Por Carolina Muzi
Hace 80 años, en Noormarkku, Finlandia, se empezaba a erigir la Villa Mairea, residencia para un matrimonio de artistas plásticos que se afincó allí en 1943 cuando muy lejos, en Mar del Plata, se echaban los cimientos de la afamada Casa del Puente. Ambos proyectos llevan la firma de mujeres: la de Aaino Aalto el de la zona báltica y la de Delfina Gálvez el de la costa atlántica. Ni por asomo, nunca ninguna aparece mencionada en los libros de historia de la arquitectura que divulgan estas cuentas patrimoniales de la modernidad, atribuidas únicamente a los maridos de cada una: Alvar Aalto y Amancio Williams respectivamente.
Con la lista de nombres femeninos omitidos se podría empapelar algún rascacielos, por caso el famoso Seagram de Nueva York, en cuya historia autoral superlativa (Mies Van der Rohe lo proyectó, Philip Johnson diseñó los interiores) se omite el mismo encargo y la gestión de Phyllis Lambert, 91 años, apóstol de la arquitectura como propuesta teórica además de práctica, galardonada con el León de oro de la Bienal de Venecia en 2014. O el de Charlotte Perriand, relegada a la segunda línea de Le Corbusier y apenas reconocida como su colaboradora en equipamiento, fue quien hizo las investigaciones previas a la Unidad Habitacional de Marsella, ese proyecto icónico con que el maestro suizo de la modernidad pusiera en pista las nuevas ideas del habitar después de la Segunda Guerra.
La joven de 23 años que en 1926 llevaba pelo rapado a la garcon y el cuello arropado en "rodamientos" -como bautizó a los accesorios de cobre cromado que diseñó y usaba en señal de pertenencia a los albores mecanicistas del siglo XX-, además de haber proyectado la mayoría del mobiliario con que Le Corbusier equipaba sus obras, trabajó en torno a una habitación mínima de 14 m² por habitante. Charlotte Perriand colaboró activamente en aquella investigación: los 184 documentos originales fueron más tarde localizados en su archivo privado y no en el del estudio compartido. Eso lleva a pensar que es atribuible a ella gran parte de la autoría.
¿Y por casa…? El raconto podría comenzar con la primera egresada del país en 1927: Finlandia Pizzul, como se llama la Biblioteca de la Facultad de Arquitectura de la UBA en homenaje a su primera directora. En un recorte por demás ajustado, los nombres de Itala Fulvia Villa, primera urbanista argentina en la década del 30, autora de la urbanización del Bajo Flores, de la división del país en zonas climáticas y de los panteones subterráneos en el Cementerio de la Chacarita; Odilia Suárez (vértice de los debates urbanísticos que cruzaron al país y a Latinoamérica desde los 60 y maestra de jurados disciplinares– o el de la inefable Carmen Córdova, primera decana de la FADU y creadora de las carreras de diseño con el retorno de la democracia.
Ellas son proa de los itinerarios biográficos en Arquitectas argentinas / Maestras del Espacio. La segunda temporada del ciclo de arquitectura que conduce Rafael Spregelburd en Encuentro, este año está dedicado a las mujeres proyectistas.
Josefa Santos y Flora Manteola, las arquitectas con más metros cuadrados construidos en toda la región; Inés Rubio, autora del monumental Teatro Argentino de La Plata; Chel Negrín, introductora del repertorio arquitectónico contemporáneo para la clase media común o Elena Acquareone, autora de una casa capaz de flotar en la pleamar como es La Tumbona de Ostende, completan los recorridos semanales que durante dos meses y con repeticiones semanales trasmitirá la señal pública.
Si la invisibilización del recorrido de las mujeres en la arquitectura tiene que ver con una disciplina donde la presencia masculina y, por ende, las lógicas del patriarcado han sido más fuertes que en otras, lo paradójico es que, desde el siglo XIX, ya sea como profesionales, practicantes, educadoras, clientas o mecenas las mujeres han sido sobresalientes en la arquitectura.
Frente a los meros discursos y acciones de cupo o visibilidad, que crecen junto con propuestas y proyectos en la academia, en los colegios profesionales y en los medios, ¿hará falta recordar que fueron mujeres las constructoras de los primeros hábitats desde la prehistoria?
"La mayoría de las manos que aparecen en cuevas como la de El Castillo y la de Pech Merle eran de mujeres", recuerda Wikipedia, a modo preparatorio de una acción de carga de contenidos por demás pendiente: la trayectorias de mujeres en la arquitectura.
"El lugar siempre estuvo, lo que quizás está cambiando es el reconocimiento. Y cuando hablo de valorar me refiero no sólo a la producción de un edificio singular sino al trabajo emergente de diferentes perfiles profesionales: la investigación, la gestión pública, la crítica de arquitectura, la curaduría, entre otros. Son actividades en muchas ocasiones subestimadas", señala la arquitecta Carolina Quiroga, docente en la UBA y en la UB investigadora de temáticas de género.
