El Mono Vargas es un periodista y escritor de unos 50 años, un porteño desencantado de la política y de la vida, en general. Desencantado o escéptico; un hombre que mira la vida desde el borde en el que eligió ubicarse, a centímetros del abismo personal. Mercedes "la China" Botana es una joven y hermosa abogada de provincia, de familia patricia y peronista de izquierda que aparece en la vida del Mono y la retuerce a puro sexo y desenfreno. No se entienden fuera de ese ámbito íntimo y pasional, son muy diferentes. Para el Mono, la ingenuidad política de ella es insoportable y se siente muy lejos de su falta de escrúpulos; para La China, él es un veterano decadente y frustrado que busca darle cátedra y hacerla sentir poca cosa. Con este vínculo complejo y por momentos traumático como eje principal, Fito Páez, el que nació en el 63 y es desde hace décadas uno de los nombres clave de la música popular argentina, escribió Los días de Kirchner, una novela breve -"una nouvelle", le gusta decir a él entre risas y ridiculizando su francés- que se convierte en un momento en un thriller con pesado trasfondo político.
Hace tiempo que a Fito la música no le alcanza como medio de expresión y puente creativo al arte: dirigió cine y ya había escrito La puta diabla, un libro de género híbrido, y varios guiones. Ahora vuelve a la literatura para contar esta historia de excesos, en donde muchos quisieron adivinar momentos de la vida personal de su autor, tanto en los personajes como en las frases. Aquí van algunas de esas frases que pueden leerse en la novela.
* "Néstor Kirchner dejó un reguero de muertos vivos que en el 2014 ya balbuceaban desde las sombras"
* "La peor de las desdichas tiene mi nombre y apellido"
* "Es tanto el asco acumulado (…) he padecido tragedias compartidas y personales. En ningún momento he visto tanta maldad y estupidez en escena desde el aparato estatal"
*"Intentan hacerme creer que es una democracia (…) este país es un auténtico manicomio (…) Siento un odio genuino y puro. Brillante, impoluto"
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Son las dos de la tarde de un jueves cuando Fito entra al hotel de Palermo en donde acordó la cita con Infobae Cultura y el naranja brillante de su buzo deportivo y su sonrisa contrastan generosamente con el gris de la tarde lluviosa. Tiene un dedo entablillado; hace semanas que toca el piano con cuatro dedos y ese ejercicio poco natural ya le está generando algunos dolores, cuenta, mientras se preparan las cámaras para la nota. Se lo ve entusiasta, feliz con la novela que acaba de publicarse. Se ríe cuando dice que él es todos los personajes de su historia y no solo el protagonista desencantado.
Durante la charla, hablará de su última creación, de la necesidad de enriquecerse con arte y literatura y también de su familia: sus ancestros y sus hijos. Dirá en un momento que ella, su madre, quien murió cuando él tenía apenas 8 meses, siempre está ahí, con él. Que dialoga con ella, que ella lo interpela, que es, necesariamente, protagonista número uno de su vida. Que sus abuelas solo le dieron amor, el amor inmenso que necesitó para tener la vida que tuvo y contará que, como todos, fue en un abrir y cerrar de ojos que sintió que se convertía en su propio padre y que ese descubrimiento se dio en esa práctica cotidiana que es la paternidad de sus dos hijos.
Lo que sigue es la transcripción de una charla relajada pero atenta en una tarde de lluvia con uno de los artistas más populares de la Argentina y, en algunas ocasiones, también una figura polémica por sus declaraciones. Esta vez, sin embargo, no hay espacio para la polémica, ni asco, ni malestar profundo en sus palabras. Hay, en cambio, reflexión, memoria y palabras muy pensadas. "No quiero sembrarles amargura a mis hijos, quiero mostrarles la risa, que se rían, se diviertan y se pongan frutas en la cabeza", dirá risueño en un momento. Al final de la nota, puede verse el video completo con la entrevista.
