"Prohibido prohibir" no es una contradicción retórica ni una fachada distraccionista e infantil. Se trata, más bien, de una aproximación lúdica para pensar un mundo más allá de su enlatado sentido común —Michel Foucault en su libro de 1966, iLas palabras y las cosas/i, daba cuenta de la arbitrariedad de los sistemas de reglas— que oprime y oprime. En una pared de París, esta frase graffitteada fue símbolo de la pulsión de una generación: los tiempos donde el mundo parecía quebrarse.
"El año 1968 fue un momento de amplia agitación social y política que excede el caso francés", explica Moira Cristiá, doctora en Historia y Civilizaciones e investigadora del CONICET, en diálogo con Infobae Cultura, y continúa: "La centralidad de París en el imaginario referido a la 'cultura occidental', su aura de 'ciudad luz', meca de las artes y la cultura, así como su pasado revolucionario o combativo (no solamente referido a la Toma de la Bastilla en 1789 y sus consecuencias, sino también a otros fenómenos como la Comuna de París en 1871 o la resistencia a la ocupación nazi en los años cuarenta) no dejaron de condicionar fuertemente la percepción contemporánea de las revueltas de fines de los sesenta".
Durante varios siglos, París fue el centro de la escena mundial. No sólo política, también culturalmente hablando. La revuelta estudiantil y obrera de 1968 dio lugar a la resurrección de una París inquietante que supo condensar otros acontecimientos similares que sucedían alrededor del globo. Pero, ¿qué ocurrió realmente en aquel mes de mayo en la capital francesa?
Una revolución humana universal
Culturalmente, había una ebullición más que llamativa. Los beatniks y los hippies eran movimientos que se acercaban a su plenitud. La cultura de masas se instalaba fuerte, el consumismo también y aparecía la juventud como grupo etario claramente definido. Allí caló profundo la Revolución Cubana por un lado, y el maoísmo por otro, dos modelos marxistas que prometían algo más innovador que el estatismo soviético. Atrás quedaban la Segunda Guerra Mundial y el fascismo. Eran nuevos tiempos; eso se respiraba.
Los aires globalizantes de la época mostraban un doble filo para los gobiernos de los países centrales: la sociedad los cuestionaba y se movilizaba. Francia estaba en guerra con Indochina y con Argelia, colonias que buscaban la independencia. En octubre de 1961, la Policía Francesa Antidisturbios mató a 200 argelinos que se manifestaron pacíficamente en París y, al año siguiente, hubo nueve muertos en una manifestación en la estación de Charonne. Es entonces cuando la figura del presidente Charles de Gaulle comienza a resquebrajarse.
Hay otro punto importante, lo marca Cristiá: "En 1967, la muerte del Che Guevara en Bolivia había impactado en las juventudes de distintos países, convirtiéndose en un símbolo del compromiso político internacionalista. Ícono que acompañaba banderas contestatarias en diferentes latitudes, el Che también aparecía visualmente en el escenario francés de ese momento encarnando las fuerzas progresistas".
La clase obrera venía exigiendo mejoras laborales desde hacía rato con varias huelgas y en diversos sectores. En 1964, por ejemplo, hubo paros en Renault con la consigna "Queremos tiempo para vivir". Finalmente, los movimientos estudiantiles y obreros terminaron confluyendo porque, si bien todo empezó en la Universidad de Nanterre, siguió en el Barrio Latino y en La Sorbona, el asunto se aceleró con la Huelga General del 13 de mayo. La respuesta unilateral por parte del gobierno fue la represión. De esta manera se dio el conflicto.
Lucía Álvarez, periodista y socióloga, acaba de publicar iMayo 68: la revuelta francesa y sus huellas en la Argentina/i. "Lo que pasaba en Francia —explica en diálogo con Infobae Cultura—, pero también en Estados Unidos, Alemania o Italia, generaba entre los jóvenes latinoamericanos la idea de estar frente a la posibilidad de una revolución humana universal, como decía el escritor mexicano José Revueltas".
Influencias y lejanías con América Latina
Cuando el Mayo Francés estalla, América Latina, dice Moira Cristiá, "se encontraba en un proceso de efervescencia significativo". Argentina también: una dictadura arrebató la democracia, pero los movimientos obrero y estudiantil se erigían como lanzas hasta que, en 1969, un año después del Mayo Francés, llegó el Cordobazo, una insurrección popular liderada por sindicalistas combativos que se extendió en diferentes ciudades del país bajo la forma de puebladas.
