Por Alejandra Herren
La pregunta en torno de qué obra literaria puede llamarse un clásico ha sido siempre un rompedero de cabeza para los estudiosos del tema. Pero si se toma la definición de Italo Calvino, el célebre autor italiano de Las ciudades invisibles, un clásico es un texto que "nunca termina de decir lo que tiene que decir".
Será por esa condición que El vestidor, la obra magistral del sudafricano Ronald Harwood, ha sido la amalgama tanto de películas como de puestas en escena teatrales. Y ahora regresa, curiosamente a la misma sala que su antecesora de 1997, que reunió a Julio Chávez y Federico Luppi dirigidos por Miguel Cavia: la Pablo Picasso del Paseo La Plaza.
Allí, en ese mismo espacio, El vestidor cobrará vida nuevamente desde el 9 de mayo, esta vez en manos de la directora ganadora del premio ACE de Oro en 2016, Corina Fiorillo, y dos protagonistas con peso propio, Jorge Marrale y Arturo Puig.
El vestidor (The Dresser) está escrita de manera autorreferencial por Harwood, quien se trasladó de su Sudáfrica natal a Londres para desarrollar su carrera teatral. En la capital inglesa se unió a la renombradísima Shakespeare Company, de unos de los eximios directores británicos, Sir Donald Wolfit, de quien fue vestidor personal a lo largo de cinco años. Sobre la base de esa experiencia, Harwood escribió este texto que centra su mirada en el vínculo entre un gran actor, cabeza de una compañía shakespeariana, y su inefable vestidor, en medio de una Inglaterra bombardeada por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
La punta del ovillo
Se podría afirmar que en materia de abordajes posibles de un texto dramátrico "cada maestrito con su librito". No hay recetas. En todo caso, hay estilos de trabajo. Y en este sentido, Corina Fiorillo -que ensaya con los actores en una antigua, espléndida casona del barrio de Belgrano-, tiene su propia bitácora, basada más en la extrema confianza que pone en su intuición.
Mientras dialoga con Infobae Cultura, van llegando los actores: Marrale y Puig se cambian de ropa y caminan por una nueva distribución del espacio que se ha hecho y que los desubica un poco en el primer momento.
Fiorillo cuenta que la obra le llegó a través de Leo Cifelli, el productor junto a Angel Mahler. "Yo estaba en Córdoba, con el mismo equipo creativo que trabaja ahora acá: Ricardo Sica (luces) y Gonzalo Córdoba Estévez (escenografía). Estaba en medio de un montaje y me llamó Leo. Me dijo: 'Mirá, queremos hacer El vestidor, me parece que a lo mejor va a ser con Arturo Puig. Te gustaría?'"
Cómo no le iba a gustar… Corina no vio la versión de Cavia en 1997, aunque sí pudo ver la película, memorable, que protagonizaron en 1983 Albert Finney y Tom Courtenay, con dos actuaciones que han quedado en los anales de la maestría actoral. Sin embargo, desprendiéndose de cualquier impresión que haya quedado en su memoria, leyó el material y se dispuso a hacer lo que mejor le sale.
"Me pregunté, sin indagar en el cómo, qué quería contar", explica. "Más allá de la anécdota, que cuenta la historia de este actor en medio de la guerra, creo que la pieza habla de cómo te definen tus amores. Están plasmados los cuatro tipos de amor que pueden existir alrededor de uno: el amor de pareja, el de la admiración, el del compañero de toda la vida, y el amor de pareja no concretado, no correspondido quizás."
Fiorillo no planifica nada. Empieza a trabajar en el mayor estado de desnudez posible. "Trato de no premeditarlo. Yo veo a los actores en escena y ellos me van iluminando. Es mágico. Trabajo totalmente desde la intuición. Tomo una escena y los dejo hacer, y así de pronto yo voy comprendiendo qué quiero y qué no. Yo veo en el actor lo que tal vez el actor no puede ver, y en función de esa comprensión voy ajustando, entendiendo…"
La puesta en escena normalmente es otro cantar y hay de todo. Algunos directores diseñan sobre el papel, otros sobre el espacio, y Fiorillo una vez más deja fluir su olfato. "A mí estudiar exactas me ha servido mucho para tener una gran idea de espacio -dice-. No me pongo ansiosa y confío en que a último momento te lo voy a ajustar y resignificar. Siempre creo que tiene una dramaturgia, tiene que contar algo. Yo no creo en una concepción simétrica del uso del espacio, no creo en ese sentido del equilibrio y sí creo en la dramaturgia del espacio: todo está puesta por algo, para algo. Sí doy indicaciones que les faciliten a los actores el uso de ese espacio: acá planchás, acá ponés la peluca, etcétera, pero es una facilitación. De esta manera a mí se me va armando algo, es como si lo viera en cinemascope, y ahí puedo leer los signos. Me bajan certezas. Me gusta que se vaya creando esa especie de maza madre, moldeable, porque es la que da los mejores resultados creativos: ser una maza que leva junta, nadie se enoja, nadie se encapricha. Cuando todas las miradas son amorosas nada malo puede suceder. No siempre pasa, pero cuando pasa creo que se nota en los resultados".
