Graciela Batticuore y el histórico peligro de las mujeres lectoras

En "Lectoras del siglo XIX", Graciela Batticuore ensaya un recorrido por un tiempo en que los hombres dominaban también la lectura de las mujeres. En entrevista con Infobae, habló sobre su libro y sobre las figuras de Mariquita Sánchez, Guadalupe Cuenca y Encarnación Ezcurra, personalidades que lograron sortear el disciplinamiento e ingresaron a la letra escrita

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Mirar en perspectiva suele introducirnos en la extrañeza, por eso hoy, cuando las mujeres en todo el mundo exigen -con justicia- paridad política, laboral y salarial y libertad sobre sus cuerpos, resulta muy interesante leer libros que retomen el registro de momentos históricos en los cuales los reclamos de las mujeres eran tan básicos como el de poder leer y poder leer lo que les viniera en gana. En Lectoras del siglo XIX (Ampersand), la doctora en Letras e investigadora del Conicet Graciela Batticuore -experta en el tema de lectores y bibliotecas- hace un repaso de la vida social de esa época en nuestro país y se detiene en algunas personalidades sobresalientes que lograban saltar el cerco de la potestad masculina y, si no lograban romper el techo de cristal, al menos conseguían ingresar en la letra impresa. Con una prosa amena, con datos curiosos y un impresionante trabajo de archivo, la ensayista conduce al lector a un tiempo en el que la lectura podía ser la fuente de una revolución, la guía para un exilio y también el puente hacia la imaginación amorosa que estaba negada por convenciones sociales.

Batticuore visitó los estudios de Infobae TV para hablar sobre su libro, una deliciosa enciclopedia de los modos en que las mujeres sorteaban el disciplinamiento de una época en la que los hombres decidían todo, también las lecturas convenientes para ellas.

— Graciela, ¿dan miedo las mujeres que leen?

— Las mujeres que leen son peligrosas dice un libro que se publicó hace unos años, ¿no? Es como un título taquillero. Daban miedo, no sé, creo que de un modo diferente puede pasar eso todavía ahora. Por supuesto es algo que está muy asentado en la cultura occidental y en nuestro ambiente. Pero sí, la mujer lectora tiene una historia y en el pasado fue una figura al mismo tiempo atractiva e inquietante. Es decir, preocupó mucho también a los hombres de Estado, a los letrados, a los pensadores, a los pedagogos, hasta a los médicos, que a veces pensaron, no sé, aparecen figuraciones en el pasado como podría ser la de la lectora enferma. La enviciada, la histérica. La lectora de novelas por ejemplo está muy asociada con ese peligro de la lectura. Entre otras. Es decir que sí, en ese pasado, en esa historia, la mujer lectora causa bastante inquietud y a veces incluso las propias novelas, los novelistas, llaman la atención y denuncian de algún modo, de manera más explícita o implícita, este peligro de la mujer leyendo. Pero también constituyó una figura atractiva y fue también objeto de ilusiones. Por ejemplo, para decirlo rápido, en esa Argentina que marchaba hacia la civilización –entre comillas- y el progreso en el siglo XIX la mujer lectora aparecía asociada para muchos, también muchos letrados, justamente como una figura de cambio, como un agente de cambio, como alguien que podía sumar al progreso. Era la mujer educada, la que educaba a los hijos, la que educaba al ciudadano, la que podía acompañar al esposo en sus tareas.Es decir, hay representaciones contrapuestas te diría y conviven una y otra cosa, tanto la idea de la peligrosidad de la mujer como el atractivo que esta figura puede suscitar.

— En ese contexto, en la Argentina Mariquita Sánchez de Thompson tiene un lugar privilegiado, ¿verdad?