— La novela se llama Los días de Kirchner. ¿Siempre se llamó así, desde que la pensaste?
— Sí, lo que pasa es que como toda máquina que ponés a andar siempre muta, ¿viste? Entonces primero iba a ser un guión de un film. Después iba a ser una novela épica. Después un cuentito. Y al final terminó en este formato, que me dicen que es una nouvelle, una novela corta (risas). Cuento largo, novela corta. En fin, vas haciendo sobre la marcha también. Yo aparte en general voy, avanzo con varias cosas a la vez, estoy a lo mejor escribiendo un guión o un cuento, una canción. Durante el día vas jugando un poquito.
— Pero Los días de Kirchner por ejemplo no surgió como una canción, surgió como un texto…
— Me pareció que era un gran título, ¿sabés? ¿Viste cuando a veces aparece un título y decís "que titulazo"? Como Nos habíamos amado tanto o Verano del 42, que era una época, un momento.
— Ahora, tu novela en vez de ser "sexo, droga y rock'n roll" es "sexo, droga y política".
— Y política, sí. Y un poco de rock'n roll también. Pero sí, si quisiéramos encontrar a lo mejor tres palabras que engloben a la nouvelle podemos pensar esas palabras, sí.
— Y el ángulo policial que tiene la novela a partir de la mitad… ¿también lo pensaste desde el principio o fue algo que fue apareciendo?
— Ah, eso fue lo más divertido. No, eso no estaba en los planes de nadie. Entonces en un momento dije "uy, uy, uy, qué podrido está todo esto. ¿A dónde va el personaje de la China?". Y claro, por supuesto, al ser abogada eso me abría el juego en mil lugares. Entonces también el oficio de la China me determinó después el oficio del Mono, en un sentido. Porque por eso también el Mono no es solamente ese dandy fogwilliano que aparece al comienzo de la novela sino que también es un periodista de investigación. A lo Verbitsky, si querés. Entonces ese periodista de investigación no estaba previsto al comienzo del perfil del personaje del Mono.
— Claro, el Mono parece más un periodista cultural, ¿no?
— A ver, es un… Yo le decía el otro día a Cristián Alarcón en la Feria del Libro, que me parecía una mezcla de muchos personajes el Mono. Pero en todo caso el perfil este de investigador, de periodista de investigación, por supuesto que está la figura de Walsh también allí dando vueltas, medio velada, que es un tipo… Digamos, sería una especie de Walsh moderno en un sentido, el Mono. Porque es un tipo que hace su vida en la política, en el arte y en el periodismo, de alguna manera. Y corriendo de aquí para allá sin ningún interés aparente. Como que habría una nobleza en él y, a la vez, un contacto con la vida más canalla de la política, de hecho él se denuncia como monje negro de un delfín de Ruckauf en un momento, le dice algo al oído en un momento de la novela. Entonces, me parece un personaje muy complejo, muy libre, ¿entendés? Pero el aspecto en todo caso, volviendo a tu pregunta, el aspecto de periodista de investigación serio me lo determina el oficio de la China.
— El oficio y la traición, también. Porque ella por un lado es abogada, efectivamente, pero lo que la caracteriza es ese pragmatismo ligado a la traición en un punto, ¿no?
— A ver, ella es como que está enrolada en la vida política también. Y en la vida política hay objetivos, como en la guerra, y en esas dos situaciones siempre las causas son más importantes que los hombres. Entonces, casi como protocolo de esas dos actividades que son, te diría, como las más avasallantes y las más claras, dicho a lo mejor de una manera shakesperiana, pero en la realidad sucede eso. O sea, es allí donde se ven las mujeres y los hombres. O lo que sea, quiero decir, ahora hay que decir todos somos todo y está bien eso. Pero allí se ve la gente. Entonces, en un momento al final ella le dice: "Sí, te tuve que cagar a vos para mandar presos a estos hijos de puta". Y el Mono dice "hijos de puta…", como pensando todos los términos que está diciendo ella en cada palabra, ¿no? Como diciendo: somos todos unos hijos de puta, en realidad. Entonces yo pensaba también que el encuentro del final en la cárcel era el encuentro de dos cuadros militares, o militantes, también. Que conocen los protocolos de la identidad, en los cuales la traición es parte de las posibles situaciones que se pueden vivir adentro de la vida política o dentro de la vida militar.
