Por Natalia Rozenblum
Gonzalo Heredia juega con nosotros. Adopta otros nombres y tiene otras familias, pero nosotros sabemos de su mujer y de sus hijos, los vimos en las revistas. Gonzalo Heredia se mueve por el escenario y por la pantalla tan cómodo que a veces le creemos que esa es su vida. La confusión termina cuando se nos cae un poco de helado en el sillón o la persona de una butaca de adelante se olvidó de apagar el celular. Gonzalo Heredia se convierte en personajes escritos por autores de televisión y de teatro, los encarna, se transforma y asume sus palabras.
¿Pero qué pasa cuando es él el autor de una novela? ¿Hasta qué punto esta vez vamos a aceptar que se trata de una ficción cuando elige un protagonista que es actor y que tiene su mismo nombre pero tachado? ¿Quién es el verdadero Gonzalo Heredia?
iConstrucción de la mentira/i entrama la vida personal de Gonzalo Heredia, donde se supone que debe aparecer lo auténtico, con el mundo de la actuación que asumimos como falso. Sin embargo nada es lo que parece y en ambos universos vemos cómo se despliegan las máscaras cotidianas que el personaje usa, sin que llegue a reconocerse profundamente en ninguna. Esto le provoca una angustia que se traduce en palabras, como si el lenguaje pudiera extirparla o al menos hacerla más leve. Okay, este también soy yo, y este también puedo ser yo, y este otro también, mientras disecciona su pensamiento en busca de una respuesta.
En paralelo a su propia construcción, las otras relaciones se van deconstruyendo. La cotidianeidad con su mujer Be, llena de desencuentros y silencios que parece desmoronarse al mismo tiempo que el personaje público se saca fotos, pero que siempre vuelve a encontrar una red. Es un amor que está dispuesto a fingir con tal de seguir adelante. Cuando ella tiene un atraso él le dice que eso le da mucha felicidad, pero como se le pegó el tono de la telenovela Be no le cree.
También se deconstruye el vínculo con su hijo a quien no termina de entender y frente a quien actúa como el padre divertido, el creativo o el ogro. Es un esfuerzo consciente. Gonzalo Heredia cree saber lo que hace frente a los otros para que lo vean de determinada forma. Incluso dice: "Siempre creí que mi gran cualidad es que puedo engañar a cualquiera, puedo hacerles creer a los demás que soy como quiero ser y no como realmente soy. ¿Pero es realmente así o los demás me están engañando a mí y nadie (…) es lo suficientemente sincero para decirme que no me esfuerce tanto, que se me nota que siempre estoy actuando?". Es una apreciación en un buen día del personaje, un día en el que cree saber cómo es realmente. Pero eso no ocurre en la mayor parte de la historia donde ni siquiera sabe si se maneja de un modo natural en la vida.
Esos interrogantes que aparecen, van pujando desde el fondo hasta encontrar la superficie y nos obligan a los lectores a mirar hacia adentro. ¿Quiénes somos? ¿Para quiénes nos construimos? Creo que es muy difícil salir ileso de un texto que interpela de ese modo.
Así que acá estoy, herida por la historia de Gonzalo Heredia que vuelve a tocar en uno de esos lugares que nunca cicatrizan del todo. Me refiero a la propia identidad y con esto no quiero ponerme ni solemne ni filosófica, porque una de sus virtudes es provocar estos cuestionamientos con situaciones muy sencillas, como cuando el protagonista está en la sala de espera del aeropuerto de Paraná. Dice: "Se anuncia el vuelo a Buenos Aires. Be y el nene me esperan en casa. Mañana grabo muy temprano. Estoy exhausto. Se me para una chica enfrente y me pregunta si yo soy alguien, si se puede sacar una foto". Si yo soy alguien, dice literalmente el personaje. Y yo pienso: con qué liviandad usamos las palabras.