"Sería un error hablar de una influencia directa del Mayo Francés —explica Lucía Álvarez— o pensar que los argentinos o los latinoamericanos buscaban en Francia un modelo para la acción. En Argentina, la juventud más politizada, vinculada a la izquierda marxista o peronista, estaba sobre todo abocada a la propia realidad nacional, una realidad marcada por el autoritarismo político, el conservadurismo cultural, la proscripción. Si algo de ese mundo influía más directamente en ellos eran los procesos latinoamericanos, la experiencia cubana, el foquismo, la teoría de la dependencia. Incluso, a veces, por la voluntad bastante extendida de pensar a la Argentina en un mapa tercermundista, esos jóvenes tomaban distancia de las experiencias europeas".
Suele pensarse la veta política del Mayo Francés pero no tanto la artística. ¿Cómo repercutió aquel movimiento en el cine, por ejemplo, de este lado del Atlántico? Mariano Mestman es doctor en Linguística e investigador del CONICET y hace dos años publicó el libro, junto a otros investigadores, titulado iLas rupturas del 68 en el cine de América Latina/i.
"La idea era descentrar un poco la mirada 'eurocéntrica' sobre el 68", le dice a Infobae Cultura y ejemplifica: "Para los casos de Argentina, Brasil y México, donde había existido una industria cinematográfica previa muy extendida contra la cual el cine del 68 venía a romper, se pudo establecer bien esa doble dimensión de las rupturas: la diferenciación entre los grupos de cine y los films más políticos y aquellos más experimentales y contraculturales".
"Pero más allá de las particularidades locales, nacionales y continentales —retoma Moira Cristiá—, en un contexto de aceleración de las circulaciones de imágenes e ideas que favoreció las mutuas influencias, las revueltas en ese corazón de Europa en 1968 contribuyeron a la sensación de que la revolución estaba en marcha, que la transformación social y política anhelada por amplios sectores era inevitable". Incluso acá.
Lo que pasó después
La mejor lectura del Mayo Francés no es la de una revolución, porque las estructuras se sacudieron pero no se dieron vuelta. Sin embargo hubo logros: mediante los Acuerdos de Grenelle, la CGT (Confederación General de Trabajadores) consiguió el aumento del salario mínimo un 35% y más días de vacaciones, entre otras conquistas, De Gaulle terminó cayendo un año después y los estudiantes se transformaron en un actor político capaz de torcer el rumbo de un país.
"El Mayo francés fue la faz más espectacular de un evento global". El que habla es Horacio Tarcus, doctor en Historia y director del Cedinci (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina). Y continúa: "La irrupción en distintas ciudades del mundo (en París y en Praga, en México y en Buenos Aires, en Berkeley y en Milán) de una nueva generación que venía a desafiar a diversos gobiernos autoritarios, antiguas jerarquías, valores anticuados e hipócritas, partidos envejecidos. La rebelión francesa fue más espectacular porque se expresó a través del tamiz del surrealismo y del situacionismo, visible en los grafitti y los célebres afiches; porque fue impulsada por una izquierda radical que supo desafiar con humor y con valentía al antiguo régimen gaullista así como a los viejos partidos de la izquierda; porque reactivó una tradición viva en la historia francesa: las barricadas populares en los barrios de París. El carácter lúdico del Mayo francés contrasta con la tragedia de Tlatelolco, en México, pero ambos son parte de un mismo momento y un mismo proceso mundial".
"Mucho se criticó a la generación del Mayo francés —continúa Tarcus—, incluso en los años inmediatos a su eclosión, por no haber formulado un programa viable, por no haber estado a la altura de las circunstancias en el momento en que el gobierno de De Gaulle parecía más desconcertado, por no haber creado una opción de poder. Sin embargo, el movimiento de Mayo nunca se propuso tomar el poder, ni mucho menos asumir el gobierno de Francia. Su programa era 'utópico', en un sentido contracultural: consistía en revelar, con acciones callejeras y humor corrosivo, la distancia entre la política y la sociedad, entre la moral y las costumbres, entre los partidos y los ciudadanos reales, entre los sindicatos y los trabajadores, entre la República y la democracia, entre consumo y felicidad. En ese sentido, el Mayo francés fue exitoso, no sólo porque empujó a su fin a la vieja república gaullista, sino que modificó las costumbres, los códigos morales, la vida de la propia sociedad francesa: en los años posteriores a 1968 las mujeres consiguieron conquistas que fueron en gran medida una deriva del Mayo: el derecho al aborto legal y seguro, igual salario por igual trabajo, el derecho a tener una cuenta bancaria a su nombre… La sociedad se hizo más laica: cuando Sarkozy llegó a la presidencia con la consigna 'liquidar la herencia del Mayo francés', Daniel Cohn-Bendit, el famoso 'Dany el rojo' de las jornadas de Mayo, le señaló una paradoja: el propio presidente era un producto del Mayo del 68: antes de ese acontecimiento, ¡Francia nunca hubiera aceptado un presidente dos veces divorciado!"