— ¿Pero dónde militaría políticamente el Mono, en este sentido?
— El Mono militó, el Mono militó.
— Porque él aparece como alguien que ya la vivió, que ya se la jugó, y también da cátedra de cómo se debe militar en un punto.
— Bueno, en la escena de cuando llega a la Unidad Básica está muy pasado, él ahí ya está muy desbordado.
— Sí, aunque esas cosas que dice tienen coherencia.
— Claro, eso es lo lindo, que es lo lindo de Fogwill o de Enrique Symns también, que son personajes que también me enriquecieron mucho al Mono. Que son personas que yo vi en acción, tipos muy excesivos, muy desbordados, muy incorrectos para como deben ser las formas públicas. Y en medio de todo aquello te dejaban con la boca abierta, ¿viste?
— Ahora, vos decís un dandy fogwilliano y nadie va a discutir las formas de la literatura de Quique Fogwill y lo que su obra significa para la literatura argentina. Es imposible discutir eso, es uno de los grandes nombres de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, como figura, Quique era un misógino fenomenal.
— Sí, lo era.
— Y eso, los que lo conocimos temprano, en realidad: las que lo conocimos temprano, lo padecimos.
— Seguramente se lo habrán podido decir en la cara también.
— Sí, se lo dijimos. Venía recordando que en los años 90, antes de hacerle una entrevista pública en la facultad de Filosofía y Letras, recuerdo que le dije: "Quique, llegas a decir alguna guarangada y te dejo hablando solo". Te hablo de algo que pasó hace 25 años.
— (Risas) Mira, una de las apariciones de Quique fue en el MALBA cuando presenta, Crónicas de guerra (N. de la R: Páez habla del libro Los libros de la guerra, de Fogwill, editado por Mansalva), creo que era. Él invita al flaco director de La amante, no me acuerdo ahora, que escribe en Perfil, Quintín, invitó a Horacio González y la invita a María Moreno. Y María no va (risas). Entonces, claramente, cuando estábamos todos ya sabíamos por qué no había ido María. Obviamente, por aquel tema ¿no?
— En tu novela Fogwill aparece además en un elenco, como en un firmamento en donde está Horacio González, está María Moreno, se menciona a Silvina Ocampo, a Rivera, que supongo que será Andrés.
— Sí.
— ¿Qué es ese firmamento literario?
— Ah bueno, ahí está mezclado un poco la… Es que tuve que armar un poco una psique del Mono que no fuera la mía exactamente. Y en todo caso compartimos ese firmamento. Me parece que también eso marca la tradición en la que está él y lo separa de alguna manera del ámbito político estrictamente. Como que él tiene… está ligado al mundo de la literatura, está ligado al mundo de otros saberes humanísticos y artísticos. Entonces eso siempre carga a la vida política de datos que la vida política no tiene. Recuerdo a [Norman] Mailer, ya viejito, en Estados Unidos diciendo che, puta -dice- ahora que estoy viejo no me llama nadie, antes me llamaban para consultarme cosas. Ahora no me llaman ni los republicanos, ni los demócratas. Y lo angustiaba eso a él, un tipo que había casi llegado a ser alcalde de New York. Creo que hay algo que el libro de alguna forma reclama también y hay una exigencia de reclamarle un poco de ilustración a la vida política, porque eso la va a enriquecer. Que la vida política no sea solo la rosca, ¿no?
— Sí.
