Por estos días, el pasado luce brillante para Marta Minujín. La artista plástica más popular de la Argentina acaba de recibir, con apenas semanas de diferencia, dos importantes reconocimientos a su trayectoria en los Estados Unidos (el premio al logro cultural de la Americas Society Cultural Achievement Award y el de Excelencia en las Artes, del influyente Museo del Barrio de Nueva York, que además le dedicará una retrospectiva); publicó sus diarios de juventud en Francia (Tres inviernos en París, vital retrato de una artista de vanguardia adolescente entre la subyugación y el hambre) y, como si fuera poco, vuelve a exponer su serie de pinturas Frozen Sex, un infrecuente desvío hacia el óleo y cierta economía de recursos en una carrera signada por happenings delirantes y performances a escala industrial.
Realizados a comienzos de los años 70 en los Estados Unidos, estos retratos de órganos sexuales en clave ultra pop fueron censurados durante su exhibición original en nuestro país, durante la tercera presidencia de Perón, y ahora reaparecen en toda su gloria rosa chicle en la coqueta Galería Henrique Faria. Son, de hecho, las últimas pinturas que realizó hasta la fecha Minujín, quien siempre favoreció el arte efímero por sobre expresiones más tradicionales (lo "tradicional" en el arte explícitamente fálico de Minujín es, obviamente, relativo).
Vestida con su clásico uniforme artístico (mameluco blanco y obligatorios lentes de sol), Minujín habló con Infobae Cultura a minutos de la apertura de su nueva muestra para hablar sobre qué la llevó a realizar pinturas eróticas casi medio siglo atrás, por qué nunca le importó si su arte era bien recibido o no, y develó su nuevo -y costoso- proyecto vinculado a la realización del G20 en Argentina.
— Marta, ¿podrías empezar contando sobre el origen de esta muestra? Porque se trata de una serie de pinturas con historia.
— Esta es la tercera vez que se muestran. Expuse acá y también en Washington. La idea era glorificar los órganos sexuales, que empezarían a ser vapuleados por todo el mundo porque empezaba el SIDA, la "peste rosa", así que quise documentar penes y vaginas pero que fuese todo color rosa, color champagne. La gente lo que menos quería era ver órganos sexuales. A mí me parecía que había que enaltecerlos.
— ¿Y por qué la pintura? No es lo más representativo dentro de tu obra.
— Porque yo imaginaba esos órganos hermosísimos como flores, y los veía en el fondo de mi imaginación, pero no podía sacar una foto de algo que yo imaginaba. Sacaba fotos dentro de mi cabeza. Y rosa porque todo era rosa, la carne al horno es rosa, flesh. Porque si los ves son como pop, irreales. Entonces se me ocurrió hacerlos como eran las tapas de los paquetes de comida congelada, para que después la gente los tuviese en el living en la casa, se descongelasen y produjesen una sensación de erotismo.
—¿Hay algo de ironía en los cuadros?
— No, son eróticos, pero sutilmente.
— Cuando se exhibieron en Argentina la recepción no fue la mejor.
— Clausuraron la muestra el primer día. Pero había vuelto a la pintura después de 13 años de haber roto con ella.
— ¿Se vendieron esos cuadros? Son explícitos.
— Sí, sí, sí. Una pareja de Nueva York compró uno, Federico Klemm creo que también tenía, otra gente también. Porque en realidad son explícitos pero no tanto, es una abstracción. Además, ¿sabés lo que quería hacer? Retratar algo que nunca había sido retratado, como La Gioconda. Es decir, Miguel Ángel lo hizo pero en el David, pero no así solo.
— Y más allá de cosas similiares que se estaban haciendo por esos años, los desnudos de Tom Wesselmann o las películas eróticas de Andy Warhol eróticas, por ejemplo, tengo entendido que la liberación sexual de la época fue una de las inspiraciones, y también fuiste a sex shops y hasta tenías una amiga que era una trabajadora sexual.
— Es que siempre me interesó el mundo underground, y las prostitutas me interesaban como personajes, la fortaleza de esas mujeres me parecía algo fantástico. Entonces empecé a investigar, iba a los porno shops, pero yo los veía como una experiencia estética, no una experiencia humana; era algo más que humano, porque trascendía yo como persona para ver todas esas fotografías que después las reflejaba en un espejo interior.
— Vos venías de hacer arte psicodélico y llevar una vida hippie en los 60s, pero acá estás pop y en una ciudad muy señorial como Washington.
— Había abandonado todo y estaba con mi marido y mi hijo que tenía 7 años, muy tranquila en Washington. Pero al mismo tiempo hacía todos estos cuadros en una pieza muy chiquita, era como una cosa totalmente interior mía, que quería analizar el erotismo como una fuerza energética.
