Cuando a mediados de 2017 se presentó en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) el segundo libro de Florencia Werchowsky, Las bailarinas no hablan, los pasillos del máximo teatro argentino se llenaron de humores y rumores cambiantes: que las autoridades estaban enojadas, que no sabían de la presentación, que 'esta chica ni siquiera es bailarina'. La mayor parte de los comentarios, y de los humores, provenían sin embargo de un marcado desconocimiento: nadie había leído aún el libro y temían, como se teme en los espacios burocráticos más que en los epicentros de la cultura, que se hablara mal del ballet, de los bailarines y del Colón. Nada más lejano.
La segunda novela de Werchowsky -la primera, también con reminiscencias autobiográficas que alimentan su universo narrativo y sus ficciones, fue El telo de papá– es, como señala ella, un acto "celebratorio" de aquello que vivió de cerca cuando aún era una niña y viajó desde el sur argentino a la Capital, para formarse en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Allí, con esfuerzo y empeño, llegó a bailar con grandes figuras de la danza argentina y mundial -de Paloma Herrera a Herman Cornejo– y, tras un breve paso por la danza profesional, dejó los escenarios para volcarse al mundo de la palabra: periodismo, publicidad y literatura.
blockquote class="twitter-tweet" data-width="550">LOS BAILARINES SE EXPRESAN A TRAVÉS DE SU VOZ POR PRIMERA VEZ EN EL CETC
La escritora Florencia Werchowsky, ex alumna del ISA, ex bailarina del Colón y autora de la novela nos cuenta sobre Las bailarinas no hablan. Entradas a $220 para las funciones en https://t.co/QnXCgduLdL. pic.twitter.com/VpircIw4X5— Teatro Colón (@TeatroColon) May 14, 2018
Quizás sea allí, en ese universo que choca de frente con el mutismo de los bailarines -que jamás hablan en escena, cuyo lenguaje único es el de los movimientos gráciles y delicados- haya acuñado la idea de contar el mundo que había vivido y que, lejos de todo realismo y en versiones estereotipadas, llega al mundo distorsionado. Con esa riqueza, la de lo vivido e interpretado más las ganas de contar algo más o menos oculto, Las bailarinas no hablan llega en su versión escénica, con adaptación de la autora, asistencia coreográfica de Luciana Barrirero, asistencia artística de Paula Pichersky, composición musical de Diego Voloschin, y preparación vocal de Bárbara Togander, al escenario del CETC, para descorrer el velo y mostrar lo que no se conoce del mundo del ballet.
-¿Qué cambió desde que pasaste por el ISA a hoy?
-El reencuentro me encontró más cambiada a mí que al sistema. Lo que siento al compartir horas de trabajo en el buffet del Colón es muy diferente a lo que sentía antes. Ahora soy adulta. Me da la sensación de que, aunque sigue habiendo una disciplina rigurosa, noto todo saludablemente más relajado. Y sentí que los chicos, los alumnos del ISA, están emocionalmente más formados que en mi generación, que están más preparados y tienen más herramientas para defenderse en un mundo que a veces puede ser hostil para los niños.
Las imágenes comunes y pop -por popularizadas y por consumidas- de los bailarines son, a grandes rasgos, las que pueden verse en escena -mágicas, luminosas, bellas- o las que nos acercaron productos culturales como El Cisne Negro, la película de 2010 que dirigió Darren Aronofsky y que le valió el Oscar por su protagónico a Natalie Portman, dramón centrado en la vida sufrida y esforzada de una superestrella del ballet.
O bien aquella sátira, pero también centrada en el padecimiento, que Los Simpsons dejan cuando Lisa se hace bailarina de ballet -temporada 19, capítulo 15, año 2008 en Estados Unidos-. La realidad, sin embargo, es mucho más rica y compleja, y allí reside la fortaleza narrativa y compositiva de Las Bailarinas no hablan, en cualquiera de sus dos versiones, novela u ópera.
La búsqueda de Werchowsky se aleja de ellas por dos motivos: primero porque, pese a tener en una niña y su desarrollo el centro del relato, desenfoca la idea del ballet como un universo o bien mágico o bien demoníaco. Más bien, habla del universo del ballet como lo que es: un trabajo, artístico, pero trabajo al fin. Y de la vida alrededor del ballet y de la formación de los mejores bailarines -aquellos que pasan por el ISA y se desviven por un rol central en las puestas en el escenario principal del Colón- detrás del telón y del imaginario colectivo. Se observan entonces las relaciones sociales, las preocupaciones laborales, los dramas amorosos, las inseguridades y sufrimientos también, pero no ya desde la idea de personas alejadas de las complicaciones cotidianas de cualquier ser humano.