— Sí claro, claro. Ella es una figura representativa de lo que es toda la primera mitad del siglo XIX. Ella muere en 1868, y había nacido a fines de la Colonia, es decir que atraviesa, con una vida muy de película también si querés, muy fascinante, atraviesa todo un período muy controvertido, de grandes inestabilidades, de grandes cambios como es todo el período revolucionario, post revolucionario, la vida facciosa que se desarrolla en todo el contexto del rosismo. Muere en el 68 digo, es decir casi ahí, un poquito antes, del momento de los años 70 en adelante, en que empiezan a proliferar poco a poco los semanarios para mujeres, algunos de ellos escritos por mujeres, otros no. Pero, digamos, empieza a ampliarse tanto el público lector femenino, también en general el público lector y las lectoras, y también a legitimarse un poco y a resultar más familiar esa figura de la mujer lectora. Pero en todas las primeras décadas del siglo, que es el momento en el que ella participa y que tiene diversos protagonismos, fue una figura asociada al mundo de la revolución. Participó de la Sociedad de Beneficencia, que es como el primer lugar oficial en el que las mujeres, aunque sea un sector de élite de las mujeres, tienen alguna intervención dentro del ámbito del Estado. Estuvo exiliada en el contexto del rosismo. Fue interlocutora, cercana, compañera de Echeverría, de Juan María Gutiérrez, de Alberdi, interlocutora de Sarmiento. La experiencia de la lectura y la escritura fueron una experiencia y un conocimiento que fue clave en la vida de esta mujer. Es decir, porque leía y tenía acceso a la cultura letrada, un saber, una competencia que adquirió, en primer lugar en los ambientes de salón en su propia casa y cercana a muchos hombres letrados, era así como se llevaba a cabo la educación de las mujeres de la élite en las primeras décadas y durante toda la primera mitad del siglo XIX la mayoría de las veces. En la escuela del salón. En esa escuela, a mí me gusta mucho una expresión de época que la trabajé un poco que es el trato. La escuela del trato, la cultura del trato. En esa escuela del trato, del saber tratar, de codearse, de la sociabilidad. Ahí las mujeres de la élite como ella entraban en contacto con libros, con autores, con ideas, con las nuevas ideas.
Entonces Mariquita es una figura protagónica e interesante para poder acercarnos y un poco explorar qué es lo que pasa con la mujer lectora y escritora en esa primera mitad del siglo XIX que a veces es difícil de conocer porque, sin ir más lejos, hay que hacer archivo, porque hay que imbuirse un poco de ese pasado, de esa historia.

— Ahora, otra figura relevante por lo que dejó en sus cartas, en esas cartas que desde una mirada más romántica uno rápidamente asocia con tantas historias de amor es Guadalupe Cuenca, la esposa de Mariano Moreno. En este mapa y en este recorrido ¿dónde la ubicarías?

— Bueno, ella es una figura contemporánea de Mariquita. Y, si querés, menos visible. Un poco menos visible para la historia aunque por supuesto es bastante conocida precisamente por ser la compañera de Mariano Moreno y porque además fue parte de esta historia romántica pero también trágica, Es decir, Guadalupe se parece también a Mariquita Sánchez en el punto en el que la escritura, la lectura, es una competencia que le sirve para tener una intervención en el ambiente de la política. Guadalupe le escribe a su marido que está en alta mar, que ha viajado en un contexto bélico, están atravesando los años de la revolución, y ella le escribe cartas de amor, cartas profundamente amorosas, le dice que sueña con él, que se despierta por la noche, que lo extraña. Y al mismo tiempo le cuenta, le pasa el parte de lo que lee en los periódicos, lo pone al día de esas noticias que eran cruciales para saber cómo seguir adelante en ese ambiente de la revolución para un hombre que estaba totalmente imbuido en eso y a quien las noticias no llegaban como ahora claramente sino que tardaban. Así que ella un poco también como Encarnación Ezcurra posteriormente, la compañera de Juan Manuel de Rosas, que también cuando él sale a hacer la campaña se queda en Buenos Aires y se cartea con el marido. Y bueno, Rosas le va dando instrucciones acerca de cómo tratar a los sectores populares y también de cómo relacionarse con los otros políticos y de cómo mantener activa justamente la rueda de la política. Y las cartas, la lectura, la escritura, y las mediaciones, no solo la propia escritura de las cartas de ella sino la lectura de los periódicos que ella va llevando muy al día para poder anoticiarlo a él. O sea se repite ese elemento. También en el caso de Mariquita, cuando su hijo está exiliado en Paraná, Juan Thompson está a cargo de un periódico y ella le da instrucciones, le da consejos, le manda correspondencia que además se cuida, digamos, correspondencia que es clandestina por supuesto, está prohibida, existe la censura en ese momento bajo el gobierno de Rosas y obviamente esas cartas llevan y traen noticias que hablan en contra del gobernador y que hablan en contra del régimen. Y lo amoroso y lo político se cruzan verdaderamente de una manera muy palpitante.