— La rosca: sabemos de lo que hablamos. Quiero decir la realpolitik. Y que el otro ilustra y engrandece, ¿viste? En todo caso, aunque suene anacrónico, podría aparecer en la urgencia de la velocidad de las cosas un aspecto más sanmartiniano, como una nobleza inscripta en los espacios de la búsqueda de la libertad, de verdad. Digo, San Martín -de verdad- cruzando la Cordillera con opio y liberando tres países, no está escrito en el libro de historia eso solamente. Ese era un hombre con una voluntad de hacer para el bienestar, para el bien común, para la libertad.
— La Argentina tuvo clase política ilustrada.
— Tuvo.
— Pero no creo que sea esa la clase política ilustrada que te interese en términos de ideas…
— Mansilla era un ilustrado.
— Sí, sí. Roca también.
— Roca también. Claro, no en la dirección que a lo mejor a uno más le interesa.
— Por eso.
— Pero Mansilla, sí. Porque Mansilla yo pienso que es un Borges con botas ¿sabés? Porque él va a la guerra, él va a la guerra. O sea tiene toda la ilustración del dandismo argentino y aparte encuentra una manera de escribir extraordinaria, fascinante, te diría. Las charlas esas que tiene con los soldados en los fogones, las historias que se cuentan allí, son pequeños filmes en sí mismos. Y, después, hay una mirada de Mansilla que es diferente a la de Roca, claramente. Cuando él dice "qué Parlamento alemán ni qué Parlamento alemán", dice en Una excursión [a los indios ranqueles], "esto es un Parlamento", con los indios allí debatiendo sobre qué decisiones iban a tomar respecto de llegada de esta gente y cómo iban a seguir avanzando en el futuro. Me parece que hay muchos momentos donde Mansilla se enoja con la barbarie y muchos momentos donde hace un reconocimiento de una sabiduría real, ¿no? Cosa que otros ámbitos de la ilustración argentina política no han tenido.
Cuando vos leés que todo lo que te acaba de pasar lo escribió Shakespeare y Shakespeare te puede contar una salida, vos ahorrás camino. Son casi clases de política.
— ¿Pensás que hoy falta ilustración también en la clase política, en general?
— En general, me parece que sí. No digo todos, debe haber gente, conozco gente… Yo digo eso porque creo que todo eso te enriquece, ¿entendés? Te saca de la rosca. Cuando vos leés que todo lo que te acaba de pasar lo escribió Shakespeare y Shakespeare te puede contar una salida, vos ahorrás camino. Son casi clases de política. O ver cómo se mueven los personajes dentro de un libro. O cómo se movía Napoleón adentro de la guerra, que también eso es ilustración.
— Sí. Ahora, más allá de que el Mono estaba fisurado en el momento de dar el discurso en la Unidad Básica, está enojado por lo que está pasando en su propia vida pero al mismo tiempo está tratándolos a todos de…
— De boludos.
— Iba a decir estúpidos.
— Sí, hay algo soberbio en él desfasado, también exacerbado contra la ingenuidad, digamos. Pero esos momentos a mí Fogwill me los hizo vivir, por ejemplo.
— ¿A ver?
— No, bueno, en un momento llegué a una reunión ahí en la Rural, presentaban un libro. Estaba Aira, me acuerdo, Alan Pauls y demás, no me acuerdo ni de quién era. Entonces me acuerdo que Quique me dice "che, te hicieron mierda en Clarín, eh, con la película". Y le digo "sí, boludo, me hicieron mierda." Me dice: "jodete. Jodete. Deberías haber bla bla bla bla…" y fue como una ola de él hablando.
— Y vos te fuiste cabizbajo.
— No, no, no. Lo escuchaba con mucha atención, no, no. Por supuesto, la mitad de las cosas no me interesaron ni me interesan al día de hoy. Pero también dijo alguna de sus ideas brillantes, de las que siempre tiraba sobre la mesa en cualquier lugar.
