Al abrir las páginas del libro Cenizas de carnaval, escrito por Mariana Travacio y editado por Tusquets, el lector se sumerge en un mundo inquietante en el que se alberga a la demencia, la soledad, el crimen. Y también la ternura.
Para usar una metáfora común -a pesar de que esté mal visto usar metáforas comunes- se podría decir que las páginas de Travacio son un tobogán de emociones. Y conversar con la escritora es un acto interesante. Nacida en Rosario pero criada en San Pablo, Brasil, quizás la conjunción de lenguas es lo que produce una literatura potente y extraña, sin asidero. Este cronista debe confesar que se olvidó de preguntarle en qué idioma sueña. Sin embargo, Infobae Cultura le realizó otras preguntas.
–Travacio, ¿usted se psicoanaliza?
–Sí, sí, me analice toda la vida, muchos años. Soy una persona psicoanalizable, una persona atravesada por una especie que supera la neurosis, que avanza más.
–¿Definiría así a sus personajes inquietantes?
–Lo que busqué durante la escritura de estos relatos fue mostrar esa pregunta de nuestras formas de morir. Ver cómo se toma la forma de la vida en dirección hacia el final. Entonces en el cuento Cenizas de carnaval hay una muerte por alivio, si se quiere.
–En ese cuento en particular el lector logra una empatía con el personaje. Eso deja de pasar a medida que avanza el libro.
–Son personajes atravesados por quiebres, se enfrentan a la ausencia o a las formas de la ausencia o distintas formas de ausencia, formas de vacío y se ve cómo cada personaje se sobrepone a eso componiendo una forma. Si querés, se trata de un realismo un poco corrido un poco al absurdo.
–En un cuento un hombre termina ahorcando a la vecina y hoy ese femicidio tiene un trasfondo muy real.
–Es que eso pasa. A veces pienso que estas narraciones están tensadas por contraste, toman lo mínimo del minimalismo de la trama y luego exacerban el relato. Tal vez yo pretenda que quede a la vista lo que es es el desborde la locura. Que es ahí donde uno ocurre un estallido.
–Usted estudió psicología y se especializó en criminología.
–Sí, me especialice en criminología forense. Me dediqué muchos años a eso.
–Esa actividad permite llegar a la mente de criminal.
–Si lo querés tomar así, puede ser. A mí me cuesta definir, no pienso nuestra psiquis tan clara. Hay bordes, todos nosotros los tenemos. Aunque seamos neuróticos tenemos zonas. Por momentos desbordamos. Me interesa explorar sin necesidad de encasillar en términos de: "son psicóticos". Hay personas que caen. Hay un momento en el que el psiquismo explota, donde hay algo que no se soporta, que no se tolera, que se rompe…
–En el cuento que le señalaba, sin spoliear, hay una furia que desborda a un vecino.
–Es un señor mayor al que algo le inquieta. Hay una mujer rara. También se revela un crimen.
–Le gustan los personajes locos.
–A mí la locura me conmueve. Cómo sensaciones humanas muy precarias que van del amor al rencor y hacen que se realicen actos incontrolables. Los locos me conmueven mucho.
–¿Siente una empatía?
–La persona que dice que se conmueve es porque siente una empatía. Conmover es moverse. A mí la locura siempre me produce una profunda conmoción, me mueve a veces a escribir, a veces a estudiar. El psiquismo que se revienta, que no aguanta.
–¿Piensa que es algo individual o hay algún elemento social en esa conformación?
–El individuo se maneja en un sistema profundamente agobiante. Freud hablaba del malestar en la cultura. Hay veces que el individuo termina abusando de una sustancia porque son compensaciones que se buscan para alivianar la tensión. Una tensión de un sistema. Si te ponés a pensar, podés concluir que nacés y prácticamente toda la vida te la pasas viendo cómo sobrevivir en un sistema en el que tenés que producir para poder vivir. El tiempo para el arte, la pintura, la música es escaso normalmente y además termina totalmente atravesado por esa tensión. En algún punto toda la sociedad necesita siempre de los desbordes, de válvulas de escape. La vida me resulta atroz, es profundamente desgarradora.
