Quienes leen tienden a pensar que algunos libros tienen influencia sobre su época y sobre el futuro. Como ejemplo se puede citar la objeción que Borges le hacía al Martín Fierro: "un gran libro ha ejercido una mala influencia sobre este país, pero eso no lo digo contra Hernández , sino contra el modo de encarnar y cómo se ha leído. Un soldado desertor, prófugo, asesino, borracho, provocador. Por este motivo se ha elegido mal en poner el Martín Fierro como libro ejemplar; si hubiéramos elegido el Facundo, de Sarmiento, donde está planteado el dilema civilización o barbarie, hubiera sido mejor para el país y nuestra historia habría sido distinta". Carlos Gamerro dedica un libro reciente a imaginar qué hubiera pasado si el Facundo se imponía como libro fundacional.
La reciente edición de la Academia Argentina de Letras de Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla señala a otro de los grandes libros que se escribieron en la Argentina durante el siglo XIX. Quizá corridos los siglos podría ser que se convierta en el clásico fundador de nuestra literatura.
El libro es puro deleite. La gracia de quien narra, al ritmo de permanentes digresiones, la descripción amable e irónica de las costumbres del indio, que lo llevan a decir "alguien ha dicho que nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que barbarie refinada". Habrá quien piense que mi pronóstico de que a la corta o a la larga la Excursión será más leída y sentida que los otros dos grandes libros del siglo XIX, es aventurada y arbitraria. Cómo no. Es de desear que se sigan leyendo los tres, por los siglos de los siglos. Pero hay algo en el libro de Mansilla que podría justificar lo dicho: entiende mejor la peculiar historia de la relación entre los civilizados y los salvajes, el contraste entre los ambientes y los personajes bárbaros y el clubman locuaz y sofisticado que hace el relato.
Otra diferencia de la Excursión con los libros de Hernández y Sarmiento es que, a diferencia de estos, Mansilla parece no haber tenido un propósito, menos aún, un gran propósito. Se sospecha que lo que movió a Mansilla a escribirlo fue justificar el acuerdo de paz que firmó con los indios sin permiso de sus superiores. Y se sabe que no le daba especial importancia a esas cartas que salieron en la La Tribuna. Tuvo que ser su amigo Varela quien se hiciera cargo de publicarlo.
Recordemos la historia de esta hermoso libro: Mansilla apoyó con fervor la candidatura de Sarmiento a la presidencia. Cuando este ganó las elecciones, esperaba un ministerio pero al parecer la respuesta fue: "¡Usted, ministro! Nos tildan de locos, a usted menos que a mí. Juntos seremos inaguantables…" Le restituyeron el mando del que había sido despojado en el Paraguay, y lo destinaron en Río Cuarto como comandante de fronteras.
Escribe con melancolía: "En este momento de mi vida represento el papel de un concurrente que no halla lugar, ni de pie, en la gran representación política que él mismo ha organizado". El 30 de marzo de 1870 Mansilla inicia su excursión Tierra Adentro, a las tolderías ranqueles. A su regreso se entera de que ha sido sumariado por mandar a fusilar a un paisano a quien le habían prometido un indulto. No había sido así, el gobierno le creyó pero ordenó un sumario.
El ministro de Guerra era Martín de Gainza, quien recibió una larguísima carta, con tono altivo, casi insolente, en la que el sumariado refiere la historia y circunstancias del fusilamiento. Su justificación era atendible y pudo haber salido bien librado, pero como estaba ofendidísimo, cuando lo llamaron para informar, presentó por toda justificación una copia de la carta confidencial a Gainza. Lo destituyeron otra vez y lo privaron de su sueldo. Había regresado a Buenos Aires e, incapaz de permanecer ocioso, se puso a escribir un relato de la excursión que el diario La Tribuna empezó a publicar en forma de folletín.
El público siguió apasionadamente las cartas que fueron apareciendo pero de repente la publicación se interrumpió. Su amigo Héctor Varela, Orión, quiso salvar del olvido el relato y lo reunió en un volumen que apareció con cuatro cartas que no habían aparecido en La Tribuna y un epílogo.