En los colegios de arquitectos de todo el país, el 41 % es de colegiadas. Y en la facultad pública con mayor matrícula, la FADU-UBA, el 60 % de estudiantes ingresantes y el 56 % de graduados son mujeres.
"Este mapa representa una gran oportunidad para repensarnos como colectivo social en tanto que esta proporción no encuentra su correlato en los espacios académicos y de gestión: en los 25 Talleres de Arquitectura, todos los profesores titulares son varones", apunta Quiroga. El antecedente de Carmen Córdova como única decana de arquitectura en la historia, también está cruzado por la injusticia: "Renunció porque le hicieron la vida imposible, a un hombre no lo hubieran molestado", indica las investigadora.
Justamente, el año pasado se incorporó a los programas de la FADU la materia transversal de género, para cuya titular, la diseñadora Griselda Flesler, es importante discutir el plural mujeres en términos de diferenciar las condiciones de posibilidades. "Es decir, muchas veces los factores raciales o de clase son fundamentales para elaborar un análisis con perspectiva de género que no sólo discuta la visibilidad de las mujeres sino también, por ejemplo, de las identidades no hegemónicas, de las clases obreras". Con cierta convención ya establecida sobre ese plural –sostiene–, "podemos afirmar que, como en la mayoría de los espacios sociales, la arquitectura tuvo un predominio simbólico masculino cuya impronta se cristalizó desde los inicios del campo disciplinar".
Y el origen de ese desfasaje puede ubicarse en… el atelier. "Es que si nos remitimos a la formación, el antecedente de nuestros actuales Talleres de Arquitectura, que fue el del atelier, replicaba la cultura patriarcal: tenía la conducción de una figura masculina reconocida, una forma de transmisión del conocimiento verticalista y la aspiración por parte de los alumnos de construir una obra canónica a imagen y semejanza del patrón del atelier. Pensado por y para los varones en edad reproductiva y una clase social relativamente acomodada, desde las formas organizativas hasta los intereses profesionales", señala la arquitecta Quiroga.
El modelo que denuncia generaba una exclusión no solo de las mujeres sino de otros varones por fuera de esta condición. Ambas profesoras apuntan la necesidad de "continuar repensando nuevos modos de enseñanza del proyecto".
En tanto, Flesler relaciona ese silenciamiento con el modo en que el campo disciplinar de la arquitectura contemporánea se configuró a partir de la separación entre lo público y lo privado: lo masculino asociado a lo productivo (actividad pública asociada al trabajo y la política) y lo femenino relacionado a lo reproductivo (la actividad doméstica y el hogar). Por eso, en lo proyectual las mujeres aparecen dedicadas a las artes decorativas, joyería, ilustración, textil, cerámica, y los varones con función determinante en las áreas productivas del diseño. Según Judy Attfield, esta concepción dominante priorizó a la máquina sobre el cuerpo, es decir: la forma (femenina) debía seguir a la función (masculina)", indica.
¿Hay una mirada diferente de las mujeres sobre la arquitectura? "Más que una mirada masculina o femenina, creo en la necesidad de incorporar una perspectiva de género al proyecto arquitectónico y urbano. Un enfoque de proyecto que tienda a un acceso en equidad de condiciones a todos los colectivos sociales que, paliando desequilibrios y exclusiones, permita vivir y disfrutar del espacio. Las mujeres son un colectivo claramente excluido, pero también los adultos mayores, los niños. Es necesario pensar las ciudades y los edificios de un modo inclusivo y equitativo, con espacios diversos, seguros, flexibles", reflexiona Quiroga.
Frente a la misma pregunta, Griselda Flesler alerta sobre la reproducción de estereotipos. Su modo de entender estas cuestiones no responde a un criterio biologicista: "Creo que lo que se nota es cuando alguien diseñó un edificio con perspectiva de género, independientemente del género. Resulta que generalmente quienes han incorporado este enfoque son mujeres y las identidades disidentes del modelo heteronormativo. Eso es porque siempre esta perspectiva fue una herramienta para poner en agenda los temas que desde el sistema patriarcal se invisibilizan", dice. Para la especialista, los estudios de género son una excelente herramienta teórica pero también política y propositiva: "Cuando se habla de derecho a la ciudad, y no se piensa con perspectiva de género, se invisibilizan las desigualdades más naturalizadas".
En ese sentido, la Asociación de Mujeres Arquitectas e Ingenieras nació a comienzos de siglo en CABA para proteger y fortalecer las dos variables que garantizan el desarrollo sustentable de una sociedad: el género y el ambiente en la gestión de las ciudades. "Nos conformamos en torno a la necesidad de transversalizar el concepto de género en la instalación de políticas públicas urbano ambientales con equidad de género" (PPUMACEG)", cuenta Martha Vidal Alonso, la arquitecta que preside AMAI.