–Usted tuvo una vida particular.
–Yo nací en Rosario. Cuando tenía dos años mi papá se mudó a Brasil. Papá era ingeniero, trabajaba en Villa Constitución en el año 69 y le ofrecieron un trabajo en Brasil. Fue a San Pablo en el boom de la industrialización. Fue a construir fábricas. A mí y a mi hermana más chica nos criaron en el catolicismo. Íbamos a un Liceo francés donde sólo se habla francés. El portugués era la lengua de la calle y el español era la lengua reducida al núcleo familiar. Tenía tres lenguas en la cabeza. En algún momento pensé cuál era mi lengua. En qué voy a escribir, en qué voy a leer, en qué voy a pensar.
–Es extraño, porque sus textos tienen una oralidad muy fuerte.
–Para mí la escritura es profundamente rítmica, auditiva, me importa mucho más resolver un problema en una oración que resolver una trama.
La reunión con la escritora Mariana Travacio se realiza en el bar Suspiria Resplandoris, en el barrio de Palermo, que es de por sí un lugar inquietante. Los textos de la autora lo son. Sus personajes también. También lo que cuenta.
–Una vez me enteré de un caso en un hospital en el que una mujer que decía que tenía serpientes fue operada, le abrieron la panza, literalmente el estómago y la operaron y le hicieron creer que habían extirpado las serpientes. Es como la extracción de la piedra de la locura.
–Su experiencia académica se transformó en una herramienta para su literatura.
–En la vida me ocurrió más de lo que yo hubiera elegido. Mi intención era dedicarme a la clínica, pero luego fui invitada a intervenir en la criminología forense, que me apasionó profundamente. Perité muchos casos de sectas, de violencia doméstica, de abuso de menores. Me atravesó muchísimo. En un momento decidí dejar la práctica forense, luego la clínica, luego la docencia. Fue un ciclo. Y ahí empecé a escribir nuevamente, que era algo que yo hacía de muy joven.
–En su literatura la perversión está.
–Es una de las estructuras posibles. Es aquel que no tiene dique de contención moral operando, no hay superyo.
–Hay un cuento perturbador, de una familia, los Osorio, que es tremendo. O aquel que pega todo.
–Ahí tenés un personaje sacado. Los tensiono hasta el borde.
–Pero esos personajes, en un punto, ¿no le resultan repulsivos?
–La literatura no tiene que tener una mirada moral, tiene que ser libre. Se escribe desde un deseo de escritura, que es una disposición al fracaso. Nunca logramos decir lo que querríamos, a lo sumo logramos bordear algo. En todo caso, como dice Lacan, la palabra es la muerte de la cosa y un escritor no tiene más que un puñado de caracteres que en todo caso de los que surgen palabras. Borges decía que la realidad es incomunicable y atroz. Cuando querés aprehender eso que te conmueve a través del lenguaje, sabés que vas a fracasar, sabés que el lenguaje es preverbal, sabés que a lo sumo vas a bordear esa realidad.
–¿Usted tiene afecto por sus monstruos?
–Yo dialogo con ellos.
–¿Los comprende?
–Cuando abordo desde la escritura alguna de estas cosas es porque me conmovieron y quiero decir cosas al respecto. Si algo provoca, es que fue dicho. Macedonio decía "la finalidad de la vida es la finalidad de la vida en la individualidad en ella". Si lográs expresar un poco lo universal de la anécdota de tu tía, que puede ser anormal y atroz, eso sería la literarura.
–Freud diría que hay algo oculto en cada persona, y que podría surgir con la literatura.
–En la escritura hay algo de diálogo con lo fantasmal, de exorcismo.
–Con lo que no se no se puede hacer.
–Con lo que no se conoce.
*Tusquets Editores presenta Cenizas de carnaval, de Mariana Travacio. Luis Chitarroni y Jorge Consiglio conversarán con la autora. Sábado 14 de abril a las 19 en Casa de la Lectura (Lavalleja 924. CABA)
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