El otoño de los genocidas es el último libro del periodista y escritor Ricardo Ragendorfer. Un recorrido por las años declinantes de los militares y también de los hombres ligados a las fuerzas armadas, que tuvieron un rol muchas veces clave y otras preponderante, en el aparato del terrorismo de estado de la última dictadura militar.
Sus crónicas, ya publicadas en varios medios nacionales, fueron compiladas con un hilo conductor: echar luz sobre estos personajes grises que alguna vez decidieron, como se suele decir, sobre la vida y la muerte de muchos argentinos.
Así, desfilan por esta suerte de instantáneas agudas y perspicaces, jerarcas del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional como Albano Harguindeguy, en un capítulo que lleva el risueño título de Albano, a la hora del té; Orlando "Hormiga"González, el represor que fotografiaba a mujeres detenidas-desaparecidas; el temible agente de la DINA chilena Enrique Arancibia Clavel y un memorable recordatorio de cómo el jerarca Jorge Rafael Videla fue pergeñando junto a sus colegas el plan sistemático de exterminio que asoló el país por varios años.
Para Ragendorfer, sin embargo, son ante todo personas comunes. "Si tienen algo en común estos personajes es que cada uno de ellos, con sus particularidades, encarnan lo que la filósofa Hannah Arendt llamaba la banalidad del mal. O sea, no son monstruos sino personas comunes, entre comillas normales, y eso es precisamente en lo que está cifrada la monstruosidad de sus existencias. Después de torturar en las mazmorras de la dictadura, volvían a su casa como quien vuelve de cualquier otro laburo".
–Este libro está compuesto por tus crónicas, en las que en muchos casos le das voz a los represores. ¿Es válido el debate, aún no saldado en el periodismo, sobre si está bien o no "darles micrófono"?
-Yo pienso que hay que darles micrófono. Opinar lo contrario es medio idiota.
–¿Por qué?
–Porque darles el micrófono no los legitima. Sino que es un modo bastante explícito de mostrar cómo son. Para saber lo que pasó en este país y para saber lo que mueve el horror en el mundo hay que observar un poco a sus hacedores. Por otra parte, yo veo que las pocas entrevistas que se hicieron a estos tipos siempre estuvieron signadas por discusiones absurdas con sus entrevistadores, en las cuales estos personajes avalan, justifican y pregonan los métodos propios del terrorismo de estado. Y el entrevistador en lugar de sacarle información y en vez de predisponerlo a que se muestre por entero, entabla discusiones con él. Si el objetivo es entrevistar a estos tipos como son, hay que tener en cuenta que ellos hasta cuando hablan del clima ya demuestran cómo son. Por los juicios a los que fueron sometidos, ya sabemos lo que estos genocidas hicieron. Por lo tanto, yo no necesitaba que me describan los crímenes que cometieron. Eso no es ningún secreto. A mí me interesaba explorar otro corte de sus personalidades y sus historias.
–Tu estilo periodístico es minucioso, hasta detallista, no se te escapan los rasgos ocultos de estos personajes, como la bolsa de orina que colgaba de la cintura de Harguindeguy o el aspecto sombrío del ex capitán Héctor Pedro Vergez, a de quien decís que le endilgaron ser una de las "estrellas del terrorismo de estado", como Astiz. ¿Cómo reconstruís esos trazos aparentemente desdibujados en tu narrativa?
-A uno de mis entrevistados, el represor Carlos Españadero, (fuente principal de su anterior libro Los Doblados, sobre la infiltración de los servicios de Inteligencia en el ERP ) lo tuve dos horas para que me cuente incluso de qué color eran las paredes del edificio de Inteligencia de Viamonte y Callao. Necesitaba que me cuente características personales de otros militares, las voces, esos detalles. Toda la reconstrucción de las escenas no solamente está dada por hechos cuyos detalles ya conocemos, sino por otra serie de detalles menores, de color, de lugar, sonoros, que desconocemos y que ellos atesoran.
–¿Nunca agregás nada?
-De ninguna manera. Incluso hay escenas que son imposible de reconstruir. Por ejemplo en mi libro Los Doblados tenía que reconstruir el momento en que un personaje que ya había muerto, presencia la caída de Salvador Allende en Chile desde una fábrica. Por necesidades narrativas, quería describir esa escena para transmitir el impacto que causaba en él la caída del gobierno socialista. Entonces dije 'voy a buscar dónde quedaba esa fábrica'. Descubro que queda al sur de la sede de gobierno, la Casa de la Moneda. No te olvides que "la" foto del derrocamiento de Allende es la Casa de la Moneda ardiendo. Y me pregunto "¿de dónde salieron los aviones que bombardearon la sede de gobierno?". Salieron de Valparaíso. Entonces este personaje vió pasar a los aviones. Y eso ya bastaba como para escribir tres mil caracteres. Acá no cabe poner detalles ficticios. Ya que de algún modo malogran el objetivo del texto de no ficción que es reconstruir algo que realmente sucedió.
–¿Existe el pacto de silencio de los genocidas? En El otoño de los genocidas aludís en varias oportunidades a los "secretos que se llevan a la tumba".
-No todos lo cumplían a rajatabla. Vergez por ejemplo no tuvo inconveniente en narrar sus atrocidades, a las que por supuesto presentaba como actos heróicos. En una de las varias entrevistas que le realicé, en 2005, me pregunta en tono casi cómplice, "usted que es periodista, ¿no sabe si saldrá el fallo de la Corte que anule las llamadas 'leyes del perdón'?". Efectivamente era inminente la salida de esa Acordada. Le dije que salía en cualquier momento. Apesadumbrado, bajando los párpados, me dice "estos hijos de puta nos persiguieron durante 20 años y nos están metiendo en cana a todos".