Y explica que, siendo los espacios como el de la arquitectura, la ingeniería y la construcción, territorio de varones que se resisten a perder privilegios (donde además domina el "mercado" -también casi exclusivamente manejado por hombres), no fue fácil que esta perspectiva se incorporase a todos los niveles y en todas las etapas de la gestión pública con áreas afines. "Pero lo logramos", asegura.
"El reconocimiento fluyó cuando, luego de tres años de labor conjunta con todas las áreas del GCABA -Dirección de la Mujer, Secretaría de Planeamiento, de Obras Públicas, Dirección de Estadísticas y Censos, los entonces CGP de la Ciudad- en 2003 publicamos nuestro primer libro Género y Ciudad. Indicadores Urbanos de Género", cuenta Alonso Vidal.
Luego impulsaron la creación de la Dimensión Género (DG) en el Plan Estratégico de la CABA, que no registraba antecedentes en ciudad alguna, salvo Rosario. Hoy la DG, conformada por mujeres y varones, profesionales, académicxs, lleva elevados a la Legislatura porteña varios interesantes proyectos de ley con perspectiva de género. Otro hito importante de AMAI fue su primer libro Odilia Suárez, la trayectoria ejemplar de una arquitecta y urbanista en Latinoamérica, ganador de un concurso temático internacional.
El centro cívico de Tres de Febrero, proyectado en 1967 por la cordobesa Odilia Suárez, referente clave del urbanismo latinoamericano
Y resuena su nombre, especial e inmenso en el legado proyectual para la Argentina y la region: Odilia, a secas, no necesitaba apellido y se tuteaba con su comunidad. La conveniencia o no de una autopista ribereña, el traslado del aeropuerto, cómo se asentarían los complejos Lugano 1 y 2, la forma en que debía crecer Mar del Plata o la consolidación de Puerto Madero fueron debates que tuvieron en Odilia Suárez un vértice insoslayable y a una de las autoridades en la práctica que rige a esta actividad y es parte de su cultura: los concursos. La trayectoria de la cordobesa Suárez, que también fue vicepresidenta de la Sociedad Central de Arquitectos, conforma uno de los capítulos de Maestras del Espacio, la nueva temporada del ciclo en Encuentro.
En tanto, el nuevo impulso de justicia narrativa respecto de las biografías e itinerarios profesionales de estas profesionales, tiene una acción homeopática continua en la iniciativa Un día una arquitecta que, además de publicar a diario la biografía profesional de una proyectista en el blog homónimo desde hace tres años, ha crecido hacia otras actividades como encuentros anuales en Argentina y España.
También a un accionar como exigir a las instituciones vinculadas a la arquitectura que no admitan actividades donde el cupo femenino sea menor al 30%. La cordobesa Inés Moisset, una de sus activistas locales, recordaba que, a comienzos de la iniciativa, les preguntaban si les iban a alcanzar las arquitectas, sospechando que no hubiera tantas. En los diccionarios nacionales las trayectorias de mujeres son el 1% y el 2% las mixtas, frente al 97% de las biografías profesionales de hombres.
En su segundo año, los contenidos de Un día una arquitecta crecieron hacia una elaboración que superara los aportes individuales, a un relato que reconstruye los cruces en la historia de la arquitectura y que detecta patrones de invisibilización a nivel local o global. Asimismo, el colectivo argentino comenzó a participar en encuentros internacionales como el MoMoWo (Modern Movement Women) y también a generarlos, como hicieron en 2016 en Barcelona, donde reside otra de sus mentoras: la argentina-catalana Zaida Muxí.
Saldar estos años de silenciamiento es una tendencia que crece globalmente entre los investigadores académicos de la Historia de la Arquitectura. Muchos recién cayeron en la cuenta cuando el premio internacional Pritzker, algo así como el Oscar de la arquitectura que se entrega anualmente desde 1979 junto con cien mil dólares, fue por primera vez para una mujer recién en 2004. Se lo llevó la anglo iraní Zaha Hadid, responsable de la ruptura más jugada en el modo de proyectación que registre la arquitectura contemporánea.
Pero no habría que olvidar el escándalo que significó en 1991 que el Pritzker fuera para el norteamericano Robert Venturi excluyendo a su esposa y socia Dennise Scott Brown, coautora de la trayectoria en obras que se estaba premiando. Hasta hace 3 años, Scott Brown siguió reclamándole al jurado su reconocimiento. Igual que los edificios y las casas, o las condiciones inclusivas del espacio público, la conciencia igualitaria también es una tarea de atenta construcción.
SEGUÍ LEYENDO