A todos los lectores nos pasa: imaginamos que en las vacaciones vamos a poder saldar todas nuestras deudas con los libros, con los que tenemos pendientes y con los que siguen siendo publicados. Aunque no siempre es posible cumplir con esos deseos de totalidad, no vienen mal las listas con recomendaciones y sugerencias para ir directo a aquello que ya fue bien recibido. Lo que sigue es un aporte en esa dirección, un conjunto de lecturas de diferentes tonos y temas como para poder sacarle punta al gusto por leer en esos días en los que nuestra atención solo está puesta en disfrutar de buenos momentos.
Viaje alrededor de mi cráneo, de Frigyes Karinthy (Tusquets)
El cerebro es un enigma y es mágico a la vez. No hay modo de no sucumbir a la intriga de saber qué hay ahí adentro y cómo hacemos lo que hacemos. Los movimientos, el lenguaje, los recuerdos: todo lo que nos hace humanos tiene su origen ahí, adentro de nuestra cabeza. La curiosidad por el modo en que el cerebro ordena y organiza todo domina nuestros intereses desde siempre, pero en los últimos años esa vocación por conocer el espacio que rige nuestra humanidad encontró además un nicho en la industria editorial. Pero en un principio hubo libros pioneros y éste es uno de ellos.
Viaje alrededor de mi cráneo fue escrito en la década del 30 por el entonces popular periodista y escritor húngaro Frigyes Karinthty, quien relata en primera persona y con una elegancia sin igual, que incluyen buenas dosis de humor e ironía, una peripecia negra, la que debió vivir cuando le diagnosticaron un tumor cerebral. Primero fueron sonidos de trenes trepidantes todos los días a las 7 de la tarde, luego una ligera inclinación a caminar llevando el cuerpo hacia la derecha, también mareos, sensación de desmayo, vómitos, cambios en la caligrafía, toda una serie de síntomas que desembocaron en el diagnóstico temido, que llegó en Viena, donde Aranka, la esposa psiquiatra de Karinthy, estaba cursando una pasantía. En la capital de Austria el médico encargado de darle la mala noticia le informó que el único cirujano que podía operar su enfermedad estaba en Suecia. Su única posibilidad de sobrevivir, también.
"No, mi cerebro no me hace daño. Ojalá doliera. Esto es mucho más terrible que si doliera. Lo que es más impresionante y aterrador que cualquier dolor es lo inverosímil de toda la situación: un hombre tendido en una mesa de operaciones, con el cráneo abierto, el cerebro al aire libre. Es imposible que pueda continuar viviendo, imposible e ilícito. Es de mala educación vivir, y peor aún que esté despierto y siga pensando…", así reconstruye el autor el momento de su cirugía. Karinthy nunca dejó de contarles a los lectores los detalles de su enfermedad y su viaje hacia el quirófano: lo hizo en su columna semanal de la prensa gráfica.
Admirado por Sandor Marai, influencia única en Oliver Sacks, quien lo reconoce como el modelo que siguió él mismo a la hora de escribir, el autor de este libro consigue hacer literatura, divulgación científica y ensayo filosófico alrededor de su padecimiento y su cura a la vez que es una descripción del ambiente intelectual y refinado de la Europa central que poco después sería aplastado por el nazismo. El prólogo de Juan Forn es un bonus track de calidad, que captura la atención del lector desde la primera frase.
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Tiempo muerto, de Margarita García Robayo (Alfaguara)
"Varias veces al día piensa que podría estar frente a la última imagen de su vida: en el espejo retrovisor del auto, en la pantalla del celular, en la cara inocua de algún cajero del supermercado. Y se mueve con ese peso insufrible sobre ella. Ahora algo va a explotar. Ese camión no va a parar en el semáforo. Ese hombre lleva un arma. Ese perro sin bozal huele mi miedo. Y así es como muere un poco todos los días". Escrita con una prosa cautivante, la novela de la colombiana Margarita García Robayo narra el fin de un amor, de una pareja, de un matrimonio. El desamor y la competencia en tiempos del skype. El deseo insaciable y la pulsión egoísta de querer tenerlo y vivirlo todo. El hastío familiar cruzado por el ocaso de un capitalismo que solo siempre insatisfacción y nunca terminó de adquirir un rostro humano.
