En 1908, Santo Stefano Belbo —un pueblito italiano y piamontés entre los Alpes y el Mediterráneo— tenía mil habitantes más de los que hay ahora. Quizás por la prosperidad del trabajo de la tierra, motor de muchas poblaciones rurales; también porque la Segunda Guerra Mundial aún no había nacido para avivar el fuego del exilio. Lo cierto es que en este punto milimétrico del mundo, un 9 de septiembre, nació Cesare Pavese, un escritor que supo sacudir el siglo XX con su poesía: narrativa, pesada y amenazante, como un revólver guardado atrás, en el pantalón.
Comenzó como traductor de sus norteamericanos contemporáneos, como Ernest Hemingway y William Faulkner, y siguió con los clásicos del siglo anterior. Ya se había licenciado en Filología Inglesa, ya había leído esas cosas que se podrían llamar introductorias, entonces pasó al siguiente nivel, al de crítico, y eso lo conformó como intelectual y, más tarde, activista y militante del Partido Comunista. Sus libros están dotados de una profunda sensibilidad social: escribió ensayos, novelas, cuentos, aunque fue su poesía lo que le dio el carácter distintivo.
Todo ese traqueteo no fue fácil. Sobre todo en Italia. Aún no era mayor de edad cuando Benito Mussolini encabezó la marcha sobre Roma en 1922 enamorando al rey Víctor Manuel III, quien le pidió un "gobierno de orden". La Primera Guerra Mundial llegaría y esa Italia con sindicalismo revolucionario quedaría en las sucias manos del Duce. Pese a la censura y la persecución, Pavese fundó y comandó la editorial Einaudi y escribió sin parar, hasta que, por algunos de sus textos antifascistas, fue confinado en un pueblo de Calabria donde todos los días tenía que pasar por la comisaría. Corría el año 1935 y en esas caminatas tristes y llenas de bronca hacia la dependencia policial entendió, casi como una revelación, el poder de sus palabras.
Un año después llegói Trabajar cansa/i, su primer libro de poesía, una bomba literaria que fue mejor leída en 1943, cuando publicó una reedición corregida y aumentada. Luego su historia es conocida: la voracidad literaria de un hombre que pensaba y sentía con el peso de la humanidad. Pues la vida era para eso: pensar, sentir, hablar, gritar, siempre con los labios bien abiertos.
Su sensibilidad no es netamente festiva. Toda empatía necesita también posarse sobre los pesares, la angustia, las injusticias. Pavese no sólo vivió las dos Guerras, también fue testigo de un siglo XX desbordado de crueldad donde el hombre mataba al hombre para extender sus fronteras. Eso lo convertía en un alguien triste, sí, pero también en alguien que necesitaba nombrarlo todo de nuevo, abrazar el mundo con el lenguaje para cambiarlo. Y la mejor forma que encontró para hacerlo fue la poesía.
iTrabajar cansa/i y iVendrá la muerte y tendrá tus ojos/i (un poemario póstumo) son dos libros suyos que suelen ir de la mano. El primero fue escrito en su adolescencia y narra con buena extensión una serie de anécdotas e historias atravesadas por el tiempo, la naturaleza y el trabajo. El segundo fue escrito en sus últimos años —es más sensorial y de versos breves— y expone una simpleza nostálgica y a la vez valerosa. Ambos acaban de ser publicados por tres editoriales —Griselda García Editora, Dock y Cartografías— en un libro traducido por el poeta argentino Jorge Aulicino.
Cuando Jorge Aulicino leyó por primera vez a Cesare Pavese, éste ya se había suicidado. Diez dosis de somníferos en un hotel de Turín y a otra cosa. Eficaz y definitivo. Menos de diez años después de esa muerte conmocionante, Jorge Aulicino tenía en sus manos un libro traducido por Rodolfo Alonso, posiblemente la primera traducción que se hizo en castellano de iTrabajar cansa/i y iVendrá la muerte y tendrá tus ojos/i.
"Me quedó un sabor —recuerda ahora, en diálogo con Infobae Cultura—. No recuerdo las palabras que leía en ese momento. Pero me acuerdo que uno de los primeros poemas que me impresionaron muy pocos años después fue precisamente el primero del libro, Los mares del sur. No supe ni estoy muy seguro de saber por qué. Lo que puedo decir hoy es que tiene una especial fusión del mundo del trabajo con el de la aventura. La aventura entendida como la entendía un adolescente que leía a Salgari o Melville y la aventura con el sentido que le daban los parientes de Pavese que hablan del protagonista como de un desesperado. Ese primo que vuelve del mar era un fogonero y al volver solo piensa en hacer algún negocio con lo que ahorró en sus viajes, pero para Pavese es una mezcla de capitán Ahab con campesino piamontés."