–¿Notaste algún atisbo de arrepentimiento?
-No. Excepcionalmente. Por ejemplo para otro de mis libros, el ex hombre fuerte del Batallón 601 de Inteligencia, Españadero, se mostró apesadumbrado por la muerte del soplón y entregador Rafael de Jesús Ranier "el Oso", un "doblado" en la jerga de los espías.
–Sin embargo, desde algunas tribunas televisivas se enarbola la idea de la "reconciliación" y piden una autocrítica de aquellos que participaron de las guerrillas de la década del 70…
-Los delitos de lesa humanidad son cometidos por el Estado, no por grupos de civiles. Precisamente, lo que se le achaca al terrorismo de Estado es no haber utilizado las leyes de la Constitución para castigar determinados delitos que pudo haber cometido la guerrilla. En consecuencia, estos delitos que habrían perpetrado las organizaciones armadas, que no fueron juzgados por las leyes penales, son prescriptibles. En cambio, como sabemos, los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles. Además, la reconciliación como acto cristiano es un concepto no sólo falaz sino también abominable desde todo punto de vista. Esa reconciliación o la teoría de los dos demonios describe una situación en la cual dos bandos mantienen un enfrentamiento ante una sociedad que mira atónita, desde afuera, lo que paso. Y no fue así. No lo fue, principalmente porque acá no hubo una guerra, sino una cacería. Y si apelamos a una terminología bélica, esa "guerra" no fue contra un bando beligerante al cual se lo podía considerar como tal, sino que fue una "guerra" contra toda la sociedad argentina. Porque según las teorías de la guerra contrarevolucionaria, en la que abrevaban estos tipos, planteaban que la fortaleza de los grupos insurgentes se encontraba en la retaguardia. Es decir en la sociedad civil. Había que atacar a la sociedad civil para lo lograr lo que ellos llamaban "dejar al pez sin agua".
–Más allá de la responsabilidad sobre hechos abyectos, que les cabe a los protagonistas de tu libro, ¿qué tipo de personajes son?
-Me encontré con personajes absolutamente mediocres y absolutamente imbéciles. Primero, tienen una personalidad psicopática muy grande, una vez despojados de sus actividades represivas y una vez caído el paraguas institucional que justificó ese proyecto, estos tipos psicológicamente quedan a la intemperie. Terminan muy locos. Tal vez los jerarcas más reputados de la dictadura fueron los que encontraron mayor contención económica, política y familiar. Estoy hablando de Videla o de Massera, que se robó muchísima guita. La segunda línea quedó pedaleando en el aire y la tercera línea es la mano de obra desocupada.
La reconciliación como acto cristiano es un concepto no sólo falaz sino también abominable desde todo punto de vista
–Cuando muera el último represor, ¿creés que la cuestión del rol de los genocidas quedará desdibujado?
-Es un poco lo que está pasando con los nazis. En Europa acaban de juzgar a un jerarca de 95 años por su rol en Auschwitz. Es algo que de algún modo sigue vivo, después de décadas. Es una herida que sigue abierta. Si a raíz del "Holocausto Argentino", vamos a llamarlo así, surgieron las Madres y las Abuelas, es porque después nacería la agrupación H.I.J.O.S. y la aparición de los nietos. O sea, es una tragedia que engloba a quienes integraron la generación de los desaparecidos. Es un tema que arrastra a la generación que les dio la vida. Y es una generación que arrastra a sus descendientes. Ya tenemos tres generaciones. Y a ese espinel se le acaba de agregar la de los hijos de represores, que denuncian a sus padres. Eso sólo demuestra que no es un tema que ya pasó. Pensar que ya pasó es una lectura malvada como la que plantea que hubo excesos de los dos bandos.
–Todavía quedan represores impunes…
-Hay muchos que ni siquiera están identificados. Hay una puja interna en la justicia, en la cual determinados jueces y fiscales ponen todo su empeño en desarrollar no sólo los juicios sino también en identificar a los represores. Y desde luego, me parece que también éste es el momento propicio para que, por otro parte, gran cantidad de integrantes del poder judicial enrolados en los sectores más conservadores, tengan espacio para articular el festival de arrestos domiciliarios o para dictar sobreseimientos.
–Algunos dirigentes ligados a la defensa de los derechos humanos, plantean la posibilidad de morigerar las penas de los condenados por delitos de lesa humanidad a cambio de información. Sin embargo, en tu libro, ¿ no son muchos los que hablaron?
-Plantean la alternativa sudafricana. En Sudáfrica canjearon información por impunidad, con la ilusoria idea de que eso iba a reconciliar a las partes. Pero el modelo sudafricano, el conflicto sudafricano, son absolutamente distintos a lo que ocurrió en la Argentina. Los actores fueron distintos. Suena bien a los oídos de gente no muy informada.
–¿No creés que a la larga algún condenado o no, de segunda o tercera línea puede hablar?
-Si hasta ahora no ha sucedido, no creo que suceda. Ellos saben por qué no quieren hablar. Lo único que los contiene es su pertenencia a ese círculo de hijos de puta. Es lo único que no los va a abandonar.
*El otoño de los genocidas, Antología de crónicas periodísticas 2008-2017, se presenta este viernes 20 de abril a las 19 en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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