—¿Cómo sería eso?
—El arte tiene su propia energía, pero el erotismo también la tiene. Si se separa del cuerpo, se puede separar del cuerpo y esa energía sexual produce vibraciones.
— ¿Y el contraste de estar haciendo estas obras hiper sexuales mientras tu marido, tengo entendido, tenía un trabajo muy serio en la OEA, y viviendo en una ciudad tan conservadora?
— Terrible, terrible, sufrí horrores. Pero los que no quieren ver, no ven. Así que en los dos shows que hicimos ahí fue gente muy estructurada pero nadie se dio cuenta… Pensaron que eran abstracciones o flores.
—¿Es una constante en tu carrera eso, que no te entiendan?
— Sí, pero, ¿sabés?, nunca me importó que a los entendidos les gustase o no mi arte. Al contrario, cuanto más me criticaban, más fuerza tenía. El resentimiento me manda para adelante.
— ¿De dónde creés que viene eso?
— De que soy una artista total. Y sufrí las mil y una, pero siempre fui para adelante, siempre me sentí tan artista y tan fuerte que nunca me importó nada. Acá me combatieron muchísimo. Veinte, treinte años combatida, acá en la Argentina. Pero es lo único que tengo, si no tuviese esto ya estaría muerta. Porque a mí me encanta trabajar, estar todo el tiempo trabajando. Voy a mi taller y me meto ahí. Y voy a las ciudades no a hacer turismo, voy a trabajar.
— ¿Y en qué estás trabajando ahora?
— Ahora estoy preparando una ciudad imaginaria en el río sobre una barcaza para hacer acá, en el Río de la Plata, para valorizar el río. Porque acá nadie mira el río y es un potencial que tenemos. Entonces quiero hacer una barcaza inflable y después toda una ciudad imaginaria. Me gustaría hacerlo para cuando sea el G-20.
— O sea que para fin de año deberías tenerlo listo.
— Bueno, si consigo que me lo financien. Porque hay que alquilar esa barcaza gigante que está hecha en China. Siempre lo que hago es medio imposible.
— ¿Y cuál es el costo de un proyecto así?
— Este debe costar, mínimo, 100.000 dólares. Hacerlo no es tan caro, pero la barcaza cuesta carísima, ponerla en movimiento. Y después yo quiero que se deslice.
— ¿Y aun siendo Marta Minujin cuesta encontrar la financiación?
— ¡Pero por supuesto! Tenés que encontrar otro igual, find your equal. Tenés que encontrar un empresario que tenga la misma onda y ahí aparece otro rápido. Pero hay que encontrarlo.
—En una entrevista tuya de hace algunos añós decías que eras una genia pero que habías nacido en Argentina.
— Es que si me hubiese quedado en Nueva York estaría como Andy Warhol, en todos los museos del mundo y toda mí obra súper valorada . Tendría una prensa exorbitante. Pero yo no me quise quedar porque ya formaba parte de la École de New York, no quise ser como Ai Weiwei, que se quedó y se hizo ahí. Incluso había comprado una cosa que decía "Yo no soy una diva ni menos Marilyn / No me creo Picasso, soy Marta Minujín / Mi arte está en el mundo / Y siempre digo, ¿yo? made in Argentina, soy Marta Minujín". Porque, si lo pensás, las mejores obras las hice acá: La Menesunda, el Obelisco de Pan Dulce, la Torre de Babel, Find Your Equal… Lo que pasa es que no son obras que dan dinero, son obras para todos y yo no gané un centavo. Por eso no soy millonaria.
—Sacaste un libro hace poco, Tres inviernos en París, en el que además de narrar encuentros alucinantes, también das cuenta de muchas privaciones.
—Eso creo que nunca más lo podría hacer. Mirá, hasta los 40 años, o los 43 que hice el Partenón de Libros, nunca vendí nada, pero me saqué diecisiete becas. Me presentaba y las sacaba, y vivía con las becas. Pero he sido extremadamente pobre, extremadamente. Como vivir en un lugar horrible con agujeros en el piso, ratas, dormir en bolsa cama. En París no tenía para comer, entonces comía pan duro y queso, volvía a la Argentina -porque la beca siempre se paga ida y vuelta- y acá me reponía y volvía a ir. Después me enfermé gravemente porque no tenía plata y comía en los peores lugares. Sin embargo, fui feliz, porque hacía lo que tenía que hacer.
— Y ahora cuando volvés a París…
— Ahora quiero hoteles cinco estrellas solamente.
"Frozen sex", de Marta Minujín, se puede ver en la Galería Henrique Faria (Libertad 1630) hasta el 4 de julio.
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