— Pero entonces cuando la China por ejemplo lo llama al Mono Vargas"lumpen y viejo decadente"…
— (Risas) Qué lindo eso, ¿no? (Risas)
— ¿Pensás que los "viejos lúmpenes y decadentes" tienen las atribuciones necesarias para decirles esas cosas a los más jóvenes?
— Yo pienso que sí. Sí. A cualquiera, a cualquiera, en general. Me parece que alguien que vive medio al borde de la ley tiene una autoridad en algún punto.
— Más que de la ley, de las normas, ¿no?
— Sí, eso quería decir. Es alguien que se anima, ¿viste? Yo siempre me acuerdo una frase de Hemingway, decía "Los mejores son los que se animan a más", hablando de escritores. Pero eso lo podés tomar para la vida, en realidad. Entonces, en ese sentido creo que sí, que hay una especie de reto a la curiosidad biempensante en lo que hace el Mono ahí. Estos pusilánimes se van a juntar a hacer comisiones y nadie va a llegar a nada, mientras matan a una mujer por día dice, o cada veinticuatro horas, y las chicas, las negras siguen abortando en los hospitales de provincia, una cosa así, dice. O sea, él dice verdades de alguna manera omnipresentes.
—¿Pero cuántas de esas verdades del Mono Vargas son también de Fito Páez?
— A ver, no sabés eso, ¿viste? Las cosas muchas veces son… O sea yo soy todos los personajes, yo soy la China, también. O sea, en un momento me tengo que poner allí. Y también soy Mica, que es un personaje que parece secundario y para mí es central en la novela. Sin Mica no hay novela. Sin esa tragedia.
— Claro, sin ella la trama policial no existe.
— No existiría. Y aparte es fundamental adónde los coloca a ellos también. A la China la deja en el lugar de que es una víctima de la operación. En la cual "yo no tuve nada que ver" en el sentido de "yo no la mato de sobredosis", ella venía de una cuestión familiar, en un sentido, ¿no? Y para él, es una víctima.
— Pero hay algo que tiene que ver con la clase social también ahí, ¿no? Que se juega tanto en el caso de la China como de Mica, en relación con el Mono Vargas.
— No sé, no sé tanto de eso.
— Una cosa de la aristocracia.
— No, pero la aristocracia no existe en la Argentina. No, no, no. No porque en todo caso creo que Mica y el Mono incluso la pasan bien en esa sesión salvaje que tienen allí en la casa del Mono, ¿no? No, me parece que eso está dado más… Entiendo adonde vas igual, a lo mejor. En la contradicción un poco… Pero la China tiene una contradicción de ser una chica de centroizquierda ligada al peronismo y a la vez pertenecer a una derecha conservadora. Pero yo no llego a hacer esos twist sociológicos para los personajes, tomo los trazos gruesos. Por supuesto el padre de ella es amigo de Urzuaga y Barnes [los propietarios del estudio de abogados donde trabaja la China Botana]. Se conocen.
— A eso voy.
— Y que a la vez comparten sus…
— Comparten esos códigos. Mica es más joven y está mucho más marginalizada también por la vida que está llevando…
— Y la angustia.
— También.
— "Guarda que eso no te va a hacer bien", le dice el Mono cuando están tomando cocaína. Dice "A mí lo único que no me hace bien es mi papá y mi mamá", dice. Ah, como lo dice clarísimo, que también estaba metida en ese rollo porque hay falta de amor en su familia.
— Bueno, ahora que mencionás la familia, hay otro momento donde la China le dice al Mono: "viejo te acordaste de querer tener una familia."
— Oh, durísimo eso. Ah, mirá, ¿ahora te acordás de tener una familia?. "Que viejo patético que sos" le dice.
— Sí. Y qué piensa Fito Páez de la familia, ¿qué es una familia para Fito Páez?