Da la impresión de que la idea de que los indios fueron exterminados ha dejado de ser una verdad absoluta. De ese malentendido han surgido numerosos malentendidos y quizá llegue un momento en que algo del espíritu del indio que vivía en el territorio, mezclado con los primeros pobladores, convertido en gaucho y soldado de línea, reaparezca con algo para decir sobre nuestra idiosincrasia. El suizo Meinrado Hux, principal estudioso y difusor de las culturas aborígenes, lo dice así: "Quizá sea hoy cuando habría que estrechar las manos con los descendientes de aquellos héroes del desierto para decirles: Hermanos, construyamos juntos un futuro mejor, reparando muchos errores".
La historia de las ediciones es curiosa. Después de la publicada por su amigo Orión en 1870, la segunda edición apareció en Leipzig en el año 1877, en una colección de autores españoles. La tercera fue publicada veinte años después de la primera por Juan Alsina, en 1890. Llevaba prólogo de Daniel García Mansilla. Se toma a esta tercera como definitiva. Desde entonces han aparecido numerosas reediciones con diferencias de texto. Sorprende que no hayan sido tantas, como el valor del texto merecería.
Una rara, difícil de encontrar es la publicada en Nueva York en 1883. Menciono algunas que se destacan: la que publicó el Fondo de Cultura Económica de México en 1947. La colección Robin Hood publicó una edición condensada. La Sociedad de Bibliófilos realizó una lindísima edición en dos tomos ilustrados por Roberto Páez en la década del 70, fueron sólo 90 ejemplares. En 1989 Emecé publicó una cuidada versión con el siguiente epígrafe: "Esta edición ha sido realizada por iniciativa y con apoyo de la señora María Rosa Bemberg, quien la dedica a su madre, doña Jovita García Mansilla de Bemberg, descendiente del autor por vía colateral, siempre interesada por los temas argentinos". Cuánto cuentan estas escasas palabras. Últimamente, la editorial Terramar publicó una edición no muy linda pero con un gran prólogo de María Moreno, una fanática de Lucio Vé.
Ahora aparece una muy cuidada edición de la Academia Argentina de Letras al cuidado de Norma Carricaburo y Francisco Petrecca. Celebramos el hecho con una objeción, el libro viene acompañado por un dvd interactivo que incluye el texto digitalizado y numerosa documentación, imágenes, glosario, toponimia y una enorme cantidad de notas y apostillas. Queda la duda de la vida útil que tendrá ese disco. ¿De qué estoy hablando? Los libros son lo opuesto a lo útil. Quizá debieran haber invertido el dinero de los dvds en un cuadernillo coloreado o parea colorear.
Nació en Buenos Aires en 1831, y murió en París, donde había vivido casi ininterrumpidamente sus últimos veinte años, en 1913. Su vida fue novelesca: era sobrino de Rosas, hijo de un general prócer; ya adolescente fue fletado a Oriente y Europa por haber sido pescado leyendo a Rousseau, su padre le encargó tratar algunos negocios, cosa que no hizo; a la caída de Rosas su familia se trasladó a Europa, donde el joven inició una carrera de grandes éxitos sociales.
Escribe Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos: "De regreso en Buenos Aires, se inició en la política, donde no obtendría más que frustraciones, durante toda su vida conservó esperanzas de llegar a la presidencia de la Nación, pero conspiró en contra su propia falta de constancia y su carácter algo alocado e imprevisible. En los últimos años, los distintos gobiernos ante los que se postulaba no veían modo más eficaz de sacárselo de encima que enviarlo en misiones (casi siempre vagas, de investigación o información). Su residencia en París se fue haciendo más y más constante, alternó en círculos de la alta sociedad, particularmente el grupo del conde de Montesquiou (otro frecuentador del conde, Proust, conocía a Mansilla, a quien menciona en alguna carta). Su diario debió llevar prólogo de Verlaine, quien murió ese año sin poder escribirlo".
El nombre de Mansilla es una contraseña para un numeroso y distinguido número de lectores que lo adoran. Y no se puede decir que sea poco leído. Una de las mejores editoriales independientes, Santiago Arcos, lleva ese nombre -presumimos- en homenaje al corresponsal de la excursión. Y quizá la más vital de las revistas culturales se llama Mancilla, con ce. El nombre juega con los sentidos, de mancillar por mancha y también por Lucio Vé.
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