La maternidad como el colmo del narcisismo y también como el desafío imposible. Una novela sobre aquello que nunca alcanza, sobre lo que siempre falta. Sobre lo que siempre NOS Falta. Me gustó muchísimo
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Los elementales, de Michael McDowell (La bestia equilátera)
Es una de las novelas del momento y fue escrita por un autor que fue guionista de Tim Burton que comienza a ser de culto, Michael McDowell (1950-1999). Novela escrita a principios de los 80, exhibe el terror en primer plano en un gótico sureño donde la arena y los pantanos son los protagonistas principales, con diálogos extraordinarios y personajes complejos y fascinantes. Política, corrupción, familias en descomposición, alcoholismo, vestigios de racismo en la historia de dos clanes enlazados por algo de amor y, sobre todo, por interés económico. La traducción de Teresa Arijón acerca la novela al público argentino y la convierte en algo familiar e inquietante.
En lo personal, volví por un rato a Mobile, uno de los escenarios de la novela y el lugar adonde llegué en un auto alquilado en 2005, tras los pasos del huracán Katrina, cuando viajé para cubrir la catástrofe. Tengo varias imágenes de ese lugar: las habitaciones del hotel de cuarta y con agua hasta los tobillos, la recepcionista con peinado de laca dorada salida de Peggy Sue, la falta de gasolina y las larguísimas colas para conseguir un litro, las morochas culonísimas con sonrisa de Oreo, los ejércitos de bomberos, electricistas y plomeros que se proponían levantar la ciudad después del Apocalipsis. Y también el pánico que me dieron esas tres mujeres que me reputearon en un inglés inexpugnable desde adentro de su auto por una mala maniobra una tarde, a la solitaria hora del crepúsculo.
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La nostalgia feliz, de Amélie Nothomb (Anagrama)
"La más peligrosa de mis debilidades es sin duda esta exagerada porosidad frente al exceso de esplendor", escribe Amélie Nothomb en La nostalgia feliz, una novela en la que la autora belga vuelve al Japón de su niñez y de sus sueños para filmar un documental en 2012. Lo escribe cuando vuela de regreso y en un momento de vigilia se asoma a la ventanilla y ve el Everest… Antes habló del sindrome de Stendhal, como llaman a esa sensación de abismo que se apodera de nosotros ante el exceso de belleza. El nombre surge por el relato que Stendhal hace luego de visitar la Santa Croce en Florencia, cuando el corazón se sale de lugar y las palpitaciones lo ensordecen. Antes de ver el Everest, Amélie se abrazó con su niñera. regresó al Tokio de su romance con su ex novio y visitó el que fue su jardín de infantes. Pero nada es ya lo que era. Ella por empezar.
Nothomb llega a Kobe y ya no es el Kobe de su infancia, el terremoto se lo llevó puesto. Van con el equipo de filmación que está filmando un documental con ella también a Fukuyima: en tres páginas, Nothomb hace una crónica deslumbrante del accidente nuclear y de los efectos del tsunami de 2011. "En medio de la nada se levantan muñones de casas. Como los cadáveres de Pompeya, la muerte los ha petrificado. habitaciones medio derruidas nos muestran sus entrañas. Ante los vestigios de las puertas, los zapatos alineados dan fe de que toda esa gente estaba en sus casas cuando se produjo el tsunami. Lo más triste son los montones de objetos: los restos del festín; lo que la muerte no tuvo el apetito de rematar. Juguetes de niños, pinzas de tender la ropa, zapatillas".
Me encanta la literatura del yo de Nothomb. Es una voz que se desnuda hasta el hueso, potente y refinada, seguramente heredera de la cultura diplomática de su familia. La nostalgia feliz, como el resto de las novelas de la autora de Estupor y temblores, fue editada por Anagrama.
