Richard Ford toma otro sorbo de vino blanco, mira fijo con sus penetrantes ojos azules y dice: "No te estás esforzando lo suficiente". Es la tercera pregunta que rechaza al hilo, con el gesto del que espanta a una mosca:
–¿Cómo definiría a los Estados Unidos?
-Pregunta número dos.
–¿No hay respuesta?
-Pregunta número tres.
–Usted escribió cuatro libros sobre los Estados Unidos.
-Escribí cuatro novelas sobre Frank Bascombe: estaba tratando de definir la vida de Frank en Estados Unidos, no a los Estados Unidos. Es un libro estadounidense; la gente aprende sobre los Estados Unidos. Pero no es una cuestión que me interese demasiado.
—¿Qué es lo que le interesa?
-Pregunta número cuatro. [Pausa] No te estás esforzando lo suficiente.
El vendedor de historias
Es la primera vez que Ford visita Buenos Aires. El autor de Canadá, De mujeres con hombres, Pecados sin cuentos y la saga de Frank Bascombe (El periodista deportivo, El día de la independencia, Acción de Gracias y Francamente Frank), quien además ha ganado premios tan importantes como el Pulitzer (1996), el PEN (2001) y el Princesa de Asturias (2016), entre tantos otros, llega para presentar su nuevo libro: Entre ellos (Anagrama) reúne las dos memorias que escribió sobre sus padres, con la particularidad de que el texto sobre la madre tiene más de treinta años mientras que el del padre es reciente.
–¿Por qué escribió sobre su padre recién ahora?
-No quería morir sin haberlo escrito. No quería olvidarme de nada. Todavía tengo sentimientos vivos por él y lo extraño mucho. Pensé que si escribía sobre él, podía acercarlo más a mí. Mi padre está presente en mi vida y está en mis pensamientos todo el tiempo. Significó mucho para mí.
Ford responde con frases cortas, pero no es cortante. De hecho, y aún después de ese inicio irritante, es un entrevistado sensible y cálido. Al final del encuentro dirá en un español sorprendentemente bien pronunciado que le gusta dar respuestas directas. Así es como entiende este viaje: vino para hablar del libro sobre sus padres, no ha de perderse en abstracciones.
Tal como los muestra en Entre ellos, Edna y Parker eran una pareja muy cerrada que vivían casi aislados -al punto de mantener un contacto mínimo con la familia-, que fueron padres tardíos y se sostenían con austeridad aunque sin grandes sacrificios. Él era viajante de comercio, ella ama de casa. Paradigmas del Estados Unidos profundo de la posguerra.
–¿Podría darse hoy una familia así?
-Si uno puede imaginarlo puede ocurrir, pero creo que es bastante poco probable debido a las comunicaciones masivas. Ahora sería muy difícil por los teléfonos celulares y la televisión en todos lados. No podrían haber estado tan separados del resto del país como lo estaban ellos. Tal vez en algún lugar remoto de Wyoming.
–¿Cuánto hay de su "padre-vendedor" en "usted-contador de historias"?
-Mucho. Puedo decir que mi padre era un vendedor y yo también. Me gusta ayudar a promover mis libros. Mi padre era un hombre amable y yo soy un hombre amable. Cuando escribes un libro y quieres que la gente lo lea, lo estás defendiendo, promoviendo. Me refiero, por supuesto, no al libro físico, sino a lo que el libro tiene en su interior.
–¿Qué tiene de su madre?
-[Piensa] No tengo idea, pero voy a inventar una respuesta. Mi madre era una persona a la que no le gustaban las estupideces. Tenía un caracter fuerte. Era muy apasionada y se defendía a sí misma. Tengo todas esas cosas. Tenía muy mal humor. Y yo también.
–¿Tiene mal humor cuando escribe?
-No, para nada. Nunca cuando estoy escribiendo. Pero sí cuando alguien actúa de manera terrible conmigo, si hace algo injusto, me malentiende a propósito o me daña.
El escritor incorrecto
El restaurant del hotel donde Ford se aloja está vacío y casi a oscuras. Sólo la ventana de su mesa tiene corrida la cortina como para ver la calle. Es una cortada, pero tiene más movimiento del que uno podría haber imaginado. De todas formas, él no mira hacia afuera: "Avísenme si pasa una mujer desnuda", dice y, por un momento casi imperceptible, este hombre de 74 años, se permite volver a ser aquel nene chiquito que jugaba a saltar los límites.
–¿Tiene hijos?
-No. Yo no habría sido un buen padre. No disfruto de estar rodeado de niños: hacen mucho ruido. El caos está en mi cabeza, no lo necesito en el suelo. Con los perros es suficiente. No quiero comparar a los hijos con un perro, pero tienen similitudes.
–Es muy incorrecto lo que acaba de decir.
-Eso espero. Me hace un buen modelo para que otras personas hagan lo correcto. No hay demasiados modelos incorrectos.
–La pregunta por los hijos venía a cuenta, porque, al llegar a su edad y pensar en su padre, de alguna manera está hablando de un legado.
-No lo creo. No sé qué quiere decir esa palabra, no estoy interesado en eso.
–¿No tiene una fantasía de cómo va a perdurar su literatura?
-Para nada.
–¡No le creo!
-Por qué mentiría.
–Pero, ¿puede un escritor no tener ego?
-¿Quién dice que no lo tenga ? No quiero preocuparme por el mundo después de que me haya ido. Dentro de 50 años, si mencionas mi nombre en una librería, nadie va a conocerme. Tal vez ni haya libros.
–Borges decía que quería desaparecer completamente.
-Lo hizo, ¿no? Todavía lo leo a Borges. Lo conocí en Estados Unidos: dio una conferencia donde yo estaba. Era un héroe para mí. Me aseguré de hablar con él. No hablamos de nada, en realidad: sólo le dije "Maestro".
–¿Lo leyó en español?
-Los poemas de amor, sólo eso.
–¿Le queda algo por hacer?
-Seguir casado con mi mujer. Podría hacer alguna otra cosa, pero no me siento obligado. Si no lo hago, no voy a sentir que me faltó algo. Lo único que me interesa es la vida que comparto con mi esposa.
–Hay una situación frecuente que sucede con escritores como usted, que un nuevo libro se espera con ansiedad: ¿le afecta de alguna forma su manera de escribir?
-No. Pero sé que si mis libros no tuvieran lectores, si no hubiera interés en ellos, a mi edad, eso ya no me importaría.