Dos muestras homenajean, este mes, la memoria de Leopoldo Lugones, escritor multifacético que hace 80 años se suicidó en una isla del Delta. Poeta, periodista, narrador, helenista autodidacta, Lugones encarnó al diletante eximio. Al principio, moduló en buenos y malos versos la doble herencia del simbolismo francés y del modernismo que acaudillaba Rubén Darío. Su poesía pudo abarcar desde el delirio visionario de Las montañas del oro hasta la virtuosa estilización del tono campero en los Romances del Río Seco. Lugones fue sucesivamente anarquista, socialista, detractor del feminismo, nacionalista y un enérgico fascista; también se convirtió en defensor de los judíos, al menos cuando se dedicó a demostrar que Los protocolos de los sabios de Sión –texto mítico de la tradición antisemita– no eran más que un pastiche apócrifo. Se involucró con entusiasmo en la educación pública y dirigió la Biblioteca Nacional de Maestros desde el año 1915 hasta su muerte, en 1938.
La muestra Borges y Lugones: el falso discípulo, en el antiguo edificio de la Biblioteca Nacional, pone en paralelo las carreras literarias de ambos escritores y plantea una hipótesis sobre el magisterio equívoco que Lugones habría ejercido sobre Borges a lo largo de toda su vida. Elegante o cursi, sabio o macaneador, alternativamente "poeta mayor" y "muy casi nadie": en los testimonios de Borges puede encontrarse toda una gama de elogios y vituperios, orales y escritos, confidenciales o públicos. La figura del "falso alumno" permite captar bien esa paradójica relación discipular. (Si seguimos esta hipótesis, debemos contar a Lugones entre los maestros de Borges, añadiéndolo a la lista que encabezan ese Sócrates vernáculo que fue Macedonio Fernández y ese francés acriollado que fue Paul Groussac.)
La actitud de Borges hacia Lugones cambió drásticamente con el tiempo. Pasó de denunciar las rimas machaconas del Romancero a reconocer que, en el autor de esos versos pueriles, la literatura argentina podía encontrar su escritor más eminente. Al Lunario sentimental, el joven Borges enseguida lo rebautizó como Nulario, pero más tarde reconoció que sus metáforas superaban en osadía las de la efímera vanguardia ultraísta. Tal vez el título borgiano de El tamaño de mi esperanza esconda una réplica a El tamaño del universo, así como Luna de enfrente, una respuesta al Lunario. En su monografía Leopoldo Lugones (1965), Borges razona los motivos que apuntalan su cambio de valoración: es un prodigio de síntesis, homenaje ambiguo y socarrón ejercicio crítico.
El falso discípulo puede considerarse un eco lugoniano de Borges, libros y lecturas, el escrupuloso catálogo que elaboraron Laura Rosato y Germán Álvarez a partir de la colección Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional.
Publicado por primera vez en 2010, el año pasado conoció una segunda edición corregida y renovada. Aunque este tesoro de referencias no registra ningún volumen de Lugones, hay al menos una anotación de Borges, relativa a un libro de Benedetto Croce, que tácitamente vincula los vicios de la poesía barroca con las extravagancias verbales del autor de La guerra gaucha. Los investigadores esperamos con ansiedad un segundo tomo de esta serie, que se explayará sobre las anotaciones de Borges presentes en libros ajenos, y que explora otros reservorios, así como otras bibliotecas e instituciones, tanto públicas como privadas. Está previsto que se publique en el curso de este año.
A principios de esta semana, también se inauguró la exposición El Hacedor, en la Biblioteca Nacional de Maestros. El título alude al célebre libro de Borges de 1960, compilación de prosas cortas y poemas que comienza, precisamente, con una dedicatoria a Lugones.
Ese prólogo puede leerse como un intento de reconciliación póstuma –puramente imaginaria– entre dos escritores rivales. Pero la voluntad de congraciarse con Lugones data, en Borges, de mucho antes. Esta muestra aporta una de la pruebas más vibrantes de esa hipótesis, al exhibir una primera edición de Discusión (1932), con la siguiente dedicatoria del propio Borges: "A nuestro Don Leopoldo Lugones, con admiración genuina y total".