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Tarda en apagarse, de Silvina Giaganti (Caleta Olivia)
Poesía narrativa o "autobiografía en verso", como la define Santiago Llach en la contratapa, la poesía de Silvina Giaganti es poesía de objetos y de una lengua cotidiana a los que se les arranca belleza. A través de sus poemas, la autora -licenciada en Filosofía, activa protagonista en las redes sociales y en publicaciones culturales- reseña el itinerario que va de su Avellaneda natal con sus padres silenciosos y poco instruidos, de donde se fue a los 20 ("con envión y cocaína" "porque del barrio hay que irse rápido") al Montserrat de hoy y a la escritura en todas sus formas.
"A mi mamá le cuesta abrazarme
y preguntarme en qué ando.
Creo que no sabe qué estudié
ni de qué me recibí
pero me hace comida
para que traiga a casa
y hasta hace poco me ayudó a pagar la obra social.
Ahora gano más
que las dos jubilaciones
juntas de mis padres
y me da una vergüenza enorme."
Entre tazas de café, tapas de inodoro, perillas de plástico, fuegos, cafés y colectivos, hay una mujer que habla de su día a día, de sus alejamientos vitales y de su amor por las mujeres, a quienes percibe, más allá de como objeto de deseo, como vigoroso impulso intelectual ("Me pregunto si las mujeres que amé/ las que me volvieron loca de verdad/ las chicas con las que quise todo/ fueron mi movilidad intelectual ascendente"). En los versos de Giaganti anida, también, una forma de expiación, un modo de explicar cómo el mismo origen que provocaba vergüenza hoy puede ser amado intensamente.
Una buena noticia para la literatura argentina: Tarda en apagarse se convirtió en las últimas semanas en un pequeño fenómeno de circulación y ventas, algo inusual en un libro de poesía.
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Toda una vida, de Robert Seethaler (Salamandra)
Días atrás, en las redes sociales circuló un aviso necrológico publicado en España, en donde se daba a conocer la muerte de alguien de quien se decía: "Ha dejado este mundo sin haber aportado nada de interés". Más allá de las especulaciones y la sorpresa por el aviso -que, efectivamente, resultaba algo cargado de resentimiento-, lo cierto es que la mayoría de los mortales dejamos este mundo sin haber aportado nada de interés salvo para quienes nos quieren, y ni siquiera sucede siempre así. Pues bien, luego del fenómeno Stoner (publicada por Fiordo) -esa conmovedora novela de John Williams que cuenta la historia del profesor universitario que pasa su vida sin poder dar pelea a lo que lo rodea y que habiendo sido escrita a mediados de los 60 resurgió de la nada para felicidad de los lectores-, llegó ahora a las librerías argentinas Toda una vida, una novela que recrea la vida de Andreas Egger, un campesino, un trabajador rústico, un don nadie.
Se trata de una suerte de cruza entre Stoner y los extraordinarios relatos de campo de John Berger, y es también es el retrato de un modesto guerrero inmóvil. De pequeño, Egger fue abandonado por su madre a los 4 años, en una aldea de los Alpes, a comienzos del siglo XX. Criado por un granjero que era parte de su familia, Egger no conoció ni sonrisas ni caricias, solo trabajo y esfuerzo. Y un amor, un amor breve pero fundacional. "Para él, las cicatrices eran como los años, llegan uno detrás de otro y todos juntos forman una persona", "Llevaba tanto tiempo en este mundo que lo había visto transformarse, y cada año parecía moverse más de prisa", son algunas de las frases de esta novela que cruza belleza y existencialismo en una prosa llana y filosófica.
A la par que cuenta la vida de Egger, la novela es una profunda y aguda reflexión sobre el progreso. Su autor, el alemán Robert Seethaler, consiguió construir una historia que a través del camino de la lengua convierte lo más pedestre en una aventura extraordinaria.
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