Este es el final de un viaje en el que fue a hacer presencias a boliches en pueblos de Córdoba. El que lo lleva de acá para allá en un auto muy limpio porque tiene canje con un lavadero se llama Roger. Roger envuelve todo con su verborragia, apenas hay un espacio para la soledad de Gonzalo Heredia que imagina lo que estarán haciendo Be y su hijo mientras él duerme en hoteles de ruta, cinco estrellas con olor a desinfectante y botellas con cebo de vela derretido. Cuando llegan al primer boliche, Roger dice: "Vengo con el artista", así que aparecen tres policías que lo escoltan, le ponen la capucha y lo hacen entrar con la cabeza gacha. Con los ojos fijos en el piso ve pasar, entre otras cosas, vasos, botellas y el "agua negra de las pisadas como huellas dactilares de las zapatillas". Su cuerpo se convierte en un lugar impropio que cualquiera toca y sacude. Le agarran el culo, se le tiran encima, hasta que se saca la capucha y el payaso sale de la caja de sorpresa con una sonrisa. Él cuenta una escena así: "Ella es la hija del dueño, me dice Roger y me señala a una gordita de pelo negro ondulado largo, ojos vivaces, nariz chata y dientes desparejos. Le sonrío. Se me para adelante dándome la espalda, me agarra los brazos y se los pasa por la pelvis. Posa para la foto. Mirá para allá, me dice y señala a un pibe que sostiene un celular blanco. Sonreí, me ordena, pero mostrá los dientes, dale. Fogonazos. Mira cómo quedó la foto. Se enoja porque no sonreí. Dice que en la próxima le dé un beso en el cachete. Y yo lo hago. Obedezco. Para eso vine, en definitiva".
El viaje es uno de los momentos más logrados de la novela. Cuando tuve que elegir algunas citas me daban ganas de transcribir todo el capítulo, porque está lleno de detalles singulares que pintan con sutileza ese universo que se contrapone con el imaginario que tenemos. Sin dudas uno siente el eco de iAlgo supuestamente divertido que jamás volveré a hacer/i de Foster Wallace, a quien sabemos que Gonzalo admira. Ese crucero de lujo es acá el mundo del espectáculo, la fama y la belleza, que encuentra su revés a lo largo de las páginas no solo en la interioridad de Gonzalo Heredia, el entretejido de lo que siente y lo que piensa, sino en los momentos que transcurren en el set de grabación. Escenas de un culebrón que interrumpen la narración para sumergirnos en un nuevo plano ficcional, de modo que son muchos los niveles que construye la historia.
Gonzalo Heredia juega con nosotros, ya lo dije, pero no somos las únicas víctimas. También le hace el juego a otros actores y actrices que siguen impostando aun cuando las cámaras ya se apagaron. Su contrafigura es Julián López, un actor reconocido y pedante que lleva el nombre de un gran escritor. Nuestro protagonista no responde cuando Julián López le pregunta algo como si fuera su asistente o meritorio de producción. Su venganza tal vez está en el cariño que sienten por él los de mantenimiento y en la distancia que siente que hay entre ellos. Julián López que debe ser de esos que se jactan de no tener televisión en sus casas, pero que protagoniza novelas del prime time y muestra sus abdominales en los carteles de la autopista. Hay un momento en el que esa distancia se acorta y es cuando lo escucha preocuparse por lo que piensan los demás, pero no es suficiente para dar cuenta de lo que Gonzalo Heredia no ve sobre sí mismo, ese juicio que solo nos puede devolver la mirada del otro.
Levrero dice que los autores nunca dicen exactamente la verdad acerca de sus obras, a menudo porque la ignoran. También recuerdo haber leído algo suyo que decía que en las ficciones aparecen más verdades de las personas que en los diarios íntimos donde uno siente que controla lo que va a mostrar. Yo creo que en iConstrucción de la mentira/i conviven ambos Gonzalos, el que el autor puede reconocer y el que se filtró, una gotera que identificarán los más cercanos y que iremos descubriendo sus lectores con el paso del tiempo. Un Gonzalo Heredia que aparece tachado, como si no se pudiera pronunciar su nombre, como si en esa negación quisiera decirnos que en realidad no es el protagonista, y que casi hacia el final de la novela se pregunta: "¿Para qué sirve la verdad, no? Ni siquiera sé qué es y lo más probable es que no haga nada después de saberlo. Y capaz que está bien que así sea. Para mentirle al mundo, hay que decir la verdad".
* Texto leído en la presentación de "Construcción de la mentira" en la Feria del Libro
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