Por Emilia Racciatti
Luces Calientes, la última novela de Walter Lezcano, es la historia de una banda de rock que se forma en el conurbano bonaerense después de 2001 y es además el relato de un sobreviviente de una tragedia que permite articular distintas lecturas sobre la transición entre una generación que vio en el rock un símbolo de reivindicación y otra que asume a la música como una instancia menos preponderante.
"Quería mostrar la búsqueda de la felicidad que había detrás de los números de Cromañón", asegura el escritor, poeta, docente y periodista sobre la novela editada por Tusquets en la que el lector podrá recorrer las calles de San Francisco Solano a través de un grupo de jóvenes que busca concretar sus proyectos: tener una banda de rock, construir un bar que sea escenario de recitales, bailar con una murga o escuchar a su grupo musical favorito.
En esta entrevista realizada en un bar de Constitución, Lezcano (Corrientes, 1979) asevera que la tragedia de Cromañón, en la que murieron 194 personas, en su mayoría jóvenes, marcó un antes y un después en la forma de hacer música en nuestro país y define a la docencia como "la posibilidad de intervenir en una vida de forma concreta. Eso no te lo da ningún otro trabajo".
—¿Cómo empezaste a delinear Luces calientes?
—Estoy un poco obsesionado con el período 2001-2004 porque me parece importante para el sector de la población que no entró en esta supuesta bonanza que fueron los 90. La tragedia de Cromañón fue muy fuerte en cuanto a formación con el rock y lo que podamos esperar del gobierno de turno. Con estos intereses nació la idea, después fui tratando de ver de qué manera crear una maquinaria narrativa que pudiera retratar algo generacional, algo personal, algo íntimo, algo político.
—Hay una primera parte en la que está el universo de los personajes y recién en la mitad de la novela aparece la noche del 30 de diciembre de 2004…
—Sí, porque lo que pasa con ciertas tragedias es que se pierde de vista el individuo. Quería mostrar la búsqueda de la felicidad que había detrás de los números de Cromañón. Había gente que tan solo quería ser feliz, transitar una vida que dejara algún tipo de expectativa más allá del dominio. quise mostrar el tránsito de distintas vidas. Además quise contar cómo se vivía en el conurbano donde ese tipo de rock delineaba nuestras vidas en términos concretos.
—Los integrantes de la banda Los Nietos del Carnicero dicen que quieren reivindicar la alegría y que no les importa tanto el mensaje. ¿Te parece que es una característica de las bandas de ese período?
—La generación de esa época no tenía la herencia de la dictadura como enemiga a vencer. La irrupción del capitalismo más salvaje mostró que no había posibilidades para que muchísima gente pudiese comprar una casa, tener una buena educación e incluso acceder a cosas más pequeñas como ropa de marca. Había ciertos beneficios que no se podían conseguir de las formas heredadas de la moral burguesa: estudiar, conseguir un trabajo, progresar. Este sector se dio cuenta que no había muchas posibilidades de vencer los decorados de su clase entonces la alegría era lo más cercano.
—La militancia política tampoco parece ser una alternativa para estos personajes.
—Era el fin del mandato menemista y el comienzo de la ética menemista, que implicaba cómo convivir como ciudadanos y ese fue el peor legado que dejó el menemismo: cómo convivir como pueblo. Este grupo social militaba por su propia alegría, por su propia felicidad, militar para hacer eterno el fin de semana.
—¿Estás trabajando en un documental sobre Cromañón?
—Sí, con los chicos de Golondrinas Cine estamos armando un documental que se llama Mi próximo movimiento. Antes y después de Cromañón sobre cómo cambió la música y qué se modificó a partir de Cromañón en el arte. El cambio no sólo fue social sino también de mercado, de comercialización de la música, de los espacios para tocar, se produjeron cambios en los sonidos, también está la aparición de internet como sistema de comunicación. Todo eso hizo que el rock argentino tuviera un recambio que no fue solo generacional. Influyó el cambio de siglo pero también la tragedia.
—¿Qué lectura creés que se hizo desde el rock sobre esa tragedia?