— Para mí es un territorio de libertad y de belleza absoluta. Yo no soy nada sin familia, nada. O sea, sin novia, mis hijos, mis amigos, mi tía, mi tío, mis sobrinos. Es un núcleo que me estimula, me crítica, me verduguean, nos reímos. No soy nada sin ellos. Y la familia no es la familia tampoco la de sangre nada más.
— Y la de sangre que hoy no está, los que fueron, ¿qué son hoy? ¿Cómo aparecen hoy?
— ¿Mi madre muerta cuando yo tenía 8 meses? La protagonista número uno (risas). Si hay algo…
— La madre, las abuelas, las tías…
— Están allí, están allí. O sea, a ver, mi madre porque es mi madre. Entonces eso es número uno. Aunque tu madre esté muerta, el diálogo y la relación no se termina nunca, es permanente. Y es de a dos. Aunque suene… Es de a dos.
— ¿La sentís con vos?
— Todo el tiempo. Es una parte mía con la cual yo dialogo. Y yo le armé una psiquis, una personalidad desde hace 55 años ya (risas). Entonces es una personalidad muy sólida, alguien que me interpela muchas veces. De hecho La puta diabla habla de eso. Y hay una gran escena donde la madre se agarra con Félix Ure allí, ahí hay un sentido adonde sí está trasladada la experiencia por lo menos. Y mis abuelas, imagináte, solamente han sembrado amor en mí. Entonces me han ayudado a llevar toda la vida adelante, todos los inconvenientes, los momentos duros, todo eso lo llevás si tenés amor. Si no, es muy difícil. Para cualquier persona que no haya tenido amor, lo único que vas a tener son más inconvenientes de los que ya bien cotizan en bolsa (risas).
— Todo eso, ¿cómo lo trasladas a tus hijos? ¿Cómo es la paternidad de un señor, Rodolfo Páez, que creció como creció?
— A ver, no sé. Por supuesto, soy juzgado en tribunales de guerra muy salvajes, "vos, no sé qué" y "vos, no sé qué", bueno, ok, ok. Y en muchos de los casos tienen razón (risas). En otros no, en otros no. Creo que…
— ¿Qué hacés, les discutís?
— A ver: vos sos mamá.
— Sí.
— Ok. A veces no querés hacerlo y lo hacés. Y a veces sabés que no te corresponde y lo hacés igual. Entonces te diría que soy una persona. Los considero a ellos también igual que yo, entonces tenemos quilombos, hay cosas que no manejamos. Yo no sé ser papá, estoy aprendiendo. Tengo dos hijos, Martín que tiene 18, va para 19, y Margarita que tiene 13 va para 14 en estos días. Entonces estás aprendiendo todos los días. A veces me encuentro o me he encontrado diciendo "vos, no sé qué", cerró la puerta y digo "uy, qué le dije, cualquier cosa, cualquier cosa le dije"…
— ¿Pedís perdón? ¿Les pedís perdón?
— Sí claro, claro.
— ¿Te perdonan?
— Supongo que sí. O veremos con el tiempo si en realidad perdonan esas cosas terribles que a veces uno hace, ha hecho o ha dicho. Pero intento estar cerca de mis hijos todo lo que puedo y de la mejor manera que puedo. Seguramente no soy el padre que ellos hubieran querido tener, "vamos a hacer esto, vamos a hacer lo otro", y a veces no puedo hacerlo. Vamos a comer a Guerrín, ok. No, vamos a otra que está más lejos, unos amigos están ahí en Devoto, entonces vamos todos a Devoto a comer una pizza que es más fácil, ¿entendés? Guerrín está llena de gente, las 24 horas. Pero también tengo una complicidad con ellos increíble.
Lo más importante que podemos hacer los padres y las madres es acompañar a nuestros hijos, porque ellos están haciendo un viaje que no es el nuestro, definitivamente
— Margarita va a cumplir 14, decís. Y es un momento muy especial para el tema de las mujeres. Las mujeres hoy en el mundo y en la Argentina están viviendo una etapa muy especial, de poder pelear por sus derechos, algo que en Argentina incluye el tema de la legalización del aborto. Como padre de una adolescente mujer, ¿cómo lo estás viviendo vos?
