El "enigma" Debussy: vida y obra de uno de los mayores compositores del siglo XX

Su obra produjo una de las rupturas más radicales y espectaculares de la historia musical. A cien años de su muerte, un recorrido por los trabajos y las influencias del gran músico francés

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Fotografía en su estudio: Debussy,
Fotografía en su estudio: Debussy, junto a Igor Stravinsky

Una comitiva por calles desiertas. Apenas unos pocos allegados acompañaban el ataúd de Achille-Claude Debussy  (1862-1918)al cementerio de Père Lachaise, mientras París era bombardeada por los alemanes. Ocho años antes, en 1910, el músico posaba para una fotografía en su estudio junto con un joven Igor Stravinsky. En una de las paredes se ve la reproducción de "La gran ola de Kanagawa", una de las 36 láminas con vistas del Monte Fuji que Katsushika Hokusai publicó entre 1826 y 1833. Un fragmento, apenas la ola suspendida en el aire, había ilustrado la tapa de la primera edición de la partitura de El mar, los "tres bocetos sinfónicos" que Debussy había completado en 1905 y que ese mismo año estrenó la Orquesta Lamoureux, con dirección de Camille Chevillard.

El 25 de marzo de 1918, en plena segunda ofensiva del Somme –que acabó poco después como la primera, con la retirada de las fuerzas alemanas–, Debussy murió de cáncer de recto, después de una larguísima agonía –en el momento de la foto con Stravinsky ya hacía un año que se lo habían diagnosticado en la Facultad de Medicina– y de una operación en 1915 –una de las primeras colostomías de la historia– que le dio un breve tiempo de respiro. Murió en su casa, en el 80 de la Avenida del Bois de Boulogne (actualmente Avenue Foch), y pidió que sus restos descansaran "entre los pájaros y los árboles".

El cadáver fue desenterrado el año siguiente y vuelto a inhumar en un cementerio más pequeño y aristocrático, el de Passy, detrás de la plaza Trocadéro y prácticamente al pie de la Torre Eiffel.

“La gran ola de Kanagawa”:
“La gran ola de Kanagawa”: célebre estampa japonesa del pintor especialista en ukiyo-e, Katsushika Hokusai, publicada entre 1830 y 1833, ​ durante el período Edo de la historia de Japón

Ganador del Premio de Roma a los 22 años y cultivador de lo extraño desde sus primeras obras –la propia academia que lo había premiado consideró "demasiado rara" su cantata La damoiselle élue–, antiwagneriano desde su endiosamiento de Wagner y antiacadémico a partir de una formación rigurosísima, que incluyó once años de conservatorio además de estudios privados de piano desde los 7 años, fue definido por su admirado Jules Massenet como "un enigma". Y es que la música de Debussy, con su apariencia gentil, sus reflejos y destellos –más cercanos, en rigor, al simbolismo que al impresionismo que erróneamente se le adjudica– y sus alusiones a la antigüedad y al Oriente, constituyen una de las rupturas más radicales –y espectaculares– de la historia musical.

La "Gran ola de Kanagawa" incluye otras olas, más pequeñas, dentro suyo. Los matemáticos lo llamarían fractales y, de una manera más prosaica, bien podría compararse esa pintura con las muñecas rusas. Y en su interior reside otro guiño: la base de la ola no es otra cosa que el espejo del Monte Fuji que aparece en el horizonte.

En la música de Debussy, por fuera de las relaciones temáticas y de desarrollo y variación progresiva que habían constituido el cimiento de la estructura durante por lo menos dos siglos, sucedía lo mismo que en la ola. Cada movimiento se volcaba en sí mismo, se reflejaba en el próximo y, espiralado, se repetía hasta el infinito pero nunca exactamente igual a sí mismo. La tensión y la distensión ya no configuraban grandes secciones sino que se sucedían constantes, permanentes: como en el mar.

Portada de la edición original
Portada de la edición original de 1905 de “La mer”, que reproducía “La gran ola de Kanagawa”

Lo acuático, entendido más como cualidad que como objeto, forma parte, en todo caso, del imaginario de Debussy. No es, sin embargo, el agua de los puntillistas como Georges Seurat ni la de los nenúfares de Claude Monet sino, más bien, la de William Turner y sus explosiones de luz y sombra controladas. O, eventualmente, las de la engañosa quietud de La joven mártir, el cuadro que Paul Delaroche pintó en 1855 y que comenta, podría decirse, la Ofelia firmada cuatro años antes por John Everet Millais.

Tampoco se trata de impresionismo en el sentido de un movimiento o escuela. Hay, sí, un clima de época del que participan los pintores del momento –le gustaran o no a Debussy, que fue particularmente crítico con Henri Matisse–, los escritores, sobre todo Paul Verlaine, uno de los primeros que el compositor musicalizó, y Stéphane Mallarmé, cuya percepción del ritmo fue determinante para el músico, y otros compositores como Ernest Chausson, Gabriel Fauré, Erik Satie, Maurice Ravel, Paul Dukas y Albert Roussel, cuyas carreras transcurrieron más o menos simultáneamente a la de Debussy.

Hubo reflejos de Satie en Debussy (el experimentalismo) y en Ravel (el culto a una antigüedad idealizada) y de Debussy en el primer Ravel y luego en Roussel. Pero de ninguna manera algo que pueda llamarse con justeza impresionismo musical.

Retrato de Claude Debussy hacia
Retrato de Claude Debussy hacia 1908, fotografiado por Félix Nadar

El "enigma Debussy" alcanza, por supuesto, a otros aspectos de su vida. Nadie supo nunca, por ejemplo, qué pensaba exactamente sobre el Caso Dreyfus, aunque frecuentaba los grupos nacionalistas que aplaudieron su injusta condena. Y, desde ya, a sus amores y desamores, una historia que, como mínimo, puede ser descripta como turbulenta. Su marcada preferencia por esposas e hijas de amigos cercanos y por el abandono como la manera más directa de terminar con ellas no lo enaltecen, eventualmente. Y tal vez no haya descripción más exacta que la proporcionada por Mary Garden, la primera protagonista femenina de su ópera Pelléas et Mélisande, basada en un texto de Maurice Maeterlinck y estrenada en 1902: "Honestamente, no sé si Debussy amó realmente a alguien alguna vez. ÉI amó a su música y, posiblemente, a sí mismo."

Sus obras configuran la primera gran revolución musical de un siglo que estuvo plagado de ellas. Y a cien años de su muerte aún sorprenden. El atematismo y la cercanía al serialismo de Jeux, el extraordinario ballet que escribió en 1912 –y que Les Ballets Russes, la compañía de Diaghilev, estrenó en 1913 tan sólo dos semanas antes que La consagración de la primavera, de Stravinsky–, la sensualidad y el color entendido como principio constructivo en El mar, la paralizante atracción de su Segundo libro de Preludios para piano, sus Sonatas magnéticamente distantes, escritas entre 1915 y 1917, la languidez voluptuosa de Preludio a la siesta de un fauno ofrecen un mapa posible de un cuerpo estético en gran medida todavía inasible.

El escritor Raymond Carver decía que todo cuento debe ser enigmático y la definición bien podría ampliarse al arte en su conjunto. La música de Claude-Achille Debussy, como acabó llamándose (él mismo invirtió el orden de los nombres que figuraban en su partida de nacimiento), el hombre al que sus maestros llamaron tempranamente "el enigma", mantiene milagrosamente intacta esa condición.

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