Escribir en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un cross a la mandíbula… Eso, se recordará, recomendaba Arlt en su pugilístico prólogo a Los lanzallamas de 1931, y es probable que no haya escritor argentino más fiel a su mandato que el chaqueño Carlos Busqued.
Su primera novela, Bajo este sol tremendo (2009), una parábola negra sobre la herencia perversa de la dictadura, la decadencia y la anomia del interior derruido dejó a los lectores literalmente noqueados con un despliegue apenas soportable de sordidez y violencia bruta, diestramente calibrado por un narrador seco y preciso.
Escrita en la orgullosa soledad del outsider, resultó sin embargo inesperada finalista del premio Herralde de novela, se tradujo a varios idiomas y llegó al cine en versión durísima de Adrián Caetano, el más duro de nuestros directores.
No era fácil superar o igualar la marca de ese comienzo. Busqued (Presidencia Roque Sáenz Peña, 1970) se tomó casi diez años de punching ball antes de reincidir y, como si hubiese buscado asestar un golpe todavía más certero, vuelve ahora sin el velo de la ficción, adelgazando la presencia del narrador y el autor hasta volverlos invisibles, en un libro sin modelos reconocibles, sin género y sin anestesia, Magnetizado. Una conversación con Ricardo Melogno.
Porque aunque seguramente nadie lo recuerde, el interlocutor del subtítulo no es un personaje de ficción sino un asesino serial que en setiembre de 1982 tuvo en vilo a los taxistas de Buenos Aires y saltó a los titulares de las páginas policiales. Lleva más de treinta años encerrado en cárceles y psiquiátricos, desde que en una semana fatídica para el barrio de Mataderos, con diecinueve años y sin motivos aparentes, mató a cuatro taxistas en circunstancias curiosamente idénticas, a tres en Capital y a uno en provincia. Magnetizado por el misterio del caso, Busqued conversó con él durante un año y editó las noventa y cuatro horas grabadas en el complejo penitenciario de Ezeiza, donde Melogno sigue detenido por su "peligrosidad potencial", después de haber cumplido la condena y más de veinte años de encierro en la Unidad 20 del Hospital Borda.
El misterio inexplicable del arrebato homicida se resume en una crónica seca y un collage de notas de prensa que recapitulan el caso en el comienzo del libro, se enmaraña en los informes psiquiátricos, las pericias, los diagnósticos y las condenas que se consignan en una cronología sombría ("Treinta y cuatro años de Ricardo según el Estado"), y se ahonda en entrevistas al juez que le tomó la primera declaración y la médica psiquiatra que lo trató durante siete años en el Borda. Pero palpita sobre todo en las muchas páginas de conversación en que Melogno recorre su infancia, el limbo insondable de los asesinatos y el infierno de cárceles y psiquiátricos por los que peregrina desde entonces.
¿Qué lo llevó a matar a cuatro taxistas a sangre fría? ¿Por qué en circunstancias casi idénticas? "Tengo un problema adentro", le dijo a un vecino que lo vio deambular desesperado por el barrio en esos días, y el libro, se diría, es una dilatada expansión de esa respuesta.
Con el mismo recurso seudo-documental con que Bajo un sol tremendo incluía una nota sobre un calamar gigante de la revista Muy Interesante, Busqued monta ahora recortes de prensa sobre el caso Melogno, interroga, transcribe, edita y dispone pero no interpreta ni abre juicio. Deja que la carga eléctrica que fluye en el montaje dibuje un campo magnético de posibles causas, motivos, recuerdos y retazos de la historia familiar, piezas sueltas de un rompecabezas psicológico y social que el lector, cuando se recupere del cross a la mandíbula, tendrá que componer por su cuenta.
Ni siquiera los forenses llegan a un diagnóstico firme con el que resolver el caso (personalidad anómala, síndrome esquizofrénico sobre personalidad psicopática, cuadro delirante crónico compatible con parafrenia o paranoia, psicópata esquizo perverso histérico, autista) y es el propio Melogno el irónico y sorprendentemente cuerdo observador de la inconsistencia de la justicia para resolver el enigma: "En Capital soy inimputable, no comprendo mis actos. En Provincia comprendo y, en consecuencia, soy responsable de mis actos. Premio Nobel de psiquiatría para la justicia de Provincia, que tiene el remedio para la locura: la avenida General Paz".
Todo parece llegar al lector "en directo", despachado en bruto en el montaje de las entrevistas y los informes austeros, incontaminado a primera vista por los protocolos de la ficción que colorean el nonfiction. Pero aunque Busqued simula desaparecer detrás del "personaje" que domina el relato en primera persona, interviene en bambalinas con puntadas invisibles.
La conversación va entramando imperceptiblemente los componentes tóxicos del caso -la madre golpeadora, el espiritismo, la santería, la droga, el arma convertida en objeto transicional, la "situación de calle" antes del limbo homicida, y más tarde la pesadilla interminable de la "cura" psiquiátrica, las cantidades ingentes de Halopidol, los intentos de fuga y la dura supervivencia en la jungla carcelaria. Un sutilísimo hilo metafórico recorta el campo magnético desde la Ley de Ampère que se cita en el epígrafe y la sensación magnética de la sangre pegajosa en las manos que inspira el título, hasta la escena extraordinaria que Busqued recorta, recrea y pone en abismo en "Electricidad y magnetismo", la única pieza "escrita" del libro, tan perfecta en su potencia visual y su economía, que antes que arrancada de la realidad parece concebida hasta el menor detalle por un gran director o un buen novelista.
Como más de un personaje arltiano, se deduce hacia el final, Melogno parece haber conseguido "ser a través del crimen" y alienta la fantasía de una vida bucólica en el campo. Después de tantos años de encierro, quiere perder la vista en la larga distancia. "Yo fui una cucaracha. Y después un monstruo. Y después un preso", dice, y Busqued le da la última palabra: "Me gustaría ser una persona."
Ni novela negra, ni realismo sucio, ni crónica, ni reportaje, ni nonfiction. Busqued acaba de inventar un género descoyuntado, crudo como la realidad descarnada que lo inspira, con el que revitalizar los protocolos vencidos del realismo: el identikit literario o, si se quiere una descripción más formalista, el montaje ético y metafísico.
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