En ese sentido, la socióloga Julie Pagis asegura que el Mayo Francés "dio un espaldarazo al feminismo". No sólo por la enorme participación de las mujeres en la revuelta, sino también porque con la Ley Veil la despenalización del aborto se logró en 1975, siete años después. Algo impensado si el Mayo Francés no ocurría, porque que hasta 1942 el castigo por abortar era la pena de muerte.
En su nuevo libro, Álvarez habla del Mayo-acontecimiento y del Mayo-representación. "Elegí esas categorías —le cuenta ahora a Infobae Cultura— para dar cuenta de la sobrecarga a la que estuvo expuesto el acontecimiento. Ya en diciembre de 1968 se habían escrito en Francia más de 50 libros sobre el tema, y por eso, los sesentayochistas denunciaban ese verano: 'quieren desechar una sublevación tan inquientante aplastándola bajo una pila de libros'. Esa proliferación que el acontecimiento despertó casi inmediatamente nunca se detuvo. Al contrario, Mayo del 68 se fue consolidando como una pieza de controversia y un objeto de consumo cultural. Y lo más curioso en ese proceso es que mientras más crece el mito, más se borra el acontecimiento histórico. El ejemplo más evidente de esta operación es que casi nadie recuerda que fue una revuelta de estudiantes pero también fue el paro obrero más importante de la historia de Francia".
La espuma de una ebullición
¿Cómo se lee desde este presente el Mayo Francés? ¿Qué quedó de aquellos tiempos convulsionados y transformadores, hoy? "En la coyuntura actual de expansión y ascenso de las derechas (liberales, conservadoras, nacionalistas) en distintas regiones, pensar la herencia de los acontecimientos de mayo de 1968 es una tarea compleja", dice Moira Cristiá.
Así continúa la investigadora: "A pesar de su innegable importancia, es evidente que el Mayo Francés quedó instaurado como un hito, mitificado y a menudo romantizado por distintos actores sociales que lo sitúan como un punto de quiebre indiscutible. En la actualidad, la sociedad francesa se encuentra atravesando una fuerte movilización en reacción a las medidas que aspira a impulsar el gobierno de Emmanuel Macron. Con numerosas universidades ocupadas, un sólido calendario de huelgas de los trabajadores ferroviarios y la denuncia de la represión de los 'zadistas' de Notre-Dame-des-Landes (ocupantes de los terrenos próximos a Nantes en los que se planeaba construir un aeropuerto), Francia experimenta un nuevo ciclo de protestas que genera ciertas reminiscencias de aquellos acontecimientos de 1968".
Para Horacio Tarcus, "Mayo del 68 fue un movimiento emancipatorio, liberador, libertario. Al menos, así lo entienden los sectores progresistas de la sociedad francesa. Para los sectores conservadores, en cambio, fue el principio de la decadencia francesa, el inicio de la pérdida de autoridad de las viejas instituciones y de la decadencia de los antiguos valores nacionales".
"En términos interpretativos, se suelen pensar los efectos de Mayo en dos grandes corrientes", dice Lucía Álvarez, y sigue: "Una más reivindicativa, supone que Mayo del 68 anticipó o permitió un conjunto de transformaciones en las relaciones sociales y sobre todo, que modificó de raíz la relación entre política, sociedad y cultura. Una fuerza democratizadora y antiautoritaria, la inauguración de una nueva lógica política que rechaza cambiar el mundo a través de la toma del poder porque impugna al poder en sí mismo. Y del otro lado, una corriente conservadora o liberal, ve en Mayo una contrarrevolución exitosa, como lo llamó el propio Regis Debray en el décimo aniversario de la revuelta, o incluso peor, supone que Mayo fue una anticipación de nuestro tiempo: una expresión del individualismo posmoderno, la destrucción de los grandes relatos, de los grandes sujetos históricos. Esa mirada suele reducir el acontecimiento a una explosión juvenil, culturalista, casi hormonal. Esa mirada es la que, creo, tiene más peso en la actualidad".
En la reedición de iMayo del 68: Por la subversión permanente que acaba de salir/i, Raphaël Glucksmann —lo escribió en 2008 junto a su padre, el filósofo André Glucksmann, fallecido en 2015— realiza un nuevo prólogo. Allí dice: "Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar individual". Quizás de eso se trate al fin de cuentas: de salir del narcisismo individualista que propone esta época, y entender que es posible un mundo distinto.
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