— Sí, sí.
— Es muy sencillo porque simplemente son cuestiones culturales, no es ni genética. Entonces, también a veces me veo a mí en Martín y me veo a mí en Margarita, y veo a sus madres también, por supuesto. Pero creo que lo más importante es intentar desde una generosidad real, desde un acompañamiento real, no teórico ni progresista ni maricón. Estate al lado de tu hijo man, acompañalo, acompañala a tu hija a ver qué le pasa. Y si te putea, bancatela, man, un ratito, es un ratito, después ya vamos a ver cómo se sale de eso.
— ¿Y del país de tus hijos, qué? En la novela el protagonista dice en un momento: "este país es un manicomio".
— Bueno, les aconsejo a todos que agarren YouTube, la escena de Federico Luppi cenando con Martín (Hache), en Martín (Hache), cuando él habla sobre Argentina. Es una declaración de principios te diría: "Argentina es una trampa" dice en un momento. A ver, yo quiero ir al grano porque soy medio como González, soy arbóreo. Te agarro una rama y me voy, me empiezo a ir. Y además me encanta ser así. Y me encanta eso de Horacio. Pero bueno, por un lado soy terriblemente agnóstico sobre todo, ya sé que va a terminar mal por un lado. Y por otro lado tengo una fuerza constructora, entonces no quiero sembrarles amargura a mis hijos, quiero mostrarles la risa, que se rían, se diviertan y se pongan frutas en la cabeza, ¿entendés? Y que puedan jugar con cualquier cosa. Que se diviertan con cualquiera cosa. En la calle. Con una pelota de trapo, ¿me entendés? Entonces mi tarea es inyectarles eso, lo otro viene solo.
Acá hace un tiempo instalaron la idea de la grieta, ¿viste? No vivieron en Rosario, se ve, no saben lo que es Central y Newells
— Te lo pregunto también porque hubo distintos momentos en tu vida en donde apareciste más involucrado en la escena pública. Entonces, este es un momento y estos días son bastante revulsivos…
— ¿Y qué días no fueron revulsivos, che? Yo no recuerdo. Siempre anda pasando algo, ¿no? Acá hace un tiempo instalaron la idea de la grieta, ¿viste? No vivieron en Rosario, se ve, no saben lo que es Central y Newells, por ejemplo. De verdad te lo digo. Son familias rotas, por muchos otros motivos. O no han visto el 2001 de Kubrick, donde uno de los bandos descubre el palo y sirve para ganar y van y fajan a los otros monos y se quedan con el lago. O sea es algo atávico eso. La pelea en la vida cotidiana, los puntos de vista diferentes, la escena de Vittorio Gassman en La familia, de Scola, cuando se levanta de la mesa… Que se estaba cogiendo a la mujer de su hermano. Siempre está sucediendo algo, si no sucediera algo sería muy aburrido, aparte. Y siempre hay posiciones encontradas. Y a veces hay terceras o cuartas situaciones. Quiero decir, la vida es re compleja, no hay nada sencillo en la vida. Entonces, a veces lo único que tenés que hacer también es retirarte un poquito y mirar a las estrellas, ¿sabés?
— ¿Cuándo descubriste eso?
— No, eso lo sé desde chiquito, desde muy chiquito. Por eso he tenido la vida que he tenido. Es decir, hay mucho quilombo acá, vamos afuera.
— Cuando haces ruido, ¿te sentís mal después?
— No, no, no, no. Estás en la vida, jugás, metés goles. Hacés quilombo. Te pasa de todo. Sería muy pretencioso que alguien venga a darte clases de moral o sobre cómo comportarse en el mundo. Nadie sabe nada de arranque. Lo que sí sé es que si me voy, al rato y veo las estrellas digo: ay, qué lindo, ya sé dónde estaba todo (risas).
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