Arturo Puig y Jorge Marrale se prueban alguna ropa con la vestuarista Silvina Falcón. Puig mientras tanto cuenta detalles de la incorporación de Laura Fernández al elenco de Sugar -musical que él dirigió-, en reemplazo de Griselda Siciliani. Su sorpresa por el buen desempeño de la bailarina, su alegría, amenizan un acto cotidiano para los actores. Los mates van y vienen.
Fiorillo, entre tanto, cuenta una anécdota de Alfredo Alcón para responder al porqué hacer un texto con categoría de clásico una y otra vez. "Alfredo estaba por estrenar Rey Lear cuando le preguntaron esto mismo. El dijo algo que me encantó, que creo que puede ser aplicado a El vestidor también: 'Porque es lo que me mantiene vivo, porque es un techo que nunca voy a alcanzar'".
"En la obra, Lear tiene mucha importancia. El actor es un divo de compañía shakespeariana que todos los días hace una pieza diferente de Shakespeare. La realidad es que si tomo esa frase de Alfredo, nuestro protagonista está en ese momento en el que ha sentido que pudo tocar ese techo y se puede ir… Es el fin de su recorrido. Y estoy fascinada porque tengo un elencazo y un equipazo", agrega.
El vínculo creado por Jorge Marrale (que encarna al vestidor) y Arturo Puig (que se pone en la piel del actor) durante el espectáculo Nuestras mujeres, en el que compartieron escena, a Fiorillo le viene como anillo al dedo. "Aunque este es otro tipo de trabajo, de muchísima actuación. El otro día lo hablábamos con Marrale. Lo agradecidos que estamos porque este es un tipo de material que te mete en bretes artísticos y humanos, de los que salís mejorado porque te hacen crecer. Hay que ir construyendo por capas, confiando en que todas esas capas van a ir revelándose", cuenta la directora.
Milímetro a milímetro
Pasada y trabajo, así divide su tarea la directora. Pasada quiere decir hacer el recorrido completo de la obra, de principio a fin, sin interrupciones. Trabajo en cambio se refiere a tomar escena por escena, ir probando, midiendo, buscando intenciones, profundidades e inflexiones. Repetir, repetir y repetir, cambiar detalles, son parte de la mecánica de construcción de esta sutil filigrana que se va tejiendo. Todo este trabajo minucioso, casi obsesivo, es lo que dará los mejores resultados finales. Y eso lo saben todos.
"Yo trabajo mucho con el texto y con los actores -detalla Fiorillo-. Después de cada ensayo hago devoluciones muy largas, a veces de dos horas. Jorge (Marrale) va anotando todo y al día siguiente lo pone en práctica. Y Arturo (Puig) tiene una memoria impresionante. No anota nada, pero siempre se acuerda de todo lo que dije."
Un sillón grande, una mesa que hace las veces de tocador -sobre el que hay maquillajes, espejo, peluca-, un sillón de un cuerpo, una tabla de planchar, un perchero.
La escena en ensayo -una de las muchas- exige que el actor (Marrale) esté sentado en el sillón de un cuerpo y el vestidor (Puig) logre convencerlo de que se cambie para salir a escena. Se supone que la sala está llena de público y el tiempo apremia. Afuera se escuchan los estruendos de las bombas del nazismo.
Comienza la acción. Fiorillo deja hacer, pero luego interrumpe y da indicaciones: desde la más mínima acción hasta la intención de las palabras son sometidas a una suerte de escaneo. Se repite la escena con las nuevas directivas, una y otra vez. Se vuelve a parar, a revisar, a contar cómo se siente cada detalle, y otra vez se repite y se repite. "No te apures"; "Acá mírense a los ojos"; "Buscalo"…
Un trabajo agotador, que terminará cuando todo corra por sus andariveles y la comodidad que da haber tomado el toro por las astas no deje lugar más que para el gozo: esa celebración que siempre es el teatro para actores y público.
*El vestidor
Estreno: 9 de mayo
Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, Av. Corrientes 1660
Funciones: miércoles y jueves, a las 20; viernes, a las 21; sábados, 20 y 22; domingos, a las 20.
Localidades desde $550
A la venta en boletería del teatro o por sistema PLATEANET.
SEGUÍ LEYENDO