— No es lo mismo leer la realidad de los periódicos que leer las ficciones de las novelas. ¿Por qué sería peligroso leer ficciones?

— Bueno, esto se emparenta un poco con lo que decíamos al principio, con aquello de lo atractivo y lo inquietante en la configuración de la mujer lectora en el siglo XIX y hacia atrás también. El atractivo tiene que ver, para decirlo rápido, con la mujer ilustrada. Y lo inquietante tiene que ver con la mujer que puede justamente ilustrarse en conocimientos que no son moralmente convenientes o que tampoco son políticamente convenientes.
Entonces hay dos grandes preocupaciones diría yo, dos grandes peligros, para la mujer lectora tal como la ve la época, el siglo. Uno que aparece mucho más en toda la primera mitad del siglo XIX en relación con estas mujeres que acabamos de mencionar que es el de la politización. La mujer letrada como una mujer politizada. Son todos estos casos que mencionamos, Mariquita Sánchez, Guadalupe Cuenca, Encarnación Ezcurra, y todas las mujeres que pueden tener algún tipo de relación con el poder, vía el marido casi siempre porque no hay un protagonismo directo, pero sin embargo la relación con el poder es efectiva y está funcionando. Entonces esto es visto como algo que no es para todas. En todo caso podría ser para lo que ya en el siglo XVIII se empieza a pensar como las mujeres excepcionales, extraordinarias, que podían tener este acceso al conocimiento y en todo caso a la política. No se espera que las mujeres intervengan en la política ni directa ni indirectamente. Sobre todo en el siglo XIX . Post revolución francesa, post revoluciones. Es decir, la revolución a fines del XVIII principios del XIX yo creo que abre un arco de gran efervescencia en el debate acerca de la mujer como sujeto político. Entonces hay un cuarto de hora en el cual se piensa que la mujer efectivamente puede instruirse, puede ser lectora, puede tener estos conocimientos para tener acceso al mundo de la vida pública.

Lectoras del siglo XIX. Imaginarios
Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina, de Graciela Batticuore

Pero luego, el siglo XIX va cerrando un poco creo yo las compuertas precisamente por la experiencia dura, a veces trágica, severa, que instala todo proceso de cambio, la revolución, la post revolución. Y entonces se vuelve un poco a una conciencia un poco más binaria, más patriarcal, a la idea de la mujer como ángel del hogar. Esto va a ir asentándose como idea, la mujer virtuosa es la madre, es la esposa, es la mujer que se encarga de custodiar el hogar. Y por lo tanto digamos que cede el espacio de la política al hombre por lo general. Una mujer vinculada más al mundo de la domesticidad. Ahí entra a jugar la cuestión de qué leer entonces, qué leer. Habrá secciones de los periódicos más convenientes para las mujeres que otros. Por eso aparecen las figuras muchas veces de los mediadores de lectura, el padre de familia que lee para las mujeres, el esposo que lee para la mujer, y que también selecciona las lecturas.
En cuanto a las novelas, hay novelas políticas, novelas históricas. Pero hay también, sobre todo a medida que entramos ya en el último cuarto de siglo con el impacto del naturalismo, que hablan de pasiones amorosas. Y hay como una gran preocupación, un gran temor de que efectivamente la mujer se eduque o eduque su sentimentalismo en esas novelas y que la caja de Pandora de la imaginación cobre dimensiones y entonces el hogar resulte un espacio estrecho. Y bueno, esto es lo que hace que las novelas aparezcan a menudo como peligrosas y hay muchas novelas que hablan de esta cuestión y que muestran el peligro de la mujer lectora, de la mujer lectora sobre todo la que lee novelas.

