Pablo Bernasconi aguarda con paciencia el próximo lunes, cuando en la Feria del Libro Infantil de Bolonia anuncien el ganador del premio Hans Christian Andersen, el pequeño Nobel. Ser finalista no lo perturba. "Que no nos hayan mirado, no significa que no hayamos existido", asegura desde un café a metros del lago Nahuel Huapi, en Bariloche. Aquí, desde su retorno en 2001, cultivó prestigio internacional dibujando y escribiendo para grandes y chicos.
También son candidatos en su categoría —la de ilustradores— otros cinco artistas, ninguno de este continente. El certamen, organizado por la IBBY (Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil), reconoce cada bienio la obra completa de un autor por su contribución literaria. Desde la primera entrega en 1956, sólo se lo llevaron cuatro latinoamericanos.
"Los premios expanden de formas bastante misteriosas las carreras de uno. Lo más valioso que les adjudico es facilitarme el camino hacia nuevos proyectos", le dice a Infobae Cultura. La frase parece apática, pero es más bien la admisión de que los laureles reconfiguran a su alrededor categorizaciones que no lo atraviesan por dentro ni lo impulsan a considerarse mejor que antes. Afirma, no obstante: "Ese lugar en que me ubican merece ser honrado".
Ya había estado nominado al Andersen en 2012, cuando la cordobesa María Teresa Andruetto ganó en la categoría de escritores. Este año, Bernasconi completará el binomio argentino con Pablo de Santis. El éxito de la literatura infantil de nuestro país se consolida, además, con la expectativa de cinco autores de obtener el distinguido Astrid Lindgren, con el que fue galardonada en 2013 Isol.
—¿A qué atribuís este auge de la literatura infantil?
—Es el desenlace de una construcción de mucho tiempo —explica—. La globalización y el interés de estar ahí fueron factores determinantes. Este proceso contó con el esfuerzo de Alija, la Asociación de Literatura Intantil y Juvenil de la Argentina, que propone a nuestros candidatos ante la IBBY.
—Y que compiten con menor presupuesto, seguramente.
—Alija ayuda a enviar dossiers y traducciones, para los que no hay búsqueda de recursos. Mucho se resuelve pidiendo ayuda. Frente a esa realidad, tenés verdaderos tanques provenientes de Dinamarca, Alemania o Estados Unidos.
Antes de recalar en el norte de Italia, Bernasconi partió a Roma donde, auspiciado por Cancillería, presenta una muestra propia. "La cultura argentina necesita afianzar contundencia por lo que es, por el valor que tiene: calidad para surfear cualquier contratiempo", opina el hombre que pudo editar su ópera prima en Buenos Aires, recién a partir de que lo hicieran en Inglaterra y Australia.
Infancias
Arrancó diseñando para diarios y siguió con ilustraciones que proliferaron en Clarín, La Nación, Rolling Stone y la crema de medios gráficos extranjeros: The New York Times, Playboy, The Wall Street Journal o The Times de Londres.
Su técnica collage, conceptual y suma de significantes sedujeron a cierto editor europeo de libros infantiles que, al final, no se conformó con un trabajo encomendado. "A mi me pareció que sí era para chicos, así que con esas mismas imágenes que me rechazaron, escribí un texto que resultó", recuerda. Se trató de El brujo, el horrible y el libro rojo de los hechizos, de 2004, al que le siguieron El Diario del Capitán Arsenio y otros siete títulos.
—O sea: comenzaste a dibujar para niños sin proponértelo.
—No lo elegí a conciencia. De hecho, la ilustración infantil todavía no existía como profesión en sí misma. Sí fue una decisión consecuente: empecé de la forma en que yo quería. Me pidieron literalidad en los discursos narrativos de la ilustración, algo más naif. Y yo elegí que la ilustración tuviera poder narrativo, que no secundarice al texto.
—Una vez te leí decir que el tuyo es el mejor trabajo del mundo. ¿Por qué?
—Porque te permite ejercitar a diario el conocimiento profundo de uno mismo, desde un lugar lúdico. A su vez, hay chicos que modificaron sus hábitos o pretenden hacer algo por lo que han leído, y eso me gusta. Si la huella es buena, no está mal promoverla. Todo escritor quiere dejar una huella.