El resto de los documentos exhibidos son puras maravillas. Desde la previsible edición comentada y anotada por Eleuterio F. Tiscornia del Martín Fierro hasta los ejemplares de la legendaria Gazeta de Buenos Aires, que Lugones adquirió en 1925 para el fondo de la Sala del Tesoro. O algún tratado de ocultismo masónico, así como los libros de la Sección Infantil, un espacio creado en 1916 para promocionar la lectura en los niños. Así como los volúmenes que atestiguan la pasión del escritor por las etimologías y los regionalismos: un antiguo vocabulario de "catamarqueñismos", un diccionario de mitología "nahoa" (es decir, náhuatl), otro libro sobre el quichua ecuatoriano e incluso una gramática del árabe hablado en Egipto.
Estos documentos dialogan con los que se exhiben en San Telmo, donde tampoco el asombro da tregua. Hay apuntes sobre biología, la traducción de un poema de Giovanni Pascoli, o el manuscrito de otro poema, esta vez de su autoría, que iría integrar El libro fiel; también está el contrato editorial de Las fuerzas extrañas. Y en ambas muestras pueden verse numerosos libros que revelan el interés de Lugones por la teoría de la relatividad: uno de ellos contiene una ecuación y un comentario de su puño y letra. (Se trata de lecturas que sin duda nutren la conferencia El tamaño del espacio. No hay que olvidar que, en 1925, el escritor formaría parte de la comisión de bienvenida al país de Albert Einstein.)
Mágicamente, estas exposiciones nos permiten vislumbrar las anotaciones marginales que tanto Lugones como su avieso discípulo fueron haciendo en los libros de sus bibliotecas personales: lo que se conoce como marginalia.
Podemos apreciar la caligrafía de Lugones, vigorosa y desmañada, así como la típica "letra de insecto" que Borges comparte con Pierre Menard. Jorge N. Ferro escrutó los 1.700 volúmenes de la biblioteca personal de Lugones, en busca de anotaciones en los márgenes de sus libros o en los muchos papeles sueltos intercalados entre sus páginas. Esos comentarios responden al tipo más usual: notas de lectura, fichas etimológicas, recordatorios.
Por el contrario, como atestigua el trabajo de Rosato y Álvarez, las notas de Borges conducen directamente a su obra literaria, son una suerte de vía regia a sus procesos de creación: como cabría esperar, la continuidad entre lectura y escritura es total. Por lo general, estas anotaciones se encuentran en las páginas de cortesía de los libros, no en los márgenes ni intercaladas en el texto. (En su último estudio en vías de publicación –How Borges Wrote–, Daniel Balderston dedica un capítulo a estudiar estos peculiares marginalia borgianos.)
La parte más selecta de la biblioteca de Lugones atesora muchas predilecciones que estamos acostumbrados a atribuir casi exclusivamente a Borges. Así podemos encontrar un libro del místico sueco Emanuel Swedenborg, los poemas del demócrata Walt Whitman, una traducción francesa de las Eddas nórdicas o una extraordinaria edición parisina de Las mil y una noches. En estos meses en que La Divina Comedia se discute a través de Twitter, conviene recordar, no menos que la de Borges, la veta dantista de Lugones. Quien se acerque a ver estas muestras, encontrará comentarios y estudios sobre Dante, una Comedia de fines de siglo XIX, así como dos magníficas ediciones de La vida nueva.
Al modo de una puesta en abismo, estas preciadas bibliotecas personales se resguardan, al menos en parte, en el marco de las instituciones públicas que dirigieron sus dueños. Cabe recordar, entonces, la frase que Borges pronunció en 1956, al recibir el fondo José Ingenieros en la Biblioteca Nacional: "Los libros congregados e interrogados por un hombre constituyen también un aspecto de su obra y el mapa y espejo de su personalidad".
Lejos de alentar el fetichismo bibliófilo, estas exposiciones demuestran que, en manos de estos escritores, los libros funcionaban ante todo como una suprema herramienta de la inteligencia. De cualquier manera, también los bibliófilos a la antigua usanza disfrutarán de estas muestras, así como los meros curiosos, y muchos otros. Para escándalo, eso sí, de los biempensantes, que conocen bastante bien la obra de Borges, pero que rara vez leyeron hasta el final ninguno de los libros de Leopoldo Lugones.
* La exposición Borges y Lugones: el falso discípulo permanecerá abierta hasta el 9 de marzo, en el Centro Jorge Luis Borges (México 564), de 10 a 18. El Hacedor cierra el 23 de marzo y puede visitarse en la Biblioteca Nacional de Maestros (Pizzurno 953), de 9 a 20. Ambas actividades son de entrada libre y gratuita.
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