— ¿Emma Bovary sería como el gran personaje?

— Claro, Emma Bovary sería efectivamente un ejemplo. También para los novelistas en América, en Argentina hay varias novelas, pienso en novelas y en novelistas quizás no tan conocidos hoy día pero que en su momento tuvieron presencia como Antonio Argerich, que escribe Inocentes o culpables, o Martín García Mérou que escribe Ley social, bueno, hasta se me cruza ahora un autor sí más conocido como Lucio Mansilla, que no escribe novelas pero que tiene una causerie, que es todo un género que él cultiva en la prensa de los años 90, que se llama "Cuadro para una novela". Y en todas esas novelas, o por ejemplo Cambaceres también en Popurrí, en Música sentimental, aparece la cuestión de la mujer infiel, del adulterio. Es uno de los grandes temas del 80 en la Argentina. La preocupación del Estado en relación con la familia. Bueno, también esto coincide obviamente con un momento en el que se empieza a pensar la laicización, la separación de la Iglesia y el Estado y entonces se pone la mirada sobre la cuestión del matrimonio. Pero éste empieza a ser uno de los grandes temas en la novelística de la época.

— En todos los casos de todos modos lo que más preocupa es la pérdida de control sobre la mujer, ¿no? Tanto de sus ideas políticas como de lo que tiene que ver la fidelidad…

— Sí. Para llegar a la idea de la mujer como ciudadano pasa mucho tiempo, las mujeres en este sentido son un poco pensadas como niños. Si pensamos en la preocupación por controlar justamente el mundo femenino pero sobre todo los derechos de las mujeres, las propiedades de las mujeres, la mujer no tiene derecho a la propiedad ni siquiera de la obra literaria hasta te diría el siglo XX. Hay una modificación importante con el Código de Vélez Sarfield. Y digamos, yo en un momento trabajé también, me interesó ver la cuestión de la mujer autora en este punto porque ni siquiera la autora podía publicar antiguamente sin el consentimiento del marido o del padre. Es decir, la mujer es propiedad del hombre durante mucho tiempo, en términos legales por lo menos. Por lo tanto no hay que extrañarse de que se quiera ejercer sobre ellas un control y también de que las mujeres se dispongan a esto que siga siendo así durante mucho tiempo.
En realidad las propias escritoras, las novelistas, también a menudo llevan al terreno de la literatura esta preocupación y aparece ese tironeo entre el deseo y el deber. Bueno, esto pasa con el bovarismo también, se puede ver muy claramente desde Flaubert en adelante. Pero digamos, entre el deseo de cosas diversas, de consumo, el deseo amoroso, el deseo del viaje, y el deber de ser la madre guardiana, la mujer republicana, ¿no?

— Dirigís una colección que precisamente tiene que ver con las lecturas. 

— Bueno, la colección que dirijo se llama "Lectores & lectoras", en realidad tiene un signo ampersand en el medio porque ese es el sello editorial que publica la colección. Y bueno, fue una idea de sacar una colección precisamente de libros que permita que algunos escritores, escritoras, de mayor o menor trayectoria, más o menos conocidos, pudieran reflexionar acerca de la lectura en clave de primera persona. Es decir qué significó la lectura en su propia vida pero también cómo piensan la lectura en términos de práctica individual, de práctica social. Es decir, irán abriéndose y van abriéndose con los distintos libros diferentes propuestas de entrar al tema haciendo más énfasis en la propia vida y en la lectura, la relación entre lectura, escritura, vida personal o bien ciñéndose en algunos casos a un tema específico, por ejemplo la lectura y la infancia o la lectura y la ciudad. Esas son como distintas entradas posibles, distintos cortes que van a ir apareciendo en relación con los autores. El año pasado salió el libro de Noé Jitrik, otro de José Emilio Burucúa -que acaba de ganar el premio de la Crítica en la Feria-, el de Sylvia Molloy, el de Daniel Link y ahora en la feria se están presentando otros dos títulos, uno de Sylvia Iparraguirre y otro de Alan Pauls. A mí me entusiasman muchísimo y espero que entusiasmen a los lectores también.

 

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