—¿A tus hijos les gusta lo que hacés?
—Si. Tengo a Nina, de siete, y a Franco, de once. Acostumbrados, quizás, porque soy su padre o porque a otros les gusta y eso los condiciona. De cualquier manera, me doy cuenta porque, entre sus libros, hay ejemplares que me hubiese gustado ver en mi biblioteca de niño.
—¿Sus nacimientos modificaron tu labor creativa?
—A partir de ellos mi mirada se volvió menos narcisista. Si bien nunca estuve de acuerdo con la postura "hago lo que quiero y que el resto entienda", veo un poco de eso en mis primeros libros. Tampoco me parece bien el extremo opuesto de preguntarle a un nene sobre qué quiere que le escriban, pero vincularse con un lector proyectable no está mal, desde un lugar de empatía intelectual que nada tiene que ver con un focus group. Muchos quieren que los chicos entiendan todo y otros, menos, que nadie entienda nada.
—¿Cómo es eso?
—Me dedico a esto hace tiempo, leo mucha literatura infantil y puedo asegurarte que a veces no entiendo nada. Parece dirigida a escritores de libros infantiles o, a lo sumo, a los hijos de escritores de libros infantiles. Es demasiado sofisticada para superar no sé qué barrera. Yo he estado al borde y tuve que despegar el pie del acelerador.
Incubación y sintonía
El domingo pasado Pablo Bernasconi ofreció una charla ante cincuenta adultos en la pequeña sala de lectura de la Biblioteca Sarmiento de Bariloche. Lo hizo en conmemoración del 90° aniversario de la institución y por eso, antes de iniciarla, donó una lámina del Quijote: delgado retazo de hojalatas subido a una caña y cabeza de serrucho. Toda una analogía del presente heroico de este centro cultural. La caricatura es parte de Finales, uno de los libros que nuestro entrevistado pensó para grandes junto a Retratos, Bifocal y Retratos 2.
"Doris Lessing decía que el talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia", citó entre estantes. Prosiguió durante una hora y media. Habló de la paciencia, como elemento inherente a la incubación de una idea genuina. Y de la sintonía, como el olfato del artista para dilucidar rápido qué va bien o mal.
"Cuando tengo poco tiempo exaspero la sintonía, como ampliación sensitiva. Entonces la incubación de una idea requiere menos tiempo, tal vez treinta minutos. Si soportás ansiedad, presión, inseguridad o desconfianza por media hora, fijate lo que pasa. El mundo no está preparado para que alguien esté paciente treinta minutos", reflexiona.
Su incubación más extensa fue el retrato de Edgar Allan Poe, a quien Bernasconi adora a tal punto que el cariño se volvió en contra. Lo terminó en 20 días, una barbaridad para sus tiempos. Por el nivel de hallazgo, la delicadeza de los detalles y la síntesis conceptual, el mundo se rindió a sus pies. Cree que fue lo mejor que hizo.
—¿Alguna vez te retrataste?
—Lo más parecido a un autorretrato es un dibujo de Bifocal, en que aparece un hombre con la cabeza adentro de un sacapuntas. Fue un modo de trasladar cosas internas a una imagen. Fue un acto de desnudo.
Por sobre el resto de sus invenciones, dice que también le gustó Capitán Arsenio, al que define como "un personaje vinculado a los recuerdos de adolescencia, mezclados con Bariloche y la aeronáutica: soy piloto y mi viejo era instructor de vuelo, además de ingeniero".
—Una buena parte de tu infancia habrá transcurrido sobre un avión.
—Claro, en planeadores Cessna, metido en alas, arreglándolas, observando la fauna de los aeródromos.
Esa experiencia volcada a un libro, en combinación con la fantasía, constituyeron un nuevo mecanismo de creación que resultó una bisagra en su trayectoria, una trayectoria que podría tener -definitivamente- un antes y un después, cuando sea evaluada por expertos, a más de 11 mil kilómetros, en Bolonia.
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