueron usadas en diferentes películas producidas en Hollywood. Estoy tan cómodo ahí que en la que era mi habitación de niño armé un pequeño estudio".
Nazareno posee otros proyectos en movimiento. "Dos con la Sinfónica de Berlín, un par de películas en Los Ángeles y voy a grabar dos álbumes de piezas clásicas mías con la Florida Philharmonic".
Es que para Nazareno Andorno es el momento de dejar de "estar encerrado como un fantasma". "La música me llena el alma, es lo único que sé hacer. Me paso componiendo piezas que a veces las pueden tocar o no, pero yo las hago igual. Tuve que trabajar tantas horas para llegar hasta acá. Escribir, escribir, trabajar, grabar, arreglar, componer, corregir, y nunca tuve mucho tiempo de pensar en mí".
"Es como que armo la fiesta, pongo la música, pero nunca salgo en las fotos. Me refiero a que yo no hago shows en vivo, hago las composiciones, las orquestaciones y los discos, entonces los que están para las fotos son otros. Quizá esta es la oportunidad de cambiar eso, quizá llegó el momento".
Y ese momento está cada vez más cerca, aunque aún no tiene fecha. Para eso, sueña con que uno de sus proyectos más ambiciosos se haga realidad. Y no es en Miami, ni Nueva York, tampoco en algún estudio de Berlín, sino en la gran casa de la música clásica argentina: el Teatro Colón".
"Presentar en el Colón mis obras sinfónicas y dirigir sería un sueño. Me pasó que orquestas sinfónicas del mundo toquen mi obra y estás ahí y nadie te conoce. Alguno se acerca, te dice 'Maestro', pero no es lo mismo que te pueda ver tu gente o tus amigos del barrio. Por eso es tan importante para uno que lo reconozcan en el lugar donde naciste, porque en definitiva cuando te encontrás con alguien que conoce tu pasado, lo podés compartir de otra manera, te podés emocionar, podés recordar historias. Ese es mi sueño, volver y mostrar lo que humildemente hago".
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