—Todos los factores salieron mal esa noche. Me parece que el rock se lavó las manos y después, de a poco, se generaron cambios de opinión. Por ejemplo, injustamente (Omar) Chabán cargó con todas las culpas de lo que estaba pasando. Ahora, a partir del documental de Cemento, se está revirtiendo un poco la mirada sobre su figura, que es muy compleja. Con el peso de la tragedia es muy difícil ver el valor que tuvo Chabán en la cultura argentina. No creo que lo que hizo Callejeros sea leve pero todo el gremio del rock estaba trabajando en condiciones parecidas. La gente que criticó y que podía tocar en las mejores y óptimas condiciones tiene una mirada de clase. Si solo tocás en el Luna Park y criticás a gente que no puede tocar en otras condiciones entonces estás exhibiendo otras cuestiones.
—¿Qué te parece que puede aportar la ficción al revisar hechos como este?
—La realidad está llena de huecos y es antinarrativa: hay mundos que no podemos llegar a descubrir. En ese sentido la ficción ocupa un lugar importante para expandir la capacidad de comprensión de cualquier persona. Tengo interés que eso pase para que la gente pueda descubrir mundos a los que no puede acceder de otra forma, a través del poder que tiene la imaginación para acceder a realidades concretas. La ficción es como un legado atávico que tenemos como especie y es la única herramienta que tenemos para descubrir elementos de la realidad a los que no podemos acceder si no es leyendo cuentos, novelas, escuchando canciones.
—Le agradecés a Fabián Casas porque decís que un consejo suyo definió el último tramo de la novela.
—Su consejo me dio la posibilidad de ser libre como narrador. Cuando empecé a escribir la novela quería que fuera bastante cercana a lo que pasó en Cromañón y él me sugirió que lo hiciera todo ficción y tuvo razón porque me permitió ser más libre. Pude ubicarme en Solano, crear otro universo, inventar bandas.
—Estás escribiendo un libro sobre Suárez, una banda de otra generación.
—Sí, es cierto. Mariana Enríquez dice que la gente que creció en los 90 fue la última generación que tuvo al rock como estandarte de movilidad, de involucrarse emocional y visualmente. La generación de Spotify no sabe qué es eso y no le interesa y está todo bien pero es otra realidad. La música para ellos es un decorado, no tiene ningún tipo de cuestión vital más que adornar el momento, como si vivieran todos en una película de Wes Anderson. Hay otra relación con el recital, se ve mucho Youtube.
—En la primera parte cada capítulo tiene una cita de Calamaro. ¿Por qué?
—Fue el único artista pop mainstream que, en la segunda parte de los 90, llevó una vida absolutamente rockera en términos de los ideales rockeros que a mí me interesan: que son riesgo artístico, mimetizarse con las necesidades de su pueblo. Fue de "Alta Suciedad" a "El salmón" tomando más riesgos teniendo la posibilidad de vivir en España y grabar en mejores estudios.
—¿Te parece que hubo autores argentinos que leyeron esta generación?
—El rock y la literatura tuvieron desencuentros a lo largo de su existencia. La literatura argentina siempre fue cosa de clase media y responde a esos ideales. Las pocas o muchas obras que hay sobre ese período casi siempre son sobre la pobre clase media que en vez de irse a Cancún, se fue a Pinamar cuando hay gente que nunca había comido postre. Es una cuestión de mercado también porque son ellos los que van a comprar los libros.
—En la segunda parte de la novela están muy presentes las letras de El mató a un policía motorizado, banda sobre la que escribiste un libro.
—Fue la banda que mejor interpretó la época que vino después de Cromañón. Destruyeron la figura de rockstar y romper ese tipo de idololatría es darle salud mental a la gente que te sigue, es decirle: "Podemos ser libres, protagonistas de nuestra propia película".
—En la primera parte hay un relato coral y en la segunda el narrador es un sobreviviente, ¿cómo elegiste que sea esa la perspectiva la que se sostiene a lo largo del libro?
—Siempre me interesó la figura del sobreviviente, tiene muchas posibilidades literarias el hecho de que alguien sobreviva. Martín sobrevivió a lo que pasó esa noche y a Alejandra. Una de las grandes tragedias es sobrevivir a alguien que no te quiere. Sobrevivir al amor, a tu época y a una tragedia concreta me pareció interesante. El diario me permitió poner en práctica el fanatismo que tengo por los diarios de escritores y era también poder plantear que cualquier vida puede ser material de literatura.
Fuente: Télam.
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