El segundo elemento es -y esto sobresale más en la versión escénica que estrenó ayer en el CETC- la ruptura con la idea del baile como un trabajo individual y del bailarín como un ser competitivo y aislado de los otros bailarines. Hay rencillas y rivalidades, envidias y deseos, pero nada que no ocurra en cualquier otro espacio de trabajo en grupo. El baile es, como todo trabajo, un ámbito coral, de múltiples esfuerzos y que involucra a muchas personas. Y se sale de la constelación de estrellas que se supone cuando se habla de ballet para ubicarse en todos los cientos y miles de bailarines que no llenan marquesinas con sus nombres.
"Esta obra celebra a los trabajadores del ballet. A esos que se esfuerzan, que son apasionados y grandes artistas más allá de las grandes estrellas y los primeros bailarines", refexiona Werchowsky ante Infobae Cultura.
Para mostrar el mundo del ballet detrás de escena, entonces, elige representar el día a día cargado de rituales cotidianos y nimiedades, de trivialidades y hechos que podrían considerarse poco artísticos (el peinado, los ensayos, las clases repetitivas, los profesores corrigiendo y el lenguaje rítmico, la nomenclatura francesa, el cuchicheo entre pasillos, las preguntas que atormentan: ¿tenés ART?, ¿cuándo vence el contrato?, ¿cuánto cobrás? ¿qué rol te tocó?) pero que, a su vez, son volcados en escena y acaban siendo el elemento artístico por excelencia. Cualquiera que haya pasado por los pasillos del Colón detrás de escena, que haya caminado esa inmensa burocracia que se yergue sobre la maquinaria artística de uno de los teatros de producción más importantes del mundo, sabe que estas son las verdaderas voces de los bailarines.
Y el acierto de que sean los propios bailarines del Cuerpo de Ballet Estable del Teatro Colón -una selección minuciosa de algunos de ellos- los que representen la pieza es alumbrador. Iluminan, con la fuerza de sus experiencias personales silenciadas, aquello que vibra en la ficción que se escenifica después. Y le prestan su voz a los ritmos y al lenguaje oculto del ballet -de ritmos, palabras en francés y demás-, ese que, normalmente, se apaga cuando se abre el telón y empiezan las funciones. El lenguaje que queda fuera de escena en el ballet es el eje principal de Las bailarinas no hablan, acompañado con la música en vivo de Togander, Voloschin y Ezequiel Finger.
"Me interesó llevar estas lenguas a un sistema y catalizarlas en el idioma de una obra. No podían ser otros más que esos bailarines quienes cantasen porque son los que dominan esas lenguas que yo también conozco por haber sido bailarina", explica la autora.
Queda retomar, a la luz de la realidad, la noción de aquellos rumores y humores que se ceñían sobre la idea de que el libro de Werchowsky se presentara en el Colón. Es cierto que no es común que un teatro reflexione sobre lo que ocurre detrás del telón a través de las obras que allí presenta, pero siendo el teatro más importante de la Argentina y que consume un tercio del presupuesta cultural de la Ciudad, ¿no es acaso interesante que permita entender más sus lógicas y funcionamiento?
En diálogo con Infobae Cultura, Miguel Galperín, director del CETC, señala que el Colón debe dialogar con el público en forma constante y haciendo equilibrio entre la preservación de un repertorio clásico y las apuestas novedosas. Explica que la obra de Werchowsky es impensable en otro espacio y rescata la novela porque "además de reflexionar sobre el teatro y su universo, lo pinta de un modo muy adorable". Y cree que también cumple con el mandato institucional de seducir nuevos públicos, forjar creadores artísticos y desarrollar una novedad estética: "Se acerca gente nueva porque unifica al CETC con el universo del ballet, desarrollamos una persona como Florencia que es una interesantísima y joven coreógrafa, y es de la casa; y, finalmente, en el escenario se ve una sensibilidad que genera algo nuevo".
Galperín conoció el trabajo de Werchowsky durante el paso de la autora por la beca de la Fundación Williams, en la que se desarrolló la adaptación de la obra a la luz de talleres con maestros de renombre mundial como Heinner Goebbels y Oscar Strasnoy. Allí vio en la pieza el potencial para dialogar con el público y reconoce especialmente la claridad narrativa que tiene en detrimento del lenguaje críptico que a veces se atribuye a lo experimental.
Las bailarinas, entonces, sí hablan. Y tienen mucho para contar.
*"Las bailarinas no hablan" puede verse el domingo 20 a las 11, viernes 1 y miércoles 6 de junio a las 20 en el Centro Experimental del Teatro Colón.
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