— En el prólogo de este libro dice que la poesía de Pavese es "el rodeo en torno a instantes extáticos", ¿por qué? ¿Cómo sobresalen esos instantes de la planitud cotidiana?
— Bueno, acabamos de hablar del primo que vuelve, el del poema "Los mares del sur". El poema describe un momento extático, el de la subida del poeta con el primo por la ladera de una colina. Esa imagen, a medida que se forma mediante elementos que se van sumando -el color blanco de la ropa del primo, el viento que zumba cada vez más en los oídos, las cada vez más lejanas luces de los autos allá abajo, el "faro de Turín", que no es propiamente un faro porque Turín no está en la orilla del mar-, esa imagen digo, es mítica, es la de Ulises, la de Ahab, el de Moby Dick, pero a la vez la de un profeta o un patriarca, y al mismo tiempo, también la de un campesino, sobre todo por lo que habla y por el hecho de que aún habla en dialecto. Es un poema narrativo, extenso, pero es un poema, una epifanía. Nunca esta historia hubiese funcionado como cuento. Pavese martilla y golpetea hasta construir una imagen única que le habla a "los ojos de la mente", como diría Stevenson. Casi todos o todos los poemas de Trabajar cansa se basan en este procedimiento. No se cuenta mucho. Se cuenta un momento. Y las técnicas de la narrativa sirven al propósito de fijar un instante. Se las roba, Pavese, a los narradores norteamericanos que leía y traducía. Era un hombre de veintipico de años. Todavía no había publicado, y creo que no había escrito, ninguno de sus libros de relatos o novelas.
— Es interesante cómo Pavese describe en sus versos una subjetividad masculina. En una época como la nuestra, ¿cree que podría ser leído como machista?
— Sí, todo puede ser leído como machista, o como racista o como fascista en una época como la nuestra. Pero cuando Pavese dice "nunca seremos mujeres para nadie" está hablando de sus antepasados y habla con la voz de ellos. Su reclamo viril para la literatura -que lo hizo- no tenía nada que ver con el machismo. Trabajar cansa tiene potentes personajes femeninos: Deola, Gella, la chica que baila en el poema Paternidad, la extranjera que nadaba desnuda de noche en el mar, la Viuda, la mujer del barquero. Esto por no hablar de la asociación mítica de la mujer con la tierra, que se mantiene en los poemas póstumos de Vendrá la muerte… Creo que Pavese entendía por virilidad, no solo en literatura, aquella solidez de los campesinos silenciosos del Piamonte, que en su vida personal -según su diario- y en su poesía son seres inalcanzables, autosuficientes, a los que él creía que nunca se parecería.
¿Cómo pensaba Cesare Pavese a la literatura, a los libros, a la poesía? Hay un libro suyo titulado iDel oficio del poeta/i donde dice que "es tan fácil aceptar la perspectiva más banal, y mantenerse en ella, seguros del consentimiento de la mayoría". ¿Para qué sirve la lectura —parece preguntar Pavese a viva voz— sino es para quitarse los prejuicios, limpiarse del más grasoso sentido común y huir de las garras de la mediocridad? La lectura como forma clave del pensamiento crítico.
También escribe allí que "los libros no son los hombres, son medios para llegar a ellos; quien los ama y no ama a los hombres, es un fatuo o un condenado". El amor como forma de acercarnos a lo desconocido, de aceptarlo, de asumir la posibilidad de un mundo mejor. Otro fragmento: "Un relato, un poema, no le habla al físico, al contador o al especialista, sino al hombre que hay en todos ellos". Para Pavese, el lenguaje no sólo sirve para nombrar a las cosas, también —y por sobre todo— para comunicarnos.
¿Por qué el arte y por qué la poesía, entonces? Para comunicarnos, también alegóricamente, en un diálogo que traspase lo cotidiano. Que nos lleve a ver, como dice Jorge Aulicino, esos momentos míticos.
— La naturaleza es un elemento recurrente: las colinas y sus significaciones, por ejemplo. ¿Se podría decir que su poesía es atemporal?
— Está escrita en un momento histórico preciso, pero justamente lo ancestral es lo que busca Pavese. Lo que parece atemporal. Mítico. El choque de ese mundo con el de la ciudad, y con una ciudad industrial como comenzaba a ser Turín, está allí también. Pero curiosamente ese choque también se vuelve mítico en el contexto del libro. Tiene que ver con el mito del viaje, aunque no lo parezca. El poema que mejor representa ese conflicto es otro poema extenso, Fumadores de papel. El personaje allí es un obrero fabril. Fijate vos, no voy a contarte el final, pero si Los mares del sur termina con una referencia al mundo del trabajo enclavado en un paisaje de piratas y pescadores de perlas, este otro termina con un deseo de viaje que brota, que explota, en un escenario industrial.
