Una ironía macabra. Eso es lo primero que uno piensa al ver una antigua rueda de la fortuna en un parque de diversiones en Prípiat, ciudad devastada tras la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl. El accidente nuclear más grave de la historia generó una radiación 200 veces superior al de las bombas de Hiroshima y Nagasaki combinadas. La radioactividad emitida se extendió por más de una decena de países de Europa central y oriental; provocó muertes, trastornos genéticos, malformaciones y enfermedades.
En ese sitio que hoy es una ciudad fantasma, la artista polaca Angelika Markul filmó a ritmo vertiginoso durante cuatro días una de sus videoinstalaciones inmersivas. En ellas, imagen, silencio y sonidos (compuestos especialmente para sus trabajos) se articulan con precisión potenciando el efecto dramático. Junto con un video realizado en Naica (un pueblo del estado mexicano de Chihuahua) y otro, en las ruinas de un castillo construido hace unos 10 mil años, que hoy está sumergido en el mar en Yonaguni (Japón), integran Naturaleza reimaginada, con curaduría de Diana Wechsler.
"En sus obras, Markul alude a la tensión entre vida y muerte: en el caso de Chernobyl, registra cómo esa ruina contemporánea es avasallada por la sobrevivencia de la naturaleza", señala Wechsler.
Estamos en Muntref-Centro de Arte y Naturaleza, futuro Ecoparque (en el ex zoológico porteño), que abrió sus puertas a finales del 2017 durante BIENALSUR y que suma artistas nacionales e internacionales para abordar temáticas vinculadas con la naturaleza desde la mirada del arte.
Desde hace una década Markul elige para sus filmaciones sitios peligrosos, misteriosos, alejados y de muy difícil acceso para el hombre. "Con mis trabajos busco respuestas a las preguntas que me hago a mí misma sobre la vida, la muerte y el nacimiento: ¿por qué estamos aquí en la tierra?, ¿estamos solos en el universo?", dice la artista.
Markul, que vive y trabaja entre Polonia y Francia, se nutre de investigaciones científicas y tradiciones del lugar para crear una cosmogonía propia, lindante con la ciencia ficción. Recorre y analiza el lugar, documenta, toma registros fotográficos, dibuja, conversa y hace contactos con la gente del lugar. Decide cuál es la zona que le interesa iluminar y de qué modo. No hay en sus filmaciones un interés documental o naturalista: Markul desata mitos, crea nuevos universos.
Filmar en Chernobyl significó uno de sus mayores desafíos "físicos y espirituales". Con un aparato que mide la radiación, recorrió con su equipo de trabajo distintos sitios hasta la zona denominada I, la más contaminada y donde filmó. Durmieron en Prípiat, en un edificio con un grupo de soldados, el único lugar disponible cerca de la zona 1: "La radiación –cuenta la artista– era muy alta en ese lugar que funciona como base de las milicias: tuve dolores de cabeza agudos, vómitos y nauseas, pasé cuatro días sin comer".
El rodaje tuvo que hacer frente a las tormentas de nieve. "Si bien el gobierno nos autorizó a entrar, tuvimos que pagar muy caro: Ucrania es un país muy corrupto, se manejan de ese modo. Pagar es una práctica generalizada", dice la artista, quien pasó todo el tiempo controlada por las milicias: "Fuimos tratados como periodistas: ellos querían saber exactamente qué íbamos a decir y qué filmábamos".
Markul revela un hecho estremecedor: "Muchos periodistas van en verano. Cuando llegamos nos explicaron que nunca hay que ir en esa temporada porque es extremadamente peligroso: el átomo que está sobre la tierra se activa. Las partículas que se desprenden pueden entrar por las orejas, la boca, la nariz y los ojos y provocar la muerte. En cambio, durante el invierno, la nieve provee una capa de protección. Muchos periodistas van en verano porque desconocen esta situación; yo tampoco lo sabía hasta que cuando llegué los militares ucranianos me contaron esto. Para entrar en la zona, es obligatorio firmar un documento en el que uno se hace absolutamente responsable de lo que te ocurra".
También en Fukushima, donde filmó dos meses después del accidente nuclear, Markul arriesgó su vida. "Allí la intensidad de la radiación era mucho mayor que en Prípiat", afirma la artista. Llevó agua, no probó bocado, sólo se quedó un día para el rodaje y se fue a paso fugaz.
"Sentí olor a muerte: aún había cuerpos bajo los edificios y la tierra", recuerda. Hay alquimia en su obra: Markul convierte tragedia agónica, destrucción y fragilidad en un universo misterioso, hipnótico.
También requirió coraje su trabajo en la cueva de Naica Chihuahua, México), conectada a la mina de Naica, a 300 metros de profundidad, donde se encuentran los cristales más grandes del mundo. El resultado del trabajo es como un filme de ciencia ficción de otros tiempos, con sello vintage.
Para soportar los casi sesenta grados de temperatura que hay en la cueva, usaron trajes especiales refrigerados. Además, la artista y su equipo se hicieron chequeos médicos y realizaron un entrenamiento físico previo. En la cueva, cuenta Markul, hay cabinas acondicionadas por científicos donde es posible usar máscaras de oxígeno para aliviar las altas temperaturas.
Con acciones breves y absurdas, En un futuro no muy lejano, de Sebastián Díaz Morales, pone el eje con una serie de videos en una pareja que hace frente a un viento huracanado en la Patagonia. Con curaduría de Benedetta Casini, en La eterna novedad del mundo, con ramas secas, esqueletos de animales, piedras, plumas, semillas de cardo e insectos encontrados en el zoo, el artista colombiano Larry Muñoz presenta obras leves y efímeras. Son tan frágiles que da la impresión de que un suspiro puede dañarlas.
Muñoz se detiene en signos sutiles y huellas de la naturaleza: con economía de recursos y amorosa delicadeza, se vale de fragmentos que al descontextualizarlos devienen poderosos: unas piedras dispuestas como deslumbrantes hallazgos; un imponente nido hecho con ramas encontradas; semillas de cardo (los panaderos de los deseos) que, suspendidas con hilos de seda, parecen levitar temblorosas.
Un fabuloso video pone el foco en la tenue respiración de un rinoceronte que aún está en el zoo junto con otros animales que no pudieron reubicarse y que, tras varias generaciones en cautiverio, no podrían sobrevivir en su hábitat natural. Resulta difícil despegarse de esa imagen monumental. Sólo se percibe el movimiento suave del lomo; la piel gruesa, agrietada, gris. Triste y solitario final: permanecerá en el zoo hasta su muerte.
*Naturaleza reimaginada, de Angelika Markul; En un futuro no muy lejano, de Sebastián Díaz Morales, y La eterna novedad del mundo, de Larry Muñoz,
Muntref-Centro de Arte y Naturaleza (Ecoparque, Avenida Sarmiento 2725).
Hasta el 5 de agosto.
Entrada gratis
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