— Hay una mirada muy consciente sobre la muerte en su obra, como cansina, sobre el peso del mundo. ¿Cree que de alguna manera su temprana muerte está inscrita en sus versos?
— No, en realidad veo en sus versos ese peso del mundo, eso está muy bien dicho, es así. Pero no veo el anuncio de su suicidio. Tal vez en los poemas póstumos sí. Los escribió en medio de un gran sufrimiento. Es increíble lo que puede sufrir una persona por hechos que, vistos de afuera, no son para tanto. Esto lo dice también en su diario. Un hombre como Pavese, duro en apariencia, se mata cuando pierde la protección que a todos nos da la infancia a lo largo de la vida. En el mismo poema en el que dijo aquello de "no seremos mujeres", dice también: "estamos llenos de horrores, nosotros, los hombres". Si se piensa en su final, allí está tal vez la causa. El espejo en que se miraba revelaba ya sus grietas.
— ¿De qué forma cree que irrumpe la poesía de Pavese en nuestra sociedad actual? ¿Por qué leer Pavese, hoy? ¿Qué tiene para decirnos?
— Quizá ya no tenga nada que decirnos, nada que esperemos oír. El mundo mítico fue reemplazado por el mundo de las superficies, la "vida líquida". No sé realmente qué lugar puede ocupar en este mundo ni por qué habría que leerlo. Creo que es un libro para aquel que todavía tiene una parte de sí hecha en ese otro mundo religioso. En dos o tres generaciones más, ya no quedarán lectores de Pavese. ¿Quién lee hoy a Homero, realmente? Se necesitaron muchos siglos para que se dejara de leer y se lo cite de segunda mano. Los tiempos se aceleran. En menos de 70 años, se dejó de leer a Pavese. Desde la traducción de Alonso, que iluminó la adolescencia de mi generación, desapareció lentamente de las librerías. Tal vez no en Italia, por simple homenaje a un clásico, pero en todos los otros países de habla latina, para no hablar de los de habla inglesa, creo que casi no existe.
La voz de Cesare Pavese parece irse erosionando con el tiempo. Mejor dicho: su rostro dibujado en las marquesinas de los grandes poetas del siglo pasado se va gastando hasta ser una imagen borrosa que luego, si no es ya, será tapada por otro rostro, más rostros, dibujados con colores más vivos y más nuevos. Pero, aunque escondida y alejada, la voz de Cesare Pavese sigue hablando, sigue recitando esos versos secos que se elevan en una imaginación originaria: un poco hacia el campo, otro poco hacia las fábricas, al universo laboral que puja con el de la libertad, allí donde se arremolina la vida y sus tormentos.
"El mañana está congelado", dice en el último de los poemas que integran este libro. ¿Quién ha cubierto de hielo todo ese porvenir que nos llena de ansiedad, miedo o alegría? ¿Es una sentencia triste la del verso de Pavese o, por el contrario, se trata de un alivio: eso que vislumbramos como futuro está encapsulado, imaginado, y es mejor que allí se quede (adelante) para poder ocuparnos mejor del presente?
"Pavese quería darnos con su diario un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana del cual nadie escapa", le escribió Italo Calvino a Geno Pampaloni en una carta de 1951 cuando estaba por publicarse su diario, iEl oficio de vivir/i, un compendio de anotaciones que Pavese escribía casi sabiendo su destino póstumo. De hecho, ese diario cierra con esta frase: "Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más".
Es cierto, nadie escapa de la tragedia humana, entonces ¿qué hacer al respecto? "Entre nosotros nada / de trampas, nada / de cosas inútiles – / combatiremos siempre", escribió en iVendrá la muerte y tendrá tus ojos/i. En su mirada parece no haber otra opción: luchar contra esa perspectiva más banal de la que hablaba, combatir. Y es allí donde hay, indeclinablemente, una esperanza.
Pero quizás a todos nos llega un momento en que aparece el final, en que no hay sentido para seguir, y ese lado trágico se vuelve una mancha de tinta que copa el vaso de agua. En Cesare Pavese ese momento ocurrió demasiado temprano: tenía 41 años cuando se decidió por las diez dosis de somníferos. Cuánto más pudo haber escrito. Muchísimo. Aunque tal vez ya había escrito todo.
Cuando lo encontraron sin vida, aquel 27 de agosto de 1950, también encontraron una nota. Estaba en uno de sus libros,i Diálogos con Leucò/i, sobre la mesita de luz. "Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chusmeen demasiado", decía. Una ironía suicida, una despedida jocosa.
Es posible que, al escribir esas tres oraciones finales, a su lado ya estaba la muerte, que le habrá concedido ese último pedido. Al fin de cuentas era poeta, ¿por qué no dejarlo despedirse? "No chusmeen demasiado", nos escribió a nosotros, los ahora vivos. Luego miró a la muerte a los ojos, sonrió y se fue.
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